dimarts, 28 de maig del 2013

La responsabilidad de la izquierda.


Dice Alfonso Guerra en la presentación de la tercera entrega de sus memorias que Rajoy es bastante dormilón y el día en que ganó las elecciones se quedó dormido y nadie se lo ha dicho. Pues menos mal porque, si llega a despertarse, no deja de España ni la eñe que tanto le gusta. Dudo de que haya otro gobierno en Europa que haya hecho más desaguisados y tropelías (él los llama "reformas" y "sacrificios") en menos tiempo. El arma del Decreto-ley con mayoría parlamentaria absoluta tiene la fuerza de un bull-dozer, que todo lo tritura. En un año y medio ha dejado a los trabajadores sin derechos, a los parados sin subsidios, a los dependientes sin atención, a los jóvenes e inmigrantes sin cobertura sanitaria, a los estudiantes de todos los niveles sin educación pública gratuita, a los usuarios sin sanidad pública, a los justiciables sin justicia y ahora se apresta a dejar a los jubilados sin pensiones. No es exagerado decir que en un año y medio el PP ha desmantelado el enteco Estado del bienestar que tenían los españoles. En un año y medio ha dado cumplimiento a su programa, el de verdad, el que tenía oculto mientras prometía aplicar el contrario. Si eso es estar dormido...

Me pregunto si quienes hicieron lo posible por perder las elecciones al grito de PSOE y PP la misma mierda es siguen diciéndolo. Sospecho que muchos lo harán, argumentando que, sin duda, el PSOE hubiera aplicado las mismas medidas, como lo prueba el infausto acuerdo de mayo de 2010 de reformar la Constitución. Me parece un punto de vista alicorto. No obstante, concedo que en su última legislatura el PSOE y Zapatero especialmente lo hicieron tan mal que parecían dar la razón al mentado dicho y quizá se merecieran el palo que recibieron. Lo malo es que ese palo castigó la espalda de todo el pueblo.

Tiempo habrá de hablar de esto. Pero ahora es el pasado y vivimos en un presente que exige nuevas ideas, nuevas propuestas. Nuestro mundo, el mundo de ayer, el de hace diez años, el de veinte, ha saltado en pedazos ante el ataque de esta derecha que, aprovechando la tremenda crisis/estafa del capital, la postración de España, el fracaso de anterior gobierno socialista y lo rotundo de su victoria en las urnas, no solo está aplicando el programa máximo neoliberal sino también el neoconservador que en España son lo mismo. Además de empobrecer a la sociedad, el gobierno trata de manipularla mediáticamente, sojuzgarla en lo moral, centralizarla en lo territorial, arrebatarle sus derechos y reprimirla autoritariamente cuando quiere ejercerlos. No es que haya roto los "consensos básicos" de la transición, como denuncia Rubalcaba. Es que ha puesto en marcha un verdadera revolución, una revolución involucionista.

Y a esto, a esta situación de alarma, a esta agresión debe hacer frente la izquierda. Es su responsabilidad. No es aceptable proyecto alguno que admita perder las próximas elecciones generales porque, si eso sucede, la izquierda desaparecerá por largo tiempo. Debe aprender de la derecha, que centra todos sus esfuerzos en ganar las elecciones para lo cual sabe que lo decisivo es mantener la unidad. La unidad. El talón de Aquiles de la izquierda. La situación es insostenible. La izquierda no puede perder, pero solo la unidad garantiza el triunfo. La unidad es hoy un inexcusable mandato racional y, por tanto, moral.

Pero hay que ser realistas. Unidad ¿cuándo y cómo? No necesariamente en las próximas elecciones europeas. Al contrario, estas pueden ser una buena ocasión para calibrar el apoyo popular real a cada una de las opciones que se presenten por separado. Pero, a partir de ese momento, con esos datos firmes, es preciso sentarse a formular una oferta unitaria de la izquierda que a) frene el ataque de la derecha y b) restaure los amplios sectores sociales perjudicados en la situación ex ante.

En el fondo, el propósito es bien simple. Al margen de otras consideraciones -que puedan ser objeto de acuerdos de diversos tipos- ese programa común de la izquierda debe tener un punto primero consistente en la promesa firme de devolver a los trabajador@s sus derechos, a l@s pensionistas sus pensiones y a toda la población lo que se le ha arrebatado en este aciago año y medio. La justificación es muy sencilla y debe explicarse con claridad señalando cómo, igual que quienes declaran las guerras no van a ellas, quienes recortan los ingresos de los demás no reducen los suyos sino que los aumentan; quienes merman los ahorros ajenos no reducen los propios; quienes escamotean las pensiones del prójimo, blindan y engordan las suyas.

Hay dos vías para la unidad: el programa común de los dos partidos mayoritarios (y los que quieran sumarse) y el frente amplio que englobe a la mayor cantidad de formaciones de izquierda, los dos partidos grandes, los más pequeños, los movimientos reivindicativos, las iniciativas sociales, los foros, las plataformas, etc. Ambas tienen ventajas e inconvenientes: el programa común es más concreto y factible, pero quizá menos ambicioso y más proclive a los parches, acuerdos y cesiones institucionales. El frente amplio tendrá más alcance, será más radical, afectará más a cuestiones de reforma constitucional, pero será más difícil de gestionar y más sensible a la acusación de ser un confuso batiburrillo.

Son los políticos, los dirigentes, los militantes, los que deben debatir este asunto y pronunciarse por la forma que sea más eficaz. Me atrevo a decir que, en las circunstancias actuales, ante el ataque de la derecha, con lo que nos estamos jugando, nadie entenderá que no haya ni siquiera un intento de ofrecer un programa común a un electorado de izquierda que quizá sea mucho menos sectario que sus representantes.

(La imagen es una reproducción de la obra de Giusseppe Pellizza da Volpedo, titulada el cuarto estado,  (1920), que se encuentra en  Wikimedia Commons, en el dominio público).