dimarts, 4 de febrer del 2014

A callar.

¡Cuánta razón tiene Rajoy cuando manda callar! No solo a Rubalcaba y a la oposición, pues eso es parte de su talante democrático, sino a los suyos. Incluso cuando se lo manda e impone a sí mismo, como lleva haciendo dos años. A callar, silencio, chitón, nadie hable que es mucho peor. Si por él fuera, la Convención no se hubiese celebrado. ¡Qué disparate! Reunir a la plana mayor de un partido bajo sospecha de ser una presunta asociación de delincuentes, poniéndolos a todos en primera fila, bajo la luz de los focos. Y la gente venga a hablar, añadiendo pinceladas tremendas a este cuadro nacional de un país ahogado en la corrupción.

No es una invención de la canallesca. El 95% de los españoles cree que la corrupción es un mal generalizado. Por eso tiene razón Rajoy: cuanto menos se hable, mejor. Mejor para él. Peor para el país que descubre, perplejo, cómo está gobernado por una organización por debajo de toda sospecha, desde su presidente hasta el último mono, generalmente contratado como asesor. Gente que no tiene escrúpulos en mentir, engañar, instrumentalizar las instituciones, expoliar el erario público, tomar sus decisiones por decreto, empobrecer a la población y aplicar una política de orden público tan represiva y autoritaria que recuerda más una dictadura que una democracia.

Incidentalmente: ¿no es curioso que quienes, haciendo cansino alarde de neoliberalismo y no  intervencionismo de los poderes públicos, no paren de utilizar el BOE para meterse en la vida privada de los ciudadanos tanto en sus aspectos íntimos como los culturales, religiosos y, por supuesto económicos? No hay día en que una nueva norma, más arbitraria e inepta que la anterior, no venga a interferir en las relaciones privadas. Un liberalismo peculiar que pone a la iglesia a legislar y convierte los pecados en delitos. Dentro de poco, ministerio de Culto y Clero.

En este clima inenarrable de involución democrática galopante, la foto icónica por excelencia es la de Claudio Álvarez en El País, con Rajoy blandiendo el Marca. ¿Es un descuido o un plan premeditado? El Marca, al que los intelectuales desprecian (aunque quizá bastantes lo lean) tiene 2.749.000 seguidores diarios, según el EGM. Posibles votantes, ¿quién sabe? ¡El presidente es uno de los nuestros! Miente más que habla, pero es un hombre sano, adora el fútbol. Además, la imagen lo exime de culpa en la defenestración de Pedro J., pues Marca pertenece a Unión Ediorial, matriz de El Mundo. A lo mejor no está lejos el día en que Rajoy añada a la presidencia del PP la del Real Madrid. No sé si se le habrá ocurrido a su gabinete de imagen.

Abandonada toda pretensión de legislar transparencia, la marea de la corrupción no la para ya nadie. Está en los tribunales que avanzan haciendo destrozos como los elefantes de Aníbal; está en los medios, empeñados en hurgar y revelar chanchullos; sobre todo, está en las redes sociales, que no dejan títere (y nunca mejor dicho) con cabeza. Quien quiera ponerse al día en este complicado fresco de la España cañí del robo, el trinque, la mamandurria, el despilfarro, los paraísos fiscales, las cuentas en Suiza, vaya a la excelente serie que está publicando José Luis Izquierdo en El País. Enhorabuena al autor. Están todos los datos, todos los antecedentes, todas las intrigas, fraudes, delitos, todos los personajes. En un estilo brillante. Solo por la descripción de las andanzas de ese oscuro muñidor, intrigante de los tribunales, hoy embajador en Londres, Federico Trillo, Izquierdo merece un premio. Tiene todo un aire de traición, alevosía, inmoralidad que recuerda las siniestras tramas shakesperianas en las que el personaje es especialista. Ese relato por episodios es la crónica y el esperpento de la corrupción institucional española. Y una crónica viva. El autor habrá de ir reescribiéndola al incorporar los nuevos datos que diariamente salen a la luz, a cada cual más escandaloso, bochornoso, vergonzoso.

La policía, la UDEF, acusa al exsecretario general del PP, Álvarez Cascos, de haber cobrado sobornos para la campaña electoral de 2004 y de ser el mayor perceptor de dineros de la trama Gürtel, el rey Midas de la corrupción. La misma policía sostiene que, entre 1996 y 2004 la Gürtel "administró" 25 millones de euros para mordidas en el PP y aledaños. Menos mal que ninguno de ellos estaba en política por el dinero, empezando por Rajoy. El amigo Camps, por fin hallado, pues estaba como desaparecido, ha declarado por escrito en su despacho (su privilegio) a las preguntas del juez Castro. De 64 cuestiones, 40 han sido "no" o "no recuerdo". Siempre encantado de colaborar con la justicia.

El buen señor de Mercadona, don Juan Roig, niega ante el juez haber pagado nada en B a Bárcenas, o sea, al PP. Pero admite haber donado 100.000 euros a la FAES, o sea, al PP. A su vez, la tal FAES se encargaba de pagar actos de la Gürtel mediante facturas falsas. No hay metáforas para describir este alud de datos, hechos, cifras, que dibujan un compadreo de políticos y cargos corruptos y prevaricadores con empresarios trincones y defraudadores junto a financieros corruptos, prevaricadores, trincones y defraudadores. Esta es la imagen de España. Dentro y fuera. Por eso, Rajoy tiene razón: a callar, a acogerse al derecho a no declarar, a hurtar el bulto, a hacerse transparentes.

¡Maldita convención!

Y de nada sirven las frases de propaganda sobre la salida de la crisis, que está al caer. No duran ni un telediario. Las noticias contrarias las desmienten. Bélgica expulsará a 300 españoles en paro por ser una carga para el Estado. Al margen de si esto es jurídicamente posible o no, el panorama pinta aun más negro si España no puede ya ni exportar parados, que es lo que produce mejor.

¡Maldita convención!

Al amparo de ella también se ha dado la noticia de que la ONU exige una política de Estado en relación con los crímenes del franquismo. Con esto, la izquierda se crece y las protestas arrecian.

Lo mejor es callarse y llamar a la policía. Lleva esta meses empleándose a fondo en una política represiva y encendiendo los ánimos de la población. El empleo de las fuerzas de orden público para proteger a unos políticos desprestigiados cuyos programas públicos están llenos de abucheos, broncas, pitidos, escraches, las órdenes que se dan a estas de hostigar a la población, retener arbitrariamente, identificar sin motivo y, llegado el caso -que siempre llega-, cargar sin contemplaciones, con creciente brutalidad, está provocando una fractura seria entre el gobierno y la población cada día más soliviantada y mostrando mayor rechazo, mayor repulsión hacia los gobernantes. Estos, soberbios como siempre, parafrasean a Calígula: que nos odien siempre que nos teman. Pero no olviden cómo terminó Calígula.