diumenge, 22 de setembre del 2013

El nacionalismo catalán según Cercas y Vargas Llosa.


Vargas Llosa publica hoy un artículo en El País en contra del independentismo catalán tan repleto de lugares comunes como de ideología. Toma pie el ilustre novelista en otro anterior de Javier Cercas en contra del derecho a decidir, cuyos argumentos hace suyos sin dudarlo, al tiempo que dice del autor que es “tan buen novelista como comentarista político.” Seguramente; pero, desde luego, no es su caso.
 
El artículo de Cercas contiene una falacia que lo desautoriza. En tono positivista afirma que “en una democracia, la libertad no supone que un ciudadano pueda ejercerla sin tener en cuenta las leyes que la enmarcan y decidir, por ejemplo, que tiene derecho a transgredir todos los semáforos rojos”. Ese será siempre el punto de vista del poder; de cualquier poder. Pero no el del desobediente por razones de conciencia, por quien Cercas debiera mostrar más comprensión de no estar cegado por su nacionalismo español.

De paso, esta idea de que, a veces, las razones de conciencia estén por encima de la obediencia a ley, a lo mejor hace ver a Vargas Llosa el motivo por el que Mas compara “su campaña soberanista con la lucha por los derechos civiles de Martin Luther King en los Estados Unidos sin que sus partidarios se le rían en la cara.” Si no lo entiende, le invito a interpretar en la misma clave el hecho de que los nacionalistas españoles (subespecie misteriosamente ausente en los discursos de Cercas y Vargas Llosa) comparen a su vez a Mas y a sus seguidores y amigos con los nazis y con Hitler. Y conste que no quiero hacer más sangre recordando cómo el nazismo, entre otras monstruosidades, fue partero de la España que, evolucionando felizmente, ha llegado hasta aquí.
 
No ignoro que la proclama de Mas pueda ser instrumental y falsa y que el president, en el fondo, vaya a lo suyo. Pero su intención subjetiva no desdice del fondo de la cuestión de que la vida será una ñorda si no se atiende al hecho de a veces hay quien invoca razones de conciencia para no obedecer la ley y arrostra las consecuencias del incumplimiento. La desobediencia civil, vamos, por si no estaba claro. Cercas y Vargas Llosa harán lo que quieran; a mi modesto entender, esa es una posición muy respetable y, mediando ciertas cautelas de sinceridad, extensión, apoyo social, sumamente atendible. Es muy sencillo: el orden jurídico no puede admitir desobediencia a la ley por razones de conciencia; pero la desobediencia por razones de conciencia se da a pesar de todo y, muchas veces, obliga al orden jurídico a cambiar. Si no fuera por esto, el ordenamiento actual sería el de las XII Tablas, la India seguiría siendo inglesa y un negro no podría ser presidente de los Estados Unidos.

Pero vamos a la falacia de Cercas. Dice este –y aplaude Vargas- que, si los secesionistas catalanes están tan seguros, los partidos políticos deben aclarar “su postura sobre la independencia en la próxima consulta electoral” en la presunción de que obtendrían magro respaldo electoral. Por desgracia, los partidos someten a consulta lo que quieren, no lo que desea Cercas. En concreto, sometieron a consulta el “dret a decidir”, y el resultado fue un apoyo muy mayoritario a algo que, según Cercas, no existe porque él no ha leído a nadie a favor ni lo ha encontrado en texto alguno de derecho positivo. Lo primero se resuelve con facilidad ampliando lecturas; lo segundo recordando que ningún texto legal puede admitir expresamente el derecho a la desobediencia y que, a pesar de todo, la desobediencia se da y hasta estoy seguro de que en alguna ocasión de su vida, Cercas ha simpatizado con ella. La falacia es la de siempre y, la verdad, aburre un poco resaltarla de nuevo: la equiparación “derecho a decidir” e independencia no es justa. Somos muchos los partidarios del derecho a decidir… lo que nos parezca. Entre otras cosas, la no independencia.

Ve Cercas en Cataluña el perverso funcionamiento de la espiral del silencio y lo subraya Vargas adobándolo con una anécdota del abuelo Cebolleta con su experiencia en la Barcelona de los años 70, cuando no había pasado nada de lo que después ha pasado. No perdamos más tiempo, señores, la espiral del silencio está en los dos lados del comportamiento colectivo, el españolista y el catalanista, depende de los momentos y los lugares. No hay que hacer trampas con los argumentos.

Podríamos quedarnos aquí y ya sería suficiente pero, tras tomar pie en la falacia de Cercas, Vargas Llosa, expone su propia Minerva sobre el asunto sin piedad alguna hacia la inteligencia del lector. Lamenta el novelista en largas y sentidas parrafadas las consecuencias de lo que no osa mencionar de modo claro, esto es, que hay un nacionalismo español intolerante, excluyente, acaparador y amenazante como siempre, pero que, al verse a sí mismo ilegítimo, no se atreve a formularse cual sí lo hace el catalán. Llora Vargas una situación en que “la mayoría de españoles y de catalanes que son conscientes de la catástrofe que la secesión sería para España y sobre todo para la propia Cataluña” no se movilizan “intelectual y políticamente para hacer frente a las inexactitudes, fantasías, mitos, mentiras y demagogias que sostienen las tesis independentistas.”

¡Ah, qué desgracia! ¿Cómo no está ya en el campo el paladín de la razón ilustrada, liberal, cosmopolita, contraria al provincialismo de los nacionalistas catalanes? Porque, argumenta Vargas, todos los gobiernos españoles se han achantado: los de derechas, para que no los acusen de fascistas y los de izquierdas porque confundieron el culo con las témporas y dieron en considerar progresistas los nacionalismos siendo así que estos son (prepárense, lectores) “construcciones artificiales”, “obra de demagogos o fanáticos” que buscan un “chivo expiatorio”, el “país opresor”, para eximirse de su propia incompetencia.

Y ¿cómo es posible que, siendo los nacionalismos productos tan pedestres y estúpidos no haya docenas de preclaros cerebros –estilo Vargas Llosa- que los refuten? ¿No será porque el nacionalismo español (insisto, el gran ausente en los relatos de Cercas y Vargas y del 99% de los nacionalistas españoles) es exactamente lo mismo o, incluso, más de lo mismo?

Claro, a fuer de novelista, Vargas tiene un ojo para la realidad, lo que le obliga a reconocer que “lo peor, desde luego, es que quienes se atreven a salir a enfrentarse a cara descubierta a los nacionalistas sean grupúsculos fascistas, como los que asaltaron la librería Blanquerna de Madrid hace unos días, o viejos paquidermos del antiguo régimen que hablan de “España y sus esencias”, a la manera falangista.” El uso del término “grupúsculos” ya revela la voluntad de minimizar el hecho, muy en sintonía con el habitual ministro del Interior que, como el Noske de Weimar, en el fondo, simpatiza con los violentos.

¿No tiene el nacionalismo español otros argumentos que oponer a las “inexactitudes, fantasías, mitos, mentiras y demagogias” del nacionalismo catalán? Sí, claro, otras “inexactitudes, fantasías, mitos, mentiras y demagogias” que presentan, además el inconveniente de estar tintas en sangre, en fascismo, en imposición, en dictadura.

Y ese es el drama: esto no es una lucha entre la razón ilustrada, cosmopolita, liberal, tolerante en la que estos sermoneadores se instalan como au dessus de la mêlée, como el narrador omnisciente, sino un combate entre dos nacionalismos, uno de pasado siniestro que, por ello mismo, no se atreve a manifestarse como tal y otro emergente que quizá traiga en su carro todos los horrores que Vargas anuncia, cosa que está por ver. Mientras que del otro ya lo hemos visto y, si alguien quiere más ración, que mire a Blanquerna, escuche al suegro de Gallardón, atienda a lo que dice Vidal-Quadras o lea lo que pretende la Fundación Nacional Francisco Franco. Demasiados grupúsculos.

Termina Vargas su alegato con una de esas profecías que serían dignas de tomarse en cuenta si fueran justas: “El nacionalismo, los nacionalismos, si continúan creciendo en su seno como lo han hecho en los últimos años, destruirán una vez más en su historia el porvenir de España y la regresarán al subdesarrollo y al oscurantismo. Por eso, hay que combatirlos sin complejos y en nombre de la libertad.” Sobre todo, amigos, al nacionalismo español que, para no estar presente, cuenta con muy poderosos altavoces en razón inversamente proporcional al peso de sus argumentos.