diumenge, 17 de novembre del 2013

El modelo de España está missing.


Todos recuerdan aquel arrebato ditirámbico de Rajoy en Valencia en 2008, poco antes de las elecciones generales cuando clamó a voz en cuello que: El modelo de Camps es el que yo quiero para España. Las hemerotecas -hoy Google- son asesinas frías. Cinco años después, Rajoy es presidente del gobierno y Camps poco menos que un prófugo de la justicia. El juez Castro andaba ayer buscándolo para enviarle las preguntas a las que debe contestar, y para saber en qué lugar lo haría, pues declarar en donde le place es uno de los muchos privilegios de este privilegiado caballero. Pero no pudo dar con él, ni él, al parecer, se dignó dar razón de sí, a pesar de que la búsqueda judicial era pública ya que estaba en los medios; cuando menos los digitales. En Twitter, por ejemplo, Camps estaba casi en busca y captura. (Actualización a mediodía del domingo, 17 de noviembre: Camps sigue prófugo. Esto promete. A lo mejor acaban encontrándolo en Camboya, al modo de Roldán. Por supuesto, Rajoy no tiene nada que decir, como siempre).

Palinuro no es juez, pero sí ciudadano y, como tal, gustaría de enviar algunas preguntas también al presidente del gobierno para que las conteste como le plazca, y cuenta habida de que la oposición no se las planteará en el Congreso pues, en realidad, casi no existe como oposición. Las preguntas son estas:

- ¿Sabía usted en qué consistía el "modelo Camps"?

- Si no lo sabía, ¿por qué lo quería para España?

- Si lo sabía, ¿por qué lo quería para España?

- Si no lo sabía pero creía saberlo sin tener ni idea (con mucho, la hipótesis más probable), ¿no sería la situación actual un motivo más para dimitir?

- Despues de saberlo, ¿sigue usted queriéndolo para España? 

Respuestas fáciles de intuir. "Ya tal"; "sí, hombre"; "he dicho todo lo que tenía que decir"; "todo es verdad salvo alguna cosa"; "quieren apartarnos de nuestro objetivo"; "nosotros a lo nuestro". Bien, calle cortada, camino sin retorno. El presidente del gobierno jamás explica nada. Pero habla siempre con mucho aplomo.

Y ¿en qué consistía el tal modelo Camps? Por lo que se ha podido ver, está documentado y tiene activos a varios tribunales y juzgados de la Comunidad Valenciana, en una gestión en todos los niveles de gobierno (autonómico, provincial, municipal) presuntamente corrupta de arriba abajo; en un entramado de actividades supuestamente ilícitas entre muchos cargos públicos del PP y una serie de empresarios también corruptos o directamente delincuentes. Al fin y al cabo, el bigotes es un empresario. Gestión dada al boato y el despilfarro en obras públicas disparatadas, surrealistas, dadaístas (ese aeropuerto para peatones no se le ocurriría ni a Tristan Tzara) y, al propio tiempo provincianas, casi aldeanas. Circuitos internacionales, ciudades de esto o lo otro, palacios de aquello, una trapisonda de dineros públicos, pretenciosidad paleta que hizo del presupuesto un Eldorado al que acudieron ávidos cuantos sinvergüenzas y mangantes andaban de ronda por el país. La fiebre del oro corrupto. Barberá dice que Urdangarín la engañó. Y lo mismo dirá Camps, si reaparece. La capacidad de engaño de los engañadores es fabulosa. Alguno consiguió incluso engañar al Papa (es de suponer) y montarse un negocio con su visita a tierras valencianas.

Ese modelo de derroche rumboso, clientelar, caciquil, corrupto, para enchufar y enriquecer a los conmilitones del partido, los familiares y los amigos, era presentado a la sociedad que lo sufría como un ejemplo de gobierno eficaz, diligente, afirmativo, conseguidor. La artífice de este abracadabra fue la RTV valenciana que, durante veinte años, estuvo alabando el gobierno del PP, que había llenado la plantilla del ente de enchufados y parientes. La RTVV jamás daba noticia alguna perjudicial para la Generalitat y hasta ocultaba hechos como el accidente del metro, que costó 43 muertos. Al propio tiempo, ninguneaba a la oposición o la presentaba con tintes negativos. Su implantación se hacía a base de ocultar la realidad e inventarse otra sin ningún tipo de escrúpulo. Los escrúpulos aparecieron después, cuando redactores y periodistas que habían perpetrado ese atentado contra el derecho a la información, la libertad de expresión, etc., se encontraron en la calle, despedidos por el mismo gobierno al que llevaban veinte años haciendo el trabajo sucio. Pero este es otro asunto de más calado y queda para otra ocasión.

El modelo, por lo tanto, es un típico Potemkin: una fábula propagandística que oculta una realidad sórdida de latrocinio, expolio y miseria. Y no hace falta amargar la vida a Rajoy preguntándole si es el que aplica en España. Lo es. Lo era antes de su llegada al gobierno y en gran medida, gracias a él. Todo cuanto toca el PP es Potemkin. Se ha perdido el sentido de la moral pública y se llega a extremos de auténtica granujería. Pero oculta, inundada de fraseología ampulosa y huera. Esos cincuenta y tantos cargos del PP que piden el indulto a uno de sus alcaldes, condenado en firme por la justicia por ladrón debido a su talla humana lo son de un partido que anda mareando la perdiz con leyes de transparencia y códigos de buena conducta: las bambalinas, los decorados de cartón piedra que se mostraban a la emperatriz Catalina la Grande y tras los que se ocultaba la miseria y hoy, la delincuencia organizada ya en todo el Estado, al modo de la mafia, por impulso del modelo Camps.

Ese desprecio por la ley, esa conciencia de impunidad, empapa las declaraciones de los dirigentes del PP, carentes de todo sentido de la medida. Es literalmente increíble que la señora Cospedal llame a las Nuevas Generaciones de su partido a imitar a Carromero y no a Bárcenas. Al margen de lo ridículo de la recomendación en sí, ¿no se da cuenta la dama de que pide a los jóvenes identificarse con un delincuente condenado por los tribunales? Y esa es la última. En la penúltima, la dueña castellanomanchega pidió ante el mismo auditorio (que debe de ser bastante pánfilo) que el Código Penal impida a "tribunales de fuera" corregir a los de España. Y es abogada del Estado. Al parecer, nadie le ha explicado que eso no puede hacerse cuando se es parte voluntaria en tratados que establecen jurisdicciones supranacionales. Y tampoco nadie le ha explicado que, de poder hacerse, no sería a través del Código Penal. Malinforma la señora a sus cachorros, pero le da igual porque, más que abogada del Estado, se considera dueña de él. Es el modelo Camps.

Modelo Camps -y dos huevos duros- es el presidente de la Comunidad de Madrid afirmando que "a Madrid la miran con envidia el resto de las regiones." Lo de "regiones" lleva la habitual carga de agresividad soterrada de esta gente. Y el conjunto del enunciado da la medida de cómo el gobierno de Madrid se aplica el modelo Camps; y lo supera. Una ciudad con una alcaldesa en todo similar a Rita Barberá, con las calles llenas de basura, incapaz de gestionar asunto alguno sin desbaratarlo y, de paso, haciendo el ridículo. Una comunidad que despoja a sus ciudadanos de sus derechos de salud y educación, que malvende lo público a amigos o enchufados, que tiene sus universidades en quiebra y su investigación científica parada, mientras subvenciona las corridas de toros y se echa en brazos de un turbio proyecto de inversión, más pretencioso y palurdo que los de Camps, que probablemente ya es un caos y dejará deudas sin cuento.

El modelo Camps es el modelo España, marca España. Puro Potemkin. El Prestige nunca existió; el señor Blesa estuvo injustamente en la cárcel; se ha concluido felizmente un rescate que, como el petrolero, tampoco existió jamás; la infanta Cristina nunca rompió un plato; los jóvenes emigran porque quieren ver el mundo; el intento de expolio de las becas Erasmus, en realidad provenía de la UE; la reforma laboral da frutos óptimos; el recorte de las pensiones es una conquista social; el paro baja; la economía se recupera; es el momento de invertir en España; ya se ve la luz al final del túnel; el mundo entero se mira en nosotros. Y demás mentiras habituales.

La risa y el llanto son reacciones emocionales opuestas y alternativas. También se puede llorar de risa y reír por no llorar. Mantener la ecuanimidad, llegar a la ataraxia de los griegos en mitad de tanto absurdo, tanto disparate, tanta desvergüenza, es imposible. Por eso tal vez lo mejor sea aceptar el Potemkin como la verdad verdadera. 

Pongan ustedes más fútbol en las televisiones.