dissabte, 14 d’abril del 2012

Propaganda de guerra.

Dos de los varios periódicos de derecha de la capital, a veces más progubernamentales que el propio gobierno, deleitan hoy al público con las portadas que pueden admirarse a la izquierda. Las dos podrían ser material para un seminario o clase práctica de comunicación política, en concreto de semiótica de la imagen o de iconografía política. Su análisis formal y de contenido da mucho juego.

Desde el punto de vista técnico las dos son malísimas. Están mal encuadradas, mal compuestas y el montaje es rudimentario. Los portadistas no utilizan photoshop o lo hacen muy mal. O quizá la mala factura del conjunto sea un efecto querido. La propaganda de guerra probablemente sea más eficaz cuanto más primitiva. Quién sabe.

Porque lo interesante de ambas imagen es su contenido, su mensaje, encuadrable en el concepto de propaganda de guerra. De guerra de muy baja intensidad, pero guerra. Los dos colores predominantes son el rojo y el negro, los dos elementos de la guerra, el fuego y la muerte. En la portada de La Razón, un adusto y conminativo Margallo levanta un índice admonitorio tribunicio, consular, cesáreo incluso. En la del ABC, una taimada Kirchner vela su gesto tras un abanico, calibrando la brava entrada de Saéz de Santamaría, mezcla de Juana de Arco y Príncipe Valiente, ligeramente sobredimensionada en un favorecedor primer plano.

El mensaje es evidente: he aquí un conflicto que el gobierno está dispuesto a resolver por las buenas o por las malas. Pero si de guerra se trata, cosa imposible ya que ninguno de los dos países tiene capacidad militar para hacerla ni la comunidad internacional se lo permitiría, si de guerra se trata, digo, los personajes de las portadas están mal escogidos, aunque solo sea por razones de protocolo. Del lado de la Argentina aparece la presidenta de la República, mientras que del lado de España aparecen la vicepresidenta del gobierno y el ministro de Exteriores, cuando debiera hacerlo Rajoy. En la casa de ABC, Kirchner podría decir a Sáez de Santamaría que ella no habla con segundonas y en el del malencarado ministro algo parecido. Las portadas, pues, se desinflan en su exaltado patriotismo bien por un error de protocolo bien porque respondan a la inveterada costumbre de Rajoy de escurrir el bulto allí donde hay jaleo y mandar a dar la cara, si acaso, a sus colaboradores o pretorian@s.

En cuanto empiezan a batir los tambores del patriotismo (no sé si lo he soñado o en algún lugar he leído que el primerizo Margallo ha dicho algo sobre Gibraltar) me asalta el recuerdo del Dr. Johnson, al decir de Boswell: el patriotismo es el último refugio de un canalla, y también el de Ambrose Bierce en su Diccionario del diablo, cuando comenta el apotegma de Johnson y lo corrige diciendo que, en realidad el patriotismo es el primer refugio de un canalla. A lo que vamos: propaganda de guerra en ambos casos en defensa de los intereses de una compañía multinacional que se supone española. Y propaganda bastante mala. Pero esto es indiferente porque lo importante de estas portadas no es lo que dicen o reflejan, sino lo que callan u ocultan. Por eso, para que no se oiga lo callado ni se vea lo oculto, cuanto más feas, chillonas y llamativas sean las portadas, mejor.

¿Y qué es lo callado y oculto? Obviamente la noticia de que los mercados volvían a la carga contra España, a pesar de la obsequiosidad del gobierno y de la batería de reformas, recortes, ajustes, etc. La noticia era que la prima de riesgo volvía a escalar a los 424 puntos básicos, que la bolsa se daba el mayor batacazo del año y que el Ibex perdía un 3,58 por ciento, bajando al nivel de 7.250,60. Esa era la noticia que había que ocultar como fuera, por lo cual va muy bien algún pretexto para batir tambores de guerra. ¡Y contra la Argentina! ¡Recordad las Malvinas! Remember the Falklands!. Efectivamente, se hace ver que Kirchner utiliza el conflicto para escamotear otros problemas nacionales cuando esa es precisamente la intención del gobierno español: ponerse a dar gritos patrióticos a través de sus medios para ocultar el desastre de su gestión en la estabilidad de la deuda, la desactivación de los mercados, la recuperación de la confianza. No hay tal y ahora el gobierno afronta otro fin de semana de nervios desatados, a ver cómo abren los mercados el lunes. Es de esperar que en estas tensas 48 horas, Rajoy no vuelva a perder los nervios y anuncie el domingo por la tarde algún otro recorte propiciatorio, como el pueblerino que lleva un jamón al abogado.

¡Gran verdad lo de que nadie es profeta en su tierra! Y en el caso de Rajoy, tampoco en la ajena.