dimarts, 4 de novembre del 2014

Votar es antidemocrático.


Todo según lo previsto. Un Tribunal Constitucional sin autoridad moral ni prestigio algunos, presidido por un fervoroso ex-militante del partido que hoy recurre ante él, ha cumplido el encargo que le hace el gobierno con la diligencia complaciente con que un botones lleva las maletas en espera de propina. Por una vez en la vida, Rajoy prueba haber dicho verdad. Durante las últimas elecciones aseguró ser previsible. Y no lo ha sido en nada excepto en su evidente catalanofobia. También lo era el comportamiento del presidente de ese órgano y, sin duda, eso le valió el nombramiento. Un catedrático cuyo anticatalanismo lo lleva a publicar espantosos chistes de catalanes pensando tener el ingenio de Oscar Wilde, era el tipo ideal para presidir el  Tribunal y convertirlo en órgano de parte en el contencioso del soberanismo catalán.

La suspensión estaba descontada desde el momento en que, en España, no hay más separación de poderes que la de sus respectivos domicilios. Con esa capacidad de Rajoy para sostener que el sentido común reside en lo contrario del sentido común, el presidente fijó la doctrina: la consulta catalana es antidemocrática. Votar es antidemocrático. Y el Tribunal se hace eco ovinamente: es antidemocrático. Lo democrático es no votar, no participar, no hablar, callarse, ser la "mayoría silenciosa" con la que se identifica este admirador de Franco, de escasas y deficientes palabras.

Quedan cinco días para el 9N. El Tribunal no ha querido llevar su ignominia al extremo de abyección que el gobierno pedía amenazando a Mas si desobedecía. Pero la amenaza está en el aire.  Ahora es cosa de saber si, pese a todo, y es mucho todo, la consulta se mantiene.

Es un ejemplo de manual del típico juego del gallina en teoría de juegos. Dos vehículos a toda velocidad en la misma dirección pero sentidos contrarios. Pierde el primero que se aparta.
 
Pero, ¿puede perder un pueblo?