dijous, 3 de novembre del 2011

El legado de Zapatero.

A dos días del comienzo de la campaña electoral que monopolizará la atención mediática y aprovechando que Rodríguez Zapatero asiste a uno de esos aquelarres de una Unión Europea al borde del abismo, Palinuro cree que es un buen momento para hacer un primer balance de las dos últimas legislaturas. Sin duda los habrá mejores y más completos en unos meses, pero no es inoportuno acometer uno provisional ahora para averiguar en dónde estamos y qué nos jugamos en estas elecciones.

En su primera legislatura, un Zapatero bisoño, con muchos años de experiencia parlamentaria, bastantes menos de oposición y ninguno de Gobierno trajo un estilo nuevo de hacer política basado en un talante y una clara línea ideológica: el republicanismo de Philip Pettit. El talante consistía en desterrar la bronca, la crispación y el insulto como medios de hacer política, en respetar al adversario y rendir cuentas cuando se le pedían. El "republicanismo" era y es una doctrina democrática radical, de fomento de las virtudes cívicas y muy ligada a la socialdemocracia, pero que soslayaba las ambigüedades de la terceras vías.

El talante tropezó con el muro de una oposición feroz, intransigente, intratable, que amontonó toneladas de insultos sobre Zapatero y mantuvo abierta una campaña de infundios, calumnias y patrañas sobre la autoría de los atentados del 11-M que ni la decisión de los tribunales consiguió desactivar del todo. En cuanto al republicanismo, la faltaron desarrollos teóricos, se hipostasió en su mero nombre y acabó apagándose como un mortecino candil. Y esto apunta a lo que quizá sea el mayor fallo de Zapatero: su mal ojo para elegir colaboradores. Ha tenido gente fiel, alguna buena, otra no tan buena, pero ninguna con fuste teórico. Tuvo intelectuales próximos pero no con capacidad para hacer elaboraciones doctrinales sobre lo que habría de ser una etapa brillante de la socialdemocracia en materia de derechos y ciudadanía.

En ese otro aspecto, el de la práctica, la legislatura fue ejemplar, como se sigue del hecho de que concitara el aplauso de la izquierda europea y la radical oposición de la derecha y la iglesia católica en España. Además de cumplir su promesa de retirada de las tropas del Irak, pese a los malos modos del amigo de Aznar, los hitos son innegables: la ley de igualdad fue un paso enorme en la emancipación de las mujeres: tantos ministros como ministras y casi la mitad de los diputados socialistas mujeres daban fe de que, por una vez en la vida, en España no sólo se legisla sino que se cumple lo legislado y se transforma la realidad. La ley de la dependencia, que responde a una clamorosa necesidad social no anduvo a la zaga. El reconocimiento del derecho de los homosexuales al matrimonio nos puso a la cabeza de Europa en el camino de una sociedad más justa. La reforma de los estatutos quería ahondar la organización autonómica de España. La educación para la ciudadanía, la legislación sobre el aborto y la Ley de la Memoria Histórica fueron otros tantos logros del espíritu cívico, progresista, en definitiva, republicano. Sin duda estas leyes presentan insuficiencias y defectos (y Palinuro los ha señalado muchas veces), que habrá que enmendar en el futuro. Pero, en conjunto, se trata de una obra legislativa que ha modernizado España, la ha hecho un país más decente y de la que Zapatero y su esposa pueden sentirse orgullosos.

Conviene saber que todo lo anterior se perderá o quedará muy mermado si, ganando las elecciones el PP, se imponen los criterios de su sector más ultramontano que, con Alejo Vidal-Quadras a la cabeza, pide que en los primeros cien días del gobierno de Rajoy se haga tabla rasa de lo legislado.

La segunda legislatura se la comió la crisis. Zapatero que, como muchos otros, creyó en un principio que sería coyuntural (¡ay, esos colaboradores ciegos!), la abordó con criterios keynesianos tímidos pero ortodoxos: pretendió estimular la demanda agregada mediante subvenciones e inversiones públicas. Llegó luego la fatídica noche del 10 de mayo de 2010, en la que, amenazado por los socios europeos -todos ellos fervorosos doctrinarios neoliberales- Zapatero dio un volantazo (similar al que ha dado Papandreu, pero en sentido contrario), aceptó el reto de cumplir a rajatabla la otra ortodoxia, la neoliberal, sabedor de que podría costarle su carrera política, como así fue, dando pie a que a su izquierda se forjara esa imagen del PPSOE que tan injusta es. Y cumplió hasta el final, hasta apurar el caliz de hacer una reforma constitucional de gran calado en política económica sin consultar a la ciudadanía.

A estas alturas es inútil preguntarse qué hubiera pasado si Zapatero se niega a girar 180º y hace lo que un año y medio después ha hecho Papandreu. Es una cuestión vacía, contrafáctica. Pero no lo es reconocer su mérito, ahora que el candidato Rubalcaba afirma y con razón que no basta con los ajustes para salir de la crisis, sino que hay que estimular el crecimiento. Así es, pero también es de justicia reconocer que eso es lo que empezó a hacer Zapatero. Lo que sucede es que el contexto europeo que se encontró fue hostil mientras que es de esperar que el que se encuentre ahora Rubalcaba, más escarmentado, preste mayor atención a una idea tan evidente.

Mención aparte merece el fin de ETA. Éste ha sido obra de Zapatero que, contra una oposición que iba al degüello, se lo jugó todo a la carta de la negociación y, terminada ésta, contó con Rubalcaba, el ministro del Interior que ha puesto coto a la siniestralidad en las carreteras y ha derrotado policialmente a ETA, ahorrando por el camino buena cantidad de vidas. Tampoco debe olvidarse la aportación del juez Garzón, decisivo en el acoso judicial al terrorismo, éxito por el que el magistrado pagará un duro precio sentándose en el banquillo el próximo día veintinueve. La historia dirá lo que quiera, pero quienes escuchamos a los tres pistoleros encapuchados decir que lo dejan definitivamente sentimos que España había cambiado de época. Y eso es obra de Zapatero y de Rubalcaba.

El candidato se enfrenta ahora a una elecciones decisivas en unas condiciones muy malas, lo que habla mucho en su favor. Pero la parte más importante de su bagaje es un gran legado del que él también ha sido artífice. Eso es lo que está en juego en las elecciones. Así que, pase lo que pase, gracias, Presidente.

(La imagen es una foto de Ricardo Stuckert/PR (Agência Brasil), bajo licencia de Creative Commons).