dilluns, 1 de desembre del 2014

No pueden con Podemos.


Podemos es un típico media party, surgido de los medios, organizado a través de los medios y cuya acción se expresa básicamente a través de los medios. Ya se sabía hace mucho tiempo: la nuestra es una sociedad mediática y nuestra democracia, al decir de Manin, una democracia de audiencias. Se sabía, pero apenas se actuaba en consecuencia. Los partidos tradicionales, todos ellos surgidos de la interacción social directa, no mediada, se adaptaban a los medios como podían y trataban de valerse de ellos pero desde fuera, considerándolos como algo ajeno, como instrumentos. Podemos no se adapta a los medios sino que se identifica con ellos; él mismo forma parte de los medios. Su líder y fundador no solo se mueve en los audiovisuales como pez en el agua, sino que es presentador de televisión. Lo ha sido en La Tuerka, lo es en Fort Apache y podría serlo en alguna cadena comercial privada de mayor alcance. ¿Por qué no? Las empresas privadas buscan la audiencia como los heliotropos el sol. Las audiencias, por supuesto, son beneficios y, si estos aumentan dando cancha a quien critica el sistema que los posibilita, tarde o temprano se le dará cancha. De uno u otro modo. Es uno de los efectos de las contradicciones culturales del capitalismo, de Daniel Bell.

El carácter mediático de Podemos, visible también en que La Tuerka emite desde la plataforma de Público.es, se refuerza con el empleo de las redes. Podemos también ha nacido en las redes y se expresa en las redes con una pericia, una competencia y un éxito que son la envidia de su competidores, cuya presencia en ellas suele ser poco lucida. Audiovisuales y redes en conexión con un momento de difusa agitación social con descontento creciente, desafección hacia los partidos dinásticos y las instituciones e indignación por los fenómenos de corrupción generalizada en medio de una crisis cada vez más percibida como una estafa. Tal es la clave de la irrupción sorprendente de Podemos.

Esa repentina y poderosa aparición en la esfera pública ha provocado una curiosa reacción de hostilidad generalizada. Los medios, casi todas las cadenas de televisión, con alguna excepción, las emisoras de radio, todos los periódicos de papel y algunos digitales se manifiestan beligerantes frente al nuevo partido. Los comunicadores oficiales y tertulianos de derechas echan venablos y a alguno va a darle un pasmo. Los intelectuales orgánicos de prácticamente todas las tendencias ningunean y desprecian a los líderes y avisan de sus tendencias leninistas, totalitarias.

Tengo para mí que parte de esa irritación procede de la hegemonía que Podemos ha establecido casi de la noche a la mañana, imponiendo gran parte de los contenidos del debate público. No todo porque Cataluña se le escapa. La hostilidad se hace furor cuando se comprueba que los medios, favorables o desfavorables, se vuelcan en Podemos. Y lo hacen en tres órdenes o niveles:

En un nivel ideológico, los medios ponen de relieve la ambigüedad del partido en cosa de principios. El debate izquierda/derecha vs. arriba/abajo, el pase a la reserva de la reivindicación republicana, la indefinición frente a Cataluña, el silencio sobre la Iglesia, son los clavos con los que otras opciones políticas amenazadas quieren construir a Podemos el ataúd del populismo. Pero el intento no cuaja y sí, en cambio, la sospecha de que esa ambigüedad en paralelo con la claridad en reivindicaciones prácticas, programáticas, del día a día, puede ser un acierto.

En un nivel programático, los medios acosan a Podemos y quieren detalles sobre la deuda, la banca, el crédito, la jubilación, los salarios, las pensiones, los impuestos, etc. Y lo quieren en datos y magnitudes comprobables. Consultan a expertos, convocan jornadas, reclaman artículos. De este modo mantienen a Podemos en el proscenio y, además, le ayudan a perfilar su programa, cotejándolo con otras opiniones o criterios y corrigiéndolo cuando necesario. Eso les da más prestigio sobre todo en comparación con los dos partidos dinásticos que, o no tienen programa o el que tienen lo ignoran.

En un nivel personal, los medios escudriñan la vida y milagros de los dirigentes, pero en términos más o menos superficiales. Que si pagan las consumiciones en los bares, tienen un novio en Arenas de San Pedro o son aficionados al fútbol. Claro, todo eso importa; pero no es decisivo. Es preciso ir algo más allá, hasta ese punto en que, según el nuevo feminismo, lo personal es político. El partido representa la irrupción en la esfera pública de un grupo de gentes cohesionadas por afición y devoción que, además, gustan de verse como una generación, una generación nueva. Como tal, sus integrantes, considerados personalmente, están atravesando lo que quizá sea para ellos el gran momento de sus vidas, una experiencia vital única. Y lo hacen tocando con los dedos la posibilidad de conseguir lo que todas las generaciones han anhelado y anhelarán: cambiar el mundo. Al menos este, aquí, ahora, en España. Cuando se tiene este espíritu en cuenta se entiende mejor la diferencia entre la "nueva y la vieja política" al modo de hoy. Considerados personalmente, los dirigentes de Podemos viven la política como una pasión; los de los partidos institucionales como una rutina. Óigaseles cómo hablan de su relación con sus respectivos partidos. Los políticos institucionales se dicen siempre al servicio de su partido. Los de Podemos tienen el partido a su servicio.

Aquí intervienen dos consideraciones finales que remachan una visión desapasionada del fenómeno y no son necesariamente coincidentes: la referencia al carisma del liderazgo de Podemos y el reiterado discurso de este de no considerar la posibilidad de perder. Ganar, conseguir el Poder es el objetivo al que se orienta todo lo demás, la ambigüedad en los principios, la flexibilidad programática y el carácter centralizado y jerárquico de la organización.

Es el bolchevismo, es el leninismo, acusan los mandarines de la Corte. No, responde Iglesias, es la verdadera socialdemocracia. Formalmente es correcto por cuanto Lenin fue socialdemócrata hasta que se proclamó comunista. Y vuelve a serlo pasándolo por el cedazo del Eurocomunismo, la feliz fórmula que inventó Carrillo en los 70 del siglo pasado de renunciar a la revolución y adoptar la vía electoral con un discurso socialdemócrata que, por supuesto, descansaba sobre la idea de que los socialdemócratas se habían hecho todos de derechas y habían dejado libres sus zapatos. Dicha fórmula no funcionó electoralmente.

La cuestión es si lo hará ahora. Si lo hace, Podemos habrá triunfado y podrá administrar la victoria. Si no lo hace, habrá perdido y no podrá administrar la derrota porque no nació para eso. Puede ganar o perder, pero ello solo dependerá de él. Lo que haga el frente de la hostilidad es irrelevante. No puede con Podemos.

(La imagen es una foto de My Web Page, con licencia Creative Commons).