diumenge, 25 d’octubre del 2015

Mañana empieza la cuenta atrás en Cataluña.

Mi artículo de hoy en elMón.cat versa sobre el comienzo de la legislatura del nuevo parlamento catalán, el inicio de la hoja de ruta hacia la independencia y la situación respecto a la cuestión de la investidura de Mas. La versión catalana se titula L'ajornement y la versión castellana es como sigue:

EL APLAZAMIENTO

Negaron el carácter plebiscitario de las elecciones del 27 de septiembre hasta la misma víspera. Al perderlas, cambiaron de opinión porque los resultados no dejaban lugar a dudas. Los nacionalistas españoles saben enmendalla cuando les interesa. Ahora son los grandes adalides de la mentalidad plebiscitaria. La prueba: lo primero que han hecho ha sido formar un frente españolista compuesto por C’s, PSC, PPC e ICV-Podemos, o sea una reunión de neofalangistas, retardatarios, sucursalistas y epicenos. Su finalidad, mantener el statu quo, si se puede, volver al sano regionalismo franquista, parar el impulso a la independencia y, a ser posible, encarcelar a Mas. Podemos debiera desmarcarse de esa coalición de nostálgicos imperiales si quiere que alguien de izquierda se los tome en serio en España.

Al otro lado, el frente independentista cuyo claro objetivo es el mandato de las urnas, de abrir el camino a la independencia. El obstáculo con el que se encuentra tiene dos facetas interrelacionadas: su división interna y el recrudecimiento del ataque del gobierno que cuenta con el apoyo de todo el nacionalismo español, de derecha y de izquierda.

En cuanto a la división interna. Los resultados en votos muestran una gran diferencia que no debe olvidarse a la hora de ponderar pesos respectivos. 10 diputados no pueden imponerse a 62 ni 8,2% al 39,5%. Cierto. Pero tampoco cabe olvidar que la CUP es una fuerza única, sólida (al menos hasta ahora), mientras que JxS es una coalición variopinta y heterogéna. Estos dos factores no se compensan, pero no pueden ignorarse. No obstante, tampoco impiden que haya un acuerdo a corto y medio plazo. Ese acuerdo es: supeditar todo al objetivo inmediato de la independencia. Todo lo supeditable, claro es. Y ¿qué es y qué no es supeditable? Eso es lo que deberá dilucidarse en un próximo futuro que empieza mañana. El frente independentista ha alcanzado como principio de acuerdo un compromiso irreversible con la independencia, enunciado ya, aquí y ahora, y un aplazamiento de la cuestión de quién haya de dirigir la marcha hacia ella.

Aquí entra en juego la segunda faceta: el recrudecimiento del ataque del gobierno central al proceso independentista. No haya dudas. El nacionalismo español no se detendrá ante nada y hará uso de todos los medios, los imaginables y los inimaginables. Solo lo parará una fuerza mayor que, si ha de venir de Cataluña, no puede venir dividida y si ha de contar con apoyo exterior no puede presentarse como algo intransigente y maximalista.

El aplazamiento, por tanto, es medida sensata. Pero más lo será si, se consideran las dimensiones reales del problema. El ataque judicial a Mas y su partido está directamente instigado por el gobierno y los medios afines que son todos, incluido El País. Su argumento de que se trata de actuaciones independientes de la justicia es ridículamente inverosímil tratándose de un gobierno corrupto, que ha destrozado el Estado de derecho, empezando por la independencia de los tribunales. Para ver cómo todos los medios están a sus órdenes basta con comparar el griterío mediático sobre la presunta corrupción de CDC (3%) y el silencio total respecto a la misma cuestión (otro 3%) en el PP. Pura persecución judicial del adversario ideológico. Ni las formas guardan. Antes se valían de los militares. Ahora, de los jueces.

El punto fuerte y débil al mismo tiempo del baluarte independentista es Mas. Por eso los ataques se dirigen a él. Es lógico que el propio Mas quiera seguir en el empeño que en su día (y por las razones que sean) se marcó o se autoadjudicó y que lo ha traído hasta aquí, a punto, quizá, de ser el último presidente de la Generalitat y el primero de la República catalana. Es una perspectiva individual, pero muy digna de consideración. Mas prácticamente ha acabado por encima de los partidos. Lo que tiene son votantes. Y muchos. Sin ellos, no habrá independencia. Es lógico pues que sus aliados apoyen su candidatura mientras él la sostenga.

Pero también es lógico que la CUP insista en su negativa a la investidura. Fue una promesa y las promesas se cumplen por razones éticas. Y una amenaza y las amenazas también se cumplen por razones prácticas. El radicalismo social de la CUP no tiene por qué ceder ante la componente antisocial, reaccionaria y agresiva del neoliberalismo de los gobiernos de Mas y menos ante las acusaciones de corrupción a CDC.

Ambos lados tienen sólidas razones y ambos tendencia a utilizar sus bazas para presionarse mutuamente. Es elemental en dinámica de juegos. Si JxS no cambia de candidato, la CUP no investirá a Mas, no habrá gobierno y serán necesarias nuevas elecciones. Si la CUP no inviste a Mas en un tiempo razonable, el presidente convocará nuevas elecciones. Ninguno quiere elecciones anticipadas. Así, hay coincidencia en lo que se quiere, la independencia, y lo que no se quiere, elecciones nuevas. ¿No será posible un acuerdo?

Lo será. Pero, para ello, debe hacerse claridad sobre otro aspecto aún no mencionado: ¿qué está dispuesto cada uno a sacrificar para llegar al objetivo que ambos dicen ambicionar? Si lo importante es la independencia y no hay otro modo de conseguirla, al margen de otras consideraciones, Mas bien puede dar un paso atrás, como ya anunció hace unos días. Su lugar en la historia de Cataluña está ya asegurado y si, como es de suponer, está judicialmente limpio, nada impedirá que sea elegido presidente de la República catalana en las primeras elecciones que se celebren.

Pero, igualmente, si el ataque del nacionalismo español sigue centrado en la figura de Mas y se amplía a la implantación de circunstancias de excepción, la CUP puede argumentar esa misma excepcionalidad y su carácter transitorio para suspender por un plazo su negativa a la investidura. Nadie en su sano juicio puede esperar que los acontecimientos próximos sean normales y corrientes. Se trataría entonces de investir a Mas y no solo de investirlo sino de hacerlo con un específico mandato de plenos poderes (como de hecho se prevé en la hoja de ruta para el Parlamento), a imitación de aquellas circunstancias en que el Senado romano investía a un cónsul con poderes dictatoriales extraordinarios y transitorios con el fin de restaurar la salud de la República.

Porque, al final, la cuestión es clara: República catalana sí o no.