dissabte, 31 de març del 2018

Los pactos de ida y vuelta

Días estos de mucho recogimiento, meditación y golpe de pecho. Una ministra y tres ministros cantando a grito pelado "¡soy el novio de la muerte!" al paso del Cristo de la buena ídem a hombros de legionarios, camino de un recinto en donde aquellos y aquella le besaron reverencialmente los pies. En un país aconfesional según esa Constitución que todos deben respetar menos ellos. Las banderas, símbolo del Estado, a media asta; el Estado a media asta; España a media asta, por orden del Estado no confesional.

Regresados al siglo XXI, como era de esperar, Catalunya. No hay otra cosa en España hace ya meses, años. La procelosa investidura del president de la Generalitat, que no parece hoy más cerca que en el mes de enero, provoca propuestas y movimientos que están dictados por la desesperación antes que el cálculo racional. Como esa del "gobierno de concentración" del PSC. El nombre no es muy feliz pero el contenido resulta incomprensible: ¿qué se concentra? O la propuesta pareja de los comuns del "gobierno técnico". El canto de un duro ha faltado para el "gobierno de tecnócratas". Quién iba a decirlo, ¿verdad? Ha de ser la desesperación la que dicte estas propuestas como manifestación de la repentina fiebre pactista que padecen quienes siempre se han negado a pactar, como los seguidores de Iceta, para quienes todo independentista era un intocable. Ahora los pactos son buenos.

En cualquier caso son propuestas animadas por un espíritu realista cuyo único defecto es no coincidir con la realidad. Cualquier propuesta de gobierno distinta de la de la mayoría del 21 de diciembre exigirá que algún partido independentista se excluya o el conjunto acepte una rebaja de su programa, en realidad una renuncia, si se acepta la fórmula de desistir de la unilateralidad. Pero la realidad, se encarga el bloque independentista en señalar, consiste en su unidad de acción. Solo él puede formar gobierno y, para encabezarlo, propone a Puigdemont.

Aquí se abre un compás de espera por la situación del presidente en Alemania. La decisión que tomen los jueces alemanes condicionará el curso posterior de los acontecimientos en España de modo absoluto por cuanto el gobierno ya ha anunciado su neutralidad en el asunto. 

Queda la especulación porque no hay otra. Y en cualquiera de las dos posibilidades (extradición o no extradición) el conflicto se habrá acercado más al punto en que la mediación europea acabará haciéndose inevitable. De hecho, ya lo es. Europa ya pide a España, por boca de Schäuble, que "desescale" el conflicto. En román paladino, que suelte a los presos políticos y acabe con una disparatada judicialización.

Pero no será lo mismo la situación con Puigdemont libre en Europa o Puigdemont preso en España.

Imagino que en cualquiera de los dos casos, se mantendrá la opción del Parlament: investir a Carles Puigdemont. A partir de ahí, corresponderá reaccionar al Estado. Según la intensidad de esta reacción y su carácter, podrá vaticinarse el curso posterior del proceso. Este había empezado siendo una cuestión de cuatro chiflados para ocultar una corrupción, una "algarabía" incomprensible, un suflé que se desinflaría a la primera de cambio y resultó ser un movimiento social, una verdadera marea independentista que ha tomado los caracteres de una revolución.

Y la Unión Europea cada vez más atenta a la vuelta de España por sus querencias: presos y exiliados políticos, represión, falta de libertades, dictadura. La dictadura de una banda de ladrones y meapilas.

Lo que hay.