divendres, 31 de desembre del 2010

Viejo Año Nuevo.

¡Qué extrañas costumbres tenemos! Esta de celebrar el paso de los años, aunque sea bajo la forma mermada del singular, "un año", como si ello hiciera más plausible la práctica, revela un antropocentrismo patético. No son los años los que pasan sino nosotros quienes pasamos por los años. Copérnico deshizo el geocentrismo pero el antropocentrismo del tiempo ahí sigue. Creemos ser nosotros quienes medimos el tiempo y es el tiempo el que nos mide a nosotros, nos pone comienzo y fin. Ninguna de las dos cosas nos es posible para nosotros mismos y mucho menos respecto al tiempo que está siempre ahí, no tiene comienzo ni fin y no sirve de nada trocearlo, medirlo. A lo mejor dentro de billones de años o mañana, que viene a ser lo mismo, quién sabe dónde ni cómo, alguien llega a imaginarse este mundo y este tiempo en el que habitamos y nos comprende a todos y se explica las razones de nuestros actos mejor que nosotros a nosotros mismos. Y, claro, se cree un dios y para aquellos a quienes piense, lo es. Aunque no para todos. Siempre hay pensamientos que se rebelan contra el que los piensa. Los seres humanos sabemos mucho de esto. Seguramente tiene que ver con el suicidio, acto el más humano que hay.

Como se ve, aprovecho el momento para hacer como todo el mundo: ponerme filosófico. La inveterada costumbre de formular propósitos para el Año Nuevo es una actividad típicamente filosófica porque consiste en marcarse un objetivo, generalmente de mejora, que se alcanzará mediante la voluntad y el entendimiento. El asunto no es moco de pavo cuando intervienen dos potencias del alma. Luego, la no menos inveterada costumbre de clavar a los propósitos la amarga puya de la experiencia de todos los fracasos anteriores no es menos filosófica; interviene además la tercera potencia: la memoria

Memoria y voluntad son antagónicas y de su lucha surge el entendimiento con su doble rostro como el dios Jano, el entendimiento como penetración en la causa de las cosas y el entendimiento como forma de acuerdo o compromiso entre dos facciones enfrentadas. Entender y entenderse. Que el entendimiento en el primer sentido debe llevar al entendimiento en el segundo es deseo generalmente formulado pero no siempre buscado. La vida pública es un hervidero de desentendimientos. Porque el entendimiento humano se basa en la duda, incluida la duda sobre sí mismo. Es el desconcierto de la capacidad refleja: pienso y pienso que pienso y ese vértigo de la especie, capaz de crear el universo según leyes matemáticas, pero no de dar cuenta de sí misma, no la abandonará jamás. Por eso no hay entendimiento que dure (en ninguno de los dos sentidos) y se vuelve siempre a la lucha, lucha creadora, guerra en el sentido heracliteano, entre la memoria y la voluntad.

Pero los dioses nos guarden de atribuir a cada una de esas dos potencias significados morales o políticos. A primera vista lo más fácil es asignar la memoria a la visión conservadora y la voluntad a la progresista, reformista o revolucionaria. Pero la memoria de una sociedad dividida también está dividida y es posible que su rescate, como pasa con la llamada Memoria Histórica en España, no sea una reclamación conservadora sino progresista. Aquí la voluntad está del otro lado.

Por eso sospecho que es más interesante, prometedor y, desde luego, divertido, atribuirles significados estéticos. La tres imágenes del post proceden del Codex Manesse, alemán del siglo XIV, y representan tres caballeros poetas: mis señores Wolfram von Eschenbach (el intérprete alemán de la leyenda de Perceval), Walther von Metze y Wachsmut von Künzingen, Minnesinger, gente de la trova, caballeros y juglares, cultivadores de dos artes que llevan hablando entre sí desde el origen de los tiempos, la guerra y la poesía, las armas y las letras, entendimiento y voluntad. Y su entendimiento, la moral caballeresca, el código del honor y la lealtad al señor y a la dama, expresado en las bellas composiciones del mester de juglaría. Igual que su voluntad lo era en sus fastuosos atavíos guerreros y las gualdrapas de las caballerías que dieron lugar a un arte y una ciencia: la heráldica o ciencia de la nobleza.

En fin, feliz Año Nuevo a todo el mundo.

(Las imágenes son ilustraciones del Codex Manesse y se encuentran en Wikimedia, bajo licencia de Wikimedia Commons).