dijous, 10 de febrer del 2011

Carla Antonelli vs. Silvio Berlusconi

La libertad, el ideal más hermoso de la especie humana, es autodeterminación. Cada cual puede decidir por sí mismo, que es la idea básica de Hegel, aunque luego la complique mucho. Para decidir es preciso que haya opciones distintas. La libertad es libertad de elección. Y tiene sus contrarios: en la teología, la predestinación; en filosofía, la necesidad. Soy libre de vivir o morir: hay elección. Pero no soy libre de morir o no morir: no hay elección. Siempre en el mismo espíritu hegeliano, suele identificarse la naturaleza con el reino de la necesidad y ahí entronca ese concepto difícil y escurridizo del derecho natural.

El problema está en la naturaleza de la naturaleza. Quien postula que la naturaleza aquí y ahora es un límite absoluto, siendo así que es condición humana romper límites naturales porque en eso consiste la ciencia y la mejora de la especie, está haciendo trampa. Está mezclando necesidad y contingencia. Un bonito ejemplo: decía DeLolme al hablar del régimen británico que el Parlamento podía "hacerlo todo excepto convertir un hombre en una mujer". El cambio de sexo era visto como una imposibilidad natural y de ahí procedían, vía "derecho natural", todas esas tonterías que siguen esgrimiéndose sobre las funciones de los sexos, la esencia del matrimonio, el "eterno femenino", etc; y eso hoy en que, no ya el Parlamento, sino cualquier médico con cierta competencia puede hacer de un hombre una mujer.

Esa obtusa negativa a admitir la ampliación del reino de la libertad a costa del de la necesidad que suele tomar forma de principios ultrajados cuando no de memeces dichas desde la pantalla o el púlpito es tan antigua como la humanidad y hay que sobrellevarla con resignación, pero sin ceder a ella. Los aristotélicos creían que unos hombres eran libres y otros esclavos por naturaleza. Convencerlos de lo contrario costaría siglos. Todavía los padres de la patria en los EEUU, que firmaron aquello tan glorioso de que son verdades evidentes por sí mismas que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad eran propietarios de esclavos a los que obviamente no consideraban hombres.

Igual con la mujeres: también eran inferiores a los hombres por naturaleza; todavía hoy los sabios teólogos católicos no les reconocen igualdad pues les niegan el sacerdocio. ¿Y qué decir de los homosexuales? Franco les aplicaba la Ley de Vagos y Maleantes de la República, la conocida luego como gandula, que los ponía fuera de la ley y los encerraba en prisión indefinida. Y en Irán los ejecutan en el entendimiento de que la homosexualidad es una transgresión de la ley natural, la divina, etc, etc.

De forma que si venimos de ese pasado, nada tiene de extraño encontrar cretinos que creen no serlo cuando se mofan del reconocimiento de la libertad de los transexuales, quienes constituyen la última frontera en esa lucha del ser humano en contra de la necesidad porque son el momento en que estos conceptos abstractos de libertad se hacen concretos en la vida personal de las gentes.

Tal es la causa que tan justamente simboliza Carla Antonelli; la causa de la libertad, de la pluralidad, la ampliación de los derechos a las minorías perseguidas, la humanización del ser humano, la vida vivida noblemente, sin engaños ni dobleces y sin necesidad de fingir que se es lo que no se es.

Su polo opuesto es el simbolizado por Silvio Berlusconi, firme defensor de la idea de los límites naturales (el también podría haber dicho que la mujer debe ser mujer, mujer en un momento especialmente lerdo) y de las instituciones enraizadas en la tradición como la familia patriarcal, bendecida por la Iglesia católica, así como de las pautas del machismo latino más insoportable. Un hombre de orden, defensor de la civilización occidental y de los valores cristianos, un hipócrita que se sirve de la política para evadir la acción de la justicia y que, para no responder ante los tribunales de las acusaciones de proxenetismo, concusión, cohecho y tratos sexuales con menores por dinero, entre otros presuntos delitos, parece dispuesto a convertir Italia en una pocilga moral, atacando los principios del Estado del derecho y el respeto a la dignidad de las personas. Porque tal es la quintaesencia de esta actitud moral respetable, conservadora, patriótica, de la gente bien de toda la vida, la que va del brazo de los curas: no importa cuán canalla seas y de cuántas personas abuses con tal de que no lo parezca.

Antonelli o Berlusconi, esa es la apuesta hoy. Y somos libres de elegir.

La imagen es la portada de la revista Zero de marzo del 2007 después de la aprobación de la ley de identidad de género (15 de marzo de 2007).