dijous, 15 de gener del 2015

Paseando la bandera.


El primer acto de las las próximas elecciones municipales en España se ha celebrado en Grecia, cuna de nuestra civilización, según ha recordado siempre tan pedagógico el presidente Rajoy, por si alguien lo había olvidado. Le ha faltado señalar que Grecia es una gran nación. Como España, aunque menos. Por eso no lo ha dicho.

Efectivamente, los griegos han podido escuchar a Pablo Iglesias por la televisión, pidiendo en inglés el voto para Alexis Tsipras, de Syriza, porque es un candidato griego (la otra es Angela Merkel por intermedio de ND y el PASOK) que devolverá al país la soberanía nacional. Esa expresión traerá cola en España. Los nacionalistas españoles pedirán la misma contundencia en favor de la soberanía nacional española y los catalanes en favor de la catalana. Porque, dirán, no está bien proclamar fuera lo que no se defiende dentro. Eso es lo que hace Rajoy cuando acude a luchar por la libertad de expresión en París pero la reprime rn Madrid.

Iglesias se ha dirigido a los griegos en inglés correcto, directo y sintético. Ha sido una aparición en plasma, como la famosa de Rajoy, pero con fuerza presencial. Ni en plasma puede Rajoy dirigirse a los griegos porque no es que no hable inglés; es que tampoco lo lee. Así que, nada, a tomar un avión y presentarse en Atenas, abrazarse a Samaras, arengar a la población en ese español que el presidente se gasta y decir las cosas que dice. Ha dicho a los griegos que prometer imposibles solo genera frustración. Podría haber añadido que lo sabe por experiencia porque tiene al país rabiando. Incluso en su partido. Si Iglesias ha ido a decir a los griegos algo que le pueden cuestionar en casa, la advertencia de Rajoy suena directamente a pitorreo.

Lo cual demuestra que el auditorio en el que piensan los oradores es español. Pedir el voto para Tsipras es pedírselo a los españoles para su alter ego peninsular. Decir a los griegos que no voten a Syriza, es decir a los españoles que no voten a sus primos hermanos los adanes de los imposibles. Uno puede pensar lo que quiera del razonamiento de Iglesias, pero lo que dice es bastante razonable. Lo de Rajoy, en cambio, es un dislate porque si alguien ha prometido imposibles ha sido él. Admitido por él mismo. Pero no concluye que haya generado frustración sino, al contrario, optimismo, ilusión, sano crecimiento, raíces vigorosas. O sea, una misma promesa genera frustración u optimismo, según lo decida Rajoy. Un dislate.

Los dos discursos en el ágora han sido opuestos en todo. El de Iglesias fue positivo, pidiendo el voto para Syriza y, de rebote, para Podemos. El de Rajoy, negativo, pidiendo que no se vote a Syriza.

El tercer político con aspiraciones, Sánchez, está en Washington, entrevistándose con la directora del FMI. También fuera. Pero no en Grecia en donde los socialdemócratas acaban de escindirse y es probable que ni siquiera sepa aún de qué lado caerán los españoles. De todas formas, antes de salir, ha dejado un regalito envenenado en forma de acuerdo con el PP para legislar ad hoc contra el terrorismo yihadista. Envenenado para los suyos, obligados a defender lo indefendible, esto es, que se colabore con un gobierno que restringe las libertades y derechos cuanto puede, solo por ese prurito de dar imagen de sentido de Estado. Es que es de risa. Terrorismo yihadista, cuando nadie sabe qué quiere decir eso ni por aproximación y, por lo tanto, puede significar cualquier cosa y encubrir cualquier atropello.

La subalternidad de la socialdemocracia frente a la derecha española más cerril es lamentable. Ahora que el Tribunal Supremo puede abrir una línea sucesoria de bastardía en la Corona es un buen momento para que Sánchez precise hasta dónde llega su adhesión a la monarquía frente a esa República que dice llevar en su corazón y que, podrá ser nefasta, oligárquica, mediocre, lo que se quiera, pero no ridícula, porque la sucesión en la máxima magistratura depende de la voluntad de la gente y no de los lances amatorios del Jefe del Estado.