dilluns, 30 de desembre del 2013

La vanguardia del siglo XXI.


Ahí, dice el ministro de Justicia,estará España una vez entre en vigor esa ley contra las mujeres que ha perpetrado bajo la esclarecida guía de Rouco Varela quien, por cierto, es medio bolchevique, pues admite el crimen del aborto en los casos de violación. En la vanguardia del siglo XXI, nada menos, muy por delante de la mayoría de los países europeos aún en un estadio de barbarie precristiana, pendientes de reevangelización.

La vanguardia del siglo XXI tiene un extraño parecido con la del siglo XIX, y el XVIII, y el XVII y así hasta el IV, fecha del Edicto de Milán. El espectáculo montado por ese genio de la puesta en escena de masas, ese Cecil B. de Mille teologal, ese mago de los efectos especiales espirituales, esa lumbrera de la comunicación divina, Rouco Varela, ha sido una apoteosis nacionalcatólica. Junto a la banderaza que Aznar copió a los mexicanos de la plaza del Zócalo, el arzobispo ha instalado una cruz gigantesca, para simbolizar el binomio de la raza: la cruz y la espada. España quiere ser de nuevo la cruzada contra los flagelos de la época, el relativismo, el hedonismo, la homosexualidad, el separatismo, y el anticlericalismo trasnochado.  Y así amanece un nuevo día en Europa, invocado por este hechicero y sus adláteres.

La vanguardia del siglo XXI lleva mitra. Pero no suelte el lector la carcajada. Espere. ¿Acaso no hay en el país sectores que conserven no ya el sentido laico de la existencia colectiva sino simplemente el del ridículo? Alguien habrá para observar que estas ceremonias ostentosas, casi tribales, de una confesión religiosa, debieran celebrarse en lugares privados, no públicos. Por ejemplo, en una plaza de toros, en donde también cabe mucha gente y, además, se siente la presencia del patrimonio espiritual español, el de las corridas. Se alquila la monumental de Las Ventas y así no se interrumpe la circulación urbana ni se da la murga a los vecinos.

Tiene que haber alguien capaz de razonar de esta forma, ¿O no? ¿Qué me dicen de ese alcalde de Trebujena, provincia de Cádiz, militante de IU y del Partido Comunista de Andalucía, nada menos? El hombre, muy atento al sentir de los vecinos se suma al cura del lugar y al teniente general de la Guardia Civil para imponer a la Virgen de Palomares Coronada el fajín de general de la Guardia Civil Tal cual. En la plaza de Colón, bandera y cruz de la mano de la derecha; en Trebujena, fajín y virgen de la mano de la izquierda. Y siempre espada y cruz. Mientras este alcalde comunista se entera de que pertenece a la vanguardia del siglo XXI y no a la del proletariado, como él creía, en lugar de leer a Marx y a Lenin, debe sumergirse en las novelas de Giovanni Guareschi, las del ciclo de don Camillo, un cura italiano de la postguerra, muy de derechas, cabezota, pero bondadoso, en lucha perpetua con el alcalde comunista Peppone, muy de izquierdas, más bruto que un arado pero que manda a su hijo a la catequesis, porque, en el fondo, don Camillo se lleva siempre el gato al agua. A ver si aprende el de Trebujena y deja de hacer el ridículo.

¡Vanguardia del siglo XXI! Este ministro se ha deconstruido a sí mismo sin darse cuenta. Ya no es aquel adalid de la síntesis entre conservadurismo y progresismo; el que encandilaba a los auditorios exquisitos, centristas votantes del PSOE que anhelaban una razón para votar al PP; el que repartía la píldora postcoital a cuenta del Ayuntamiento; el que toleraba y alentaba manifestaciones culturales libres. Se ha caído a pedazos, deconstruido por él mismo y, en su lugar ha aparecido este extraño ser, especie de autómata inquietante de historia de Hoffmann. La iglesia, me consta, equipara esta repentina conversión del ministro a la caída paulina del caballo camino de Damasco. Viene a ser lo mismo. El apóstol de los gentiles es otro autómata, un ser dirigido desde fuera, heterodirigido.

Así, el autómata Gallardón, dirigido desde la jerarquía católica, toma medidas autoritarias, represivas, injustas, arbitrarias y contrarias a los derechos de las personas, especialmente las mujeres por las que siente particular inquina, como buen devoto. Pero las explica con un lenguaje de progresista, de izquierda, que suena como un gori gori de misa de difuntos. ¿Desde cuándo es aficionado el conservadurismo a las vanguardias? Eso es cosa de artistas y/o revolucionarios. No de gente de orden, hombre por Dios. Lo nuestro, en todo caso, será la retaguardia, en donde solemos estar haciendo negocios. Por eso la usa tan mal y habla de "vanguardia del siglo XXI" Vanguardia ¿de qué? ¿De negación de derechos?

"No, no", clama el autómata, "al contrario". En la entrevista que se ha autoconcedido en La Razón, sostiene que su ley es de protección de los derechos del concebido y de las mujeres. ¿Y de las mujeres? Como suena: de las mujeres. ¡Pero si no se les permite decidir por su cuenta sobre su vida misma! Es que las mujeres de verdad, la mujer-mujer del señor Aznar-Aznar, no pretenden decidir sobre su vida. Para eso ya está el marido y, subsidiariamente, el cura, la policía, el juez y el carcelero. Pero es que quizá no todas las mujeres quieran o puedan ser mujer-mujer. ¿Y qué? Ya decimos que para eso están la policía, el juez y el carcelero. Descarriadas y furcias las habrá siempre.

"Así que", concluye el autómata, "esta ley es de la que me siento más orgulloso porque es la ley más progresista de este gobierno". ¿Lo ven? Puro autómata. En este gobierno nadie se da de tortas por parecer progresista. En fin, el autómata tiene un problema de crédito (como su presidente) pues lo que hace sí se da de tortas con lo que dice y lo que dice suena como las hueras amenazas del Mago de Oz. Claro que, si insiste, a lo mejor consigue convencer de nuevo a los genios a quienes encandiló la performance del Gallardón progre, el nieto de Albéniz, el amante de las Variaciones Goldberg, el alma sensible que quería estar en la vanguardia del siglo y se ha quedado en sórdido brazo secular ejecutor de los designios de la Inquisición.