dimarts, 7 d’octubre del 2014

La gran nación.

Cuando en julio de 2012 el eurodiputado británico Nigel Farage, líder del Partido por la Independencia del Reino Unido (UKIP), euroescéptico, definió a Rajoy como el lider más incompetente de toda Europa resultó profético. Pero se quedó corto, o quizá empleó el conocido understatement inglés. De Europa y quizá del mundo entero. Dos años después de tan atinado juicio y casi tres ya de mandato del presidente, las pruebas de que merece de sobra la caracterización son abrumadoras. Y, por descontado, contradicen el altísimo concepto que el interesado tiene de sí mismo. Suele repetir como un sonsonete cuando habla en público, lo cual no es frecuente, que España es una gran nación. A su juicio es un enunciado de hecho, tan evidente, que basta con mencionarlo para que todo el mundo lo reconozca y actúe en consecuencia. Sin embargo no está nada claro. No se sabe qué entienda Rajoy en concreto por una gran nación, de qué criterios, datos, indicadores e índices se vale para identificarla y distinguirla de una pequeña o mediana nación. Es más, sospecho que tampoco tiene claro qué sea España además de una unidad de destino en lo universal, como dijo José Antonio Primo de Rivera, quizá inspirándose en el socialdemócrata Otto Bauer. Tanteemos ambas cuestiones.

Una gran nación no da el espectáculo mundial que dio ayer la ministra Mato en una rueda de prensa improvisada a toda pastilla para atajar el peligro de un pánico mundial a cuenta del ébola. El acto no fue sino la guinda de un increíble pastel de chapuzas en el manejo de una historia de todos conocida. Desde que el PP se instaló en el poder impuso dos criterios para la gestión de la sanidad pública española, hasta entonces una de las mejores del mundo, hoy en el lamentable estado que puede verse: a) disminuir gastos, costes, recortar prestaciones, reducir personal, eliminar servicios, instalaciones, encarecer y restringir el acceso al servicio público de salud so pretexto de la crisis económica que azota al país; b) desmantelar el sistema público en manos de sus comunidades autónomas privatizándolo por razones político-ideológicas so pretexto de una mayor rentabilidad falsa con el fin de enriquecer a los gobernantes y a los amigos, enchufados y parientes de los gobernantes. Es decir, las decisiones del gobierno para gestionar la sanidad pública han sido económicas, política e ideológicas. No sanitarias. La repatriación de los dos curas fue una decisión política que, al mezclarse con el desastroso estado en que dos años de recortes, incompetencia y expolio han dejado al sistema nacional dieron como resultado una alarma no solo nacional sino europea y mundial. Por eso se vio obligada la indescriptible ministra Mato a convocar una rueda de prensa con la que consiguió una vez más dejar clara su incompetencia y su denodada voluntad política de seguir destrozando la sanidad pública, así como el caos que reina en esta en especial en los servicios especializados en el tratamiento de este tipo de casos. En verdad Nigel Farage se quedó corto. Rajoy es el líder más incompetente de toda Europa, al frente de un gobierno cuyos ministros no le van en zaga en tan gloriosa condición.

Y presuntamente corrupto, cosa que tampoco encaja con concepto alguno de gran nación. El caso Gürtel, la corrupción extendida como una red mafiosa desde hace años entre las instituciones, los partidos y los delincuentes más o menos empresariales, afecta de lleno al partido del gobierno y salpica por todas partes a su presidente. En ninguna nación, no digo ya grande, tampoco pequeña o mediana, si es civilizada, se aceptaría que una persona en la situación de Rajoy, acusado de haberse lucrado con fondos ilegales, fuera presidente del gobierno. La Gürtel es un caso específico, al que se suman otros no menos pintorescos, como el de Matas, Fabra, Urdangarin, etc. España vive en estado de corrupción permanente. El expolio de Caja Madrid presidido por Blesa carece de parangón: ochenta y tantos individuos, sin más méritos que ser enchufados de partidos o políticos, trincando más de quince millones € en comilonas y gastos suntuarios pagados en negro, negrísimo. Un puñado de refinados granujas de la confianza de otro mangante encumbrado por el primer presidente del gobierno del PP, otro pájaro sin escrúpulos a la hora de forrarse como sea. ¿Puede ser grande una nación cuya cuarta entidad financiera es esquilmada por una partida de sinvergüenzas durante años y años? Y ese latrocinio quizá no sea sino el resultado de comprar el silencio de sus beneficiarios frente a otro latrocinio aun mayor, el de los miles de millones € de coste del rescate/estafa. ¿Es una gran nación aquella que expolia a sus ciudadanos y entrega después el producto del expolio a los bancos que, a su vez, desahucian a los expoliados?

Lo de la gran nación ya se ve en qué queda. Pura palabrería, mera fanfarronada hispana de un gobierno incompetente que vende la idea de una Marca España con espíritu comercializador o de mercadeo pero no puede evitar que esta represente incompetencia, corrupción, fracaso y chapuza. España aparece aquí como una empresa administrada por un Estado. A su vez la ideología neoliberal dominante considera tal Estado otra empresa. Se trata de España como Estado y empresa. Justo donde Rajoy muestra de nuevo su fabulosa incompetencia a la hora de enfrentarse a la cuestión catalana que, en buena medida, se ha avivado merced a la torpe, inepta e impositiva política del PP cuando estaba en la oposición y que luego en el gobierno ha convertido en línea maestra de sus decisiones sobre Cataluña. La gran nación es tan grande que no deja sitio a ninguna otra en España. Y defiende su unicidad mediante el Estado. España como Estado es el arma de que se vale Rajoy para hacer frente al secesionismo catalán. La única arma. El Estado, todo el peso de la ley, la legalidad y nada más. El Estado propio de una gran nación habrá de ser un Estado de derecho y por eso Rajoy esgrime la ley y la Constitución frente al nacionalismo catalán. Que esa ley y esa Constitución carezcan de legitimidad a los ojos de este y que mucho más carezca de ella el uso que de ambas hace Rajoy, instrumentalizándolas para sus fines partidistas, no es algo que preocupe a los gobernantes españoles. No ven estos que un conflicto tan desproporcionado entre España y Cataluña no puede tener buena prensa extranjera para los intereses españoles y, sobre todo, no calibran la trascendencia política que sus miopes decisiones puedan tener en Cataluña, en España, en Europa, en el mundo. La vicepresidenta del gobierno amenazó el otro día expresamente al presidente Mas advirtiendo que la Fiscalía estaría muy pendiente de sus actos. Al margen del juicio que esta amenaza merezca, imaginemos que la Fiscalía decide en algún momento proceder penalmente contra Mas. ¿Qué hará el gobierno? ¿Meterlo en la cárcel?

Y si la gran nación solo puede vender incompetencia y su Estado solo puede amenazar pero poco más, ¿de qué está hablándose aquí?