dissabte, 26 de juliol del 2008

Cartas nigerianas.

El género epistolar es muy importante en la cultura occidental y en todas las provincias del humano quehacer. Forma de cartas toma buena parte de la doctrina cristiana a través de las epístolas de los apóstoles, especialmente de Pedro y Pablo. Por carta se conoce la elaboración paulina del carácter universal de la Iglesia y su unidad en Cristo, en la Carta a los efesios o la teoría de San Pablo sobre la salvación del hombre en la Carta a los gálatas; por no mencionar muchos otros aspectos de la moral y la dogmática cristianas.

Las cartas han acogido la elaboración de escuelas filosóficas, como el estoicismo en las Cartas a Lucilio, de Séneca, que es como un tratado del buen vivir, y también la formulación misma de la filosofía en sus distintos avatares, cuando encarna en la humana peripecia, a veces de forma descarnada, como en las Cartas de Abelardo y Eloísa en la que el intercambio entre los amantes cruelmente separados alcanza los acentos sublimes de la trascendencia.

El siglo XVIII, con su nueva sensibilidad, descubrió el valor del género epistolar para la literatura, de forma que algunas de las más famosas novelas de la época tienen forma de intercambio de cartas, como Las relaciones peligrosas, de Choderlos de Laclos, que presenta un mundo de refinamiento y depravación, de lucha entre la exquisita amoralidad y la sencilla virtud o bien Julie o la nueva Eloísa de Rousseau en la que se describe con la mayor delicadeza el largo itinerario de un amor imposible en medio de las convenciones del mundo y muy en la estela de la obra de Pedro Abelardo. Este estilo epistolar llegó a ser característico de la literatura de la época y en especial de Romanticismo.

También por entonces toma forma epistolar el afán de la ilustración por fundamentar los valores racionales de validez universal a base de comparaciones interculturales cargadas de intención, como en las Cartas persas, de Montesquieu, que tendría un eco aquende los Pirineos en una obra epistolar que, consecuentemente con la situación de subordinación cultural que España empieza a tener frente Francia, reduce el alcance cartográfico pero mantiene el empeño ilustrado en las Cartas marruecas, de José Cadalso. Y, como si se tratara de una extraña esquizofrenia nacional, allí donde el país tiene unas cartas "del sur" por así decirlo en la obra de Cadalso, tendrá un siglo después unas cartas "del norte" con las Cartas finlandesas, de Ganivet si bien la actitud de los dos autores frente al objeto de su relato es opuesta. Anterior a la Ilustración, pero completamente acorde con su espíritu, es también uno de los aspectos más característicos de la cultura occidental y de los que, al menos a mi modesto entender, más orgullosos podemos sentirnos, que es la afirmación del principio de tolerancia, cuya formulación clásica se encuentra en la serie de cartas sobre el tema que John Locke, padre del liberalismo contemporáneo, dio a luz con el título genérico de Carta sobre la tolerancia. Digo del liberalismo, no del neofascismo que actualmente trata de disfrazarse de liberal en los discursos de la derecha europea y especialmente española. La neofascista señora Aguirre y sus mariachis tienen tanto de liberales como yo de jugador de polo.

El género epistolar está presente en muchos ámbitos de la producción intelectual de los siglos XIX y XX, desde la literatura descriptiva, casi paisajística del realismo de Cartas desde mi molino, de Alphonse Daudet, hasta ese magnífico y profundo discurrir sobre la creación y la poesía que son las Cartas a un joven poeta, de Rainer Maria Rilke, un manojo de breves epístolas en el que se refleja la mirada lírica.

Viene lo anterior a propósito de que, gracias a las nuevas tecnologías, el género epistolar muestra asimismo su valor para la comisión de delitos. Ayer al parecer la policía detuvo a un grupo de nigerianos en Roquetas de Mar dedicados al ciberdelito que se conoce con el nombre de Cartas nigerianas, una estafa que se basa en enviar cientos de miles, millones de cartas en inglés a otros tantos destinatarios en todo el mundo diciéndoles que les ha correspondido un premio en la lotería de Nigeria y que si quieren cobrarlo tienen que adelantar diferentes cantidades en tales y tales números de cuentas de bancos.

A la vista del tosco procedimiento, variante del toco mocho uno se pregunta si alguien es tan estupido para caer en la trampa y, en efecto, siempre hay quien resulta estafado por la misma razón por la que siempre acaban haciéndole el toco mocho a alguien. Porque el problema no es cuán inteligente o estúpida es la persona estafada que en este caso habría pocas esperanzas pues casi todo el mundo es muy inteligente cuando se trata de su dinero. El problema es en qué medida la avaricia, la codicia, dos pasiones muy generalizadas, ciegan lo suficiente a alguien para no dejarle ver lo evidente de la estafa. Y ese alguien es el estafado.

Estafa llamada Cartas nigerianas que tienen alguna variante algo más ingeniosa, como la del abogado nigeriano que sabe del fallecimiento de un cliente millonario y sin herederos que ha dejado una fortuna en un banco de Nigeria y que invita al destinatario a hacerse con la mitd de ella mediante el pago de alguna cantidad previa para los trámites.

Lo dicho, el género epistolar es esencial en la cultura occidental; hasta sirve para delinquir.

(La imagen es un óleo sobre tabla de Hyeronimus Bosch, titulada El charlatán (h. 1475-1480) que se encuentra en el Musée Municipal, en Saint-Germain-en-Laye.)