dissabte, 17 d’agost del 2013

Confidencias de un lobo de mar.


La otra noche, Palinuro fijó el rumbo según la polar, amarró el timón y se me sentó al lado, cabe la amura de babor, que es por donde de día vemos el África, y me dijo:

"¿Sabes, Eneas? Vengo a contarte una visión que he tenido, ahora que nos acercamos al fin de nuestro viaje y sé que voy a morir porque lo ha dicho Virgilio que incluso irá a visitarme al reino de los muertos y no enterrados. En fin. No, no me compadezcas. Te digo que estoy contentísimo. Me siento como Moisés: os llevo a la tierra prometida, pero yo no la piso o, si la piso, perezco. No está mal. Bueno, la verdad es que tu madre podía haberle pedido a Neptuno que aceptara el sacrificio de... no sé, de un ciervo, en lugar del piloto, precisamente el piloto de la nave en donde se salvará su hijo. ¡Cómo son las mujeres! Sobre todo, las madres ajenas. ¡Qué va, hombre! No es un comentario machista. ¿Machista yo con Venus? Pero, además, no te extrañe: este viaje me ha curtido, me ha convertido en un viejo lobo de mar al que yo, a fuer de ambicioso, complemento con ser lobo de las estepas, o sea, lobo solitario. Ya lo era allá en nuestra infeliz patria que hoy ¡oh, dioses! yace en ruinas y brasas humeantes esperando que el paso de los siglos oculte su memoria y desaparezca del normal comercio de los vivos, como si solo fuera leyenda, hasta que un dependiente de botica alemán, grande entre los grandes, la saque a la luz. Y allí volvemos todos a vivir el esplendor de la orgullosa Ilión, señora de Frigia. Allí sus sólidas murallas, sus amplias calles que parecen empedradas en oro, allí las caravanas que vienen de Oriente y embarcan especias, maderas nobles, sedas, camino de Grecia, la gran flota mercatil, la lujosa corte con los cincuenta hijos de Príamo y sus otras tantas (no es seguro) hijas, allí la venerable Hécuba, el glorioso Héctor, la terrible Casandra, el atolondrado París a quien tu madre otorgó la mujer más bella de la tierra como si fuera un concurso de mises. Y allí también la discordia, el enfrentamiento, sobre todo desde la llegada de Helena, la división de la corte entre el bando del rey, cada vez más hundido y apagado en medio de la corrupción, la orgía, el dispendio. La corte es un desastre y todo el mundo se dedica al pillaje. Las ciudades tributarias se soliviantan y reclaman la independencia, las colonias se ponen en pie de guerra y del extranjero llegan noticias de que los griegos están preparando una flota al mando de Agamenón que traerá a Aquiles al frente de sus mirmidones. Y el bando tradicional, el de la defensa, está compuesto por Héctor y un puñado de guerreros porque todos los demás viven en el más absoluto desorden de las costumbres, se roban unos a otros con todo descaro, se mienten como bellacos, se ríen de los pobres y los débiles. Pues ya me contarás. No, no, no me cuentes que ya se sé el cuento de que tú estás destinado a vengar aquella afrenta y blabla. Pero los muertos no volverán. Y tu padre, Anquises, pudo haber puesto orden en aquel caos de hundimiento en lugar de andar retozando con las diosas. Además, Príamo era el más corrupto de la casa, el que los tenía a todos comprados a través del caballo de madera que le metió Ulises el de las mil estratagemas. Bárdenas se llamaba el caballo, como Bucéfalo el de Alejandro y, aunque menos belicoso, tenía otras habilidades. Poseía una inagotable bolsa de talentos y sufragaba lo que hiciera falta: un viaje de ensueño al Helesponto, unos criados nubios ideales para organizar la fiesta de cumpleaños de los nenes, una consulta gratis total al oráculo de Delfos, a saber lo que nos deparará el destino, un escarabajo de ónice de un saqueo de una tumba egipcia o entradas gratis a los juegos. Siempre había dineros para todo. Eran dineros criminales, dados por los mercaderes fenicios, unos pájaros, o los aqueos, unos piratas, para corromper a las autoridades troyanas. A tu familia, vaya, que érais una manga de inútiles todo el día tocando el caramillo, excepto Héctor y algún otro. El caballo Bárdenas destruyó Troya. El caballo y el pueblo troyano que pasó de ser una comunidad ciudadana orgullosa de sus derechos a ser un rebaño de súbditos acobardados y apaleados por el partido de la oligarquía que sostenía el trono de aquel Príamo que ni andar sin muletas podía, pero sí contaba con bandas de matones a sueldo a los que llamaban las NNII o Nuevas Iliones. Al final, Príamo, cobarde como era, en lugar de dar la cara y entregar a la princesa extranjera que solo había traído la corrupción y la discordia, despachó su última defensa, el bravo Héctor, tu hermano. Traicionado por Atenea, que odia a los troyanos, lo convierte en una recia moza manchega más bien tirando a Aldonza Lorenzo que a Dulcinea conocida como Dueña dolorida, en efecto último bastión del acorralado Príamo a quien ya llaman a declarar por sus múltiples fechorías. Y la dueña perece en desigual batalla pero dejando claro que toda la responsabilidad es del Rey, falso, perjuro, engañador. Hoy todo el mundo espera que el hijo de Laomedón salga al ágora y dé públicas explicaciones de sus contubernios, al lado de los cuales los de los Atreidas son los idilios del Rey. Sí, ya sé que es contar historia que se sabe. Bueno, es la única que se puede contar porque la que no se sabe resulta difícil. Además, al contarla se aprecian matices nuevos. Por ejemplo, ¿tú qué hiciste durante los años de la corrupción, la crisis, la disgregación territorial, las amenazas del extranjero, previos al hundimiento final por el cual ¡oh Zeus justiciero! así nos vemos? ¿Qué hiciste además de predicar que había que dar la vida por la patria? Nada, supongo, como miembro de la casa real, de la oligarquía; nada: montar a caballo, correrte farras, ponerte ciego de substancias prohibidas y robar el oro de los templos. No, no me contestes. Era así. Lo sabíamos todos. Yo, al contrario, me dedicaba a animar a la oposición, a los mercaderes, los artesanos, los campesinos, los ganaderos. Al pueblo, vamos. Pero era inútil. El pueblo estaba al cabo de la calle. Dividido en cuatrocientas corrientes todas en posesión de la verdad y todas insultándose mutuamente por no darse cuenta de que la única verdad es la nuestra o sea, la nuestra, quiero decir, la nuestra; bueno, se entiende, ¿verdad? Y el lobo solitario va de aprisco en aprisco, en donde estos lobatos tienen arracimadas a sus ovejas que les balan agradecidas. Sabe el lobo que no corre peligro ni él lo representa, así que se mueve con libertad. Y hay apriscos y apriscos. Los hay con murallas y torres almenadas desde donde se dispara a todo lo que se mueve, los hay como santuarios apartados en donde todos se quieren mucho, ignoran lo que sucede fuera, pero conocen el porvenir, y los hay como los puertos de Tiro y Sidón, en donde entra quien quiere cuando quiere y se va cuando le da la gana. Los de las torres quieren derribar la oligarquía y substituirla por un gobierno de esclavos, metecos y ciudadanos libres. Los de la comunidad pretenden que la gente les siga por un camino que desconocen; que desconocen los guías. Los de los puertos solo quieren vivir y dejar vivir y que todos piquemos un poco y no solo los priámidas y su corte de mangantes y sinvergüenzas. Todos quieren ser mayoría. Están tan convencidos de lo que dicen que no entienden por qué los ciudadanos no besamos el suelo que pisan. A lo mejor, ni lo pisan. El lobo solitario, querido Eneas, sigue sin manada."

(La imagen, un grabado de Wilhelm Gmelin titulado "El cenotafio de Palinuro" (1819), es de Wikimedia.org en el dominio público).