diumenge, 8 d’abril del 2012

El odio a los homosexuales.

Viendo el odio que destilaban ayer las palabras del obispo de Alcalá, ese franquista que celebra misas en honra de un genocida, se queda uno sorprendido. ¿Qué habrán hecho los homosexuales a este hombre? Porque está tan furioso contra ellos que los envía al infierno sin remisión, a ese infierno del que creo haber leído que dudan hasta los papas. Para la iglesia católica la homosexualidad es un horrible pecado y parece que también para otras religiones del Libro. En muchos países, además de pecado, es un delito. También lo era hasta hace poco en España y en otros países de Europa. Y en algunos donde es delito, lleva aparejada la pena de muerte. Está clarísimo en el mapa adjunto.

Afortunadamente, en los países más avanzados de la tierra la homosexualidad no solo es legal sino que en algunos -entre ellos el nuestro, al menos hasta ahora- se han protegido sus derechos especialmente. Sin embargo, también en estos países más avanzados sigue habiendo sectores de opinión muy contrarios, furiosamente contrarios, a los homosexuales a los que no es extraño que a veces se les haga objetos de violencia en público cuando muestran su condición.

La pregunta es: ¿de dónde viene este odio a la homosexualidad? En Occidente al menos todo el mundo sabe que en Grecia y en Roma no había homofobia y que las relaciones entre varones no eran infrecuentes. Las tres religiones del libro apuntan a la condena a la homosexualidad que en él se contiene. Recuérdese, de paso, que en Israel la homosexualidad es legal. Pero la verdad es que el Antiguo Testamento no trae mucha condena explícita de la homosexualidad; algunos dicen que, en realidad, ninguna porque los dos textos básicos, esto es, la historia de Lot y Sodoma y Gomorra (Génesis, 19) y los dos pasajes del Levítico, 18: 22 y 20:13 son interpretables en varios sentidos. Personalmente creo que el Levítico condena la homosexualidad masculina, pero en una sola ocasión, sin reiterarla como hace con otras amonestaciones. El Nuevo Testamento es también preciso en algunas cartas de Pablo pero, en cambio, los Evangelios, que son lo importante, no dicen nada.

¿De dónde, pues, viene este odio a los homosexuales que no deja vivir a los homófobos? Y no es broma; en el caso del obispo citado es una manía, una obsesión que lo tiene de cruzado de la homofobia por el mundo, diciendo verdaderos disparates.

En mi opinión, parte de este odio es, en realidad, un reflejo de otro, aun más profundo, que es el odio a las mujeres, la misoginia. Por regla general, el homófobo es también misógino, aunque quienes practican lo primero suelen gloriarse de ser irresistibles para las mujeres. Eso no quiere decir nada. Don Juan es un misógino. En una actitud superficial, casi instintiva, los heterosexuales proyectan sobre los homosexuales la figura de las mujeres porque ellos se ven como hombres solo. Y en un mundo patriarcal como el nuestro (aunque hay diferencias entre nuestra parte y la de los musulmanes, por ejemplo) las mujeres son seres de segunda.

La identificación del homosexual con la mujer es propia de gente poco avisada; sobre todo en el caso de los curas quienes, por tener prohibida la sexualidad, ni saben de lo que hablan. Es el núcleo de lo que se discute en los pasajes del Levítico pues habla de realizar el coito entre varones al modo femenino. De ahí viene también la costumbre, que ya está perdiéndose, de llamar afeminados a los homosexuales. A estos se los condena con tanta más saña cuanto se comprueba que la condición anatómica de hombre no garantiza lo que se considera el adecuado comportamiento sexual. Es decir, así como las diferencias anatómicas entre hombres y mujeres son insalvables, entre los hombres son inexistentes. No se puede distinguir un homosexual de un heterosexual si no es por sus actos, lo que echa sobre las espaldas del segundo el estigma de la ocultación y el engaño, o sea, los homosexuales son pérfidos; justo como las mujeres. Así se produce ese fenómeno que se ha dado en llamar la homosexualidad en el armario.

Ese es, sucintamente reconstruido, el discurso del odio. No es el mismo que el racista o el xenofóbico ya que, en estos casos, suele haber diferencias anatómicas, en el color de la piel sobre todo. Es un odio más profundo, que está mezclado con el miedo. Pero eso ya nos llevaría muy lejos a ver cómo el odio es la proyección exterior de un sentimiento que se ha adueñado del odiador. Encontrar un alter ego que cargue con nuestros miedos y tratar de exterminarlo. Literalmente. En el Irán ahorcan públicamente a los homosexuales.

Del concepto en que la sociedad convencional bien pensante tiene a la homosexualidad femenina mejor es no hablar. El odio se exacerba a extremos criminales. Y es que hasta en la represión que sufren ciertas gentes por su opción sexual, las mujeres llevan la peor parte. Como siempre.

(La imagen es una foto de Wikimedia Commons,que está en el dominio público.).