dimarts, 16 de novembre del 2010

Perdidos en el desierto.

El asunto de los saharauis lleva camino de convertirse en grave problema para el Gobierno y su partido. Alguien ha echado mal de ojo al pobre Zapatero quien no solamente ha de habérselas con una crisis que incubaron otros sino que se ve obligado a resolver un conflicto enquistado hace 35 años, cuando él tenía quince. La vergonzosa dejación de funciones de España en 1975, consagrada en unos Acuerdos de Madrid asimismo ignominiosos, fue el primer paso para crear una situación "palestina" en el antiguo Sahara español.

La causa saharaui suscita grandes simpatías en la opinión pública, como si ésta quisiera dar a entender con ella que no respalda la decisión de las autoridades entonces ni lo hace ahora. Sobre todo es la izquierda la que se siente más interpelada porque en ese conflicto se ventilan cuestiones que le son caras como la autodeterminación, la liberación nacional, la lucha contra la opresión, la fraternidad de los pueblos, la lealtad para quienes se considera casi como compatriotas.

Hay en el activismo prosaharaui un elemento de inquina hacia Marruecos, en el que resuena una historia de enfrentamientos de siglos. Esta actitud parece apelar más a la derecha y la tradición africanista pero no cabe ignorar la posibilidad de que también lo haga en parte a la izquierda. La antipatía por no decir hostilidad hacia Marruecos es palpable.

No obstante el argumento de la izquierda, que es el que me interesa, consiste en echar en cara al Gobierno una vez más su pusilanimidad, su incapacidad para hacer frente a las arbitrariedades de Mohammed VI. Le acusa de anteponer la razón de Estado a la defensa de los derechos humanos, algo muy frecuente en todas partes, tampoco hay que engañarse; sucede con Israel, con la China, con una serie de regímenes islámicos.

Desde luego no estará de más que el Gobierno haga saber al Príncipe de los Creyentes que no aprueba sus procedimientos, que exige el fin de la intervención marroquí en El Aaiún así como el cumplimiento íntegro de las resoluciones de la ONU. Y eso debe decirlo no como España sino como Estado miembro de la Unión Europea y debe asimismo anunciar que llevará el asunto al Consejo de Seguridad. Todo claro y rotundo, como quiere la izquierda, pero en un marco de acción multilateral. España tiene que evitar llegar a una confrontación bilateral con Marruecos que es lo que éste quiere. Probablemente sea esa conciencia la que tenga paralizado al Gobierno.

Porque en una confrontación bilateral Marruecos dispone de medios de presión en Ceuta y Melilla que pueden hacer escalar el conflicto hasta donde no sea posible contenerlo. Para una parte de la izquierda esta posibilidad es irrelevante pues considera que España debe devolver estas dos plazas de soberanía al reino norteafricano. Pero en la mayoría de la opinión pública la cuestión se vería muy de otro modo ya que esa opinión probablemente no entendería que estemos dispuestos a enfrentarnos con Marruecos por defender a los saharauis pero no por defender a los ceutíes y melillenses. Es tan incongruente que no merece la pena considerarlo.

Así que como no creo que nadie en la izquierda esté interesado en repicar tambores de guerra quizá sea sabio suspender por un tiempo los juicios condenatorios al Gobierno por justificados que puedan parecer especialmente porque recaen sobre quien ya ha demostrado haberse rendido ante la ofensiva neoliberal. Con todo cabe confiar en que el Gobierno tome la iniciativa diplomática en un contexto multilateral y forme una especie de frente de defensa de los saharauis.

Conste que, seguramente como a la mayoría de mis paisanos, me gustaría que el Presidente diera un puñetazo sobre la mesa. Pero detrás del puñetazo tiene que haber una capacidad militar y una voluntad política para llevarlo a sus últimas consecuencias. ¿Las hay?

(La imagen es una foto de Saharauiak, bajo licencia de Creative Commons).