divendres, 19 de setembre del 2008

La mirada aviva la vida.

Ahora que la Fundación Mapfre ha abierto un nuevo local en el Paseo de Recoletos parece haber decidido consagrar el de General Perón solamente a fotografía, según cuenta su Director General, Pablo Jiménez Burillo, en el catálogo de esta exposicion que durará hasta el 4 de enero de 2009 con entrada gratuita, cosa nada desdeñable hoy día. La Fundación que, como se sabe, tiene un espléndido fondo fotográfico, dedica ésta a seis fotógrafos estadounidenses pertenecientes a dos generaciones: la mayor, Walker Evans, Harry Callahan y Helen Levitt y la menor, Diane Arbus, Garry Winogrand y Lee Friedlander. La siguiente que se abrirá en enero de 2009 será monográfica sobre Evans.

Los seis fotógrafos ahora expuestos tuvieron bastante relación entre sí; se conocían, se habían tratado, hablaban unos de otros hasta el punto de que casi parecen un solo grupo. Lo que no quiere decir que no manifiesten agudas diferencias. Al contrario, cada uno de ellos forma una unidad monádica e independiente de los demás. Precisamente lo que convierte a un fotógrafo en un artista es el hecho de que consiga imprimir sello personal a unos productos obtenidos por medios esencialmente mecánicos. La peculiaridad, eso que llamamos "estilo" de un pintor, de un músico, de un escritor se detecta con facilidad; no tanto sin embargo la de un fotógrafo... salvo que tenga verdadera calidad como cualquiera de los seis mencionados y especialmente la muy patriarcal figura de Walker Evans (1903-1975), el hombre-puente entre los grandes/grandes (Stieglitz, Strand) y los más jovenes, y que dedicó parte de su esfuerzo a retratar los Estados Unidos de la era sombría posterior a 1929. La imagen de la derecha, el famoso retrato de Allie Mae Burroughs, una aparcera de Alabama en el decenio de 1930, es una especie de símbolo icónico de los años de la depresión que refleja la fuerza y la sencillez de alguien encargado por el Gobierno Federal de levantar acta, por así decirlo, del lamentable estado del país en aquellos años. Evans fue un hombre muy relacionado con los representantes de la "generación perdida" de la postguerra, William Carlos William, Scott Fitzgerald, etc y uno encuentra en su trabajo tanto elementos de esta tendencia como de la subsiguiente, la beat generation. Y sí, por supuesto, en esta foto también.

Algo similar sucede con Garry Winogrand (1928-1984) quien, aun un cuarto de siglo más joven, refleja una visión rápida, espontánea y con mucho contenido de la ciudad en los años sesenta. Suya es la imagen que ilustra el catálogo de la exposición, titulada New York city, 1968. Odio ponerme sentimental, cosa muy fácil cuando se trata de fotos que reflejan momentos que uno ha vivido personalmente aunque no de necesidad el retratado, sino cualesquiera otros coincidentes en los infinitos elementos que componen una vivencia y que van desde la arquitectura urbana a la moda, los peinados e incluso los gestos y ademanes y el momento existencial. Supongo que es lo que podemos definir como el hecho de sentirse directamente interpelado por una obra de arte. Y no sólo las ciudades. A la izquierda aparece la portada del catálogo que montó Szarkowski, del MoMA, para la exposición personal de Winogrand y que deja clara la categoría del fotógrafo como paisajista, capaz de combinar lo natural y lo cultural casi como una simbiosis para transmitir una sensación de inquietud, como la que se desprende de ese paisaje de Nuevo México en el que vemos que algo incierto está preparándose desde el fondo de la imagen y avanza hacia la frágil e insólita figura del niño recortado en negro.

Y la gente, sobre todo la gente. Porque las ciudades, los paisajes, los bodegones, las composiciones están muy bien, pero la fotografía es una historia de personas mostrando personas a personas. Al igual que los pintores descubrieron con eso que se llamó el "retrato psicológico" que era posible pintar el interior de alguien a base de reflejar su exterior, los fotógrafos pueden hacerlo con mayor facilidad porque, paradójicamente, la reproducción mecánica de las formas permite un trabajo posterior de selección que actúa como un filtro de calidad. El pintor se lo juega todo a una carta; el fotógrafo elige lo que quiere ex post facto tanto comparando retratos de distintas personas como muchos retratos de la misma. Cualquiera que haya visto la serie de "mujeres ensimismadas", de Harry Callahan (de las que se muestran varias en la exposición), el gesto de las fotografiadas, la concentración, todo son lo mismo pero cada una es absolutamente distinta y transmite una experiencia singular. Diane Arbus que dedicó mucho tiempo a retratar niños, incluso bebés, nos dejó una galería de infinitas inocencias, desde las perversas a las angelicales. Uno no sabe en dónde situar ese retrato de las mellizas pero siempre que lo veo me viene a la memoria la Otra vuelta de tuerca, de Henry James.

(La segunda imagen, la foto de Walker Evans, pertenece a la Biblioteca del Congreso de los EEUU que declara que no tiene restricciones de publicación. Las otras dos (Winogrand y Arbus) están acogidas al proyecto de Wikipedia WikiProject Fair Use).