dijous, 26 de març del 2009

Retrato del Rey al vitriolo.

Mi amigo Iñaki Errazkin, uno de los puntales del periódico digital InSurGente, cuya línea editorial suele clasificarse en la izquierda extrema, por encontrar algún calificativo de uso común con el que yo no estaría completamente de acuerdo, ha publicado un libro sobre el Rey (Hasta la coronilla. Autopsia de los Borbones, Txalaparte, Tafalla, 2009, 341 págs.) o, por mejor decir, contra el Rey. En realidad es algo más puesto que no solamente versa sobre don Juan Carlos I sino sobre todos los Borbones españoles a partir de Felipe V. Y los trata con ánimo descaradamente necrofílico ya que subtitula su obra Autopsia de los Borbones. Curioso título. Podría entenderse aplicado en sentido metafórico a los Borbones muertos pero para los vivos está más complicado el asunto, salvo que nos percatemos de que el término está utilizado en sentido desiderativo. Y eso nos pone ya sobre la pista de uno de los rasgos más claros del libro: es una obra militante en su antimonarquismo, su antiborbonismo, su antijuancarlismo y, es de suponer, su correspondiente republicanismo. Está claro, el autor no pretende adoptar una actitud de objetividad o imparcialidad (en las que, probablemente, como periodista crítico, no cree) sino de clara beligerancia contra la institución monárquica, contra la dinastía Borbón y contra el actual portador de la Corona.

El otro rasgo es que, aunque la obra abarca más o menos trescientos años de la historia de España (desde comienzos del siglo XVIII a comienzos del XXI), no está escrita en el espíritu de los trabajos académicos de reposada historiografía sino como una apasionada crónica periodística, sin darse mucha fatiga con las cuestiones de fuentes y metodológicas, sino yendo directamente a lo anecdótico por pintoresco y trazando una especie de fresco de la evolución de España en ese tiempo, anclada en una visión crítica y sarcástica de los acontecimientos que la caracterizaron y resaltando sobre todo su aspecto esperpéntico.

El objetivo principal de la obra es el monarca felizmente reinante en España (me parece, no estoy seguro, que el autor jamás utiliza el nombre del país en singular sino que siempre se refiere a él como "las Españas", designación que era muy frecuente en Siglo de Oro) pero, de hecho , le ocurre lo que al protagonista de la célebre novela de Laurence Sterne, La vida y opiniones de Tristram Shandy, que nace aproximadamente a la altura de la página doscientas cincuenta o trescientas de la obra, según sea la edición. Algo similar sucede con don Juan Carlos que aparece por primera vez en el libro de Iñaki como protagonista a la altura de la página 195 y la abandona en la 277; es decir, le está dedicada menos de la tercera parte del libro, aunque alguno podrá argumentar que hasta eso es demasiado, dada la banalidad del personaje.

La explicación de tal hecho radica en que Errazkin parece convencido de que hay una condición moral, psicológica, de los Borbones, que estos tienen unas características que los distinguen y se manifiestan con contumacia a lo largo de la historia, trátese de Felipe V, Fernando VI, Carlos IV, Fernando VII, Isabel II, Alfonso XII, Alfonso XIII o Juan Carlos. Sólo excluye a Carlos III por las habituales razones de que era hombre culto y que fue un excelente alcalde de Madrid. Esas características vienen a ser que los Borbones son zafios, ignorantes, tiránicos, alborotadores, promíscuos, incompetentes, incontinentes sexuales, infieles, arbitrarios, no muy despiertos... en fin, una joya de familia y una familia de joyas.

La parte dedicada a la historia de los Borbones (desde Felipe V hasta Alfonso XIII y, más allá, la dictadura de Franco que habría que comprender como la etapa del Spanish Pretender, don Juan que no llegó a ser Juan III muy a su pesar) se lee con mucho agrado. Consiste en una serie de relatos engarzados a través de las anécdotas y sucesos más sobresalientes de los respectivos reinados que dejan a los protagonistas muy mal parados. Claro que no peor de lo que ellos se mostraron a sí mismos o de cómo los reflejaron los testimonios de sus contemporáneos o el juicio de los historiadores. No conozco de ningún escritor o cronista español o extranjero de cierta altura intelectual que tenga algún buen juicio para esta sarta de egoistas ineptos y bastante necios. Así que, aunque Errazkin parece regoderase en dibujar la vacua pomposidad de Felipe V y las lamentables condiciones espirituales de Fernando VI o Carlos IV, no va más allá de lo que la historiografía, incluso la más conservadora, reconoce.

Lo mismo cabe decir de Fernando VII a quien ningún escritor de mínima categoría concede respeto alguno: taimado, bribón, criminal, necio, tiránico, el cuadro que dibuja Errazkin está también en el mainstream de la historiografía. Si acaso hace algo más de hincapié en la incontinencia sexual, el priapismo del monarca, pero lo atribuyo a una especie de alegre juicio del autor que tiende a tener una visión rabelaisiana de los personajes sobre los que diserta. No hace falta decir que el reinado de Isabel II obtiene un tratamiento pormenorizado en la obra. He echado de menos una referencia a las magníficas novelas de Valle Inclán sobre la Corte de los milagros en las que se encuentran páginas soberbias sobre el Espadón de Loja y los hábitos sexuales de la Reina castiza así como los melindres del Rey consorte. En cambio está muy bien traido el libro que los hermanos Bécquer publicaron a raíz de la "Gloriosa" de 1868, con sus versos e imágenes procaces, que retratan una época. Es de interés que el autor subraye un elemento sobre el que la historiografía (complaciente aunque sea antimonárquica por un falso criterio de prudencia) pasa como de puntillas. Dado que, según abundantes testimonios don Francisco I de Assis no conoció carnalmente a su regia esposa, está claro que la estirpe borbónica queda en ese momento interrumpida y enriquecida con injertos procedentes de otras cepas.

Don Alfonso II, triste de ti y don Alfonso XIII reciben asimismo su merecido. En el caso del último, además de los habituales escarceos sexuales y la nube de amantes, hijos bastardos, se tratan los aspectos más políticos en relación con la guerra del África, la dictadura de Primo de Rivera y el advenimiento de la República.

Finalmente, la obra desemboca en la persona del monarca español actual. Vaya por delante que, de las pocas cosas en las que el autor y yo coincidimos en esta vida, una de ellas es nuestro firme criterio de que la actual Monarquía española es ilegítima y que debiera dejar paso bien a la restauración de la IIª República, bien a la instauración de la IIIª. Y, a partir de aquí, ya discrepamos en todo. Pero como el libro trata de aquello en lo que coincidimos, no haya cuidado que no querré subrayar nuestras discrepancias excepto en un par de observaciones que tengo reservadas para fastidiar un poco al final, pues las críticas que son sólo laudatorias aburren hasta a las ovejas.

Franco que todo lo que tenía de ignorante en cualquier asunto del mundo de su época lo tenía de cazurro y profundo conocedor del espíritu de sus compatriotas, supo mantenerse en el poder mediante una combinación de puro terror, dictadura bestial e inmisericorde, marrullería internacional y astucia interior para enfrentar a unas facciones políticas con otras. De las autorizadas, se entiende, de las franquistas. Las otras estaban todas en la cárcel, en los cementerios o en las cunetas. El ejemplo más acabado de esta hábil política de contraponer aspiraciones encontradas lo prácticó con las distintas ramas monáquicas y, por último, enfrentando al padre (don Juan) con el hijo (don Juan Carlos), con una habilidad diabólica, apostando porque el hijo acabaría pasando por encima de los mejores derechos del padre. Exactamente lo que sucedió.

Errazkin da una idea de la transición con la que coincido sólo en parte y que se define mejor que nada con el término que utiliza para caracterizarla. Según él, la transición fue una transubstanciación. No está mal, es ingenioso pero me temo que el fenómeno fue bastante más complejo para definirlo con un solo término. Con posterioridad a este fenómeno, el seguimiento que Errazkin hace de la biografía de don Juan Carlos es inmisericorde. De cuál fuera la función del Rey durante la intentona de Tejero de 1981 desde el punto de vista de Errazkin da idea el hecho de que tome como fuente de referencia al Coronel Amadeo Martínez Inglés que sostiene que el golpe se dio con conocimiento y autorización del Rey y en su beneficio. Lo que sucedió después, dirá Errazkin, es que, Borbón al fin al cabo, dejó a sus compinches en la estacada.

Reitero que el libro está escrito no desde una perspectiva académica sino periodística y que, por lo tanto, priman los aspectos más pintorescos, un pelín subidos y los que ayuden a contemplar el cuadro de un Rey con unas condiciones morales detestables. Así, nuestro autor investiga y narra pormenorizadamente tres aspectos de la vida del Rey que den esta imagen: sus aficiones cinegéticas (con la muerte del infeliz oso Mitrofán), sus abundantes escarceos amorosos (con especial atención a las supuestas relaciones con la actriz Bárbara Rey) y su ingente fortuna, amasada por procedimientos nada transparentes.

En resumen, un libro ágilmente escrito y de recomendable lectura para quien quiera tener una imagen a pluma gruesa de los Borbones en general y éste en particular y también, cómo no, del autor: un vasco independentista, de extrema izquierda que habla casi tanto de sí mismo y sus amigos en la obra como del objeto de ésta.

Un par de observaciones críticas de distinto calado. En nuestro tiempo la historia no siempre la escriben los vencedores. A veces los vencidos toman la palabra y su narración, como es este caso, es distinta de la de aquellos. Pero ¿es más cierta? Para muchos, desde un punto de vista moral quizá sí; para casi todos desde otro pragmático me temo que no. Un ejemplo: poco antes de morir Franco dijo que lo dejaba todo "atado y bien atado". Santiago Carrillo, a su vez, cuando don Juan Carlos fue nombrado sucesor "a título de Rey" lo saludó como "don Juan Carlos el Breve". Pregunta: ¿quién acertó?

Segundo orden de cuestiones sólo con ánimo de hurgar en divertidas desavenencias. Dice Errazkin, hablando de Felipe V: "Nadie podía imaginar entonces que la criatura se convertiría en el monarca de los vecinos del sur ni que su reinado iba a durar la friolera de 45 años y 21 días, récord temporal aún imbatido" (p. 23) Se referirá a España porque se me ocurren dos ejemplos que contradicen el caso, uno antes y otro después de Felipe V. Antes, el caso del abuelo de Felipe V, Luis XIV de Francia, el Rey Sol, que reinó 54 años, si no ando equivocado; después, don Fidel Castro, que ha sido ******* (póngase lo que más plazca: presidente, tirano, caudillo, dictador, jefe, primer camarada, salvador integérrimo, padre de la Patria, etc) de Cuba durante 49 años.

Dice igualmente Errazkin hablando del asesinato de don Antonio Cánovas del Castillo: "De hecho, él mismo moriría en atentado el 8 de agosto de 1897. Sería, claro, en el desafecto País Vasco... y esta vez el tirador no falló." (p. 129) Un curioso párrafo para analizarlo con detalle. ¿Qué significa ese "claro"? ¿Yerro si digo que Iñaki quiere connotar un paralelismo entre el atentado contra el político malagueño y el que dio el pasaporte a don Luis Carrero Blanco y que para el autor fue el verdadero elemento desencadenante de la transición? No, no yerro. Pero, por desgracia, el atentado de Santa Águeda fue locativamente hablando por entero fortuito ya que, al asesino, el anarquista italiano, Michele Angiolillo, "claro", el "desafecto País Vasco" le traía al pairo.

Dice Errazkin: "Cuando me preguntan quién es la peor persona con la que me he topado en mi ya larga vida, siempre respondo sin titubeos que Felipe González Márquez, el dirigente del PSOE (político-mlitar) que fuera presidente del Gobierno entre los años 1982 y 1996. Ni Franco ni Aznar ni Rouco Varela ni el asesino de la catana. Normalmente, el entrevistador, hombre o mujer, se revuelve en su asiento, arquea una ceja y masculla un espontáneo y escandalizado "¡pero hombre...!" (p. 204). ¿Se entiende por qué decía yo antes que el autor habla casi tanto de sí mismo en este libro como de don Juan Carlos? Bueno; yo no digo "¡pero hombre!" porque ese juicio sobre González ya lo había oído así o en parecidos términos en otras bocas. Lo que sí digo es que requiere también un cuidadoso análisis, esta vez psíquico. ¿Basado en qué? En ese "sin titubeos" que canta más que La Traviata.