divendres, 8 d’octubre del 2010

El Nobel, la ideología y el poder.

Ayer disfruté mucho viendo cómo había coincidido en mi entrada sobre Vargas Llosa con el parecer de algunos de los escritores y columnistas que más me gustan: la razón de que este Nobel haya despertado tanto entusiasmo es que el premiado es extraordinariamente popular en todas partes, muy conocido y apreciado. No es infrecuente que la Academia sueca otorgue el galardón a escritores sin duda de mucho mérito pero muy desconocidos fuera de su propio país y de algunos reducidos círculos literarios. A Vargas Llosa lo han leído multitudes de todos los países en todos los continentes.

Es un escritor best seller de altísima calidad literaria y ensayística, lo que lo hace doblemente merecedor del galardón. Los estatutos de la Fundación Nobel explican que por "literatura" no sólo entienden las "bellas letras", sino otro tipo de escritos que por su forma o estilo tengan valor literario. Esto es lo que explica que el premio de 1953 recayera sobre Winston Churchill, fundamentalmente por sus obras de historiografía, en especial, la Historia de los pueblos anglohablantes.

Bastantes de los ensayos son políticos, aunque los hay de todos los tipos, de crítica literaria, autobiográficos, de reportaje. Y por ese lado de la política viene una polémica que me parece lamentable. En algún sitio he leído, a modo de denuncia que debe de creer que se justifica en su mero enunciado, que Vargas Llosa es un anticomunista. Es sorprendente, cual si ser anticomunista fuera algo afrentoso, delictivo, pecaminoso, algo como ser pederasta o asesino, cuando se trata de una opción ideológica tan legítima como ser antifascista, anticlerical, anticapitalista o antisionista. Otra cosa es que sean pertinentes a la hora de valorar una obra literaria que es de lo que aquí se trata.

Jamás me ha parecido de recibo que la opción política de un autor sea determinante para enjuiciar el valor de su obra artística, trátese de literatura, pintura, música... Hay escritores de opciones radicales antagónicas muy buenos y muy malos. Y, por supuesto, tampoco me convence que la obra de un autor sufra un cambio de juicio de calidad en el momento en que él muda de ideología política, como pudo pasar con Dos Passos o con Koestler, Fischer, Spender, Gide o Silone, entre otros (los que escribieron El dios que fracasó), o Malraux, todos los cuales cambiaron de chaqueta pero no de pluma. Es más, llevo mi convicción a su lógica consecuencia de considerar irrelevante para la calidad literaria de una obra el hecho de que el autor haya sido o sea de extrema derecha o fascista o nazi: No veo cómo se puede negar la calidad de Céline, Jünger, Pound, Benn, etc por el hecho de que hubieran defendido alguna de esas ideologías. Como tampoco pone nadie en duda la de Brecht o Aragon por el de que fueran comunistas. ¿Qué diablos tiene que ver la calidad de La casa verde con el hecho de que su autor sea anticomunista? Con todos mis respetos, esa objeción es de una pobreza mental que da pavor. O ¿se quiere decir que si se es anticomunista no se puede escribir, que era lo que sucedía en la Unión Soviética? ¿Hay algún escritor ruso contemporáneo del comunismo y contemporizador con él superior a Solzhenitsin? ¿Sholojov? Venga ya...

Pero héteme aquí que no sólo la supuesta izquierda ataca el Nobel de Vargas Llosa por razones políticas sino que la derecha, muy parecida a la izquierda en tantas cosas, sale vociferante a defender los méritos del autor de La ciudad y los perros, como si le hiciera falta y también por razones políticas. En un blog estupendo que acabo de descubrir de José María Izquierdo en El País leo una interesante entrada titulada Nobel, y no es comunista, a través de la cual me entero de que a José María Aznar y a Esperanza Aguirre les ha faltado tiempo para arrimarse a la gloria ajena por razones bastardamente políticas. Aznar con un articulito en La Razón titulado así a lo chulapo Enhorabuena Mario y Aguirre Gil de Biedma con otro más largo en el mismo diario titulado El mejor en nuestra lengua. En ninguno de los dos se hace mención a la obra literaria de Vargas Llosa pero sí se resalta hasta la saciedad la amistad que los une, así como el vigoroso ideario liberal del premiado. Aznar silencia que su amigo rechazara en su día una oferta de cargo que él le hizo y Aguirre dice que ha hablado mucho con él pero no se le nota porque el liberalismo de ambos no es coincidente.

Eso de negar el valor del Nobel porque el autor sea anticomunista me recuerda mucho aquel episodio en que los colegas encargados de dictaminar negaron la cátedra universitaria a Georg Simmel porque era judío. Es vergonzoso. Pero no lo es menos instrumentalizar un reconocimiento literario universal a los intereses mezquinos de una bandería política. Claro que Vargas Llosa es liberal pero entre su liberalismo y el de Aznar median mundos. Aznar viene del falangismo; Vargas Llosa del comunismo. Y eso se nota. Vargas Llosa sabe de lo que habla. En cuanto a la lideresa de Madrid, que fue ministra de Cultura, su artículo es un divertido cotorreo de postín. Ninguno de los dos aventura el más mínimo juicio sobre la obra del autor, pero los dos exclaman al unísono: ¡es de los nuestros! En fin...


Y después de la ideología viene el poder que añade al dislate una porción de brutalidad e imposición. El comité delegado del Storting ha concedido el Nobel de la paz a Liu Xiaobo, disidente chino condenado por "subversión" a once años de cárcel por el régimen formalmente comunista de la República Popular China (RPCh). Este Comité (cuya composición varía) tiene a sus espaldas decisiones indiscutidas como el Nobel de la Paz a Martin Luther King o a Nelson Mandela y decisiones aberrantes como la concesión a políticos belicistas y cómplices con golpes de Estado y crímenes, como Henry Kissinger o terroristas o ex terroristas como Yasser Arafat o Menahem Begin. Alguna de estas aberraciones las ha criticado hasta el agraciado, como es el caso de Barack Obama que dice con toda razón que no se lo merece y que hay otros a los que corresponde con más razón que a él. Cierto.

Pero en este caso de Liu Xiaobo me parece que el Comité ha dado en la diana. Prueba en contrario es la furia de la reacción de las autoridades chinas que amenazan a Noruega con el empeoramiento de relaciones y hasta han llamado al embajador a exigir explicaciones. Estos exabruptos apuntan a dos tipos de asuntos muy curiosos: en primer lugar pone de manifiesto el carácter despótico del régimen chino a la par que su ignorancia. El Gobierno noruego no tiene nada que ver con la concesión del Nobel de la Paz; es el Parlamento, el Storting, y tampoco él, ya que se limita a nombrar el comité independiente que es el que toma la decisión. No sé cómo va a explicar el embajador noruego a los camaradas chinos que el gobierno de su país no controla la prensa ni los tribunales ni los comités que elige el Parlamento ni nada al extremo en que el Gobierno de la RPCh controla los mil doscientos y pico millones de chinos.

En segundo lugar, y más al fondo de la cuestión, la ira de los mandatarios chinos refleja su idea de que el modo en que las autoridades traten a sus ciudadanos no es asunto de incumbencia de nadie fuera del país, que es una cuestión interna en el marco de su soberanía y su rechazo a lo que considera injerencia en sus asuntos domésticos. En el mundo, sin embargo, en los últimos años viene ganando terreno la convicción de que, siendo los derechos fundamentales ilegislables y anteriores al Estado, no está éste legitimado para violar los de sus ciudadanos y compete a la comunidad internacional o a cualquiera de sus miembros realizar las acciones que estimen oportunas para defender esos derechos. Por eso es Garzón, pese a quien pese, un avanzado de está concepción progresista de la justicia universal.

La ira viene de que la China no puede oponerse racionalmente a este criterio y por eso insiste en que Liu Xiaobo no es un preso político o de conciencia, sino un preso común, condenado por un delito por la justicia penal. Pero todo el mundo sabe que eso es un cuento chino. Todas las dictaduras encarcelan por razones de opinión (a veces también las democracias) pero nadie lo reconoce, nadie admite tener presos políticos, sino que son todos comunes.

Precisamente esa es una de las grandezas de los presos de conciencia (aquellos encarcelados por sus opiniones, no por ejercer la violencia) que han de mantenerse en la integridad de su actitud incluso contra maniobras moralmente viles, como la de negarles la condición de preso político. Porque para que la grandeza pueda exponerse al mundo es necesario que exista. Un ser humano capaz de arrostrar la persecución, el encarcelamiento y hasta cosas peores por sus ideas frente a un aparato de poder, maquinaria burocrática, policial y militar que todo lo aplasta será siempre el símbolo de la Humanidad en su lucha por la libertad. El Nobel a Liu Xiaobo hace visible su causa a los ojos del mundo entero, ilumina de golpe las mazmorras del régimen chino, pone en evidencia su naturaleza represiva y totalitaria. Tanto que muchos comunistas occidentales aclaran que, para ellos, la China no es un Estado verdaderamente comunista. Este Nobel ha obligado asimismo a los Gobiernos occidentales a superar la vergonzosa actitud de "razón de Estado" que han adoptado hasta la fecha, esgrimiendo la golosina económica que son las posibilidades de inversión en la China, y los ha forzado a reaccionar de acuerdo con los fines que dicen profesar. Después de las amenazas chinas, Obama ha pedido la liberación del disidente y, con muchas dudas y miedos, la Unión Europea ha seguido el ejemplo, pidiendo lo mismo.

Los mandatarios chinos quieren seguir encerrados en el hermetismo y por eso todo intento de obligarlos a rendir cuentas ante los demás países les enfurece. Basta recordar la agresiva reacción que provocó la campaña internacional en favor del Tibet cuando los juegos olímpicos pequineses. Y ahora el asunto es más complicado porque no se trata de un pueblo o un territorio sino de un solo individuo y un individuo que está en la cárcel por subversión, es decir, por pedir que en China rijan los principios de los Estados occidentales en materia de Estado de derecho y respeto a los derechos fundamentales.

En resumen que el Nobel a Xiaobo es un pendant perfecto del Nobel a Vargas Llosa. Ambos defienden lo mismo; ambos a través de la palabra; pero la diferencia radical está en que el último vive en libertad y el primero está en la cárcel.

(La primera imagen es una foto de Daniele Devoti, bajo licencia de Creative Commons).

(La segunda imagen es una foto de K-ideas, bajo licencia de Creative Commons).