dimarts, 1 de maig del 2007

Vuelven los pachás.

El lío de Turquía tiene una pinta fatal. El Primer Ministro Erdogan, a quien El País llama "islamista moderado", sin duda porque cree en el carácter taumatúrgico de las palabras, baranda del mayoritario Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP: 360 escaños de los 550 del Parlamento turco, llamado, cómo no, Gran Asamblea Nacional Turca) se obstina en presentar la candidatura a la presidencia de la República de su ministro de Asuntos Exteriores y conmilitón en islamismo "moderado", Abdulá Gül.

Turquía es una República parlamentaria laica fundada en 1923 por el pater patriae Mustafá Kemal y regida por una Constitución también laica aprobada en 1982. El propósito obvio de estos dos "moderados" pájaros al igual que el de su partido es islamizar a la sociedad turca y, si pueden, reintroducir la sharia que como bien se sabe causa la felicidad del pueblo allí en donde impera. Ellos dicen que no pero quien haya seguido la política turca en los últimos años desde las elecciones de 2002 en que el AKP obtuvo el 34,27% del voto frente al 19,39% del Partido Popular Republicano (CHP), el fundado por Kemal, sabe que la islamización de Turquía está en marcha de muy diversas formas, unas más civilizadas que otras, obligando a las chicas en las escuelas a llevar el velo o asesinando a algún infiel que otro, preferentemente cristiano.

El sistema político turco es muy inestable, las elecciones (con principio proporcional) tienen un grado altísimo de volatilidad de forma que no es de extrañar que los partidos pasen de tener doscientos diputados a no tener ninguno. Ese desequilibrio es reflejo de la falla fundamental de la sociedad turca que sigue sin estabilizarse entre los islamistas y los modernizadores kemalistas. Ayuda bastante una barrera electoral del 10%. Así se explica que, actualmente sólo haya dos representados en el parlamento (tres, si se tiene en cuenta uno que se quedó en el 9,4% del voto y al que se le hicieron unos préstamos para que llegara a cuatro diputados), a pesar de que se trata de un país multipartidista. El sistema político, pues, no será obstáculo a la temida islamización. Es bastante probable que el tal Gül consiga los 2/3 de los votos preceptivos en la segunda vuelta de mañana, miércoles, porque habrá diputados del CHP que votarán por él, con lo que será presidente de la República si el Tribunal Constitucional no anula la primera vuelta, como solicita el CHP.

De tratarse de un país normal, este riesgo no debiera preocupar pues la vigente Constitución, con gran previsión, incluye el juramento que ha de prestar el futuro presidente de la República y que lo compromete, entre otras cosas a atenerse a:

" la Constitución, a la supremacía del derecho, a la democracia, a los principios y reformas de Ataturk y al principio de la República laica", (...) y a: "los derechos del hombre y las libertades fundamentales".
Debiera ser suficiente pero, al ser islamista el que jura, los pachás del ejército no se fían. Yo tampoco. El ejército turco que ha intervenido en política cuatro veces desde 1960 y ha dado origen a algunos términos originales de la Ciencia Política, como el "golpe por memorándum" (1971) o el "golpe posmoderno" (1998), ya ha avisado de que la laicidad es innegociable, en lo que todo el mundo ha entendido como un ultimátum. Tiene gracia. El gobierno ha recordado a los pachás la supremacía del poder civil y lo mismo ha hecho la Unión Europea, que ha perdido una ocasión de oro de callarse porque, hasta la fecha, la única garantía de supremacía del poder civil en Turquía es precisamente el ejército de los pachás.