dimarts, 14 d’agost del 2012

Catástrofes humanas.

Palinuro sostiene que no hay "catástrofes naturales" sino que todas son humanas. Cuando no tienen repercusiones negativas para los hombres tampoco son catástrofes sino fenómenos de la naturaleza. Cuando las tienen, siempre es por causas humanas, por falta de prevención, lentitud en la respuesta, errores de evaluación, descoordinación, ineficacia y grandes desigualdades sociales. En efecto, el mismo terremoto no causa los mismos daños en toda la ciudad; lo más probable es que los barrios pobres salgan peor parados porque los materiales de construcción son de peor calidad. ¿Por qué las casas de los ricos están en zonas seguras mientras los pobres se hacinan en el cauce de una torrentera, por donde un buen día puede venir una riada?
Las catástrofes son humanas. Ese incendio de Alicante en el que han muerto dos brigadistas parece haberse producido de un modo fortuito, al abrir un conductor el capó del coche y salir de este una llamarada que prendió de inmediato en la vegetación. Supongo que podría haberle pasado a cualquiera, aunque siempre se podrá argumentar que hubo negligencia en el mantenimiento del vehículo. Si algún culpable hay que buscar, probablemente el responsable de la vegetación en la zona aunque en este secarral de España, con 44º, arden hasta las fuentes.
Estos incendios descomunales tienen algo de bíblico. Me extraña no haber leído hasta la fecha ninguna interpretación en el modelo de Sodoma y Gomorra o arrepentíos, pecadores. Todo se andará, supongo. El incendio de La Gomera es otro desastre que, aun sin víctimas mortales, es ya una tragedia para miles de personas, muchas de ellas evacuadas de sus casas y habiéndolo perdido todo. Hay en La Gomera un factor añadido, el carácter insular, y de ínsula pequeña, pues su diámetro es de unos 22 km, algo así como la distancia de Madrid a Alcalá de Henares. Tiene unos 20.000 habitantes. El fuego ha arrasado ya el 11% de la isla y obligado a evacuar el 10% de la población. Una investigación determinará los daños y los fallos humanos que parece haberlos habido, el primero de todos, la insuficiencia de medios técnicos contra incendios en la isla. Pero eso lo dirá el informe de la investigación.
Lo que no está libre de reproche ya mismo es el insultante comportamiento del ministro de Medio Ambiente. Verlo en los toros mientras el país ardía y sus hombres morían abrasados subleva el ánimo de cualquier persona de bien. Parece que Arias Cañete proyecta acudir al funeral de los dos brigadistas, a imponerles no sé qué medalla. Que vaya protegido porque los ánimos están más quemados que los cuerpos de las dos víctimas y alguien puede partirle la cara por figura. Palinuro iría a la imposición de medallas como ministro dimisionario, pero no todo el mundo piensa y actúa igual.
Tratando de justificarse, Arias Cañete achaca su presencia en el tendido real del coso al cumplimiento de una orden emanada de la vicepresidencia del gobierno. Al margen de que las órdenes deben desobedecerse por razones de conciencia cuando sean injustas, cabe preguntarse por las consideraciones en función de las cuales se impartió esta. ¿Advirtió Arias Cañete a la vicepresidenta de la situación en La Gomera? ¿La conocía él mismo? La vicepresidenta, ¿estaba informada de antemano? ¿Por qué se decidió por la corrida de toros, sabiendo además lo controvertido de este espectáculo? Si esto es así, si la vicepresidenta decidió dar prioridad a los toros (por razones ideológicas, me malicio) por delante del destrozo de la vida de miles de ciudadanos, podría aquella acompañar al ministro en dirección a la puerta de salida a la calle.
Pero, claro, los dos mencionados son meros alfiles de su jefe, el estratega Rajoy, que ayer envió un telegrama de condolencia por el fallecimiento de los dos brigadistas. Tienen que morir dos hombres para que el veraneante Rajoy envíe ¡un telegrama! Un texto probablemente a la altura de su categoría humana; algo así como: "Profundamente conmovido pérdida dos valiosas vidas humanas. Envío a Cañete con medalla".
La otra catástrofe humana de la portada de El País atañe al aborto. Que sea Ollero, exdiputado del PP, miembro de la prelatura personal del Opus Dei (según Palinuro, una secta) quien haya de redactar el fallo del Tribunal Constitucional en el recurso del PP contra la Ley del aborto hace temer lo peor. Ollero es antiabortista militante hace ya más de veinticinco años. Pero eso no lo lleva a inhibirse de la tarea, sino al contrario, lo cual demuestra el alto grado de militancia del ponente.
El ataque al concepto del aborto como un derecho de la mujer no ceja ni un instante, pues es fundamental en la dogmática católica. Que sea esta la que rija para el conjunto de la sociedad es un disparate propio de sectarios. El antiabortismo de la iglesia es absoluto: las mujeres no pueden abortar ni en caso de violación. Y ese es el espíritu del ponente. Así que la catástrofe que se cierne sobre las mujeres es humana, muy humana, demasiado humana.
Queda por preguntar el porqué de esa cerrada oposición eclesiástica al aborto. No se me ocurre otra respuesta que la misoginia. La mujer, la descendiente de Eva, es un ser inferior, dependiente, no enteramente racional, nada de fiar, proclive al yerro, al que hay que tutelar, sin dejarle adoptar decisión importante alguna ni siquiera la que afecte más directamente a su vida. Las logomaquias para cohonestar esta visión profundamente misógina con la moda contemporánea de la igualdad de géneros carecen de interés; son puro cuento cuya falsedad se descubre comparando dichos y hechos. Y por si alguien cree que de verdad la iglesia considera intocable el derecho a la vida del feto, piense en cuál sería su criterio sobre el aborto si fueran los hombres quienes parieran.
No obstante, esta actitud retrógrada se reviste de todo tipo de consideraciones metafísicas y pretendidamente científicas al mismo tiempo, para responder en todos los frentes. Y, sin embargo, el asunto es muy sencillo: se trata de saber qué prevalece en nuestra decisión, si el beneficio del aún nonacido en detrimento de la madre o el de la madre en detrimento del aún nonacido. La derecha argumenta que el feto tiene derechos y que estos prevalecen sobre los de la madre. En la izquierda argumentamos que, en efecto, el feto tiene derechos (por ejemplo, a que se le atienda correctamente a través de la gestante y se le cuide), pero no prevalecen sobre los de la madre. La derecha quiere proteger un bien futurible y, por tanto, hipotético. La izquierda quiere proteger un bien presente, real, supremo para su poseedora. Para la derecha todos los seres humanos tienen que acatar los designios de su dios. Para la izquierda los seres humanos son autónomos y ninguno tiene el derecho de imponer a los demás su fe y sus dogmas.
Añádase a esto que los partidarios del aborto no interfieren en la vida de los antiabortistas, no los obligan a abortar, mientras que la derecha sí interfiere en la vida privada de la gente, impidéndole el ejercicio de lo que para Palinuro es un derecho de la mujer: el de gestar o no.
En definitiva, ganas de perder el tiempo pues, en lo tocante al aborto, está todo dicho.