dissabte, 28 de novembre del 2015

Los debates y la degeneración democrática.

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La democracia es un régimen de opinión y la opinión nace del intercambio, la discusión, el debate. La democracia es un sistema político deliberativo. Las decisiones colectivas se adoptan por mayoría de unos ciudadanos que previamente se han informado y debatido. Lo sabían los griegos de la época clásica y por eso desarrollaron la sofística en cuanto capacidad de argumentar en público y triunfar, si bien luego el término cayó en desprestigio hasta que Hegel lo rescató. Cicerón era neto partidario de la retórica, el arte de bien hablar y bien razonar como puntal básico de la vida republicana. La expresión democracia deliberativa es redundante porque, si no es deliberativa, la democracia no es democracia.

Por si fuera poco, nuestra época se caracteriza por ser la del reinado incuestionable de los medios de comunicación (últimamente coronados por internet) que viven de fomentar el intercambio de información, los debates, los discusiones, las intervenciones asamblearias. La capacidad de los medios de consumir estos productos es infinita. De ahí que los políticos y también sus asesores, los comentaristas y analistas estén atentos para aprovechar cualquier ocasión, cualquier debate o discusión para difundir sus puntos de vista, para hacer propaganda.Y que se vuelvan locos por aparecer en pantalla o colocar sus mensajes en todo tipo de programas de radio, televisión de lo que sea.

En principio, los políticos (y algunos comunicadores) se apuntan a todos los debates y no solo los debates. En España, en época electoral, están dispuestos a aparecer en cualquier programa basura, en los que van a hacer el ridículo frente a interlocutores que habitualmente son de derechas cerriles o están de vuelta porque todos los políticos, dicen son iguales. En estos programas de ínfima calidad, presentados por gentes fiel reflejo de la chabacanería y el mal gusto del gentío, los políticos van a hacer de bufones, a freír un huevo o sacar a pasear al perro. Pedro Sánchez diciendo en el programa de Bertín Osborne que "a las mujeres hay que trabajárselas" da la medida de su falta de educación y su estupidez machista.

Además de los programas basura, los políticos acuden a todo tipo de debates. Exceptuado, como se sabe, Rajoy, cuya capacidad para debatir nada sin decir necedades es inversamente proporcional al miedo que le da que le obliguen a aclarar el asunto de los sobresueldos o los dineros públicos que pilla para pagar los gastos de salud de su padre.

Los debates pueden verse en dos facetas: a) la forma y el b) el fondo.

En cuanto a la forma, pueden ser tipo tertulia, entrevista o intercambio en pareja. En la tertulia, a su vez, pueden predominar los políticos o los periodistas o un modelo intermedio, con participantes estratégicamente escogidos según la ideología del medio. En ellas lo habitual es organizar un griterío con un nivel intelectual bajísimo. El tipo entrevista (también con mucha variedad) deja más posibilidades. De lo que suele tratarse es de que el político se luzca ante un entrevistador que funciona como un felpudo o, caso de que no lo sea, de que no lo pille en algún renuncio que lo ponga en ridículo. Todo el mundo recordará el momento en que Carlos Alsina pilló a Rajoy balbuceando incongruencias porque no se sabía el derecho de nacionalidad del país que desgobierna. En cuanto al intercambio en pareja, suele ser un formato en que dos políticos, como dos gallos en un corral, se buscan las vueltas y tratan de clavarse los espolones. Al final, los medios suelen declarar vencedor y perdedor y el asunto tiene, en efecto, el valor de una pelea de gallos.

Lo definitivo en los debates no es la forma sino el fondo. Importa el cómo se dicen las cosas, cierto; pero mucho más las cosas que se dicen. Al respecto se dan tres tipos de contenidos que retratan el nivel intelectual de los políticos. El primer nivel es de barra libre a las tonterías de todo tipo porque suelen tratarse cuestiones de esas de rabiosa actualidad que solo sirven para insultar al adversario o decir vulgaridades sin sentido. También en esto Rajoy es un puntal. Hace poco, en un programa de radio sobre fútbol, que es el objeto principal de su actividad mental, dictaminó que la "mejor defensa es contar con una buena defensa" o algo así de inteligente. Tampoco los demás políticos se desempeñan con mayor ingenio.

El segundo nivel es el de alcance medio. Este el terreno en que los políticos, los comunicadores, los expertos y demás tropa se sienten a gusto. Son debates sobre políticas públicas concretas que no por ser concretas son más ciertas o verosímiles. Se trata de debates interminables sobre si conviene bajar o subir los impuestos, respetar o no el sistema público de pensiones, privatizar o no la salud pública. La contundencia con que los interlocutores se expresan en este terreno jamás consigue disipar la convicción general de que no saben de lo que hablan, que lo hacen por no estar callados, ya que el silencio no vende electoralmente.

El tercer nivel es el más complicado porque es el que ya requiere cierta capacidad teórica. Se trata de debatir qué se puede hacer por (o contra) el Estado el bienestar, cómo entender la economía del común, que sucede con tesis reformistas radicales como las del decrecimiento. En este terreno, el silencio de los dirigentes es clamoroso. Su capacidad reflexiva, especulativa queda patente en estos contenidos. Rajoy es un analfabeto funcional y, cuando habla, dice disparates. Sánchez no le anda en zaga. Nadie le ha escuchado jamás una sola reflexión propia que tenga el menor interés. Y los dos rivales emergentes ya dejaron claro de una tacada que no saben nada de Kant, cuya lectura recomiendan.

Cabe maliciarse que el sistema español de selección está invertido.