dilluns, 22 d’octubre del 2012

En el fondo del pozo.

Los análisis electorales que empiezan por juzgar la voluntad del electorado carecen de sentido. La gente vota lo que quiere y punto pelota. Lo que hay que analizar es lo que dicen quienes piden el voto antes y después del resultado. Por ejemplo, en Galicia, ¿cómo va a votar la gente la versión local del desastre del gobierno del Estado? Pues lo ha hecho y Feijóo suma escaños. Pero no votos; al contrario, los pierde. Aun así, el 45,72% no está nada mal. La pregunta suscita otra pregunta: ¿tenían los gallegos algo distinto que votar? ¿Cuál era la oferta del PSdeG? ¿Y la de la otra izquierda? ¿Tenían visibilidad? He leído en Twitter que Rubalcaba se queja de que el PSOE no tiene medios de comunicación. Es verdad. No tiene nada. Pero es que tampoco tiene alternativa que comunicar y ese es el problema.
Resultado provisional: las elecciones las ha perdido el PSOE. A este lado del abanico, las ha perdido la izquierda. Pero, por la acrisolada costumbre de entender las cosas en el contexto de su subcultura, la izquierda llamada más radical celebra como una victoria los nueve flamantes escaños de Beiras et tutti quanti; es decir, sigue en la inopia, envuelta en el eco de una fraseología revolucionaria huera, como quedará de manifiesto cuando se vea que esos 9 diputados, a su vez, son una especie de grupo mixto. El nacionalismo, por su lado, se desinfla perdiendo cinco escaños lo que demuestra la repercusión que su discurso tiene entre los votantes, y el que se da el batacazo es el PSOE, que pierde siete diputados.
Las elecciones, hay que insistir, las ha perdido el PSOE y también lo ha hecho estrepitosamente en el País Vasco, al ceder nueve escaños y quedar en tercer lugar. El resultado probablemente es injusto con el gran deseo que Patxi López tenia de salir bien parado de sus años en la Lehendakaritza y quizá también pueda verse injusto para los dos partidos que han protagonizado el fin del terrorismo en el País Vasco. Pero es el resultado y extraordinariamente malo para el PSE/PSOE.
El secretario de organización del PSOE ha salido limpiándose el sudor de la frente a decir que Rubalcaba no tiene intención de dimitir y que la dirección actual posee un mandato de cuatro años otorgado por un congreso hace ocho meses. Exactamente ese es el problema, los ocho meses que ha tenido el PSOE para hacerse visible como oposición, esgrimiendo una alternativa verosímil. En lugar de esto el dicho secretario promete que el partido seguirá haciendo oposición responsable, como hasta ahora. Es decir, piensa seguir sin hacer oposición y sin enterarse de la que la calle está haciendo.
Hay una opinión extendida según la cual los gobernantes están obligados a rendir cuentas de sus actos, pero no tanto la oposición. Es algo absurdo. La oposición quiere ser gobierno y está tan obligada a la rendición de cuentas como este. La idea de que la estrategia y la táctica del partido las fija la dirección y sus allegados sin dar cuentas a nadie es inaceptable. Sobre todo porque se pide el voto. Los resultados del partido, sus errores o insuficiencias importan tanto a los votantes como a los militantes y los directivos.
La actual dirección del PSOE llama oposición responsable a una oposición que no es tal, de un partido que apenas es visible en el debate político, carente de iniciativas y con un discurso confuso en materia de organización territorial del Estado, que es asunto sensible. Desde que el PSOE decidió, hace ya algunas fechas, dejar de ofrecer entendimiento y política de pactos de Estado, el problema es que ha dejado de ofrecer también todo lo demás. Ha enmudecido.
Rubalcaba es hombre conservador. Ha eliminado el cariz republicano del PSOE y lo ha arrimado a la dinastía y ha afirmado la voluntad unitaria del Estado con un recurso pro forma al federalismo. Convertido en un partido dinástico, inmerso en las instituciones, el PSOE se mantiene al margen de las corrientes protestatarias de la calle, cuando no las condena sin más y pierde apoyos a chorros en todas partes.
Y no se trata solamente de cierto talante moderado, pactista que se proyectara como una sombra zapateril sobre Rubalcaba. Se trata de que, instalado en las instituciones, el PSOE ha perdido la sensibilidad para escuchar la opinión de la calle y sintetizarla luego en propuestas que tengan apoyo social. Se ha convertido en una maquinaria pesada de intereses, influencias, fracciones, espíritus, almas, sensibilidades o como quieran llamarlas. Es un lugar en donde se pactan las composiciones de los órganos, se negocian listas electorales, se intercambian puestos y se formulan lealtades, generalmente personales. Un lugar en donde abunda más de la cuenta la fidelidad al jefe antes que la militancia crítica, la formulación de doctrina legitimatoria antes que las propuestas innovadoras y de riesgo y donde unos cuantos ideólogos que forman una especie de élite pensante de escaso pensamiento se reparten los puestos y cargos en una mezcla de iniciativas, órganos, fundaciones en los que elaboran la doctrina que complace al poder de turno, hoy más cuestionado que nunca.
Esa inercia es la que hay que romper, la que ofrecen los cargos del partido, los de elección en las instituciones y los promovidos a posiciones de poder por su capacidad para la intriga. Es muy difícil; pero hay que romperla. El PSOE tiene que refundarse con un programa claramente socialdemócrata y llegar a un entendimiento con las demás izquierdas. Es el fraccionamiento y la falta de definición de la izquierda las que la llevan a la derrota. Como es la unidad la que lleva a la derecha a la victoria. 
Incidentalmente, los otros dos partidos de la derecha, UPyD y Sociedad Civil y Democracia, han obtenido unos resultados ridículos: el 1,48% UPyD y el 1,1% el partido de Mario Conde. Dado el mayor fraccionamiento de la cámara vasca, UPyD, con el 1,94% del voto, conserva su diputado. Un resultado menos que mediocre si tenemos en cuenta que El Mundo, siempre tan acertado en sus previsiones, pidió el voto para el partido de Rosa Díez.
No es triunfo de la derecha ni mucho menos. En las desastrosas condiciones actuales parece como si la gente hubiera votado lo único visible, por repulsivo que sea. Es una derrota de la izquierda y, más en concreto, un trecho más en la agónica carrera del PSOE hacia la irrelevancia política.
La lectura de lo sucedido en el País Vasco tiene matices propios, sobre todo al hablar de izquierda y requerirá análisis aparte, pero aparece vinculado al caso gallego por el elemento común de que también aquí el castigado haya sido el PSOE.