dimecres, 6 de març del 2013

Muere el caudillo.


No me cuento entre los fans de Hugo Chávez ni de lejos. Pero, aunque no fuera nada del otro mundo, la estofa de los argumentos que se emplean para atacarlo haría de él un hombre grande. Y eso sin cuestión ideológica ni personal alguna.

Era un caudillo, en efecto, con unas formas y modos de gobierno muy personales y rompedores. No era un hombre del común. Caudillos fueron, en cierto modo, Roosevelt, Churchill o DeGaulle. Hombres poco corrientes, que hacían cosas poco corrientes, que rompían moldes. Como Chávez. Pero aquellos ganaban elecciones. Como Chávez. Eran caudillos democráticos, que guiaron a sus pueblos en situaciones difíciles. Como Chávez. Creen quienes lo tachan de "caudillo" que todos los caudillos son como los que ellos veneran. Y no es el caso.

Chávez era un gobernante populista y mediático. Controlaba los medios públicos y hasta tenía un programa de TV, Aló, Presidente!, un poco estrambótico. Pero también tenía enfrente una poderosa batería de medios privados (audiovisuales y prensa) que iban -y van- al degüello. Es de risa que las críticas más feroces contra Chávez en España salgan de los beneficiados del control absoluto que el gobierno ejerce sobre todos los medios públicos y gran parte de los privados. Como en Italia. Los más antichavistas son los berlusconianos, quienes gobernaron con control total de los audivisuales (públicos y privados) y gran parte de los escritos.

Como la corrupción. Ignoro cuál sea la ejecutoria de Chávez pero sé que, si hubiera algo, la legión de sabuesos, espías, confidentes y judas que la derecha venezolana y mundial habrá lanzado sobre ella, lo hubiera propalado por doquier a los sones de la marcha triunfal de Aida. También tiene gracia que, quienes más insinúan comportamientos corruptos del militar venezolano (de insinuar no pasan) sean quienes apoyan cerradamente un gobierno cuyo presidente está acusado de recibir pagos ilegales sin que, dos meses después, haya acudido a los tribunales en defensa de su honor o haya dimitido al reconocer que el honor estaba perdido.

El odio de la derecha a Chávez cristaliza en el famoso ¿Por qué no te callas? Que sonó a la voz de la  España rancia acallando la América Latina rebelde. ¿Con qué autoridad? El tiempo la ha mostrado. El venezolano calló. Pero su vida habla hoy por él. El español hizo callar. También su vida habla por él. Chávez habrá hecho de las suyas pues era hombre temperamental. Pero no consta que viviera recluido en una burbuja protegida por unos medios timoratos y cómplices y unos servicios de seguridad dedicados, al parecer, a menesteres impropios. Un ambiente cortesano en el que se entrecruzan los granujas, los conseguidores, los aduladores, los validos y las amigas entrañables. ¿Quién calla a quién?

Chávez fue un caudillo populista democrático. Un militar golpista que supo redimirse (y, de paso, mostrar la valía de sus intenciones primeras) aceptando el sacrosanto principio de que al poder legítimo solo se llega mediante la voluntad libremente expresada de la mayoría de los ciudadanos y solo se conserva legítimamente mientras esa mayoría así lo decida. Aquel rapaz nacido en la miseria ha sabido labrarse un lugar brillante en la historia, mucho más noble que el de sus enemigos.

Que la tierra le sea leve y no digáis nunca de un hombre que fue feliz en tanto no haya muerto.

(La imagen es una foto de www_ukberri_net, bajo licencia Creative Commons).