dimecres, 5 de juny del 2013

España, en pie de escrache.


¡La que se puede armar con un gesto! No hay mayor desprecio que no hacer aprecio. Esos estudiantes, los mejores, que se han negado a estrechar la mano del ministro Wert, estaban ayer en todas las portadas de los medios y movían olas de pasiones en las redes. ¡Qué ironía y cómo habrá dolido en su orgullo, que es inmenso, al afectado que algunos de los excelentes se nieguen a dar la mano al ministro peor valorado del gobierno! Sospecho que al peor valorado de todos los ministros de Educación del país desde 1978. Quizá de todos los ministros a secas. Hay aquí un símbolo poderoso. Dejemos a los todólogos de las tertulias la tarea de dilucidar su alcance. Al fin y al cabo, se reúnen no para debatir sino para insultar. El insulto es una forma de juzgar por la vía rápida pero solo interesante para los el gremio. Aquí nos concentraremos en dos puntos del hecho, considerándolo como categoría y en sí mismo.

Como categoría está muy clara. La movilización social creciente se materializa, entre otras formas, en escraches a todas horas y en todos los lugares. Apenas hay casos en que los gobernantes aparezcan en público y no se lleven su ración de pitidos, abucheos e improperios. Son grupos, pero muy sonoros y visibles y multiplican su acción a través de los medios, con lo que sirven de información, ejemplo e incentivo. La alternativa sería censurar las informaciones y a ella se ha recurrido en alguna ocasión, sobre todo en los medios públicos gubernamentales. Pero viene a ser peor el remedio que la enfermedad. A Cospedal suelen increparla, llamándola de todo; y a Rita Barberá; y a Camps. El público pita a los Príncipes de Asturias y hace escraches siempre que puede a Rajoy, es decir, siempre que este no aparece en plasma. Mato, Báñez, Gallardón pueden dar fe de lo mismo, hasta el punto de que seguramente pensarán que hay una conspiración contra ellos. Esto aparte de que ya no se respeta nada y estamos incurriendo en el libertinaje. Precisamente el ministro Wert, el antiguo tertuliano "moderado" hoy lider visionario de la extrema derecha nacionalcatólica, colecciona ya un amplio historial de desplantes, así como una intensa movilización de sus administrados en todos los órdenes: profes, alumnos, padres.

Y ahí le duele epecialmente, en el ámbito académico. La oposición masiva a los designios ministeriales ha acabado forzando al responsable a confesar sus móviles reales y tiene pinta de poner en entredicho toda su obra legislativa, auténticamente arrasadora de la enseñanza pública. En efecto, Wert inició su tarea pretextando la legalidad vigente (aunque tuviera que ir a buscarla a la UNESCO), así como criterios racionales, positivos, empíricos, en último término científicos. Pretextar que la ciencia manda eliminar la Educación para la ciudadanía por ser "ideológica" y reimplantar la enseñanza de la religión como materia obligatoria curricular es verdaderamente absurdo. Pero el ministro, muy a tono con otros acreditados intérpretes del saber científico, como los obispos, lo hacía. En esto se parece mucho a su colega Gallardón, quien ampara sus designios reaccionarios en fraseología emancipadora, como cuando justifica su inquina al aborto como un derecho en su preocupación "por el más débil".

Pero en el caso de Wert, el absceso ha reventado y el ministro reconoce ahora que su ley tiene aspectos ideológicos en los que puede haber diferencias. Ideología por ideología, obviamente la del ministro ha de ser mejor porque es el que manda. Y punto. Ignoro qué interpretación querrá usar del difuso concepto de "ideología". Por mi parte, entiendo que se trata de puro partidismo, del partido nacionalcatólico, el más fuerte de la derecha española, apoyado por la Iglesia. Pero, aunque no fuera esto, la afirmación de Wert es lógicamente inaceptable. Al decir que puede haber "diferencias", relativiza la ideología. Y, si es así, ¿por qué suprimió la (supuesta) de Educación para la ciudadanía? No hay criterio racional alguno, solo hay una imposición, un acto de fe, un "quítate tú que me pongo yo", una arbitrariedad que el propio ministro debería corregir si quiere que lo tomen en serio.

Porque, en último término, también hay que pensar en los perjudicados por esta obcecación ideológica: los estudiantes, a quienes habrá que someter a una nueva reforma legislativa de la educación en España que llegará cuando se haga la razón y se comprenda el absurdo de la enseñanza evaluable de la religión en las escuelas de un Estado no confesional.