dimarts, 27 d’octubre del 2009

El otro que no cesa.

Europa está llena de otros. Es más, me parece que lo que unifica todas las formas del otro que conozco, la raíz de toda "otroidad", es que es un concepto europeo. Europa viene a ser lo propio de una serie de otros muy distintos. No sólo de lo "no europeo" sino de lo "no blanco", "no occidental", "no cristiano" y hasta "no masculino", "no viril". El concepto de otro es necesario para entender a Europa. Generalmente es un concepto incómodo, que obliga a cuestionarse cosas sobre uno mismo (cómo reacciona uno frente a los otros) llegándose veces a extremos que ponen en duda la misma naturaleza humana del nosotros. Por ejemplo, cuando el Otro tomó la forma del judío.

La imagen actual del otro en Europa es el inmigrante, el sin-papeles (¿qué tal simpapeles?), el ilegal, el "extracomunitario", esa oleada permanente de gente de la periferia de la UE, eslavos de Ucrania o Belarús, albaneses, macedonios, armenios y otras gentes del Asia menor, habitantes del enorme zócalo continental africano, gentes del Magreb y su hinterland, los negros, los llamados "subsaharianos" para no decir eso; negros, gentes del Senegal, Mali, República centroafricana, zona CEFA, antigua África Occidental Francesa que hablan francés, pero también los que hablan inglés, los que vienen de Nigeria, el país más poblado del África, de la antigua Rodhesia que van camino de Gran Bretaña, en donde se reúnen con los que vienen de las Antillas menores, también llamadas West Indies, igual que los marroqués, argelinos y tunecinos conviven en París con los vietnamitas y los moros del Avapiés madrileño con los chinos. El mundo entero es un inmenso Otro frente a Europa, acampado a sus puertas, como el árabe en el siglo VIII, el turco en el XVI, el eslavo en el XX y todos a una en el XXI..

Así que esta peli de Costa Gavras va de inmigración en el "Edén" europeo. Soy forofo de Gavras, del que he visto varias pelis cada una de ellas tratando algún asunto político, ético, filosófico grave. La que más me ha gustado de siempre y cuya música de Mikis Theodorakis he seguido escuchando a lo largo de los años es Z, sobre el asesinato de Lambrakis en la Grecia de los coroneles con una actuación de Yves Montand, Jean-Louis Trintignant y Renato Salvatori soberbia, pero recuerdo muy bien Estado de sitio, Missing, Hannah K., etc. Es un cine político, de combate y con mucha fuerza artística.

Al Oeste el edén es la historia de un inmigrante supongo que albanés, aunque puede ser turco o armenio desde que el mar lo deja en una playa de Italia, en un hotel de lujo que se llama Edén hasta que culmina su empeño de llegar París, a ver a un mago (si tu viens à Paris, viens me voir au Lido), de quien se promete todo. Es, pues, una película de itinerario, una road movie europea que empieza en algún lugar impreciso de las costas del Mediterráneo con un barco cargado con cientos de ilegales que los propios tripulantes denuncian a la guardia costera italiana al entrar en aguas territoriales. Elias, el inmigrante, salta por la borda con un amigo y así acaba a la mañana siguiente casi ahogado en la playa del hotel de lujo, en la zona de nudistas, en donde la gente va en bola picada. Desde allí, la historia es la de Elias pasando los Alpes, llegando a Francia y cruzándola hasta París a golpe de calcetín, de auto-stop, de tren, para encontrarse con el mago que busca en los Campos Elíseos. En el camino, ya puede imaginarse, le pasa de todo y la peli retrata las relaciones de los europeos, de muchos europeos, trabajadores, comerciantes, burgueses, empresarios, agentes del orden, con los inmigrantes, incluso las de unos inmigrantes con otros.

El cuadro que pinta Gavras es tragicómico; uno pasa la peli con una sonrisa amarga. El director explota al máximo el lado divertido de las peripecias de Elías, especialmente las que tienen connotaciones sexuales, pero deja claro que la vida de los sin-papeles en Francia, o sea, en toda europa, es una vida miserable, perseguida, con abusos e injusticias continuos. Prácticamente hay que tragar mierda o por lo menos meter en ella las manos para sobrevivir. Pero al final, dice Gavras, si llegas a los Campos Elíseos, ya lo has conseguido y la vida se te abre. Pero, en realidad, eso es sólo para una pequeña proporción de los que llegan que a su vez son una minúscula proporción de los que se pusieron en camino.