dimecres, 7 de març del 2007

La muerte del filósofo.

La muerte de Jean Baudrillard cierra el ciclo que se abrió con la revolución de mayo del 68, de la que él fue uno de los principales inspiradores. Su pionero Sistema de los objetos, que es una crítica de la sociedad de consumo, articulada en términos marxistas, pero yendo ya más allá del marxismo, ve el consumo de objetos como el fundamento mismo de las relaciones sociales en el capitalismo. El consumidor es el ser social por excelencia, hedonista y acomodaticio. El consumo jerarquiza las relaciones sociales, de forma que los individuos ya no se clasifican por lo que producen (o como lo producen) si no por lo que consumen. Se entiende que la famosa consigna de mayo del 68, Cache-toi, objet! (¡escóndete, objeto!) era una consigan baudrillardiana, por así decirlo.

Esta importancia del consumo de los objetos para el análisis de las relaciones sociales lo llevó en la Crítica de la Economía política del signo a hacer un replanteamiento de la concepción clásica y también marxista del valor, completando las dos clases tradicionales de "valor de uso" y "valor de cambio", ya inadecuadas para la complejidad contemporánea con otras dos, el "valor simbólico" (que reaparece en su obra El intercambio simbólico y la muerte), el valor de los objetos que determinan la posición social del sujeto (un coche Mercedes, un chalet en La Moraleja) y el "valor-signo", que es el que determina el valor del objeto en relación con otros objetos. Una clasificación feliz que se ha extendido mucho y se ha aplicado a supuestos muy dispares.

Todo esto suena a la Sociedad del espectáculo, obra publicada en 1967 por Guy Debord, decisiva también en los acontecimientos de mayo del 68 y que influyó mucho en Baudrillard, animándolo finalmente a un ajuste de cuentas con el marxismo en El espejo de la producción donde sostiene que la vieja crítica marxista a la economía política debe dejar paso a la crítica de la economía política del signo. El marxismo no puede dar cuenta de la práctica social "total"; eso sólo puede hacerlo la crítica que él propone y que afecta al conjunto de la sociedad, con independencia de las clases.

Baudrillard es un francotirador, que no solamente se enfrenta críticamente al marxismo, sino también al estructuralismo, del que procedía, a Foucault, a quien se opone radicalmente, a Kant, al modernismo y al posmodernismo. En algún sitio leí que lo calificaban como "el David Bowie de la flosofía". Y, en verdad, tampoco es solamente filósofo, sino sociólogo, comentarista político, teórico del arte (aunque él gustaba de decir que no), fotógrafo de éxito y hasta "sátrapa" del Colegio de Patafísica, al que accedió en 2001.

Todos sus hallazgos, muchos, muy variados (simulacros, virilidad, transpolítica, la histeria de la producción, etc), han servido para elaboraciones de pensadores y creadores de los más diversos campos y reaparecen donde menos se lo espera uno. El otro día, cuando el señor Otegi hablaba de querer "seducir" a los ciudadanos democráticamente, no podía evitar acordarme de la seducción de los objetos de Baudrillard. Toda esta máquina conceptual, que no conforma un sistema, aunque la palabra aparezca en alguna de sus obras de juventud, toma forma en buena medida en su concepto de la hiperrealidad, condición básica de la sociedad posmoderna esto es, aquel ámbito en que se ingresa cuando la conciencia ya no es capaz de distinguir la realidad de la fantasía y todo se hace simulacro. Su ensayo Simulacro y simulaciones (con su famosa cita del Eclesiastés) arranca de la fantasía poética de Borges El rigor de la ciencia, en el que los cartógrafos del Emperador alzan un mapa del Imperio que coincide exactamente con él pero luego acaba pudriéndose en jirones. Y dice Baudrillard:

"La abstracción hoy no es ya la del mapa, el doble, el espejo o el concepto. La simulación no es ya la de un territorio, una existencia referencial o una sustancia. Se trata de la generación de modelos de algo real que no tiene origen ni realidad: un "hiperreal".El territorio ya no precede al mapa, ni lo sobrevive. De aquí en adelante, es el mapa el que precede al territorio, es el mapa el que engendra el territorio; y si reviviéramos la fábula hoy, serían las tiras de territorio las que lentamente se pudren a lo largo del mapa."
Esta especie de negacionismo, de nihilismo, lo trasladaría luego a sus juicios y análisis sobre la realidad política del tiempo, cosechando aluviones de críticas. De la primera guerra del Golfo, Baudrillard, muy coherente con sus concepciones sobre la hiperrealidad, ("si la sociedad de consumo no produce ya mitos es porque ella misma es su propio mito"), tenía que decir que "no había tenido lugar". No en el sentido en que Jean Giroudoux había supuesto que la guerra de Troya "no tendrá lugar", sino en el de un fenómeno hiperreal dado que, como tal guerra, no fue la continuación de la política por otros medios, según la fórmula de Clausewitz, sino la continuación de la falta de política por otros medios. Más polémica y más criticada fue se caracterización del atentado del 11-S en Nueva York como el "acontecimiento absoluto" y como la muestra del rechazo a la globalización y no del choque de las civilizaciones, que es la tesis oficial.

Tengo una especial simpatía por Baudrillard (como muchísima más gente), por su audacia conceptual, sus juegos de palabras, su aversión a los famosos grandes relatos, su amor por la paradoja, la penetración de su análisis; y siento fascinación por su escrito de habilitación L'autre par lui même. A la derecha, una de sus fotos. Baudrillard tiene un sentido especial para la imagen. Es muy significativo su juicio sobre Andy Warhol: con él ha dado comienzo la modernidad y nos ha librado de la estética y del arte.

Jean Baudrillard, un filósofo especial, perfectamente integrado en la tradición intelectual francesa, crítico del positivismo científico (objeto de los ataques de Sokal, que lo acusa de no comprender aspectos elementales de la física), esteta y pensador de suma originalidad. Ya no está aquí, pero sus simulacros están por doquiera.