diumenge, 18 d’octubre del 2015

Horizonte de desobediencia.

Aquí mi columna de elMón.cat en la versión catalana. Es imposible hablar ni dialogar con quien se niega a hacerlo, quien no se mueve, no hace propuesta alguna, no admite la existencia del otro, ni le reconoce legitimidad, ni siquiera respeta su derecho a la existencia. Es imposible entenderse con quien no quiere entender ni encontrar un terreno común y solo está dispuesto a emplear la fuerza.

Esta es la versión en español.



Horizonte desobediencia.
                                                                                                    
La política fluye, como un río que no cesa. Rebasada la declaración de Mas ante el TSJC, con amplio respaldo institucional y popular y fuerte proyección internacional, entramos en un tramo nuevo: constitución del Parlamento catalán y aplicación de la hoja de ruta hacia la independencia bajo la amenaza del procesamiento del presidente de la Generalitat. En el horizonte, la posible condena a Mas y la también posible desobediencia de las instituciones catalanas.

Es gravísimo que la Generalitat se plantee desobedecer la ley, dice la vicepresidenta del gobierno central. Tanto, añade su jefe el presidente, que, si la desobediencia se da, puede llegarse a la suspensión de la autonomía, vía artículo 155 de la CE. Entre tanto Manos Limpias seguramente pedirá la ilegalización de todos y cada uno de los votantes independentistas por sediciosos. 

El terreno de juego está perfectamente marcado. Nadie hay por encima de la ley, dice el gobierno. Ni él mismo, por la sencilla razón de que, cuando la ley no le gusta, la cambia porque sí. Igualmente es obligado obedecer las decisiones de los tribunales, compuestos por magistrados con carné del partido y que aplican la “justicia” del gobierno, la que complace al Rey pues por eso se administra en su nombre. El discurso del principal partido de la oposición es el mismo: hay que obedecer la ley del embudo y acatar la justicia de Peralvillo. 

El frente español está cerrado. España es un Estado de derecho y aquí no se mueve nadie ni se cambia nada. Con esta Constitución hemos tenido cuarenta años de paz, tantos como los que generosamente nos dio el Caudillo de emocionado recuerdo y así seguiremos otros cuarenta, viendo desfilar la cabra de la legión. 

El nacionalismo español ignora el abc de la política, su condición dinámica, fluida, líquida. La política, como la vida, es cambio y si uno no lo anticipa, no se prepara para él, no propone nada para encauzarlo en su propio (y legítimo) beneficio, para hacerlo fructífero y constructivo, esa cambio inevitable lo dejará de lado o lo arrollará. Lo que no se mueve, se pudre. Lo que no avanza, muere. Quien no prevé, perece. La política es iniciativa, proyecto, plan, todo lo que tiene el independentismo catalán y de lo que carece el nacionalismo español. La única reacción de este es una falta de acción y respuesta, elevada a epítome de la cazurra astucia de ese prodigio de incompetencia que reside en La Moncloa, para quien, la mejor decisión es no tomar decisión alguna. Con lo cual son los otros quienes las toman por ti y no te dejan ni el recurso a la socorrida mentira para tapar las vergüenzas de tu ineptitud.

Cuando se cansan de insultar y amenazar, los propagandistas del nacionalismo español , sobre todo los intelectuales que pasan el resto del tiempo desaparecidos en sus covachas, se ponen comprensivos y lamentan cómo el independentismo ha fracturado la sociedad catalana. El panorama es terrible: las familias están enfrentadas y los ciudadanos son sombras esquizofrénicas que vagan por las calles preguntándose angustiados por su identidad. Es difícil tomarse en serio esta basura pero no está de más recoger algo de su enseñanza porque si algo está fragmentado y fraccionado aquí es precisamente el nacionalismo español. Cualquiera que vea la sociedad catalana sin prejuicios observa una amplísima movilización popular fuertemente aglutinada con unidad de propósitos y, por supuesto, las naturales desavenencias en todo empeño complejo y colectivo. Ese mismo observador no puede ignorar que en el resto del Estado, la situación es la inversa: reina la atonía, la inacción, el desconcierto, el enfrentamiento y la irreconciliabilidad de proyectos que solo se remedia en la actitud reactiva frente al riesgo cierto de la secesión.

Que el PP y el PSOE hagan causa común frente a Cataluña demuestra por enésima vez que el problema español no tiene arreglo. Entre el nacionalcatolicismo reaccionario, oscurantista, oligárquico, represivo e intolerante de la derecha española, tan franquista hoy como siempre, y el sedicente nacionalismo liberal, tolerante, progresista, de las supuestas izquierdas, incapaces de formular proyecto alguno de reforma en serio, hay acuerdo básico en lo referente a los llamados “nacionalismos periféricos”. Ese acuerdo básico de los nacionalistas españoles, cuya incapacidad para reconocer su situación los lleva a proclamar el oxímoron de un nacionalismo no nacionalista. Queda claro así por tanto que se trata de último acto de esta tragicomedia llamada España en la que la idea de la modernidad, la tolerancia, la democracia y el respeto los derechos de un liberalismo enclenque, secularmente subalterno frente al reaccionarismo tridentino español. Una sociedad sumisa, fracturada, insolidaria, de súbditos claudicantes ante la oligarquía mesetaria y caciquil de siempre.

Esta España no tiene nada que ofrecer a unos pueblos que, por razones que no hacen al caso pero están en la mente de todos, tienen la suerte de contar con proyectos propios, con iniciativas políticas de renovación y regeneración. 

Esta España no deja otro camino que la desobediencia.