dissabte, 19 de setembre del 2015

La sombra del fracaso.

Aquí mi artículo de hoy para elMón.cat. Se titula l'ombra del fracas. Para quienes quieran leerlo en castellano, incluyo aquí la versión original:
 
 
La sombra del fracaso.
 
Ramón Cotarelo

La mayoría absoluta que los sondeos pronostican al bloque del “sí” en las plebiscitarias del 27 de septiembre anuncia que el independentismo ya ha triunfado, que Cataluña es una nación, que tiene derecho a constituirse en Estado y que esto es ya indiscutible política y moralmente. Que lo sea ahora jurídicamente es el meollo de lo que nos jugamos en los tiempos que vienen a continuación, ya, ahora mismo.

La campaña del 27 de septiembre, la realizada y la que falta, es la prueba de que en Cataluña, efectivamente, la vieja política ha muerto, que está naciendo otra y una forma nueva de hacer las cosas, pero no como lo predican los emergentes, sino de verdad y en serio. Todas las opciones españolas, desde el PP hasta Catalunya sí que es pot se negaron a admitir que estas elecciones fueran plebiscitarias porque no están acostumbradas a que las cosas en su país sean como quieren y las definen los catalanes, sino como quieren y se definen en Madrid. Madrid decide; Cataluña obedece. Madrid pone los nombres; Cataluña los acepta. Y, por eso, siguiendo la querencia, han desembarcado todos en Barcelona, a decir a los catalanes lo que tienen que pensar, hablar, hacer.

Algunos, los del PSOE y C’s están de commuters, van y vienen como pendolari, mareando el AVE o el puente aéreo. Otros, como los líderes de Podemos, sabedores de que se juegan aquí su futuro en España, han cogido abono fijo en algún hotel de la capital catalana y no se mueven ni para ir a comer el domingo a casa. Y así han conseguido que el régimen habitual y tradicional de tratar a los catalanes como gentes de la colonia o menores de edad se les vuelva en contra. Cualquier agencia de publicidad les explicaría que no es buena táctica que el personal no sepa quién es el cabeza real de cada lista, si Rivera o Arrimadas, Sánchez o Iceta, Iglesias o Rabell. Pedir a la gente que vote por teloneros es hacerla muy de menos. El único cabeza de lista que parece genuinamente catalán, Albiol, es el que más interesaría que no lo fuera.

El 27 de septiembre mostrará a los ojos de todos, especialmente de los europeos, el fracaso de la vieja política, el fracaso del sucursalismo. Un fracaso tan descontado que las fuerzas más sólida y tradicionalmente españolas han decidido abandonar toda senda de diálogo o entendimiento civilizado y han pasado a la acción directa que aquí no es otra cosa que las amenazas y las provocaciones. “Se ha acabado la broma”, zanjó Albiol hace unos días como resumen del intento de pucherazo del gobierno de cambiar a la fuerza la ley reguladora del Tribunal Constitucional para convertirlo en un retén de guardia del cuartel ya que como Tribunal Constitucional tiene nulo predicamento.

Haciéndose eco de este turbio propósito, reaparecen los militares –que nunca andan muy lejos cuando se hace política en España- recordando que el artículo 8 de la vigente Constitución los hace garantes de la integridad territorial de la patria. Evidente es que están dispuestos a cumplir con su deber en Cataluña ya que se les sigue olvidando hacerlo en Gibraltar por más que el ministro de Asuntos Exteriores no ve llegado el día en que la Legión lo recupere. El ministro de Defensa advierte que, si los catalanes “cumplen con su deber”, el ejército no tendrá que intervenir. Por supuesto, el “deber de los catalanes” se decide en Madrid y los cuartos de banderas respaldan estas hoscas admoniciones para que se tomen muy en serio.

Todo son anatemas, y excomuniones en caso de independencia. Según un mandatario de la UE, familiarmente unido a militantes del PP, con lo que no se sabe si habla como eurócrata o simpatizante del partido fundado por Fraga, la República catalana independiente quedaría eo ipso fuera de la Unión. Están acostumbrados a mentir, falsear, simular una autoridad que no poseen y creen que en Europa puede prevaricarse tan impunemente como se hace en España. Que Cataluña vaya a quedar dentro o fuera de la UE es algo tan problemático como lo es con España porque si la República catalana independiente es un “Estado nuevo”, también lo será una España sin Cataluña que, entre otras cosas, tendrá que recalibrar su representación y su aportación a la Unión; es decir, obligará a renegociar los tratados, igual que si de un acceso catalán se tratara.

En realidad, poco importa la verosimilitud o probabilidad de las predicciones. Lo que se busca es conseguir mediante amenazas y chantajes torcer la voluntad democrática de los catalanes. Se azuza a los empresarios más recalcitrantes a que amenacen con salir del país, a los banqueros a que presionen y afirmen, contra todo sentido común, que se irán a hacer negocios en otras zonas más pobres.

Todo vale para evitar o disimular el fracaso. Y, por si hubiera alguna duda, el ministro del Interior, cuyo hilo directo con la divinidad por la intercesión del Caudillo es permanente, lo ha dejado claro de una vez por todas: ningún gobierno español aceptará un referéndum de autodeterminación en Cataluña. Esto, claro, incluye al PP y al PSOE, pero también a los demás partidos españoles que se adherirán a esta prohibición no por gusto, dirán, sino por amarga necesidad.

Como todos los esfuerzos han fracasado, solo quedará emplear la fuerza bruta. Esta se encontrará con una desobediencia generalizada. Y ahí es donde el triunfo moral y político del independentismo se convertirá en jurídico por imposición de Europa y la comunidad internacional. Porque si se emplea la fuerza contra el derecho, una fuerza mayor hará valer un mejor derecho.