diumenge, 18 d’octubre del 2015

Cuentos góticos.


Lo mejor de esta película recién estrenada de Guillermo del Toro es el título. Y no por lo que dice sino por lo que insinúa engañosamente. Como la película. El original es Crimson Peaks. La versión  La cumbre escarlata se aparta de la literalidad del texto, ya que crimson en español es "carmesí", mientras que "escarlata" da scarlet. El responsable habrá pensado que "escarlata" es más común e identificable y quizá menos extraña y rebuscada que "carmesí". Y más literaria. Hay varios escarlatas en la literatura de diferente tronío: la Pimpinela escarlata, de la baronesa d'Orczy, La letra escarlata, de Hawthorne y el Estudio en escarlata, de Conan Doyle, que yo recuerde. Si le añadimos el "cumbre", que remite a las borrascosas de la Brontë (aunque estas eran heights) ya tenemos un título apañado y sugestivo. A los españoles, sin embargo, también nos hubiera parecido bien La cumbre carmesí, porque sabemos lo que es desde El manuscrito carmesí, de Gala. Además, sospecho que hace más justicia al tono del color. La arcilla mojada oscurece y, fundida con la nieve, da un rojo grana, como se ve en las imágenes, más que el rojo vivo del escarlata.

En cuanto a la película en sí, poco que decir. Es de género de terror, una historia gótica con todos los topicazos de rigor, algo de gore que haga juego con el color del título y unos fantasmas sacados del dominio de los efectos especiales de Guillermo del Toro, el director y especialista en ellos. Tiene mucho oficio el mexicano Del Toro. Dirigió también dos films de tema español y más concretamente de la guerra y la inmediata postguerra civil, El espinazo del diablo y El laberinto del fauno. El mucho oficio, puesto al servicio de productos comerciales, mata la creatividad y la originalidad. La cumbre escarlata es una historia traída por los pelos, con un  argumento un poco de risa, un aroma de cuento de Barba Azul y un guión confuso, cuya función es meternos una Mansión Usher a lomos de un relato trivial.

Aunque tiene un punto fuerte que, de haber girado la historia en torno suyo, el interés hubiera sido distinto, mucho mayor. Pero quizá no hubiera podido producirse ni distribuirse por razones morales. El fundamento de la trama versa sobre un tabú cuya naturaleza no puedo revelar sin destripar la película. Y no debiera ser así, pero lo es precisamente porque el tabú, en efecto, se toca, pero no se investiga, ya que queda sumergido en las truculencias góticas de los negros pasillos, los sótanos oscuros, las puertas que se cierran solas y resto de artimañas del género. Justamente esta es la base de la crítica a estos productos falsos a fuer de comerciales, y una buena ocasión para mostrar cuán oportuna es: La letra escarlata es un estudio en profundidad del tabú del adulterio en la sociedad puritana y una de las más hermosas novelas de todos los tiempos. En su película, Del Toro se limita a señalar su tabú, pero no profundiza en él, a pesar de que tiene una carga de interés mucho mayor que el conjunto de aventuras y pintorescas ambientaciones que devoran el relato. Al contrario, lo que viene a decirse en la película es que el tabú protege del horror y del mal que se desencadenan cuando se rompe. Un punto de vista perfectamente vulgar.

 Destripar este tema a base de topicazos y efectos especiales quizá sea muy taquillero, pero es imperdonable.