dimecres, 12 d’abril del 2017

El poder político

De las cuatro fuentes del poder social que Michael Mann identifica en su obra magna, Las fuentes del poder social, esto es, las relaciones ideológicas, las económicas, las militares y las políticas, las primeras y las últimas son las más escurridizas y difíciles de tratar Todo el mundo sabe lo que es el poder económico (el capital) y el poder militar (la violencia) pero, al llegar al poder ideológico y el político, la cuestión se torna más imprecisa y compleja. Hay quien piensa que son dos momentos de un mismo poder, de forma que el político es la institucionalización del ideológico y el ideológico, la legitimación del político. Para algunos partidarios de la teoría del Estado como conquista, el poder político es emanación directa del militar y así pensaba Oppenheimer. Para los marxistas, el poder político es emanación del económico, amparado por el militar y justificado por el ideológico. 

El poder político, la capacidad de conseguir la obediencia de los gobernados, se consigue convenciéndolos por las buenas  (ideología) o por las malas (militar), esa dualidad sempiterna entre la auctoritas y la potestas, rebautizada hoy por Nye como "poder blando o suave" y "poder duro". Por supuesto, el poder político es la forma de expresarse del poder económico dominante, el capital.

Las izquierdas han tratado de poner en pie una forma de legitimación que no fuera  del poder económico dominante sino del dominado, algo que hasta la fecha se presentaba como un pensamiento entre reformista y revolucionario. El poder ideológico que justificaría el político de las clases subalternas. Pero no lo han conseguido. Al poder político solo llegan si acaso los reformistas más moderados y están sometidos a un hostigamiento permanente desde el poder económico, de forma que su autoridad es precaria. La idea revolucionaria se había formulado al amparo del sufragio universal. Al ser los trabajadores inmensa mayoría, el voto los llevaría al poder.  Tal cosa no sucedió y la izquierda quedó dividida entre un sector reformista y otro revolucionario. Una división con formas y matices distintos según los momentos y países, pero que aparece siempre, de forma que el gran problema, el sempiterno problema de la izquierda es la unidad, la falta de la cual la hace sucumbir a la derecha, mucho más unitaria.

Innecesario decir que el poder ideológico de la derecha acentúa el discurso unitario con pleno respaldo del poder económico y del militar. Eso hace que su poder político sea sólido, presentado como tal por los medios que controla el poder económico, que no sea nunca precario, ni siquiera cuando se encuentra en minoría.

Ese es el extremo que ilustra a la perfección el magnífico dibujo de Manel Fontdevila. Si no tienes mayoría absoluta, no tienes poder. Pero menos tienen los otros, cuyos porcentajes son aun menores y, además, están divididos y enfrentados. O sea, una buena base de poder político es la impotencia de los adversarios. Por eso puede el gobierno de Rajoy hacer lo que "le da la gana" con el auxilio de una oposición que va por ahí presumiendo de eficaz. 

Tampoco es nuevo. Rajoy ya demostró su capacidad para hacer lo que le da la gana durante el año de mandato en funciones, cuando elaboró la doctrina de que un gobierno en funciones no responde ante el Parlamento y el asunto acabó en el Tribunl Constitucional (TC) en donde, como era de prever, duerme el sueño de los justos.

A la vista del éxito, el consejo de ministros presentará en breve un conflicto de competencias ante el TC para limitar la actividad del legislativo a base de impedirle que pueda levantar los vetos interpuestos por el gobierno en nombre de la intangibilidad de los gastos de la ley de presupuestos. La cuestión es evidente: si el gobierno se sale con la suya (y es probable que lo haga pues el TC está bien surtido de magistrados de su cuerda ideológica), el Parlamento puede irse de vacaciones hasta la próxima cita electoral porque el gobierno podrá bloquear cualquier iniciativa legislativa invocando motivos económicos. 

En efecto, el poder que procede de la impotencia ajena es tan sólido como el que descansa sobre el poder militar.