dissabte, 5 de setembre del 2015

De ridículo a ridículo pasando por el abalorio.


La revolución catalana provoca delirios en los líderes políticos españoles.

Rajoy, cuyo sentido del ridículo es tan hondo como su moralidad y su inteligencia, ha internacionalizado el conflicto catalán en tres días mucho más de lo que lo han conseguido los independentistas y llevan años, lustros, intentándolo. Esta técnica de hacer lo que interesa al enemigo es un descubrimiento del presidente de los sobresueldos. No tiene precedentes y seguramente tampoco consecuentes. El martes trajo a Frau Merkel y ayer, viernes, a Mr. Cameron, ambos a opinar sobre la cuestión catalana en unos términos pactados de antemano con La Moncloa. La señora Merkel tuvo que hablar del principio de integridad territorial de los Estados y Cameron recordó que el ente territorial que se independice de su Estado, saldrá asimismo de la UE. En su sumisión a todo el que hable una lengua que él no entiende, o sea, en su sumisión a todo el mundo, Rajoy oía las palabras de Cameron no como una opinión más o menos cierta, sino como una verdad incuestionable, como una orden que es cosa más afín a su espíritu. Pero no pasa de ser una opinión. Si Cataluña se independiza, ya veremos qué sucede. La situación no tiene precedentes y no se sabe qué sucederá porque ello depende también de cómo se independice.

La punta ridícula comienza a aparecer cuando se recuerda que Cameron está preparando un referéndum sobre la eventual salida de su país de la Unión Europea. Eso de vestir de amenaza una opción específica que uno mismo puede estar escogiendo resulta difícil de entender, cuando menos sin echarse a reír.

El aspecto más ridículo de esta internacionalización del conflicto, tan ridículo que hasta los estrategas de La Moncloa han pretendido desactivarlo es de otro tipo. Consiste en la intención original de Rajoy de pedir a Cameron una declaración en favor de la integridad territoral de España, como había hecho con Frau Merkel. Alguien en La Moncloa, alguno de esos más de sesenta asesores que carecen de graduado escolar, pero nos cuestan un dineral, debió de advertir el ridículo en que se incurría pidiendo al inglés suscribir la integridad territorial de España, siendo así que es el primero en romperla con Gibraltar.

A Felipe González le zumban los oídos hace ya cinco días, desde la publicación de su Carta a los catalanes, en El País, en el estilo de la epístola a los corintios, pero en la era de las tecnologías. El escrito ha provocado un alud de críticas y de muy crueles (y generalmente injustas y falsas) acusaciones. Al margen de los insultos, muchos argumentos de diferentes puntos de vista refutaron la epístola de González. La carta procedía a comparar el proceso independentista con los nazis y/o los fascistas, cosa que saca de quicio con razón a los independentistas.

Para librarse del ruido mediático levantado por sus juicios sobre los catalanes, el expresidente concedió luego una entrevista a La Vanguardia en la que decía que es partidario de resolver el problema mediante negociación y pacto y que debe comenzarse por reconocer que Cataluña es una nación. Es muy difícil no dar a este reconocimiento el valor que los conquistadores españoles daban a los abalorios y cuentas de cristal que llevaban a la Indias para engañar a los aborígenes y cambiárselas por riquezas en metales preciosos. ¿Que quieren llamarse "nación"? Que lo hagan, pero nada más. Es la doctrina del TC: son nación si quieren ser nación y se pronuncian por su derecho a serlo, pero eso carece de efectos jurídicos. Es decir se trata de contentar a los aborígenes con un mero nombre, "nación" , a modo de abalorio: brilla mucho, pero no sirve para nada. Esa condescendencia con los aborígenes también es absurda. La nación catalana no depende de que España la reconozca. Han coexistido a lo largo de los siglos pero la mayor debilidad bélica y material de aquella no la ha dejado brillar con luz propia hasta ahora. Y, desde luego, no va a dejarse seducir con abalorios. Esto es, como suele suceder, tratando González de enmendar su yerro, lo agravó. 

El ridículo no se limita a la derecha, aunque sea el terreno en que más se cultiva. También afecta a la izquierda, sobre todo si el objeto es el independentismo catalán que, repito, parece movilizar las peores y más estólidas prácticas de la dirigencia española. Ayer Errejón o el community manager que le maneje la cuenta, subía un tuit a Twitter en el que decía que Artur Mas no había conseguido llenar una plaza de Casteldefells, y pidiendo ser ellos quienes la llenaran el próximo domingo. Y eso en catalán porque es propaganda de Catalunya si que es pot".


Esta imagen permite visualizar el núcleo conceptual de la campaña de Podemos en las elecciones de 27 de septiembre, esas que no podían ser plebiscitarias y que, por lo tanto, no iban a serlo con el mismo grado de seguridad con que las elecciones de 9N del año pasado tampoco se iban a dar.  La idea fundamental de la campaña es que esta es una dicotomía entre dos grupos, los dos con posibilidades reales de llegar a La Moncloa. Grupos y personas. Se trata de contraponer al pérfido Mas, representante de todos los recortes y políticas neoliberales con el amable pueblo catalán, que no se dejará engatusar con los cantos de sirena de los independentistas, esos que inducen a la gente a pensar que lo importante no son la habichuelas sino una Patria intangible, etérea. Así que lógico es que la asistencia a los mítines de Mas flaquee, pues el político convergente no es el rostro del pueblo, sino el de su enemigo. El nacionalismo, el independentismo, son disfraces para ocultar la verdadera finalidad explotadora de la burguesía, de "los de arriba". En cuanto la gente se dé cuenta del todo,  los mítines de Mas no va ya ni él.

Una hora más tarde, otro tuitero subía un tuit en el que se veía muchísima mayor asistencia al mitin de Mas, pues la foto se hizo cuando el mitin estaba en marcha y la gente escuchando; no como en el tuit de Errejón, que se hizo antes de comenzar el espectáculo.

Y traía un comentario burlón: "Hola, Errejón: no sé quién te habrá pasado la foto pero igual el domingo haces el ridículo". Lo que la imagen revelaba es que Errejón o alguien en su nombre había pretendido engañar a la gente dando una cifra de asistentes a un mitin de Mas de muy escasa concurrencia. No está mal para quien inició su carrera política criticando las formas de organización de los poderes constituidos como una política antipopular, como la censura, la manipulación y la concentración de los medios en manos de unos cuantos banqueros que son los dueños de la información. Alguien que se revelaba contra el engaño, la censura y la mentira. Resulta, sin embargo, que, apenas tiene ocasión, recurre exactamente a los mismos medios que critica y consigue, como ellos, hacer el ridículo y entre la rechifla general.

Otro tuitero no se esperaba a ver hacer el ridículo a nuestro hombre el domingo y decidía añadirle una gota más de ácido y burla: "Si le das zoom al núcleo irradiador de tu cámara verás esta foto. La seducción de los no aliados. Saludos." El asunto está claro: como decíamos al comienzo de este post tratándose de Rajoy, no se puede recurrir a los medios de los enemigos.

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Sobre todo si te presentas con un discurso algo pedante pero que pretende manifestar una distancia abismal entre la realidad injusta que denuncias y tus propias propuestas que, en principio, vienen a regenerar la vida pública, a desterrar el engaño, el fraude y la manipulación. Mañana, domingo, ya tiene Podemos una tarea clara en Casteldefells: reunir más gente que en el mitin del presidente Mas, so pena de quedar no solamente como unos manipuladores sino como unos fracasados.