diumenge, 5 de juny del 2016

La humanidad no progresa

Juli Gutiérrez (2015) La matemàtica de la història. Alexandre Deulofeu o el pensador global. Lapislàtzuli (233 págs)
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Hay peripecias curiosas en la vida. Hace algo más de un mes, un cineasta, David de Montserrat, me contactó para pedirme que presentara un libro en Blanquerna sobre un sabio historiador catalán hoy olvidado, Alexandre Deulofeu. En el siglo pasado y, gracias a su filosofía de la historia, Deulofeu había profetizado el fin del imperio español para el año 2029. Eso daba morbo a la cuestión. El libro es obra de un  nieto de Deulofeu, Juli Gutíérrez quien, fascinado por la personalidad de su abuelo, había decidido seguir sus pasos. Así pues, plantó su puesto de trabajo en una sucursal bancaria, se retiró a practicar el cultivo ecológico en su huerto y a estudiar y dar a conocer la obra de su venerable antepasado, cuya vasta teoría de filosofía de la historia, llamada la Matemática de la historia, abarcaba nueve volúmenes y eso sin contar otros estudios del autor de otros temas. singularmente de filosofía del arte, en concreto el románico. Y no solamente se dedicó Gutiérrez a rescatar del olvido a su abuelo sino que prácticamente se identificó con él, como si fuera su alter ego o su sosias. Las dos contrasolapas del libro, la primera y la última atestiguan lo que digo. En la primera se ve a Deulofeu en su huerto allá por los ños 30 o 40, portando un cubo y una lechera. En la última se ve al nieto en idéntica posición, con los dos consabidos cubos.

La presentación del libro venía a ser como una especie de pretexto porque lo que De Monserrat está haciendo es un programa de televisión sobre la vida y el impacto de Deufoleu. El productor, Ferrán Cera, se puso en contacto conmigo, confirmándome este extremo y mandándome un guión para que cumpla lo que se espera de mí. Se supone que he de tener un gesto de escepticismo e incredulidad durante la presentación. No me será difícil ya que soy escéptico por naturaleza y mucho más ante la pretensión de Deulofeu de elaborar una filosofía sistemática de la historia, nítidamente dividida en fases de idéntica duración, que le permitirá hacer profecías (por ejemplo, la citada del fin del imperio español en 2029) y predecir el curso de los acontecimientos. 

Respeto mucho estos vastos frescos del proceso civilizatorio (como lo llamaba Norbert Elias) típicos del historicismo y valoro el trabajo que sus autores suelen darse para realizarlos. El de Deufoleu se parece bastante al de la evolución propuesto por Fourier para el establecimiento de sus falansterios. Pero, en todo caso, aun siendo cómplice de los autores del reportaje y el propio Gutiérrez, que me parecen personas encantadoras, mi escepticismo es absolutamente pirrónico. Creo que el devenir de la especie humana es imprecedible por definición y esencia, ya que el ser humano es libre y ni él mismo sabe lo que hará en las próximas dos horas. Todo y nada es posible en la historia. Si el porvenir de los seres humanos fuera predecible, los seres humanos no seríamos seres humanos, sino hormigas o abejas o cualquier otro insecto social sometido al instinto. 

Esto no quiere decir que tenga en menos los trabajos de Deulofeu y mucho menos la figura de su autor, por quien siento viva simpatía: farmacéutico de un pueblo del Ampurdán, químico igualmente, fue alcalde republicano y en el 39 hubo de cruzar la frontera para que no lo asesinaran los que hicieron la guerra en nombre de Dios. Regresó en 1947, recuperó su profesión y se dedicó a cultivar su obra espiritual y la material en forma de huerto. La obra espiritual, como digo, tiene dos puntos esenciales: el macrocuadro de la matemática de la historia y el interés de nuestro hombre por demostrar que el románico es un arte autóctono del Ampurdán, que no lo importó de la Lombardía como se ha dicho y cuya manifestación más acabada es el monasterio de San Pedro de Roda (p. 171), al que Deufoleu dedicó un interesante estudio. La Edad Media, muy maltratada durante el Romanticismo, era un momento de extraordinario vigor en Europa y de altísima espiritualidad. No se daba entonces, según Gutiérrez la "absurda" idea del arte por el arte. Es posible que no, pero de absurda la idea no tiene nada. Fue, si no estoy equivocado, Baudelaire quien la acuñó para defender el arte de las interpretaciones que  instrumentalizaban las manifestaciones artísticas en pro de unos u otros objetivos ajenos al arte  (p. 169).

En realidad, todas las grandes filosofías de la historia son complicadas construcciones que suelen agradar el oído del señor terrenal al que se le recitan: Vico, Hegel, Marx, Morgan. Spencer, Comte, Maine, Spengler, Toynbee, etc, que han trazado el decurso de la historia, lo han hecho con un punto teleológico de probar que la contemporaneidad de que se tratara era el estadio superior de la civilización humana: el Estado prusiano en Hegel, la sociedad sin clases en Marx, el estadio industrial en Spencer, el positivo en Comte, etc. Deulofeu no iba a ser distinto, así que, según su concepción, Cataluña era el origen de la cultura europea, y eso que aseguraba que ninguna cultura es superior a otra (p. 152)  

Según Deulofeu en el gran examen que hace Gutiérrez, las civilizaciones son procesos biológicos que duran 5.100 años repartidos en 1.700 años cada uno, con tres épocas: aristocracia feudal-sacerdotal, aristocracia de la riqueza y democracia (p. 89). Cada época, a su vez, tres fases: la fragmentación demográfica, la fase de unificación  demográfica, los procesos imperiales y la evolución del espíritu creador (p. 92-94). Como se ve, un cuadro de la evolución del espíritu humano muy impregnado del positivismo europeo décimononico. 

Se habla continuamente de leyes  históricas comprendidas dentro de una también reiterada matemática de la historia. Pero, para ser matemática, no hay una sola fórmula, ni un mero número, con lo cual el escepticismo de Palinuro alcanza regiones sublimes. Europa, decía Deulofeu, crecerá a la sombra de Alemania. Se trata de una ley histórica. La verdad, mis convicciones ecológicas me impiden aceptar ley histórica alguna y más bien creo que podría hablarse de una evolución cíclica si no queremos hablar del eterno retorno como filosofía frecuente.  Como todo historicismo, el de Deufoleu solo admite un curso civil del mundo si este sigue sus leyes, pero, si no lo hace pude haber algún baño de sangre que otro (p. 46).

Hay un capítulo titulado "la lucha de los imperios", en el que se vierten juicios muy perspicaces sobre los distintos imperios a día de hoy: los EEUU, Rusia, el Japón y la China, a la que el autor considera un imperio jovencísimo (p. 99) porque, obviamente, sitúa su origen en la victoria de Mao Tse Tung sobre Chang Kai Chek, pero si nos remontamos a los tiempos de las primeras dinastías, el imperio es antiquísimo

Gutiérrez cita y repite una creencia de Deufoleu en el sentido de que "la humanidad no progresa" (pp., 100, 168, 217). Es de suponer que espiritualmente porque técnica y materialmente, el progreso es apabullante. Tanto que, cuando llegue el año 2029, es posible que no haya Estados en Europa. En varias ocasiones señala Gutiérrez que Europa se organizará políticamente por imperativo alemán, con Francia e Inglaterra pasando a segundo término y de España ni hablamos. 

Pero hay algo que el historiador, el filósofo de la historia, el joven político o el perroflauta deben tener en consideración: tanto Inglaterra como Francia tienen la bomba atómica. Alemania, no. Y eso tiene consecuencias.