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dijous, 5 de desembre del 2013

La ideología de los nuestros.

Por si no había quedado claro ya desde sus primeras intervenciones y se sublimó bajo la forma de una relaxing cup of coffee en Sao Paulo, la alcaldesa de Madrid lo ha expuesto con toda autoridad y contundencia: la ideología que ha traído más progreso a la humanidad ha sido la de los que estamos sentados aquí. No es muy preciso teóricamente hablando, pero se entiende, es la ideología de la nostridad, la de los "nuestros". Quiere decir, el liberalismo, pero no se atreve a pronunciar la palabra que durante muchos años estuvo proscrita por la iglesia católica.

Pero, ¿de verdad se trata de la ideología liberal o de la versión retro-neo-liberal que por aquí se estila, esto es una amalgama de nacionalcatolicismo de peineta y liberalismo del Tea Party? Porque las personas que estaban sentadas cabe Ana Botella son concejales y cargos del PP, el abanderado de esa versión cañí del liberalismo. No podía ser distinto. Prácticamente todos los altos dirigentes del PP son funcionarios públicos (inspectores de Hacienda, de Trabajo, registradores, abogados del Estado) cuyo discurso es radicalmente contrario a la función pública; servidores del Estado que abogan por desmantelarlo, trocearlo y vendérselo a los amigos.

Esta práctica, al liberalismo, al de verdad, le parece siempre muy mal. Lo que más odia, precisamente, son las relaciones fraudulentas de los cargos públicos con intereses empresariales concretos porque eso, por lo bajo, le parece competencia desleal y por lo alto, lo que de hecho es, pura delincuencia. O todos los empresarios capturamos el Estado y lo ponemos a nuestro servicio por medio de estos burócratas felones, o rompemos la baraja. Privilegios en la corrupción, no.

Doña Esperanza Aguirre, funcionaria pública, principal teórica del neoliberalismo hacía sus campañas de todo tipo, incluida la electoral del famoso "Tamayazo", organizadas por la Gürtel, la trama de presuntos delincuentes que inflaban las facturas y se enriquecían de modo alucinante. Y no una vez o dos, sino por sistema, con inercia burocrática, muy poco propia del alegre neoliberalismo, ese que iba a acabar con las mamandurrias. Un supuesto fraude que duró años y que se cargó al erario público en forma de expolio. La verdad, como ideología, esto no hay quien lo trague.

El retro-neoliberalismo es, en lo esencial, una forma de administrar los recursos públicos a base de patrimonializarlos, quedárselos o ponerlos a su servicio. Eso en el seno de los nuestros. La famosa boda de la hija de Aznar tiene el privilegio de mostrar la mayor densidad de supuestos granujas, delincuentes y estafadores por metro cuadrado del mundo. Ahí, entre la comitiva, iba el gran Correa, artífice de la mayor red de corrupción político-empresarial de este país y su mujer llevaba un vestido de tul y gasa que valía una fortuna. Pura exhibición de poder, de seguridad, de impunidad: "aquí mandan los nuestros". Los de la ideología del progreso, vaya.

La ideología del desfalco, la malversación, el cohecho, el despilfarro, la prevaricación. La de los palacetes, la caja B, los sobresueldos, los áticos, los aeropuertos sin aviones, los 300 millones de la Fómula 1, las comisiones de Urdangarin, los trajes del otro, el jaguar y los confettis de la otra, el "cobro ficticio" de sus viajes, las recalificaciones, las contratas mafiosas, los safaris de lujo de Bárcenas por Sudáfrica, las Fundaciones dudosas, el trinque general, los tropecientos asesores, los parientes enchufados, las mil mamandurrias todo a costa del erario público. Yo a eso no lo llamaría ideología, sino latrocinio frénetico. O, en todo caso, la ideología de la banda de ladrones. Precisar luego si están sentados o de pie, es solo la habitual estulticia de Botella.

Se comprende por qué sacan la Ley Mordaza. Por si la gente algún día se cabrea.


(La imagen es una foto del Grupo Popular, con licencia Creative Commons).

dijous, 11 d’abril del 2013

Aguirre y la razón liberal.


Cunde el pánico en las redes. Ya he visto varios tuits avisando alarmados de que Aguirre anda suelta en twitter. La razón, desde luego, es obvia. Aguirre, un "animal político" en el mejor sentido del término, se aburre habiendo abandonado la primera línea de fuego. El fallecimiento de Thatcher ha debido operar sobre ella como una vocación trascendental. Una voz le ha dicho: "ahora eres tú la depositaria de la razón liberal femenina". Y se ha lanzado. Me parece muy bien y no comparto los temores mencionados. Aguirre es de las pocas políticas conservadoras (por no decir la única) que hace formulaciones de principios, claras, tajantes, y no cede a la tentación de la ambigüedad y la mallurrería de sus conmilitones. Es la única voz de la derecha que hace frente a la razón de la izquierda. Las demás se limitan a insultar. Aguirre nunca insulta (excepto a l@s de su partido) pero suele mostrarse hiriente y despreciativa. Lo bueno es que razona, que se mueve en el terreno teórico y de los principios. Y eso es muy de agradecer. Así que, amig@s tuiter@s, a leer, que la dama es conceptual. Siendo, además, según reiterada profesión, liberal, estará abierta al debate con juego limpio y en una actitud liberal que consiste en presuponer siempre que a) el contrario puede llevar razón; b) que la razón puede ser una mezcla de puntos de vista antagónicos.

¿O no?

Veamos. La reacción inmediata de Aguirre al fallecimiento de Thatcher ha sido un tuit del siguiente tenor: Margaret Thatcher y Winston Churchill han sido los políticos europeos que más han hecho por la libertad en el siglo XX. Vale. Muy liberal no suena, aunque sí muy anglófilo, lo cual está en la línea del conservadurismo español ya desde Cánovas. A uno se le ocurre media docena más de políticos europeos que han hecho tanto por la libertad, o más, según se mire, que estos: Clemenceau, por ejemplo, que fue dreyfusard, fortaleció la IIIª República y separó la Iglesia del Estado. Azaña, padre espiritual de la IIª República. Si bien es cierto que al pobre don Manuel no le dejaron culminar su obra y la llevaron a eso que Aguirre llama el desastre en terminología involuntariamente regeneracionista y que deja en pie la cuestión de quién fue el responsable de ese desastre, la víctima o el victimario.

Probablemente Aguirre se refiera a los políticos de la segunda postguerra. Pero también aquí hay quien puede compararse con Churchill y, según criterios, superarlo. Por ejemplo, De Gaulle, que proclamó la independencia de Francia como nación de la libertad sin territorio y puso en pie un ejército en el que se integraron combatientes de todos los países entonces oprimidos, entre ellos, un fuerte contingente de españoles republicanos. O Konrad Adenauer, por movernos en un campo conservador antinazi, quien desnazificó Alemania a extremos que los españoles jamás alcanzaron con el franquismo en la transición. O Willy Brandt, quien impulsó una Östpolitik que fue el primer paso para acabar con la guerra fría en Europa. O Jean Monnet y Robert Schumann, los creadores del Mercado Común. Y alguno más.

¿Por qué no reconocerlo? ¿Se debe a que Aguirre ignora estos hechos, personas, acontecimientos en un mundo complejo como el nuestro en donde las afirmaciones tajantes como la suya suenan a propaganda barata? Es posible pero no enteramente probable. Lo que sucede es que la opinión de Aguirre no se expresa como una opinión sino como una verdad apodíctica. Es decir, cualquier parecido entre ella y el liberalismo es pura coincidencia.  Parte de lo problemático de su afirmación es qué entienda por libertad. En nuestra conflictiva sociedad la mayor libertad de unos puede ser, y suele serlo,  mayor servidumbre de otros. No hay una libertad platónica en estado puro. Hay libertades. De unos y de otros y luchan por imponerse. Por eso, como solía decir Ayn Rand, a la hora de hablar de que algo sea bueno, hay que especificar bueno ¿para quién? Aguirre tiene que saberlo porque Rand necesariamente es lectura suya de cabecera. Así que o no lo sabe y es una ignorante o lo sabe y es una cínica. Ninguna de las cosas es compatible con el liberalismo.

Pero hay más. Si Aguirre contestara que, en efecto, puede haber dos o más ideas de la libertad, pero solo una (la suya) es la correcta, alguien le explicará que, siendo la libertad un valor, es racionalmente imposible saber si una versión de este es más o menos "correcta" que otra. Eso solo puede sostenerse mediante un prejuicio y los prejuicios no valen nada. Y, aun peor, siendo imposible el juicio de "corrección" entre valores (salvo aquellos que impliquen delitos del Código Penal y no con carácter absoluto) habrá de admitirse la posibilidad de que en nuestra sociedad coexistan valores antagónicos con igual validez. Pero esto no se lo digo yo. Se lo dice Isaiah Berlin, otro potente foco del liberalismo contemporáneo. A oídos de Berlin, el apotegma de Aguirre sonaría autoritario, antiliberal.

Es lícito preguntarse si el liberalismo de Aguirre es algo más que un juego de palabras. Podríanse citar muchos ejemplos y quizá lo hagamos. De momento, un botón de muestra de florido jardín: Franco era socialista dijo hace unos años a una sin duda boquiabierta audiencia del programa de TVE 59''. Socialista. De inmediato salta la relación teoría-práctica: ¿y cómo no se opusieron ustedes entonces a aquel socialismo? Porque era una dictadura. Entonces no era socialista. ¡Sí! Por eso: una dictadura socialista. Toda dictadura es socialista, ¿sabe usted? Llegados a este punto es evidente que los términos ya no significan nada y la cosa consiste en mantener necedades. Franco, el que fusiló a Zugazagoitia, asesinó a Fernández Montesinos, alcalde de Granada, dejó morir en la cárcel a Besteiro y ordenó o permitió que masacraran a miles y miles de civiles por ser socialistas (y anarquistas, comunistas, nacionalistas, republicanos, etc) era socialista. ¿Cómo? Muy sencillo, como buen socialista, Franco era un inmoral, capaz de asesinar a los suyos, como Stalin, Beria, Yagoda, etc. Muy bien. Fraga, el fundador de su partido, fue ministro de Franco, ¿no? Y no ministro técnico, sino ideológico. Ministro de Información y Turismo. O sea, de Propaganda. ¿Era socialista? Su partido ¿es socialista? 

Es decir, Franco tenía de socialista lo que Esperanza Aguirre. Y no es en lo único en que coinciden que, al fin y al cabo es poco por ser negativo. Es más, mucho más, lo que tienen en común: su acendrado catolicismo y su autoritarismo altanero. Las cosas son como ellos dicen. Incluso aunque digan auténticos dislates. Es decir, Franco, obviamente, no tenía nada de socialista, como sabe muy bien Esperanza Aguirre. Pero, precisamente por saberlo y, a pesar de todo, decir lo contrario, ella sí tiene mucho de franquista. Al menos en la misma medida en que la otra seudoliberal modelo suyo, Thatcher, era pinochetista.

Está bien que Aguirre defienda el liberalismo en el campo de las ideas pero estará mejor si matiza algo más y es menos intransigente, menos dogmática. Porque ni la intransigencia ni el dogmatismo son liberales. Y tampoco el disparate.

(La imagen es una foto de Esperanza Aguirre, bajo licencia Creative Commons).

diumenge, 12 d’agost del 2012

Vargas Llosa y los toros.

Hace unos días, Sánchez Ferlosio publicaba un magnífico artículo en El País en contra de las corridas de toros, titulado Patrimonio de la Humanidad, tanto más grato para Palinuro cuanto que este creía, equivocadamente por lo que se ve, que el autor de El Jarama era partidario de este espectáculo absurdo y cruel.
Hoy es el gran Vargas Llosa quien responde con otro en el mismo medio, titulado La "barbarie" taurina en el, además de sobrar las comillas del término barbarie, se critica el de Ferlosio del que se dice que es una de las diatribas más destempladas y feroces que he leído contra este espectáculo. Está en su derecho de errar en esto como en lo que quiera. No me parece que haya destemplanza ni ferocidad en el muy certero artículo de Ferlosio. En cambio sostengo que la pieza del propio Vargas Llosa es uno de los escritos más sofistas, falsos, convencionales y vulgares que he leido sobre la materia.
Sobre los argumentos de fondo está todo dicho y el artículo del Nóbel peruano no aporta nada aunque se empeñe en repetir por enésima vez la manoseada falacia de que, si las corridas desaparecieran, se extinguirían los toros bravos que él dice amar profundamente confundiendo, como muchos aficionados a las corridas, el animal con su muerte, pues no ama el animal sino el placer que encuentra en la tortura y agonía de un ser vivo lo cual solo muestra un espíritu sádico o con la sensibilidad de un guijarro.
Lo interesante del artículo de Vargas Llosa, por lo natural y espontáneo, ya que es respuesta improvisada al de Ferlosio, es el empleo de la retórica embaucadora con que los partidarios de este espectáculo tratan de dignificarlo. Buena parte de la pieza está redactada con ese estilo propio de los aficionados a cualquier tipo de actividad, relatando menudencias técnicas que insinúan esquivamente una especie de estadio superior del conocimiento que excluiría a los no entendidos, pasando de matute de lo técnico a lo moral, y daría una mayor autoridad a quienes carecen de ella en el lenguaje ordinario, como si quisiera aplicar la teoría del cierre categorial de Bueno a la actividad de asesinar reses en público.
No pareciéndole suficiente al escritor este recurso porque, al fin y al cabo, él es eso, un escritor de verdad y no un charlatán del toreo, añade un recurso a la poética de la muerte, vulgarizando al nivel del blablabla la cuestión metafísica esencial del hombre, su ser heideggeriano para la muerte, confundida con la sed de sangre que tiene siempre la parte más baja del ser humano y que llega a la más alta cuando se expresa en muchedumbres.
No falta el sofisma de pedigrí liberal, empleado de forma tan torticera que más parece desprecio a la capacidad analítica de los lectores. Entiende Vargas que no sea admisible obligar a nadie a contemplar un espectáculo que abomina, con lo que pretende señalar que los aficionados a las corridas no obligan a nadie a verlas. Con ese mismo derecho, falsea Vargas el argumento, no se puede prohibir a los aficionados el espectáculo. Aparte de que sí se podría si la sociedad decidiera reconocer -como han hecho muchas- determinados derechos a los animales, está el dato que un liberal de verdad no puede ignorar de que las corridas solo son posibles porque están artificialmente sostenidas y subvencionadas con dineros públicos, incluidos los procedentes de los impuestos que pago yo que considero las corridas de toros un ejemplo acabado de crueldad y barbarie pero estoy obligado a sufragar porque, si no, claro, los Vargas y sus compañeros de tendido, tendrían que pagar el precio íntegro del espectáculo del que gozan que dejaría de producirse en dos o o tres temporadas. A no ser que, por el hecho de que Vargas sostenga la continuidad entre los cultos cretenses y la corridas de hoy queda justificado un intervecionismo estatal que el novelista repudia en todo lo demás.
Los aficionados a las corridas, estilo Vargas, jamás hablan de "corridas" sino que, hábiles prestidigitadores de las palabras, las llaman "fiesta" y ya, embarcados en esa pendiente de la manipulación y, la pura mentira sostienen que los aficionados amamos profundamente a los toros bravos. Es curioso, ninguno de esos líricos amantes de la bravura taurina ha pisado jamás una dehesa para contemplar esos hermosos animales en libertad. Solo se mueven para ir en manada a ver cómo los torturan y asesinan en un medio artificial preparado para la muerte y completamente ajeno al natural y vital del toro. Es decir, a sumergirse en una catarsis colectiva previo pago de unos euros por el espectáculo en el que se los tortura y asesina para regodeo de la chusma, de la que estos escritores son los lamentables adelantados.
(La imagen es una foto de Christian González Verón, bajolicencia Creative Commons).

dilluns, 6 d’agost del 2012

El espíritu de la democracia.

El rasgo principal de la democracia es que encierra múltiples significados. Para Aristóteles era el gobierno de los pobres. Para Rousseau, la identidad entre gobernantes y gobernados. Otros autores la veían como el gobierno de la masa, una amenaza a la libertad individual, por ejemplo, Kant. También son variados los requisitos que se le exigen. Prevalece el principio de la mayoría, mayoría a la que ha de llegarse mediante elecciones con sufragio universal. También se pide garantía de las minorías frente a una hipotética "tiranía de la mayoría". Esto presupone la igualdad ante la ley. A veces los requisitos de la democracia son los del Estado de derecho, el primero de todos, el imperio de la ley. Probablemente todas estas determinaciones sean necesarias para que haya democracia aunque quizá no sean suficientes cada una por separado.
No existe concepto nítido de democracia; el que hay es difuso. Muchos afirman que la democracia no es un concepto sino un espíritu, una forma de ser. Cosa que suele aplicarse a otras convicciones políticas, por ejemplo, el liberalismo del que también se dice que no es tanto una ideología como un modo de ser. Igualmente, el fascismo sostenía y, supongo, sostiene, ser un estilo.
Me gusta pensar en la democracia como eso, mucho más difuso aun, que suele llamarse cultura o sea, un espíritu; el espíritu democrático. Y me gusta asimismo identificarlo con el espíritu caballeresco pues estoy convencido de que este representa el estadio más alto de la civilización y la moral en concreto. Ciertamente, no todo en el espíritu caballeresco es encomiable. Sus presupuestos socioeconómicos son odiosos y su concepción de la mujer, inaceptable. Ambas deficiencias, sin embargo, afectan a otras culturas y espíritus
El caballeresco está basado en la lealtad y el juego limpio, el fair play que son los componentes de la nobleza y obedece a una serie de mandatos claros: no se miente nunca; jamás se ataca a los más débiles; siempre se cede la iniciativa al adversario; se garantiza la igualdad de medios y condiciones; no se combate con desigualdad de medios cuando la desigualdad nos favorece; no se ataca al anemigo caído; no se hacen trampas. Se entiende la razón por la que propugno pensar en el espíritu democrático en términos caballerescos.
Toda la operación de desembarco de ideólogos conservadores en RTVE y la purga de periodistas independientes no tiene nada que ver con el juego limpio. Aunque el Guardian, dé la noticia diciendo que el gobierno despide a los periodistas críticos con las medidas de austeridad, no parece que estos periodistas hayan criticado más a este gobierno que al anterior y nadie se planteó echarlos entonces.
Tampoco es fair play -aunque pueda ser legal- cambiar las reglas del juego en mitad de la partida por un acto de fuerza. El cambio de la ley que regulaba la elección del presidente de RTE para poder imponer el candidato propio sin tener que consensuarlo con nadie es juego sucio. Ambas medidas, la purga de periodistas y la invasión de RTVE, por lo demás, son elementos de un proyecto más ambicioso al que definitivamente cabe considerar como el mayor ataque del gobierno a los principios del juego limpio. Controlar por entero los medios públicos de comunicación para adoctrinar con ellos a la población, no permitir que los críticos o disidentes se hagan oír, monopolizar el mensaje y no dejar hablar a los demás, no tiene nada que ver con el juego limpio. Nada que ver con la democracia. Es un acto despótico y tiránico. Eso lo sabe todo el mundo. Incluido el gobierno.

dijous, 10 de maig del 2012

El ataque a la libertad de expresión.

El gobierno fasciberal o liberofascista de Aguirre no tolera más medios de comunicación que los que le rinden abyecta pleitesía. Por ejemplo, Telemadrid, remedo de televisión en el que unas docenas de paniaguados regiamente pagados con dineros públicos cantan diariamente las excelencias de Aguirre y sus secuaces mientras denigran, insultan e injurian a quienes tengan opiniones no coincidentes con el mando cuartelario del seudoliberalismo de que se disfraza actualmente el nacionalcatolicismo más rancio.
Si las fuerzas democráticas y progresistas del país no hacen frente a esta nueva agresión a la libertad de expresión, los fascioliberales se crecerán y mañana repetirán, irán por otro medio crítico y así hasta llegar a El País, al que se la tienen jurada. No es exageración alguna. Ya lo intentaron hacer en 1996 Aznar, Cascos y otros gobernantes de la misma cuerda que Aguirre. Con la ayuda de un puñado de periodistas corruptos, jueces prevaricadores y simples delincuentes, intentaron cerrar el periódico y encarcelar a sus responsables. Entonces no lo consiguieron. Pero su émula Aguirre seguirá intentándolo. El ataque a TeleK es el primer paso.
Los fascioliberales no pueden soportar la democracia ni las libertades.

dissabte, 7 d’abril del 2012

La lucha por la existencia

Cuando a mediados del siglo XIX Darwin popularizó su concepto de la lucha por la existencia en el mundo animal como elemento clave de su teoría de la evolución, los ideólogos e intelectuales de la época se lo apropiaron rápidamente para explicar el orden social, el de los animales racionales. Surgió así el "darwinismo social", una doctrina que extrapolaba al mundo humano las pautas de comportamiento del no humano. Explicaba y, de paso, justificaba el orden capitalista en el auge de la primera revolución industrial. Lucha por la existencia. Los más aptos sobreviven; los otros perecen o malviven como proletariado o lumpenproletariado.

La teoría encajaba a la perfección con la tradición individualista del liberalismo, ya desde el comienzo del "individualismo posesivo" (Macpherson). Una sociedad de individuos libres que van a lo suyo y sometidos a la mínima cantidad posible de regulaciones compatible con un orden civilizado, es decir, sujetos a un "Estado mínimo" (Nozick). Ese orden capitalista liberal, basado en la idea de la igualdad de todos ante la ley, en ignorancia de sus condiciones y posibilidades materiales reales es el que llevó a Anatole France a manifestar su sarcástico asombro ante "la majestad de la Ley que prohíbe por igual al rico y al pobre dormir debajo de los puentes."

El socialismo como idea y movimiento nació de la conciencia de la necesidad de garantizar una igualdad real que la igualdad burguesa formal negaba. De las varias fórmulas propuestas por el socialismo para hacer realidad este sueño la que resultó más eficaz y duradera fue el Estado del bienestar. Se trataba de mejorar la suerte de los individuos pero no mediante sus solas fuerzas sino a través de la acción colectiva. Una acción colectiva presidida por una idea altruista que los individualistas han negado siempre. Una acción que no abandonara a su triste sino a quienes no habían conseguido imponerse en la lucha por la existencia por las razones que fueran. Y la verdad es que el Estado del bienestar funcionó muy bien en la segunda mitad del siglo XX, al menos en Europa, hasta el punto de que acabó siendo el banderín de enganche de toda la izquierda y no solamente de la que lo propugnó en un primer momento, esto es, el socialismo democrático. Es la última trinchera que la izquierda está dispuesta a defender con uñas y dientes.

Porque el ataque al Estado del bienestar, que se recrudeció en los años ochenta con las victorias electorales de Margaret Thatcher y Ronald Reagan, se hizo desde la perspectiva del liberalismo individualista, del llamado "egoísmo racional", clamando contra un altruismo que contradecía la supuesta naturaleza egoísta del individuo y que solo podía mantenerse por imposición coactiva de un Estado metomentodo orientado hacia el totalitarismo. Ese discurso se empleaba en especial con las nuevas clases medias, aquellas que han ascendido gracias a las medidas redistributivas del Estado del bienestar pero que han perdido de vista su origen y experimentan las cargas inherentes al bienestar como exacciones injustas con las que hay que acabar bajando los impuestos, reduciendo las ingresos del Estado, empobreciéndolo. Ese pensamiento que rompió la hegemonía ideológica de los "welfaristas" y se impuso como "pensamiento único" (Ramonet) es el que ha provocado la actual crisis económica, de una extraordinaria gravedad.

Que para salir de la crisis se apliquen las medidas y políticas que la causaron carece de todo sentido. Y la realidad lo desmiente siempre. Rajoy ganó las elecciones prometiendo que no subiría los impuestos y fue lo primero que hizo en cuanto llegó a La Moncloa, subirlos. Era obvio. El Estado tiene que aumentar sus ingresos para pagar su deuda; no basta con reducir gastos. Obsérvese, por lo demás, que esa reducción de gastos se hace sobre todo en los capítulos del gasto de carácter más social y redistributivo, desde la ayuda al desarrollo hasta las prestaciones a los dependientes. ¿Cuál es la finalidad? Volver al liberalismo, por eso la tendencia se llama "neoliberalismo", a la lucha por la existencia y la supervivencia de los más aptos. A los demás, que les den.

(La imagen es una foto de Bettysnake, bajo licencia de Creative Commons).

dilluns, 19 de març del 2012

La teocracia liberal

Se cumplen 200 años de la Constitución de 1812, popularmente conocida como La Pepa, y Cádiz, ciudad en la que esta Constitución se proclamó, anda en fiestas. La Pepa estuvo en vigor en tres breves periodos de la historia patria, en 1812/1814, 1820/1823 y 1836/1837. Pero lo que no alcanzó en términos de norma positiva lo logró en cambio en el orden simbólico. Ha servido siempre -y sigue haciéndolo- como emblema del liberalismo español, como prueba de que la raza no está condenada a sufrir sempiterna tiranía sino que, cuando el pueblo quiere, es capaz de dotarse de instrumentos esclarecidos de gobierno. La Constitución de 1812 influyó mucho en el constitucionalismo europeo del XIX y de hecho estuvo en vigor y más tiempo que en España en el Reino de las dos Sicilias.

¡Loor, pues, al símbolo del liberalismo hispano! El documento que anuncia al mundo la llegada de la nación española. Porque esa es la gran virtud del texto, el ser el acta del nacimiento nacional. ¿Acaso no estaba entonces en ilegítimo vigor la Constitución de Bayona de 1808, la Constitución de José I? En modo alguno, sostenían los patriotas gaditanos: la nación española habla en el texto de 1812, afrancesado por la forma (ya que, al fin y al cabo, es una Constitución) pero reciamente hispánico, castizo, en su contenido.

Resulta así que, efectivamente, por obra de esta interpretación del origen de la nación española, La Pepa es el crisol en el que se se forja y aparece identificada desde el principio con los valores del liberalismo. Será la Constitución de la libertad frente a la tiranía. Así es como surgen también los mitos y las leyendas, sobre todo cuando nadie se preocupa por indagar en la naturaleza exacta del símbolo mismo. Prácticamente ninguno de los que estos días celebran la Constitución de 1812, hablan de ella y la presentan como el ideal al que los liberales y demócratas españoles han dirigido la mirada, la han leído y, por tanto, no saben lo que dice en realidad. El origen de todo suele ser oscuro, pero no sé si tanto que acabe siendo lo que no es.

Personalmente siempre me ha llamado mucho la atención que el liberalismo español sea cosa del clero y que, en el fondo, la Pepa sea una constitución de curas que, en definitiva, establece una teocracia disimulada y no tan disimulada, al extremo de que vincula la condición nacional española con el catolicismo. El artículo 12 retrata el empeño: La religión de la Nación española es y será perpetuamente la católica, apostólica, romana, única verdadera. La Nación la protege por leyes sabias y justas, y prohíbe el ejercicio de cualquiera otra. Por cierto, gustará más o menos a los patriotas pero la odiada Constitución de Bayona (que conocía muy bien al pueblo español) decía ya en su artículo 1ºLa religión Católica, Apostólica y Romana, en España y en todas las posesiones españolas, será la religión del Rey y de la Nación, y no se permitirá ninguna otra lo que, entre otras cosas, demuestra la tradicional y anfibia habilidad de la iglesia, que apostaba a las dos barajas, la española y la francesa.

Los curas están presentes en la gobernación del país pues cuatro de ellos (dos necesariamente obispos) forman parte del Consejo de Estado (cuarenta personas, art. 232), del que se asesora el Rey para gobernar. Y no solamente gobierna, sino que se reproduce en el sistema educativo en términos que la jerarquía siempre ha visto con buenos ojos, pues es negocio de almas y de dineros, idénticos para la iglesia. Según el artículo 366: En todos los pueblos de la Monarquía se establecerán escuelas de primeras letras, en las que se enseñará a los niños a leer, escribir y contar, y el catecismo de la religión católica, que comprenderá también una breve exposición de las obligaciones civiles. Es decir, en la Pepa la educación para la ciudadanía competía a los curas. A esto llaman las buenas gentes de hoy liberalismo; y lo será, pero en los términos de Esperanza Aguirre.

También los otros motivos de enternecedora simpatía de la Pepa tienen sus más y sus menos. Es cierto que reputa españoles a todos los hombres libres nacidos en los dominios de la Españas de ambos hemisferios. Pero ello mismo lo dice, hombre libres. Los esclavos no son españoles. El espíritu doceañero acepta la esclavitud. Es también una determinación racista, aunque esta no se explicite: los españoles nacidos en el África no son ciudadanos salvo que se lo ganen "por la virtud y el merecimiento" (art. 22).

Entre los habituales temas hagiográficos que señalan la bendita ingenuidad de los constituyentes suele señalarse que se ordena a los españoles que sean "justos y benéficos" (art. 6) y que se considere que el fin del gobierno sea la felicidad de la nación. Menos se conoce que da como forma de gobierno una fórmula ideológica que también huele a eclesiástica, una Monarquía moderada hereditaria (art.14) en la persona de un Rey que es sagrada e inviolable, y no está sujeta a responsabilidad (art. 168), condición que prácticamente reproduce la Constitución vigente de 1978 al decir que la persona del Rey es inviolable y no está sujeta a responsabilidad (art. 56, 3).

Pero lo mejor de todo y lo que definitivamente sitúa a los constituyentes de 1812 no ya solo en la ingenuidad sino directamente en Babia es el hecho de proclamar que el Rey de las Españas es el Señor Don Fernando VII de Borbón, que actualmente reina. Esto es, si el liberalismo de la Pepa tiene un tufo eclesiástico evidente, la capacidad de los constituyentes para entender el momento en que vivían y las gentes que lo hacían era tan inexistente como la de prever el futuro más inmediato.

No está mal celebrar un hecho histórico, pero conviene saber qué se celebra en concreto y no darle más alcance del que tenía en realidad. La Pepa no es otra cosa que el primer hito del nacional-catolicismo e inaugura una idea de nación con la que Palinuro no está ni estará jamás de acuerdo.


Actualización a las 12:00.

Las prisas de esta desenfrenada época de torbellino tecnológico me hicieron olvidarme de la Inquisición, que los doceañistas mantuvieron incólume -prueba de su intenso espíritu liberal- hasta 1821. Me la ha recordado Juan Domingo Sánchez Estop, con quien tengo abundantes afinidades electivas. Gracias, Juan.


(La imagen es una foto de zugaldia, bajo licencia de Creative Commons).

divendres, 19 de novembre del 2010

El liberalismo totalitario.

Hablan continuamente de libertad pero están acusados de organizar una red de espionaje de sus propios compañeros de partido a la que uno de los espiados bautizó con cierto sentido del humor como gestapillo. Y si alguien espía a los suyos es poco probable que no espíe al adversario.

Presumen de su férrea defensa de los derechos fundamentales pero hostigan sistemáticamente a los sindicatos, atacan las figuras de los liberados, se oponen al derecho de huelga y lo coartan cuanto pueden y cargan contra los representantes sindicales. Al tiempo niegan derechos a los homosexuales, como es el de contraer matrimonio, y a las mujeres en materia de aborto.

Presumen de honradez acrisolada y servicio público y están acusados de participar con pleno conocimiento y beneficio propio de la que puede ser la mayor trama de corrupción de la democracia española, así como de otros desfalcos millonarios allí donde gobiernan o han gobernado como en dos provincias valencianas y en las Baleares.

Aseguran respetar el principio de legalidad y están acusados de diverso tipo de prácticas administrativas fraudulentas, tanto en Madrid como en Valencia, como fraccionar las cantidades de las adjudicaciones para no tener que sacarlas a concurso y otorgárselas así a empresas de la trama corrupta.

Sostienen ser transparentes como el cristal pero el Gobierno valenciano niega información a la oposición o dilata entregar la que reclaman los tribunales. Transparencia como la de María Dolores de Cospedal, cuyas declaraciones de bienes están ahora llenas de enmiendas.

Afirman respetar las prácticas y convenciones parlamentarias pero gobiernan con opacidad, no dan explicaciones y emplean sin rodeos el rodillo de la mayoría parlamentaria. Para cerrar cuando les interesa las comisiones parlamentarias de investigación, por ejemplo.

Declaran respetar el principio de igualdad y no discriminación pero hacen comentarios y propuestas con tintes xenófobos y hasta vídeos que tienen que retirar a toda prisa porque frisan en el racismo.

Dicen ser partidarios del "juego limpio" a fuer de liberales pero están acusados de financiar sus campañas electorales con dinero negro procedente de la trama corrupta y canalizado mediante donaciones de empresarios que luego recibían contratos de la administración. Ello sin rememorar el famoso tamayazo que les dio la presidencia en posteriores elecciones gracias a la presunta compra de la voluntad de dos diputados socialistas.

Proclaman su fe en el mercado libre, la superioridad de éste sobre el Estado y la no intervención pública en la esfera privada y están acusados de favorecer a unos empresarios frente a otros por cantidades pavorosas en una manifiesta intervención pública del funcionamiento del mercado. Cosa que también sucede, aunque no sea motivo de acusación en sede judicial, con las relaciones con los medios de comunicación en las que se favorece a unos afines ideológicamente frente a otros que no lo son por medio de la discrecionalidad al otorgar las licencias. Con lo que además, intervienen en el ámbito de la comunicación.

En absoluto, protestan; es más, defendemos a capa y espada la libertad de información y expresión. Pero cualquiera que vea la cadena pública autonómica, TeleMadrid, también llamada TeleEspe, sabrá que es una pura máquina de propaganda del Gobierno autonómico y su partido sin la menor concesión a las posiciones no ya de izquierda sino siquiera de centro. Es la aplicación a rajatabla de las doctrinas gramscianas de la lucha por la hegemonía ideológica, un hallazgo del marxismo europeo. Todos los presentadores y prácticamente todos los colaboradores de la cadena pública son de derecha extrema, en ocasiones francamente agresiva y si no lo son lo suficiente les vuela la cabeza por intervención directa de la Presidencia de la Comunidad. Un intento de ocupar todo el espacio informativo, un intento totalitario.

Porque dicen ser liberales, y lo serán si ellos lo dicen; pero liberales totalitarios.

(Las imágenes son los retratos de Adam Smith y Karl Marx, en el dominio público. La idea de contraponerlas la he encontrado en el blog de William Crawley, de la BBC, titulado Will & Testament.

dilluns, 20 d’abril del 2009

La ética liberal.

Es bueno que los/as especialistas escriban obras concisas y divulgativas sobre los asuntos de su conocimiento para beneficio del amplio público y por una de esas tengo a este librito de Esperanza Guisán (Una ética de libertad y solidaridad: John Stuart Mill, Barcelona, Anthropos, 2008, 127 págs) que viene a ser una especie de prontuario de la vida y obra de un pensador tan audaz y polifacético como Stuart Mill. No obstante creo que la autora se ha dejado llevar de su indudable conocimiento del personaje y la materia, sobre la que tiene abundante y conocida obra publicada y el resultado es un texto algo deslavazado, no muy satisfactorio y que, curiosamente, deja tanto más que desear cuanto mayor es la competencia específica que se reconoce a la autora. Es un fenómeno muy conocido para los especialistas en siniestralidad vial: es en las carreteras que conoces bien en donde te das la chufa.

La autora divide su ensayo en seis apartados para tratar aspectos distintos del pensamiento de Stuart Mill. En primer lugar, su propia vida, asunto inexcusable no solamente porque ésta fue suficientemente singular sino porque ya se encargó el mismo filósofo de dejar prueba por escrito en una Autobiografía que reputo uno de los textos más interesantes entre los de su género. Dice Guisán que en Mill se acumulan tres influencias, a saber, la de su padre, James Mill, la muy singular del amigo de éste, Jeremy Bentham, y la de su esposa, Harriet Taylor, que nuestra autora considera determinante (p. 22). Recoge Guisán la confesión de Mill de que él no inventó el término utilitarismo, sino que lo encontró en una novela muy leída por entonces de John Galt, Annals of the parish y que desde entonces ha caído en el olvido, así como su autor. Quiere el destino, que es juguetón, que John Galt sea hoy mucho más conocido por ser el misterioso héroe del último novelón de Ayn Rand, Atlas Shrugged, que alguien, alguna vez, conseguirá llevar a la pantalla. Por descontado, el John Galt de Rand es lo más contrario que cabe imaginar a un héroe de Mill.

El segundo apartado es el que trata del utilitarismo como concepción ética. Guisán explica que, aunque el deseo constituye la "fundamentación natural" de la ética en Bentham y Mill, la diferencia es que Bentham piensa que todos los deseos son iguales en tanto que Mill lo niega sosteniendo que los placeres más deseables son los que proporcionan las facultades más elevadas. Es famoso el dicho milliano de que "es mejor ser un ser humano insatisfecho que un cerdo satisfecho". La base de la teoría de Mill es la de cómo colaborar a que todos los seres humanos sean felices en su totalidad y la autora subraya que el filósofo tenía un deseo ardiente de "cambiar el mundo" (p. 42), un impulso fáustico muy común en la época victoriana y que también debe de estar en la base de la idea de Guisán de que hay bastantes parecidos entre Marx y Mill (p. 77). Hace luego Guisán especial hincapié en la oposición entre la ética kantiana y la utilitarista en torno a la cuestión del origen de los valores (p. 50) que no es especialmente clara a fuer de esquemática cuando dicha oposición es casi autoevidente con sólo aludir al consecuencialismo milliano y el anticonsecuencialismo kantiano. Es esclarecedora la amplia cita en la que Mill sostiene que, en el fondo, el imperativo categórico le da la razón (aun contra la voluntad de Kant) a la hora de afirmar que el principio de la moral es el interés colectivo de la humanidad.

El tercer apartado versa sobre la idea de la libertad en Mill, autor de una de las obras que más impacto han tenido en el tratamiento del asunto, Sobre la libertad que, junto a los Principios de Economía Política, de los que Guisán no habla en su ensayo, es la biblia del pensamiento liberal más rico y matizado, el que no hace distinciones que encuentro siempre no muy afortunadas, entre el liberalismo político y el económico. La libertad es libertad del individuo (p. 55), basada en el famoso harm principle, esto es, el principio de que el individuo es libre de hacer todo lo que no perjudique a los demás, incluido lo que pueda perjudicarle a él mismo, con la famosa salvedad del contrato de esclavitud voluntaria. Aquilatando la teoría de Mill respecto al deber de obediencia, Guisán concluye que es valedor del estado 4,5 en la teoría del desarrollo moral de Lawrence Kohlberg (p. 60), es decir, un intermedio entre la etapa convencional y la postconvencional. Me quedo intrigado por qué no situarlo directamente y por propio derecho en el estadio cinco en el que el propio Kohlberg sitúa la mayor felicidad del mayor número, principio caro a los utilitaristas.

El cuarto apartado se dedica a Mill y las mujeres y es una especia de glosa de ese ensayo valiente, original y fascinante que se llamó en su día The Subjection of Women en el que Mill demostró una clarividencia y una audacia de juicio respecto a la emancipación de la mujeres inigualados como no sea en la obra, mucho menos precisa, pero igualmente genial de Fourier. Parece a Guisán que Mill da en el clavo al sostener que la causa de la subordinación de las mujeres se debe al hecho de que se las haya impedido de siempre subvenir a sus propias necesidades, es decir, la dependencia económica (p.62), una dependencia que equivale al estadio primero de la esclavitud (p. 63). Y cualquiera que conozca la contundente actitud antiesclavista de Mill a lo largo de toda su vida, valorará este símil en todo su alcance.

El quinto apartado, relativo a Mill y el gobierno no me parece especialmente conseguido. Su base son las Consideraciones sobre el gobierno representativo, pero la autora se concentra en una perspectiva ética (sobre el buen gobierno, el servicio a la colectividad, etc) (p. 70), que es correcto, pero soslaya los puntos de mayor originalidad que son la profundización de la tiranía de la mayoría (procedente de Sobre la libertad), el carácter del gobierno representativo como gobierno por consentimiento y, sobre todo, la defensa del sistema electoral proporcional en el país del sistema mayoritario por excelencia o, lo que es lo mismo, el arbitraje práctico de la defensa de la(s) minoría(s) frente a la posible tiranía de la mayoría.

El último apartado es una especie de reconsideración que la autora titula El atractivo ético de Mill del que colijo que lo que le parece más interesante es que Mill actuara de conformidad con sus ideas y no se pareciera al "ridículo" Rousseau, que teorizaba sobre la educación de los niños pero llevaba a los suyos a la inclusa (p. 78). Ciertamente, pero no sé si el calificativo más apropiado para ese proceder sea el de "ridículo".

Por último, la autora ha tenido el acierto de incluir como apéndice el primer capítulo de La sujeción de las mujeres en una magnífica traducción de Carlos mellizo. Es un placer releer a un hombre tan brillante en un asunto en el que la mayoría de los de su género desbarra: "...la desigualdad de derechos entre hombres y mujeres no tiene otra fuente original que la ley del más fuerte" (p. 90). Un juicio contundente que desbarata todas las artificiosas seudorrazones que se han aducido durante siglos para justificar esa vergonzosa situación de supeditación de las mujeres a los hombres en todo tiempo, toda tierra y toda cultura a tal extremo -y esto es de mi cosecha- que cuando antropólogos, etnólogos, sociólogos y todo tipo de estudiosos se lanzan en busca de una institución que sea verdaderamente universal es porque son incapaces de reconocer la que tienen delante de sus sabias narices: la supeditación de las mujeres a los hombres, hasta tal punto tienen estos, los hombres, interiorizado el carácter indiscutible, "natural" de tal supeditación. Pero, se pregunta el bueno de Mill "¿es que hubo alguna vez una forma de dominio que no pareciera natural a quienes la poseían?" (p. 99). A los ingleses del tiempo de Mill, dice éste, no les parece mal tener una mujer como reina, pero sí que las mujeres puedan ser soldados o diputadas (p. 101). Interesante observación que hoy propondríamos como un ejemplo práctico y manifestación de la disonancia cognitiva de Festinger. Y si queremos ver un antecedente del juicio moral milliano sobre lo que hoy llamamos "violencia de género", considérese lo siguiente: "En ningún otro caso (excepto en el de un niño) la persona que ha sufrido un daño probado judicialmente es puesta otra vez bajo el poder físico del culpable que infligió dicho daño. Como consecuencia de esto, las esposas, incluso en los casos más graves y prolongados, pocas veces se atreven a recurrir a las leyes que han sido hechas para su protección; y si en un momento de indignación incontenible, o por intervención de los vecinos, son llevadas a hacerlo (es decir, a recurrir a la ley), todo su esfuerzo posterior es revelar lo menos posible y rogar que el hombre que las tiraniza sea eximido de su justo castigo" (p. 103). El trozo desmerece algo de la calidad del resto de la traducción por el excesivo uso de la pasiva, pero su contenido es estremecedoramente actual. ¿O no?

dimecres, 8 d’abril del 2009

Un artículo interesante.

El señor José María Lassalle, secretario de Estudios del PP y diputado de ese partido por Cantabria, publicaba ayer en El País un estupendo artículo titulado Virtudes liberales, muy bien escrito y razonado y con cuyo razonamiento fundamental, consistente en exaltar la tradición liberal de Occidente como una doctrina filosófica, política, económica y social que es esencial en el adelantamiento de nuestras sociedades, no puedo sino estar de acuerdo. Sin duda alguna.

Pero en su artículo, el señor Lassalle hace unas críticas al pensamiento antiliberal que creo yerran evidentemente el blanco. Así, sostiene que: Arropados por esta estrategia de descalificación ideológica, ciertos sectores de la izquierda han creído ver en la crisis una oportunidad política para revisitar los consensos teóricos alcanzados en las democracias liberales después de la experiencia de la guerra fría y la caída del muro de Berlín. Esto no se compadece con los hechos. El llamado "pacto social-liberal" de la posguerra sufrió sus primeros ataques desde la derecha que quiso revisarlo de plano a raíz de la crisis de mediados de los años setenta. Una ojeada a la bibliografía muestra que las principales obras neoliberales de ataque al Estado del Bienestar de los Friedman, Buchanan, Gilder, Lepage, las reediciones de Hayek, etc son de los años setenta. O sea, no desde la caída del muro de Berlín sino desde los años setenta. La derecha que dice ser liberal. Y en ello sigue, en desmantelar como pueda el Estado del bienestar. Pregunte el señor Lassalle a la liberal señora Aguirre qué está haciendo con los servicios otrora públicos del pacto social-liberal en Madrid.

Añade el señor Lassalle que incluso han propugnado (los mismos "sectores de la izquierda") que era necesaria una reformulación del capitalismo -asumiendo este concepto en una clave estructuralmente posmarxista-, y han reivindicado para ello los valores de cohesión e ingeniería social defendidos desde la socialdemocracia. Pero eso es legítimo. La izquierda democrática, roto el consenso de la posguerra -y no por ella- y a la vista de la catastrófica crisis en que los excesos desreguladores del neoliberalismo han sumido al mundo, tiene derecho a proponer sus fórmulas socialdemócratas. Sobre todo teniendo en cuenta que dichas fórmulas ya incorporan la tradición liberal (y democrática, cosa que no es tan clara en el primer liberalismo) en su planteamiento como decía hace muchos años don Indalecio Prieto cuando se declaraba "socialista a fuer de liberal".

Por lo demás, el acuerdo entre esta socialdemocracia y el liberalismo se prueba precisamente en aquel liberal clásico que acertadamente cita el señor Lassalle y cuya efigie ilustra esta entrada, John Stuart Mill, un liberal socialdemócrata. En cuanto al resto de nombres que el autor deja caer, especialmente el del señor Obama, a quien pretende convertir en el señor Rajoy de Gringolandia tengo poco que decir. Cada cual hace las comparaciones que le interesan, incluso aunque resulten francamente divertidas.

No obstante lo más criticable del por lo demás excelente artículo del señor Lassalle es cuando dice: Quienes han defendido esta posición (la de una "refundación del capitalismo") no han dudado en establecer una correspondencia inaceptable entre los principios liberales y las tesis esgrimidas por los profetas de la desregulación agresiva y antiestatista del neoliberalismo. Con todos mis respetos, los primeros que no solamente hacen sino que reivindican esa correspondencia y, por cierto, de modo vehemente y algo cargante son los neoliberales y/o neoconservadores que se apiñan en su propio partido. Las tesis agresivas y antiestatistas del neoliberalismo son el sonsonete ideológico permanente del señor Aznar, las fórmulas que la Fundación FAES, think tank del PP, defiende tous azimuts y las que predican después sus terminales mediáticas. Todos los agresivos neoliberales españoles están en el partido del señor Lassalle, sostienen ser auténticamente liberales y sospecho que, si el señor Lassalle de verdad piensa y dice lo que escribe, lo tendrán por un quintacolumnista socialdemócrata. Otra cosa es que no lo piense y lo escriba para pescar en río revuelto.

Hecha esta pequeña corrección de tiro, reitero mi sincera admiración y coincidencia con el resto del artículo mencionado.

dimarts, 26 d’agost del 2008

TINSTAAFL.

Parece que la Dama de hierro sufre demencia senil según informa su hija. Es lamentable. Con ella se apaga una época que dejó leyenda y doctrina, el "thatcherismo", más fuerte que la influencia de su coetáneo y conmilitón ideológico, Mr. Reagan. Porque hubo "reaganomics", pero no "reaganismo". La dama era la que llevaba la antorcha de la lucha contra el comunismo, a través de las privatizaciones. Eso fue lo simbólico. y lo que hizo que por primera vez en mucho tiempo una primera ministra inglesa eclipsara a un presidente de los EEUU. Claro Mr. Reagan no privatizó nada porque en su país prácticamente todo es privado.

Quedan flecos y hay quien quiere acabar con ellos. La idea de privatizar la administración de justicia no es nueva; como tampoco lo es suprimir la Hacienda Fiscal y substituirla por una financiación pública a base de loterías; ni la de suprimir la moneda única y privatizarla de forma que cada cual (bancos, mayormente) saque su papel con el valor que tenga en el mercado. Son los libertarios, esos que adoptaron una fórmula que se encuentra en una novela de ciencia ficción de Robert Heinlein, There Is Not Such A Thing As A Free Lunch (TINSTAAFL), fundamento mismo del orden económico e incluso moral según el cual No Existen Almuerzos Gratis (NEAG en castellano). Algo en lo que la señora Thatcher, que era química, creía más a pie juntillas que en la tabla de elementos periódicos. Hacia 1987 concedió una entrevista a la revista Women's Own en la que, entre otras cosas dijo:

"Creo que hemos pasado ena época en que se ha hecho creer a demasiada gente que si tiene un problema, el Estado tiene el deber de resolvérselo. 'Tengo un problema; que me den una subvención'. 'Soy un sin techo; el gobierno tiene que conseguirme una vivienda'. Eso es cargar a la sociedad con su problema. Pero, ya ve Vd., No existe la sociedad (NELS) (negritas, mías). Existen hombres y mujeres individuales y familias. Ningún gobierno puede hacer nada sino es a través de la gente. Pero la gente tiene que cuidar de sí misma en primer lugar. Nuestro deber es cuidar de nosotros mismos y, luego cuidarnos de los demás. La gente piensa demasiado en los derechos sin pensar en los deberes. No existen derechos si antes no se ha cumplido con el deber."

Este razonamiento, el puro sentido común del ama de casa, que decían muy irritados los elitistas (y machistas) diputados laboristas, triunfó en Inglaterra elección tras elección, haciendo de Mrs. Thatcher la primera ministra que más tiempo ha estado en el poder (1979 a 1990). Y si no es porque metió la pata en el intento de privatización del Servicio Nacional de Salud y la creación de un impuesto de capitación, lo que propició una sublevación en su propio partido, hubiera seguido ganando a los desconcertados laboristas.

Una señora tremenda esta Iron Lady: descuajaringó a los sindicatos ingleses; privatizó el entero sector público de la economía, British Telecom, British Rail, minas, puertos, aeropuertos... todo; derrotó a los payasos de la junta militar argentina e causa de las Malvinas; instaló armas atómicas estadounidenses en Graham Common, propiciando un movimiento pacifista que le importó una higa; estuvo tiesa con el independentismo irlandés (desde no ceder en una huelga de hambre de los presos en la que murieron once (creo) hasta dejar que los mataran a balazos en mitad de la calle en Gibraltar); renegoció la aportación de Inglaterra a la Comunidad Europea; y se las tuvo tiesas a los soviéticos hasta que tropezó con el tovarich Gorbachov, de quien dijo de inmediato que era un hombre "con el que cabía hacer negocios".

Un torbellino en la política práctica y en la teórica. Creyente firmísima en la necesidad de desmantelar el Estado del Bienestar, por eso dice que "no existe la sociedad"; sólo lo hacen los individuos. Principio básico de la corriente metodológica dominante desde hace decenios en las ciencias sociales, llamada el individualismo metodológico, que comparte con los libertarios del TINSTAAFL. Su intervención fue decisiva para que los ingleses dejaran escapar al genocida Pinochet, salvándolo de las garras justicieras del juez Garzón y demostrando así una vez más que la razón de Estado prevalece sobre las consideraciones ético-jurídicas que luego se pregonan a los cuatro vientos cuando se trata de hacérselas tragar a un tercero.

¿Qué quieren que les diga? La señora me gustaba porque era valiente, clara e inteligente y uno prefiere que los adversarios tengan estas cualidades y no que sean cobardes, confusos y estúpidos. Tenía un espíritu de afirmación y orgullo muy inglés, muy de clase media conservadora, imbuida de la doctrina del libre mercado que, como se sabe, se aplica cuando conviene; nada más. La foto que ilustra el post no tiene desperdicio. Obsérvense la escenografía, el atuendo de las señoras, el gesto de los caballeros y la actitud de los cadetes. Es como el símbolo de la "relación especial" anglosajona que repateaba al general De Gaulle, el que consagra la superioridad de lo que Churchill llamaba the English speaking peoples, los pueblos de habla inglesa, la "anglicidad", que diría Ramiro de Maeztu.

La hija dice que la demencia senil de su madre efecta ante todo a los recuerdos recientes; los del pasado sigue teniéndolos íntegros. Encuentro que es un apagarse poético el de la señora que no se molesta en registrar el corto plazo, lo que sucede a su alrededor. ¿Para qué? Ella ya es una figura en la historia.

La imagen es una foto de los Reagan y los Thatcher en una cena en la Casa Blanca el dieciséis de noviembre de 1988 que se encuentra en el cominio público por gentileza de la Ronald Reagan Presidential Library

diumenge, 20 d’abril del 2008

La ideología de la derecha.

Vae victis! ¡Ay de los vencidos! La discordia se ceba con ellos. Todo se les vuelve recriminaciones, rencillas, enfrentamientos. Desde que el PP perdió las elecciones el pasado nueve de marzo en su seno se masca la división y la bronca. Conocido es el hilo de los hechos que enfrenta a la señora Aguirre con el señor Rajoy. En la última entrega, al decir la doña que el Presidente del partido es una especie de socialdemócrata y ella liberal de siempre, ha inaugurado la "batalla de las ideas" a su corto pero leal saber y entender. El bollo que tiene en la cabeza doña Esperanza es tan grande como sus ganas de ser presidenta del Gobierno de España, para jugar a Mrs. Thatcher. Dice ser liberal pero no es seguro de qué liberalismo esté hablando porque, aunque la palabra liberal es de lo poco hermoso que la lengua española ha dado al lenguaje político universal allá por 1812, el término ha adquirido tan prodigiosa diversidad de significados que hasta puede tenerlos contradictorios. Pongamos un ejemplo, la señora "liberal" construye ocho hospitales con fondos públicos y entrega la gestión de la sanidad a empresas privadas. El negocio para éstas es redondo pues no arriesgan un euro en costear unas instalaciones carísimas que gestionan sin coste alguno y que, cuando sean obsoletas, podrán abandonar sin más en manos de quienes las sufragaron, esto es, los contribuyentes y que aún no habrán terminado de pagar. ¿Es esto liberalismo?

¿Es liberalismo en el sentido que dio al término el padre de la doctrina, Adam Smith? Ciertamente, no. Un liberal "clásico", smithiano hubiera visto con buenos ojos ocho hospitales (o treinta o uno) pero todos pagados desde los cimientos hasta la gestión por la iniciativa privada. Hospitales construidos por la autoridad pública equivale a socialismo.

¿Será entonces sinónimo de liberalismo en el sentido que se le da al término hoy en los EEUU? Pero ese sentido es igual a socialdemocracia, ideología que la señora Aguirre rechaza indignada y con razón porque es posible que la socialdemocracia privatice la gestión de los servicios públicos, pero lo hace a regañadientes ya que lo que ella quiere es financiación integral pública de esos servicios, infraestructuras y gestión.

¿Será pues sinónimo del conocido como libertarismo o libertarianismo en los EEUU? Tampoco porque, a fuer de partidarios del liberalismo clásico, los libertarians, al estilo de los "anarquistas" del Estado mínimo de Nozick, rechazan que la autoridad pública construya nada; es más, hasta les irrita que la autoridad tenga dinero para hacer obras públicas.

¿Será por último sinónimo del "liberalismo" que predica el señor Haider en Austria? En parte, aunque no del todo, es de esperar, porque el señor Haider tiene bastante de neonazi. Pero en parte, sí. Y donde este "liberalismo" no es puro nacionalismo, clasismo, xenofobia, es clamoroso caso de parasitismo de lo público por lo privado. El liberalismo de la señora Aguirre es el liberalismo de los negocios: alcancemos el poder para hacer negocios y (aquí viene el liberalismo), a quien Dios se la dé, San Pedro se la bendiga.

La apoyan en esta ejemplar tarea dos medios de comunicación, la COPE y El Mundo, que tienen los negocios puestos en el triunfo del "liberalismo" aguirresco y otro medio público, Telemadrid que, si no hace negocio da igual porque lo costean todos los españoles o, cuando menos, todos los madrileños. Muy liberal, como se ve, contar con medios públicos de comunicación y, encima, manipularlos; aunque esto ya no tiene nada que ver con el liberalismo sino con la mera decencia.

Todo eso tiene de liberalismo lo mismo que Mein Kampf: es un discurso ultrarreaccionario, basado en la hegemonía de la Iglesia católica y en un clima de fagocitación de lo público por lo privado con barra libre para hacer negocios, empezando por los que, al parecer, hcen los allegados de la señora Aguirre con motivo del tendido de alta velocidad en Guadalajara. Es un liberalismo consistente en administrar los bienes y medios públicos en interés de grupos privados que es, precisamente, la definición misma de corrupción, esto es, poner lo público al servicio del interés privado. De esto hay muchísimo en el PP, pero no todo y puede que no la mayoría. E igual que Madrid no es España, por mucho que los madrileños así lo crean y tan atinadamente ha visto el señor Rajoy como buen pontevedrés, del mismo modo los "liberales del negocio" no son mayoría en el PP.

Durante los años de la democracia, treinta, de los que la derecha postfranquista sólo ha gobernado ocho, el PP, que ya había nacido con un odio franquista instintivo a las ideologías (no por ideologías, sino por no ser una sola, la suya), ha acabado configurado como un caso típico de esa forma de partido que Kirchheimer llamó catch-all-party, partido "atrápalo-todo". Y lo dijo en inglés porque, como buen judío alemán, tuvo que cruzar el charco para salvar el pellejo. Partido "atrápalo-todo", o sea, por encima de clases sociales, de sectores, religiones o grupos ideológicos, lo más próximo a un partido "nacional", algo que gustaba tanto a Franco que lo declaró partido "único". En democracia no le queda más remedio que admitir otras opciones, pero sigue siendo un partido que quiere englobarlo todo, no determinarse por nada porque, como decía Spinoza, toda determinación es una negación y así representar todos los intereses y ganar las elecciones. Un partido en el que caben todas las ideologías. Rajoy mencionó a liberales, conservadores y socialdemócratas. Le faltaron los comunistas, pero a esos ya los tiene con la plétora de conversos de los años setenta en conservadores aznarinos. En el PP caben todas las ideologías porque no tiene ninguna y hace aquello que recomendaba Franco: haga como yo y no se meta en política.

¿Rajoy? Un bendito, más chulo que un ocho con el respaldo de todos los barones de su partido de alguno de los cuales puede fiarse tanto como de la señora Aguirre. Que no hace falta ser muy mal pensado para llegar a la conclusión de que a más de uno, por ejemplo, a los señores Gallardón y Camps les interesa la victoria del señor Rajoy frente a Aguirre porque así lo tendrán más fácil ellos cuando se postulen en 2012 porque el PP haya vuelto a perder. Es muy difícil conjugar el interés de uno/a mismo/a, el del partido y el de la Patria. Sólo lo consigue algún iluminado y a base de imponer dictaduras. En las democracias, alguno de esos intereses cede a los otros y no cuesta nada averiguar cuál.

Declarar al señor Rajoy la guerra de las ideologías, pretender dar con él la batalla "de las ideas", es empeño deliciosamente inútil porque, si lo presionan mucho estos manipuladores de las ideologías, descubrirán que el señor Rajoy es un político... apolítico.

(La primera imagen es una foto de adamrice y la segunda una de Bugtom ambas bajo licencia de Creative Commons).

divendres, 18 d’abril del 2008

España no se rompe; el PP, sí.

Las continuas tarascadas que la señora Aguirre propina a su partido están dejándolo con las cuadernas al aire y en un rumbo muy peligroso hacia una confrontación interna que parece aflorará con fuerza en el congreso de junio. Las declaraciones de la presidenta de la CA son muy sonadas porque tienen mucho calado. Mucho más del que parece a simple vista. Su insistencia en que se abra un "debate de ideas" en el partido no solamente trata de evitar que se la acuse de personalizar los problemas, de valerse de cualquier cosa para saciar su nada velada ambición de ser presidenta del Gobierno de España, sino que va directa al corazón del PP hoy: su indefinición.

Hasta muy recientemente la indefinición, la ambigüedad, todos bajo el techo común, fue buena fórmula. Pero puede que ya no lo sea tanto. Dos elecciones perdidas dan alas a la idea de que quizá convenga que el PP clarifique su posición entre las dos que hoy, parece, se reparten el alma de la derecha española: la "liberal" de la señora Aguirre y la otra que, a falta de un nombre autopropuesto, suele designarse con eso que la prensa más o menos de izquierda, llama una "derecha moderada", "derecha civilizada" (como si la otra no lo fuera) y "centro". Pongo entre comillas el "liberal" porque, viendo los dichos y hechos de la señora Aguirre, el término "liberal" que ella usa las merece. Por "liberalismo" entiende la señora Aguirre una actitud ultraliberal en lo social y económico al tiempo que ultraconservadora en lo moral. Ambas actitudes practicadas con gran agresividad. La batalla es de ideas y ella confía en que su "liberalismo" se impondrá en el PP porque, además del político, juega en el terreno mediático. Y mucho y muy bien. Con ese control que tiene sobre los medios capitalinos COPE, El Mundo y Telemadrid compensa doña Esperanza su falta de apoyo en la piel de toro. No hay más que ver cómo interviene en los enfrentamientos de los medios, a favor de los suyos y en contra de los que considera adversarios. Eso que dice de que El País trata de no llevar el trasvase del Ebro a portada es, a su vez, portada en Libertad Digital del día anterior: El País especula sobre el futuro de Aguirre para quitar el trasvase del Ebro de su portada. La señora Aguirre dice lo que dice su prensa. Hay una notable unidad de acción que es muy eficaz a la hora de que el personal, sobre todo los votantes, entiendan el mensaje.

Y hace bien. El grupo relativamente monolítico que se designa a sí mismo como "los liberales", cree que es un buen momento para tomar las riendas del gran partido de la derecha y arrastrarlo a apoyar sus posiciones ultras. Y es un buen momento porque el hipotético otro sector de la derecha está descabezado, debido tanto a la derrota personal del señor Ruiz Gallardón (a su vez enfrentado con La Cope en los tribunales) y a su evidente resignación como a la falta de una formulación sólida de un proyecto distinto del liberal que, evidentemente, nadie, ni el señor Ruiz Gallardón ha formulado nunca porque piensa que a él le fue bien en la indefinición y la ambigüedad.

En el fondo, la frase de doña Esperanza sobre los socialdemócratas iba dirigida contra el señor Rajoy porque cree que el señor Rajoy y sobre todo el señor Ruiz Gallardón son socialdemócratas; no del todo pero sí en parte. Y tiene razón. Ambos dirigentes traen orígenes franquistas: el señor Rajoy, vía don Manuel Fraga y el señor Ruiz Gallardón vía su suegro, señor Utrera Molina, también ministro de Franco y uno que, según dice en su libro de memorias, anda por la vida Sin cambiar de bandera. Vale decir, de camisa. Pues bien, como derecha franquista, tienen ambos un toque de paternalismo intervencionista que saca de quicio a los "liberales" a quienes parece que eso es pura socialdemocracia.

Se trata de la derecha más tradicional en España, más acorde con el liberalismo histórico español mientras que los otros, los "liberales" no encajan en ese modelo histórico español por dos razones: primera porque son muy extranjerizantes; la señora Aguirre quiere ser Mrs. Thatcher; y la segunda porque son integristas religiosos; la punta de lanza ideológica es una emisora de Conferencia Episcopal, o sea de la Iglesia católica española. Cómo se combina eso con el liberalismo azañista, del que el señor Aznar dice saber mucho, es un misterio insondable. Para su desgracia, sin embargo, este sector de la derecha no parece encontrar un nombre que "venda", que no sea derecha franquista, paternalista, intervencionista o socialdemocracia, por lo cual prefiere mantener silencio. Sabia actitud, acorde con el viejo dicho de "Calla a no ser que lo que tengas que decir sea mejor que el silencio", pero que no siempre puede mantenerse, sobre todo en política, en donde de continuo te exigen que lo rompas.

De ahí la importancia de que la señora Aguirre esté en mitad del palenque, lanza en mano, presta la rodela, retando al caballero que quiera defender al "centro" o "derecha moderada", en nombre del "liberalismo" y muy apoyada en su particular brunete mediática. Y que no salga nadie, que el señor Rajoy no sepa dar una respuesta en el campo de las ideas y/o proyectos, y se dedique a recabar apoyos territoriales a su candidatura, lo que está provocando mucha agitación en el partido en el que ya se discute sobre el tipo de mandato de los delegados, es prueba de que las aguas bajan turbias.

Al final hay que preguntarse qué pasará si en el Congreso se enfrenta una propuesta del señor Rajoy todo sonrisas pero sin ideas y una crecidísima señora Aguirre que, además de las sonrisas, trae las ideas. Y qué pasará si gana la señora. Porque si gana la señora, se ha acabado la carrera política del señor Rajoy y del señor Ruiz Gallardón quien, en un acto que probablemente sea noble pero muy irreflexivo, vinculó su futuro al del señor Rajoy poniéndose a sus órdenes sin condición alguna. Es posible que ambos se vayan a casa, teniendo en cuenta que los dos son bastante mansos. Pero habrá mucha presión sobre el señor Ruiz Gallardón para que capitanee una escisión del PP por el lado "centrista" o "moderado". Y ganas no le faltarán al Alcalde que tiene algunas cuentas que ajustar con doña Esperanza. En contra de la hipotética escisión opera el acusado sentido del interés de la derecha (que le hace ver la conveniencia de no fragmentarse) y la memoria del desastre de la UCD.


Por cierto, cómo está el patio mediático. El señor Daniel Anido, director de la Cadena Ser llama a los señores Burgos, Jiménez Losantos, Ramírez y Ussía, entre otros, pajilleros, reprimidos, grasientos, puteros, siniestros, cobardes y acomplejados. El clima que he detectado por ahí en general es de alegría porque alguien finalmente les dice cuatro cosas a esas gentes que llevan años soltando veneno, en la idea seguramente de que es el único lenguaje que entienden. Lo entiendo a mi vez, pero es su lenguaje. Y ahí son maestros. Acuñan estos pavos insultos de a doblón que tratan de aplastar al insultado. Se admiten apuestas de qué será lo que digan de él. Para mí que de degenerado, borracho y mamporrero no bajan.

(La primera imagen es una foto de adelgado, la segunda es de Chesi, la tercera de Brocco Lee, todas bajo licencia de Creative Commons).

divendres, 11 d’abril del 2008

La batalla de las ideas.

La batahola que hay en el PP es lo nunca visto. Al perro flaco todo se le vuelven pulgas. Pierdes unas elecciones y te encuentras con una crisis de liderazgo de la que no te saca ni Dale Carneggie. Desde Pekín, a donde el señor Ruiz Gallardón ha ido supongo que a aprender cómo se hace cuando te conceden unos juegos olímpicos, que no fue su caso, ha metido la cuchara en el guiso conservador diciendo que no quiere que la señora Aguirre sea presidenta del Gobierno de España.

Mil perdones, señora Presidenta, pero esto sí que es un órdago y no lo que hizo el otro día Vd. ante el exangüe señor Rajoy, que no le llegaba la camisa al cuerpo. Esto de sacar las pugnas, las rivalidades, los odios a la luz pública sí que es trasparencia y un adelanto respecto al tiempo anterior en que existían pero en sordina, disimuladamente. Así que, señora Presidenta, tendrá Vd. que dar una respuesta como merece al señor Ruiz Gallardón. Si no lo reta Vd. directamente en singular combate, deberá encontrar un caballero que pelee su causa, pero esta afrenta no puede Vd. dejarla pasar.

Bah, razona la señora Aguirre, son unos maletas que ya se han asustado y han corrido a refugiarse bajo las alas de la izquierda clueca. Por eso, no hay que dejar pasar una, hay que plantear la oposición en todo, con todo, para todo. Nada de aproximarse a la izquierda, sino destruirla, eliminarla como sea, que lo demás se dará de añadidura. Aquí lo que hay que hacer es plantear la batalla de las ideas para que quede claro que el liberalismo es moralmente superior a la izquierda.

La batalla de las ideas. Grandioso nombre muy al estilo de las series históricas de la BBC del tipo de The battle of Stalingrad o simplemente Stalingrad. Le gusta mucho a la cohorte mediática de la señora Aguirre: aquí tratamos de ideas, de principios, de valores. Somos los think-tankers de un próximo complejo de ideas que asombrará al mundo. Primero hay que dar la batalla de las ideas. Que se prepare la socialdemocracia que ella, la señora Aguirre, le va a demostrar cómo la pretensión de la izquierda de ser moralmente superior es falsa y la verdad es justamente lo contrario: el liberalismo es moralmente superior.

Es estúpido establecer diferencias morales entre ideologías políticas que comparten un mismo sistema de valores, como la socialdemocracia y el liberalismo... salvo que este liberalismo de que aquí se habla sea sencillamente falso. Efectivamente, no es liberalismo es hipernacionalismo que, como el liberalismo de Jörg Haider en Austria, se acerca al fascismo, de la mano de un populismo que se desgañita en los medios.

Si por "izquierda" se entiende la tendencia política supuestamente más a izquierda del PSOE es decir, lo que antaño se llamaba "comunistas", que sean estos quienes ventilen la cuestión sobre la superioridad moral si es que la proclaman. En la socialdemocracia se me hace difícil aceptar que alguien crea poseer una superioridad moral sobre algún otro como colectividad. Aquí se entiende que no hay más moral que la de las personas individuales; son las personas individuales quienes son objeto de juicios de valor y responsables de lo que hacen. Pues bien, no hay personas superiores o inferiores moralmente, todas son iguales. Después, cada cual es hijo de sus actos. O hija.

El razonamiento liberal para provocar la "batalla de las ideas" es una típica falacia racista. La superioridad moral es el principio mismo del que se parte, no el resultado final de los actos de cada cual en sus circunstancias concretas, es la connotación de una adscripción colectiva, la izquierda, los judíos, los partidarios del barça o los tullidos. La izquierda, los Untermenschen, carecen de ella. Esta reside en el liberalismo, en los Übermenschen y eso puede demostrarse no con la acción individual concreta sino mediante la batalla de las ideas

Sostener que superioridad o inferioridad moral entre ideologias que pertenecen a la misma tradición de valores de democracia, estado de derecho y valor de la persona humana es erróneo y en sí mismo inmoral. Inmoral como lo es la señora Aguirre cuando habla de superioridad moral.

(La imagen es un cartel de Julio Romero de Torres de 194, La mecha (en el que se ve a una mujer española a punto de encender la mecha de un cartucho de dinamita), pertenece a la colección de la Unión de Explosivos de Río Timto, lógicamente y se encuentra en Ciudad de la pintura).