dissabte, 26 d’octubre del 2013

La gran nación.


Parece que el primero en emplear esta expresión en la era contemporánea, España es una gran nación, fue Jaime Mayor Oreja, como título de un libro con un contenido fácil de imaginar. La secundó luego Rajoy, cuya capacidad para el pensamiento original es como la de la chicharra, asegurándolo en diversos foros: España es una gran nación. Ayer la repetía como un papagayo -de real alcurnia, ciertamente- el príncipe Felipe en la entrega de los premios que llevan su nombre, el único discurso, según el periodista que cubría el acto en el que verdaderamente habla él. Pues si así es cuando habla por sí mismo, cómo será cuando hable por boca de ganso. España es una gran nación dice S.A.R. con las mismas palabras y el mismo sentido, seguramente, que Rajoy y Mayor Oreja grandes expertos en el tema. Se dirá que Palinuro tiene ganas de fastidiar pues esa manida expresión la han soltado decenas de personajes y personajillos en los últimos tiempos. Vale. Sin problema. La originalidad nunca podrá ser cosa de masas y si uno dice lo que dice el rebaño, por muy alto y a la cabeza de ese rebaño que esté, rebaño será.

Es igual. Mi bronca no es por pequeñeces. Es por la cosa misma. Suponiendo que consiguiéramos ponernos de acuerdo acerca de qué sea una nación, cosa que juzgo imposible pero que, por fortuna, no es imprescindible para nuestros fines, quedaría la pregunta concreta: ¿qué quiere decir ser una gran nación? ¿Qué quiere decir gran o grande? ¿Es cosa de número de nacionales? Habiendo naciones -muchas- de 50, 60, 80, 100, 300, 1.000, 1.500 millones de pertenecientes a ella, España será si acaso una mediana nación. Cierto, pero no se trata de números. ¿De qué, pues? De valores morales, intelectuales, intangibles, aunque pueden -y suelen- traducirse en realidades materiales, palpables. A eso, imagino, se refiere el Príncipe cuando dice que vale la pena luchar por ella, porque es grande espiritualmente. Así un nacionalista que juzgue grande su nación por este motivo, luchará por ella aunque esté compuesta por cuatro pelagatos.

¿Hay posibilidad de mostrar esa grandeza moral, espiritual, intelectual? Más o menos. Basta con analizar serenamente la contribución de España a las artes, las letras, el pensamiento o la ciencia en los últimos trescientos años; incluso a la llamada arte militar ya que el país no ha ganado una sola guerra internacional en serio desde los tercios de Flandes. No es preciso contar premios Nóbel, ni patentes, ni descubrimientos; basta con echar una ojeada al acervo espiritual europeo en los últimos trescientos años y discernir la aportación española.

¿Da para hablar de una gran nación como sin duda se habla de Alemania, Italia, Francia o Inglaterra? ¿A su nivel? Se me hace que no. Y lo peor es que el asunto viene de antiguo. Ya lo planteó en toda su crudeza Masson de Morvilliers en la Enciclopedia metódica en la segunda mitad del XVIII con un articulo afirmando que la contribución cultural de España al mundo en cientos de años era nula. La acusación tenía raíces. A lo largo de las principales obras de Montesquieu se especula con las causas de la decadencia de España, no con el método que empleó para hablar de la decadencia de los romanos, pero sí con su espíritu. Desde el siglo XVII España es sinónimo de decadencia y de decadencia espiritual, cultural. Cierto, a Masson contestó con airado verbo Forner y, tras él, una serie de autores y literatos en defensa de la aportación de España al acervo de la civilización que culminó en la figura señera de Marcelino Menéndez Pelayo.

Pero la cuestión, obstinada, subsiste. Hubo un tímido renacer del espíritu creativo en la IIª República y fue ahogado a sangre y fuego. Se acabó, hasta hoy en que, como siempre en España, se substituye la cosa por el nombre de la cosa. Y todos tan contentos; se substituye la gran nación por la gran nación... y a vivir. Sospecho, además, que estos defensores de la gran nación, en realidad quieren decir "gran Estado" y, seguramente, "poderoso Estado". Pero esto es un tema que nos apartaría. Quedémosnos con la "gran nación".

Una gran nación da trabajo y vida digna a sus hijos. Da amparo y refugio a los perseguidos y exiliados. Trata a todos, hijos y asimilados, por igual, con igual dignidad y respeto. No los considera mercancías y los alquila o vende en el extranjero como mano de obra barata. Garantiza la igualdad de oportunidades de todos y ampara a los más débiles. Hace justicia sin distinciones ni miramientos de caudales, posición, alcurnia o privilegios. Protege a los menores y les allana el camino, defiende a las clases trabajadoras, especialmente necesitadas por su subalternidad en la sociedad y garantiza a los mayores una vejez tranquila. No impone ninguna creencia, dogma o fe, sino que las protege, y garantiza la libertad de ejercicio y culto de todas.

Una gran nación no tiene decenas de miles de hijos asesinados por sus convicciones políticas sepultados en fosas comunes y se niega a hacerles justicia mientras otorga todo género de franquicias, honores y glorias a los otros caídos en el bando de los asesinos. No conserva el espíritu de vencedores y vencidos salido de la guerra civil y resucitado en estos días con ocasión de la sentencia del TEDH. No espera a que sean algunos elementos de la jerarquía quienes empiecen a reconocer públicamente la complicidad de la iglesia con los crímenes franquistas y a insinuar que piensan pedir perdón. Lo que nos faltaba es que apareciera un nacionalcatolicismo bueno.

España podría aspirar a ser, quizá, una gran nación, si condenara unánimemennte los crímenes de la dictadura e hiciera justicia a las víctimas. Y, a tenor de ello, si hiciera una ponderación justa y equilibrada (y no bombástica, chillona y patriotera) de las aportaciones del país al acervo común, reconociera humildemente sus tremendas carencias, identificara las causas y aceptara ser en realidad una nación menos que mediana a estos efectos.

Dados esos pasos, producida una reconciliación de los españoles que no se ha dado de verdad aún, será el momento de elaborar discursos que no se limiten a los lugares comunes y topicazos que suelta el Príncipe en cuanto abre la boca y se pone a hablar de España como proyecto sin que jamás haya explicado ni por asomo en qué consiste el tal proyecto porque no sabe ni de lo que habla.

Y, mientras esos milagros se producen, retornemos a la España real, la del Lazarillo, Frascuelo y el Dioni: en una gran nación, el tele-prompter con el que el Príncipe estaba soltando su discurso no deja de funcionar. ¿O es que aquí alguien no ha cobrado su correspondiente comisión?