dimarts, 21 de juliol del 2015

La revolución es un cubo.

De las muchas revoluciones que se han dado en las artes y en la vida social desde el siglo XIX, el cubismo y el feminismo han sido las más profundas, las que más se han extendido, más han afectado nuestra forma de ver las cosas y las más duraderas. Que el feminismo es una revolución en todos los sentidos del término está a la vista. Su finalidad última es la abolición de la sociedad patriarcal y su substitución por una igualitaria. Le queda trecho, pero esa es su orientación esencial y lo conseguido hasta hoy asombra y permite abrigar esperanzas de que en el futuro habrá más avances. Que lo sea el cubismo suele admitirse también, aunque con cierto diletantismo, al equipararlo con las oleadas de revoluciones y vanguardias que han caracterizado el arte desde el impresionismo hasta el hiperrealismo o el arte "grafitero", estilo Basquiat o las performances de video de hoy. Sin embargo, el cubismo mantiene su título con razón por cuanto representa un verdadero giro copernicano en la pintura, que es el primer requisito de una revolución: poner las cosas del revés, patas arriba, upside down, dar la vuelta a nuestra forma de mirar la realidad y reproducirla y entenderla de otra forma.

El cubismo rompe con el impresionismo y, a través de él, con toda la tradición pictórica al hacer hincapié en que lo esencial en la obra de arte no es el color sino la forma. Pero no la forma superficial del realismo o cualquier forma representada desde un único punto de vista. Es una forma distinta, opuesta, contraria a la absoluta, eterna, inmóvil, dictada por la mirada del artista, sin dinamismo y, por lo tanto, sin lazos con el pasado y con el futuro. Un aquí y ahora con pretensiones de eternidad.

A la entrada de la exposición de la Fundación Juan March de Madrid sobre el libro Du cubisme, de Gleizes y Metzinger se recuerda al visitante que entender a Cézanne es prever el cubismo, justamente la primera línea del texto de los dos pintores sobre el cubismo, el primero sobre este estilo, anterior al ensayo de Guillaume Apollinaire y considerado el manifiesto de la nueva vanguardia. Porque la exposición es sobre el libro. La acompañan tres lienzos de los dos autores y un grabado de Picasso cedido para la ocasión. Prácticamente, nada, porque el objeto de la muestra es eso, el libro en su edición de 1912 y la de 1947, que es la que se exhibe. De este modo, toda la muestra cabe en dos cuartos algo recoletos. Es que es una exposición sobre un libro, no sobre el movimiento que ese libro teorizaba.
 
La edición de 1912 llevaba ilustraciones de Cézanne, Picasso, Derain, Braque, Metzinger, Laurencin, Gleizes, Léger, Duchamp, Gris y Picabia. Algo impresionante en sí mismo. Y no era para menos. El cubismo era objeto de fortísimos ataques. Incluso fue objeto de un debate la Cámara de los Diputados, lo que no deja de tener su gracia. Para la edición de 1947, la que se exhibe, se emplearon estampas asimismo de Picaso, Villon, Picabia, Metzinger, Léger, Laurencin, Gris, Gleizes, Duchamp, Derain y Braque. Sale Cézanne y entra Villon.
 
Pero la importancia de Du Cubisme  no radica en sus ilustraciones, sino en su contenido que, a diferencia del de otros manifiestos, no es declamatorio sino bastante moderado y razonable, aunque de mucho alcance. Sepulta la corriente entonces dominante del "arte decorativo" a base de sostener que es la antítesis del arte y aclara su relación con la forma, el punto central de su reflexión. Se opone a la geometría euclidea porque esta presume la indeformabilidad de las cosas en movimiento. La forma es dinamismo. Esto lo suscribiría sin pestañear Umberto Boccioni, tambien obsesionado con el dinamismo de la forma pero que no suele encuadrarse en el cubismo sino en el futurismo.
 
Lo que sucede es que el dinamismo de la forma, para los cubistas, no está en la propia forma, sino en la mirada que la observa. Un par de años antes de aparecer el libro, Metzinger había publicado un ensayo, Note sur la peinture, en el que proponía dar vueltas en torno a un objeto para verlo en todas sus perspectivas. La capacidad de representar de una vez la multiplicidad de perspectivas del objeto es lo que hace que el cubismo, segun Gleizes y Metzinger sea un arte independiente y completo. Y explica la fuerza que tiene.
 
Pero también hay paz en la guerra. Tras destronar el color y entronizar la forma, su representación de la forma, los autores acaban reconociendo que, en definitiva, entre el impresionismo y el cubismo solo hay una diferencia de grado. Por supuesto, también entre el agua y el vapor solo hay una diferencia de grado, pero, a la vista, resultan incomparables. El color es especificar el modo en que se revela la realidad iluminada por la luz. Pero hay que sublevarse contra las sinestesias cromáticas ordinarias. No hay razón para que a la luz corresponda el color blanco y a la oscuridad el negro. Sin duda, pero eso también lo sabían los impresionistas, que coloreaban las sombras con una gama amplia.
 
Está claro que la revolución cubista corresponde a una época de creciente individuación. La base de esta es el postulado cubista esencial de que hay tantas imágenes como ojos que las miran. Una revolución.