dissabte, 7 de febrer del 2015

A salvo en sus cámaras de alabastro.


Si en este Madrid de la contaminación, el ruido, los desahucios, la circulación enloquecida, las manifestaciones, los mentideros y las luchas por el poder se anuncia una exposición de la silenciosa, minimalista, limpia y lejana Roni Horn en la Caixa Forum, hay que encontrar un momento y verla. No es tan caro como ir al psiquiatra y tiene efectos más tranquilizadores y duraderos. El misterio del artista consiste en invadirte de paz y sosiego mostrándote su universo de inquietud, incertidumbre y maravilla.

El título de la exposición, escogido por la autora, programático en realidad, procede del Libro del desasosiego, de Fernando Pessoa, una de las obras más fascinantes e inagotables del siglo XX, quizá de siempre. La cita, en la traduccción de Ángel Crespo, el gran especialista en el poeta portugués, reza: Dormía todo como si el universo fuese una equivocación y concluye y el viento, fluctuando indeciso, era una bandera sin forma desplegada sobre un cuartel sin ser. Muy adecuado que Pessoa sirva de introducción a la obra de Horn pues comparten inquietudes, obsesiones, desasosiegos. En lo esencial, dos, el lugar del artista en el mundo y su identidad. Las series de fotos, magníficas series de fotos, con variaciones mínimas, de tú eres el tiempo y también las de Ella, ella y ella inciden directamente en la cuestión de la identidad con la misma insistencia con que lo hace el poeta de los heterónimos. Y el Libro del desasosiego está escrito por uno de esos heterónimos, Bernardo Soares. Mejor dicho, según aclara Crespo, no se trata de un heterónimo al estilo de Álvaro de Campos o Ricardo Reis sino, en realidad, de una configuración literaria del ortónimo, el propio Pessoa, porque, como señala el crítico, la obra en cuestión es una especulación sobre la doble personalidad, al estilo del romanticismo alemán. Una especulación que duraría desde 1913 hasta 1935, hasta la muerte del poeta, que la dejaría inacabada, desordenada, inédita y prácticamente imposible de publicar. Veintidós años materializados en un montón de cuartillas desordenadas, con frases, reflexiones, sentencias, pasajes a veces contradictorios y escritos en un lenguaje propio que los especialistas llaman un idiolecto. Toda una vida para conseguir no entenderse.

Por eso se remite Horn a Pessoa, porque su obra plástica es asimismo fragmentaria, dispersa, incomunicada, múltiple. Dibujos, fotografías, composiciones, "situaciones", esculturas, libros, escritos, de todo lo cual hay abundante muestra en la exhibición, por cierto montada con indudable gusto y en un espíritu próximo al de la artista: mucha luz fría, mucho blanco. Porque en esta abundante e inconexa obra hay un hilo conductor que es la permanente presencia de Roni Horn en Islandia, en donde lleva más de veinte años pasando temporadas y de cuyos rostros, paisajes, luz y colores se sirve para sus creaciones.

Lo líquido, el agua, es un elemento esencial en la obra de la artista neoyorkina. Y aquí aparece la segunda referencia literaria en el quehacer horniano, la de otra escritora, también del mundo lusófono, aunque proveniente de la penúltima diáspora judía: la de Clarice Lispector y especialmente, su Água viva, publicada en 1973, también extraña como la de Pessoa, aunque por otros motivos, por su estructura narrativa líquida y reiterativa, como con ritornelli. La idea de exponer las citas de Lispector en el suelo, en forma de espirales de goma, como remolinos acuáticos, que nos obliga a dar vueltas para leerlos es un acierto.

El espacio Blanca Dickinson ("White Dickinson") nos lleva a la tercera referencia literaria/poética de Horn, Emily Dickinson, tan minimalista como ella, pero con una vitalidad exterior muchísimo más reducida y más perplejidad y obsesión con la propia identidad que Pessoa y Horn juntos. Esas barras solitarias que se apoyan en las paredes con las citas de los versos de la poeta de Nueva Inglaterra sintetizan su visión de una obra única, solitaria, indiferente, sin referencias ni clasificación y que a punto estuvo de quedarse sin lectores. El encabezamiento del post es una aportación de Palinuro a esta concentración de criaturas nada mundanas, es el primer verso de uno de sus breves poemas "A salvo en sus cámaras de alabastro,/intactos por la mañana e intactos por el mediodía,/duermen los mansos miembros de la resurrección,/madera de satén y techo de piedra". Si el poeta es un fingidor, según Pessoa, que finge hasta el dolor "que de verdad siente", ¿qué sucede con la ausencia que se irradia sobre ese mismo universo que pudiera ser un error? En otro lugar dice Emily Dickinson: "Largas calles de silencio/llevaban a vecindarios de intervalo;/aquí no había señal, ni discusión,/ni universo, ni leyes".

Un remanso de paz en la zozobra del yo esta exposición.