dimecres, 29 de febrer del 2012

Valencia es bono basura.

Así lo ha dictaminado una de esas agencias de calificación de las que todos maldicen y a quien todos temen: Valencia no hace honor a su nombre y no vale ni el papel para envolverla. Hasta aquí nada de anómalo porque esas agencias andan todo el día por ahí dando estacazos a los créditos más sólidos, rebajando solvencias de países enteros, grandes bancos, corporaciones financieras. Lo único que no se mueve es la fortaleza alemana, die deutsche Festung, entre otras cosas porque, si se moviera, ¿cómo iba a funcionar el sistema de comparaciones con el que estos de las agencias aterrorizan a medio mundo y aterrorizarían al otro medio si tuviera en donde caerse muerto? Además, ¿no hemos descubierto en España que las Comunidades Autónomas son maestras en sisar el dinero de la administración central y derrocharlo en proyectos faraónicos propios de palurdos? ¿No se ha sabido que son agujeros por los que se van los dineros públicos hacia los más oscuros y remotos lugares de donde ya no regresan?

Sí, hemos sabido todo eso pero el caso de Valencia trae una lección especial que comparte con Madrid, aunque no en todo su alcance: la ruina valenciana es producto directo del pillaje a que lleva entregada hace más de veinte años una clase política gobernante del PP, repleta de presuntos corruptos, golfantes y ladrones en connivencia con tramas de delincuentes organizados dedicadas al saqueo de las arcas públicas, del dinero de todos los valencianos. Para coronar la fiesta y dado que el dinero público circulaba por la comunidad como bancos de sardinas, también se dejó caer por alli Iñaki Urdangarin a hacer unos suculentos negocios con aquella manga de pollinos y plebeyos enriquecidos que al parecer compraban con los millones de euros propiedad de todos los valencianos el derecho a tratarse de tú a tú con un duque y una infanta.

Que hay una relación inmediata de causa-efecto entre los millones que supuestamente afanaba Carlos Fabra o los que Camps metía en los bolsillos del Bigotes y de los seguidores del Papa o del PP y la ruina total valenciana, en donde no se pueden pagar los colegios públicos, ni la sanidad pública, ni se pueden garantizar los derechos de los ciudadanos es evidente para quien no sea un zoquete de sacristía. Y los responsables no se amilanan en reconocerlo al ver que su corrupción escandalosa no solo no les resta votos sino que se los da. Una de las comunidades antaño más ricas de España reducida a la ruina por un gobierno de mayoría absoluta del partido que gobierna España con otra mayoría absoluta y que ordena calentar a porrazos a los estudiantes que protestan para compensar por la falta de calefacción en las aulas. Cuando debiera ser la población en masa la que exigiera la inmediata dimisión o destitución de todos los corruptos. Porque, a estas alturas, todo ese despilfarro no es mero despilfarro sino que frisa en lo delictivo. El aeopuerto de Castellón sin aviones, por ejemplo, además de algo ridículo parece una obvia malversación de caudales públicos.

Palinuro propondría como himno de la Comunidad la obertura de Los esclavos felices, de Arriaga. A ver si hoy hay una buena manifa en Valencia, pacífica, civilizada, multitudinaria. El motor son los estudiantes, como suele pasar, pero es de suponer que sumen los demás sectores sociales. Una manifa de una sociedad civil que debiera estar harta de que la esquilmen y, encima, se rían de ella.

(La imagen es una foto de ppcv, bajo licencia de Creative Commons).