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divendres, 23 d’octubre del 2015

Separarse con la Constitución en la mano.


Mercè Barceló i Serramalera et al. (2015) El derecho a decidir. Teoría y práctica de un nuevo derecho. Barcelona: Atelier, libros jurídicos. (171 págs).
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El derecho a decidir, como todos los derechos subjetivos, es autorreferencial. Así como la prueba del puding se hace comiéndolo, la del derecho a decidir se hace ejerciéndolo. Demostrar su existencia y su objetividad es imposible precisamente porque es subjetivo. Se hace, por tanto, de modo inmediato. Los seres humanos presumimos que somos dueños, titulares de unas facultades de diverso orden que identificamos intuitivamente. Para no rompernos mucho la cabeza sostenemos que esas facultades, esos derechos, nos son inherentes por naturaleza, que si se nos niegan, se nos degrada a una condición subhumana o inhumana. Los derechos subjetivos son el producto de la concepción iusnaturalista del mundo que ha estado siempre ahí pero que se consolida, expande y justifica con la reforma, la tolerancia, el humanismo, el libre pensamiento en torno a los siglos XVI-XVII.

El derecho a decidir en cuanto facultad del individuo es tan obvio que cabría preguntarse si es necesario escribir un libro para probarlo. Desde el principio kantiano de la autonomía de la persona, ese derecho es algo apodíctico. La condición humana es la de un ser que decide permanentemente. Hasta el punto de que se dice que estamos condenados a decidir, condenados a ser libres. Así pues, todo ser humano libre tiene derecho a decidir y, si no puede hacerlo, no es libre y no es enteramente humano.

Pero no es esta perspectiva más bien filosófica la que preocupa a los autores del libro, todos ellos eminentes juristas y politólogos, o sea, gente positiva, incluso positivista, interesada no tanto en averiguar la razón de ser y el origen del derecho a decidir, que dan por incontrovertible, y hacen bien, como su articulación práctica y eficacia. Para lo cual tienen que resolver una objeción frecuente: el derecho a decidir, como todos los derechos subjetivos, es individual. No puede haber un derecho a decidir colectivo.

Pero justamente eso es lo que interesa a los autores: probar que hay una faceta colectiva en este derecho, cosa que consiguen después de algunos prolijos y alambicados razonamientos jurídicos que dan lugar a una conclusión bastante obvia. El derecho a decidir es individual, pero puede ejercerse colectivamente por un conjunto de personas que residen en un territorio determinado y a la que los politólogos llaman demos. Ese es uno de los problemas mayores de este derecho en función del famoso apotegma de que antes de que el pueblo decida hay que decidir quién sea el pueblo. Tal es el escollo que salva brillantemente Jaume López con una definición algo larga del derecho a decidir pero que preside y orienta el resto de las elaboraciones de esta obra: "un derecho individual de ejercicio colectivo de los miembros de una comunidad territorialmente localizada y democráticamente organizada que permite expresar y realizar mediante un proceso democrático la voluntad de redefinir el estatus político y marco institucional fundamentales de dicha comunidad, incluida la posibilidad de constituir un Estado independiente." (p. 33). López se toma la molestia también de distinguirlo del derecho de autodeterminación, pero no estoy muy seguro de que merezca la pena, ya que la cuestión tiene ribetes más o menos semánticos.

El hecho es que la definición nos sitúa de lleno en el huerto iusnaturalista, lo cual tiene una utilidad reducida cuando se quiere hacer eficaz el derecho. De ahí que el resto de los especialistas en la obra se dedique a la tarea de mostrar los aspectos jurídico-positivos del derecho y la verdad es que lo hacen con mucho rigor y extraordinaria finura de análisis. Pero se mantiene la duda de si estos refinados análisis, complejos razonamientos, delicadas interpretaciones de las normas y la jurisprudencia constitucionales alcanzan su objetivo de ofrecer una visión alternativa convincente al orden jurídico reinante en su interpretación más al uso.  Y no solo eso sino también si es necesario, dado que el derecho a decidir, como derecho natural, tiene un elemento originario, en cierto modo faceta del poder constituyente que no requiere habilitación previa alguna, que remite a un mundo de ruptura de hecho, basado en un principio de legitimidad y no de legalidad que, por tanto, hace innecesario todo intento de derivarlo de una legalidad previa. Sobre todo si, además, es contraria.

Los trabajos son realmente brillantes y muestran un ánimo de concordia y talante democrático y un deseo de abrir cauces civilizados a la solución de conflictos que, en apariencia, no los tienen. El catalán en concreto. Josep M. Vilajosana argumenta en pro de una teoría del derecho a decidir fundamentado en un principio democrático que todos admiten, aunque presenta los mismos problemas que el derecho que quiere amparar. Así se reconoce en el interesante trabajo de Alfonso González Bondía sobre "el ordenamiento jurídico internacional ante el derecho a decidir" que arranca de una valoración de la Resolución 1999/57 de la Comisión de Derechos Humanos, titulada Promoción del derecho a la democracia al reconocer que la cantidad de votos a favor de la resolución descendió drásticamente cuando se votó el título por separado por cuanto, dice el autor, muchos miembros de la comisión dudaban de que "el estatus jurídico de la democracia fuera el de un derecho" (p. 126). Retornando al trabajo de Vilajosana, su intento es encajar el derecho a decidir en el marco de la Constitución española, cosa que solo puede hacer a base de distinguir lo que llama una "permisión fuerte" y una "débil" (p. 72) que recuerdan la distinción de Berlin entre libertad positiva y negativa. Es decir, cabría un derecho de secesión en la Constitución española dado que no está expresamente prohibido. El escollo del famoso principio de indisolubilidad de la nación española cree soslayarlo el autor recurriendo a la doctrina de la necesidad de ponderación de los principios relevantes que entren en algún tipo de conflicto.

Mercè Corretja hace un gran trabajo de recopilación y análisis de casos comparados para lo cual toma referencia en los estudios previos de Ridao. La multiplicidad de casos de separación de Estados, secesiones, referéndums, declaraciones unilaterales de independencia  en el siglo XX en Europa y otros lugares del mundo (singularmente el caso de Quebec en el Canadá) prueba que son muchos los antecedentes que podrían invocarse, según características contingentes propias, para justificar una eventual separación de Cataluña, incluida por supuesto la nada desdeñable necesidad de garantizar una protección de las minorías nacionales como parte esencial del ejercicio del reiterado derecho democrático a decidir (p. 62).

Mercè Barceló toma sobre sí la ardua tarea de demostrar la constitucionalidad del derecho a decidir en España, en cierto modo coincidente con el trabajo de Vilajosana. También arranca de la "permisión débil" de que se hablaba antes, pero se concentra en la sentencia 48/2003 del Tribunal Constitucional, que excluía la existencia de una "democracia militante" que se opusiera a ese derecho, relaciónándola luego con la 42/2014 que, en su opinión, da cabida en la Constitución al derecho a decidir (p. 100), tratando asimismo de probar que, aunque con ciertas limitaciones de objetivo, se puede articular como un derecho constitucional que genera obligaciones en los poderes públicos y, desde luego, las de formularlo y realizarlo (pp. 117-120).

En resumen, una obra muy pensada, muy trabajada, argumentando en favor de un derecho que reconoce "nuevo", como un derecho amparado en una concepción de la democracia del siglo XXI y que pueda ejercerse por cauces jurídicos mediante inteligentes interpretaciones de la Constitución que harían innecesaria incluso una reforma de esta. Interpretaciones muy sólidas que parten de un supuesto quizá excesivamente optimista: el de que todos (o una mayoría significativa) de quienes en España tienen encomendada la interpretación del orden constitucional así como su gestión y aplicación real comparten el punto de vista de los intérpretes. Que todos o la mayoría aceptan la pertinencia de ese nuevo derecho a decidir y están dispuestos a facilitar su ejercicio en función de un avanzado principio democrático. En definitiva el sempiterno problema de si un postulado de deber ser tiene cabida en un ser concreto y determinado.

Ciertamente, el libro es de una gran utilidad, pues da argumentos a quienes están empeñados en abrir camino a ese derecho por la vía de hecho mediante la voluntad política que lleva a la acción.

Pero lo determinante es esa voluntad que, insistimos, es autorreferencial.  

dissabte, 10 d’octubre del 2015

La lucha por la vida en el Mediterráneo.


Javier de Lucas (2015) Mediterráneo: el naufragio de Europa. Valencia: Tirant lo Blanch. (155 págs.)
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Para los países ribereños, el nuestro entre otros, el Mediterráneo es un mar muy especial. No es un océano, pero tampoco es un lago grande. Es eso, un mar aristotélico, es decir, un mar del justo medio, de la proporción áurea, un mar equilibrado, un mar europeo. Lo llevamos tan en el fondo de nuestras identidades culturales que, a veces, nos lo hemos apropiado. Los romanos lo llamaban mare nostrum y los españoles, mar español. En torno a él se ha fraguado la civilización europea, la ciencia, el comercio, la filosofía, la religión. Lo hemos cruzado incontables veces, para predicarnos o combatirnos o esclavizarnos o liberarnos los unos a los otros. Él es la cuna en la que hemos aprendido el nombre de las cosas, a contar, a nombrar los días y los meses, a narrar, a mentir, a fabricar nuestras leyendas. Odiseo es un héroe europeo, pero también los almogáraves, Juan de Austria, Andrea Doria, Eneas, los cruzados, Solimán el Magnífico. Todos son nuestros. Somos hijos del sol, del azul del cielo y la mar y el producto de mil fábulas en las que hemos crecido.

Así que cuando, al comienzo de este interesante libro escrito por un jurista que es medio poeta, se nos dice que el Mare Nostrum es la mayor falla demográfica de Europa (p. 13) y que se ha convertido en una de las aguas más peligrosas del mundo, sentimos profundo desasosiego. Nuestro Mar no ha sido nunca una balsa complaciente, desde luego, pero tampoco una cloaca en la que bandas de criminales realizaran sus inhumanos negocios. Ni siquiera cuando lo surcaban naves de terribles piratas de la Berbería. Algo ha cambiado en él; una nueva circunstancia se ha extendido a costa del sufrimiento de miles y miles de seres humanos en busca de asilo y refugio. Y nosotros, los Estados europeos, ribereños o no, que hemos presumido siempre (unos más que otros, desde luego) de ser tierras hospitalarias, lugares de asilo y protección, nos hemos convertido en cómplices de lo que la historia acabará considerando uno de los mayores genocidios puesto que nuestras políticas en la materia ignoran y pisotean tres derechos que el autor llama repetidamente "elementales": a) el derecho a no emigrar; b) el derecho a emigrar; c) el derecho a instalarse en otro país (p. 16). Hemos hecho realidad el dictum de Agamben y nos hemos instalado en un estado de excepción permanente (p. 19)

De Lucas nos advierte de que somos nosotros los interpelados: de te fabula narratur. El desafío migratorio es global (p. 28) y no nos es ajeno, aunque, nos empeñemos, como dice Balibar , en erigir fronteras internas de nuestras democracias (p. 33). Las respuestas políticas llevan para nuestra vergüenza a la construcción de un espacio de un "infraderecho", un "limbo jurídico" cuyo emblema son los CIEs (p. 37).

El Mediterráneo es hoy una gran frontera. En realidad, una resurrección del viejo limes romano: del lado de acá, nosotros; del de allá, una turbamulta oscura y amenazadora, compuesta de bárbaros o pordioseros, ¿qué más da? Con mayor frialdad de docente, de Lucas detecta cuatro errores en nuestra visión, en la ingenua esperanza un poco psicoanalítica de que, si somos capaces de ver nuestros fallos, empezaremos a corregirlos: a) los inmigrantes no son conscientes de los riesgos; b) son meras víctimas de los traficantes; c) los países de tránsito (Túnez, Turquía) tienen capacidad o interés para contener la inmigración; d) la lucha contra las redes de traficantes es la única política eficaz; e) no hay que exagerar el efecto llamada de nuestras políticas (pp. 49-51).

Los inmigrantes y los refugiados son los parias entre los parias. Las claves para construir políticas migratorias eficaces y legítimas es recuperando la relación entre Estado de derecho, democracia y solidaridad (p. 44). El fin es construir un Estado de derecho global, universal, como lo quería Kant, en una gran federación de Estados (p. 61). Debe haber una "solidaridad abierta", suscitada por una idea del derecho de asilo como Urrecht (p. 65). La hospitalidad y el fundamento del derecho de asilo es la sacralidad de la vida (p. 67). Perfecto. Suscribo, aunque mi viejo demonio realista me recuerda que, por muy en alemán que lo pongamos, pocos respetarán los derechos ajenos si no respetarlos es beneficioso y sale gratis. Item más, que la sacralidad de la vida, proclamada por los pontífices de nuestras religiones debe modularse a la luz de la idea del homo sacer también agambengiano.

De Lucas es taxativo: la garantía de los derechos es un objetivo irrenunciable (p. 75). Recoge cuatro observaciones críticas de Judith Sunderland: 1) rechazo al "efecto llamada"; 2) la identificación de las mafias del tráfico como único problema; 3) aplicar un modelo hidráulico de política migratoria, dejando pasar solamente a los que se necesiten en el marcado de trabajo; 4) situación de emergencia. Europa estaría colapsada por las oleadas de inmigrantes (pp. 86-87), un argumento este al alcance de cerebros privilegiados como el de García Albiol. Resulta sencillamente estúpido que en un continente con tasas de natalidad negativas, en donde, como sucede en Dinamarca, el estado tiene que calentar a l@s ciudadan@s para que  aporten nuevos contribuyentes al fisco, impidamos la entrada de sangre nueva.

Casi desmayado ante el predominio de las consideraciones de obtusos intereses nacionales a corto plazo, el autor habla de deberes jurídicos universales y primarios ante los derechos humanos elementales (p. 89). A los Estados ya no solo los obligan los derechos humanos de sus ciudadanos (p. 90). Hay un marco jurídico vinculante, el Derecho internacional da refugiados, la Convención de Ginebra de 1951 y el Protocolo de Nueva York de 1966, las obligaciones con refugiados, desplazados, etc, por catástrofes medioambientales, por ejemplo, tomando el caso del MV Tampa el 24 de agosto de 2001 (pp. 92-93). El hecho de que se trate de un caso excepcional prueba lo lejos que estamos de ahormar estos propósitos en alguna forma de imperativo categórico.

Sin duda tenemos obligaciones jurídicas primarias respecto a los seres humanos que pierden la vida en el Mediterráneo (p. 97). Y lo que hacemos en enfocar el problema como uno de orden público y seguridad, y reforzamos la agencia FRONTEX, con sus operaciones de vigilancia y control antes que de salvamento y rescate en las operaciones Tritón (Italia) y Egeo (Grecia) (p. 98). En el fondo, estamos llevando una guerra sucia clandestina contra inmigrantes y refugiados (p. 103) Lo acuerdos de Bruselas de 23 de abril de 2015, que querían abordar con urgencia la "tragedia humanitaria", en realidad son pura hipocresía y verdadera xenofobia institucional (p. 105). Que el majadero de La Moncloa regrese de los cónclaves europeos vendiendo estas trapacerías como justicia es inevitable. Que así se piense en las capitales más ilustradas del continente es una vergüenza.

En el fondo, de lo que se trata, aunque De Lucas no sea tan taxativo, es de ganar tiempo a ver si, entre tanto, el problema desaparece por exterminio de los solicitantes en los lugares de origen, por ejemplo. La nueva agenda europea para la inmigración, de 13 de mayo de 2015, hecha por la Comisión persigue cuatro finalidades a plazo: a) reducir incentivos para la inmigración irregular; b) salvar vidas y garantizar la seguridad de las fronteras exteriores; c) firme política de asilo; d) nueva política de inmigración legal (p.113). El vergonzoso cálculo de las cuotas de asilo, asignadas a unos gobiernos reticentes tienen en cuenta: el PIB (40%), la población (40%), la tasa de paro (10%) y la media de peticiones de asilo entre 2010 y 2014 (10%) (p. 116). Al final, sin embargo, en la reunión del Consejo Europeo de 25 y 26 de junio de 2015 en Bruselas, hubo que reconocer que el reparto de los 40.000 refugiados fuera voluntario (p. 125).

La verdad, sin embargo, pertenece al terreno de la Realpolitik. El EUNAVFOR-MED, el plan secreto de la UE revelado por WikiLeaks persigue: 1) conseguir información sobre redes de traficantes; 2) patrullar aguas internacionales próximas a Libia; 3) actuar militarmente en contra de esos barcos (p. 128). Que el plan sea secreto y WikiLeaks lo haya descubierto pone una vez más de relieve la justicia de la observación de Kant: "todo lo que afectando a derechos de los demás no pueda hacerse público es injusto".

El diagnóstico de De Lucas es contundente y sin apelativos. Por cierto, es de agradecer que el libro recurra a ilustraciones, costumbre que se ha perdido, y muy de aplaudir la reproducción del Barco de esclavos, del gran Turner, para demostrar que la injusticia cambia de forma, pero no de esencia. Sus propuestas remediales son bienintencionadas y supongo que nadie se atrevería a negarlas, pero son tan genéricas que su viabilidad y factibilidad parecen remotas: una política de codesarrollo no intrumental ni cortoplacista (p. 141). Atención a salvamento y rescate (p. 142). Garantías para hacer efectivo el derecho de asilo en la UE (p. 144). Otra política migratoria basada en un cambio de nuestra mentalidad que nos haga ver las ventajas (y la justicia) de basar nuestra unidad en la diversidad (p. 147).

diumenge, 4 d’octubre del 2015

A la independencia por la palabra.


Pau Vidal (2015) Manual del procés. Vocabulari imprescindible de combat. Barcelona: Angle editorial (172 págs.)

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Seguir de cerca el proceso independentista catalán obliga a tragarse docenas de libros de enfoque histórico, jurídico, político, económico y mucho ensayo periodístico de actualidad. Es lo que abunda en la oferta libresca. A veces, sin embargo, aparecen piezas raras, como esta, dedicadas al mismo tema pero con un enfoque y estructura distintos. Y se agradece tanto que uno las devora aunque, como es el caso, tengan la forma de vocabularios con entradas en orden alfabético, siempre de lectura más trabajosa.

Como casi todo lo que se escribe en Cataluña sobre Cataluña en estos tiempos, el libro tiene un marcado tono militante. Ya lo indica en el subtítulo "vocabulario imprescindible de combate" y lo justifica un prefacio del autor titulado Filología de combat. Ha sido premio Irla de este año, o sea, de la Fundación Josep Irla, independentista y cercana a ERC.

Pero, además de ser obra de combate, está escrita con mucho sentido del humor. Rebosa ironía, burla y hasta sarcasmo. El objeto mayoritario de las puyas es lo español, pero también lo catalán se lleva su parte. La visión del proceso independentista es muy militante pero también guasona. Como, además, viene cumplida de sabiduría filológica, desplegada sin presunción, la lectura es muy grata.

Y se aprende un montón de cosas. El recurso a la etimología y las familias léxicas revelan aspectos insólitos de términos de uso cotidiano que obligan a pensar y son reveladores. Que catalufo traiga como antecedente castellufo y castellanufo tiene su interés.

Al ser vocabulario de autor, las voces son las que este elige según su criterio. El conjunto es seguramente el de las más usadas en el debate. Si se recogiera una muestra de textos y se los cuantificara sin duda el resultado avalaría la selección. Eso impulsa al curioso lector a indagar si no debiera figurar alguna otra. Personalmente, y dado que no hay entradas en la letra "b", creo que estaría bien incluir botifler.

El análisis filológico tiene a veces tintes políticos de mucha carga que contribuyen a explicar el contenido del independentismo aun considerando términos que no tienen clara conexión con él. Por ejemplo, hablando de disciplina, se dice que "no es extraño que muchos títulos de estos artículos tengan un regustillo franquista" (p. 65). En otro orden de cosas, a propósito del verbo imponer se avisa de que desde la "transición española asistimos a la apropiación desvergonzada por parte de la derecha del vocabulario perteneciente tradicionalmente a la izquierda y, con el proceso, la operación ha llegado al paroxismo." Lo de la apropiación es cierto pero me atrevería a situar el paroxismo en otro sitio. Sin demérito alguno para lo que toca a Cataluña, no creo que se haya dado allí algo parecido al discurso del ministro de Justicia, Ruiz-Gallardón en el que justificaba privar a las mujeres de sus derechos reproductivos en nombre de su "emancipación".

El estudio de Nosaltres (i ells), que es la vertiente filológica de la política schmittiana de amigo-enemigo, es brillantísimo. El "nosotros" salvífico lo tienen todos, es un sujeto colectivo inclusivo a la par que excluyente basado en una intuición radical que no necesita justificarse mientras que el "ellos" es una masa amorfa cuyo único sentido es impedirnos el paso. Hay otro determinación también de interés aquí y es el "algunos", un "ellos" más circunscrito, animado generalmente de protervas intenciones: "algunos dicen que hay que subir los impuestos", por ejemplo.

Vidal da por resucitado el separatismo, señalando que cayó en el ostracismo al final de la dictadura junto con la "conspiración judeomasónica" (p. 151). No me parece que la primera, sin embargo, sea de uso frecuente. Circula más otra de similar significado, más grave, secesión. Incluso se discute si hay o no un derecho a la secesión.

Este manual de combate es como una aplicación del Cómo hacer cosas con palabras, de Austin. Pura performatividad del lenguaje.

La independencia como una performance.

dilluns, 21 de setembre del 2015

El yo no nos pertenece.

J. M. Coetzee y Arabella Kurtz (2015) El buen relato. Conversaciones sobre la verdad, la ficción y la terapia psicoanalítica. Barcelona: Random House. Traducción: Javier Calvo. 182 págs.

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Un curioso ensayo este. Parece haberse originado en un intercambio epistolar entre el novelista Coetzee y la psicoterapeuta Kurtz. Pero se presenta extractado y, por así decirlo, trasmutado en un diálogo. Un intercambio de opiniones sobre un conjunto de temas que apasionan a cualquier lector y, desde luego, a cualquier escritor: cuestiones de la memoria, los recuerdos, la identidad, el individuo y el grupo, las mentalidades colectivas, la culpa, etc. Tratadas desde una doble perspectiva, la literaria y la psicoanalítica, con lo que por sus páginas deambulan Dostoievsky, Austen, Hardy, Fielding, Freud, Klein, Winnicot, etc. La gran categoría de Coetzee permitía esperar un texto de sumo interés y así es, en colaboración con Arabella Kurtz, de quien no tenía referencia alguna y cuyo nombre y apellido parecieran acomodarse al tema de la creación, la fabulación, la obsesión o el recuerdo, en homenaje al Kurtz del Corazón de las tinieblas.

Ya en el arranque se plantea sin ambages la cuestión que preocupa a los dos intervinientes desde su dos perspectivas, esto es, la de la verdad y la naturaleza de las ficciones. Coetzee las fabrica y Kurtz trata de descubrir su origen con fines de terapia. Ficción viene del latin fingere, moldear, dar forma (p. 13). Imposible no recordar aquí que Pessoa definía al poeta como un fingidor. Por eso Coetzee recuerda que el motivo por el que Platón expulsa a los poetas de la república es porque, si han de elegir entre la verdad y la belleza, invariablemente, los muy ladinos, eligen la belleza (p. 17). Pero Kurtz recuerda que lo suyo es averiguar la verdad porque se gana la vida así: la verdad que ha de hacer asomar entre la hojarasca de las ficciones que fabrican los pacientes para protegerse. Coetzee no se lo pone fácil y, sin mencionar a Kant, la confronta con la idea kantiana de la imposibilidad del conocimiento de la "cosa en sí", de la verdad. El mundo se divide entre una supuesta realidad nouménica, libre de interpretación y otra creada libremente por nosotros a la que podemos llamar "fantasía" y nos sirve para reconciliarnos con nuestros recuerdos (p. 28) o para escribir novelas.

Aparece aquí una de las cuestiones más espinosas e interesantes de este interesante ensayo. En el fondo, dice Coetzee, somos libres de inventarnos nuestro propio pasado como se nos antoje, gracias a lo cual hay novelistas en el mundo. Pero la idea de que no es así se basa en la fe en la justicia del universo (p. 37). Se acumulan  en este pasaje consideraciones profundas y muy sugestivas sobre esta cuestión de la culpabilidad, el recuerdo, el arrepentimiento, la memoria. Según el psicoanálisis, la represión consiste esencialmente en la ocultación de un recuerdo que no se quiere aceptar. El caso de Edipo es patente. Luego llega la literatura y fabula situaciones muy distintas: cree el personaje que su secreto está bien guardado en un pasado remoto y, de pronto, ese pasado revive con la llegada de alguien, como en una novela de Thomas Hardy. O, más fascinante aun, Hester Prynne, la protagonista de La letra escarlata, acepta llevar la marca de la infamia que le impone la comunidad, pero no lo hace con resignación sino con orgullo, pues niega a esta capacidad para condenarla moralmente. Y, por supuesto, tratándose de crimen, recuerdo y expiación, Dostoievsky aparece y reaparece (46) sobre el fondo de su célebre apotegma: "Si Dios no existe, todo está permitido", que, en realidad viene a ser como una glosa a los versos del poeta persa Saadi: "Temo a Dios y, después de él, solo temo a quien no lo teme".

El genio de Coetzee lo lleva a preferir la verdad inventada a la real, como hace don Quijote (p. 66). Somos libres de inventarnos lo que queramos. Lo único que no podemos invertarnos es la muerte (p. 68). No siendo esto, la libertad es absoluta en medio del desorden generalizado. El pasado, tanto el individual como el colectivo es siempre más caótico que ninguna versión que podamos  contar sobre él (p. 74)

Entramos ahora en lo que, a juicio de este crítico, es la esencia del libro, de la reflexión, por lo demás casi toda ella de Coetzee porque Kurtz añade poco fuera de su convicción, correcta, por supuesto y muy psicoanalítica, de que solo podemos llegar a la verdad sobre nosotros mismos a través de los demás. Los demás. Esa es la sempiterna cuestión. El individuo y el grupo, la masa, la multitud, la muchedumbre, aquello que, como decía Montesquieu en las Cartas persas "empequeñece el cerebro de los individuos". Sobre esto, el novelista, el fabulador, tiene mucho y, dada su gran sensbilidad, muy interesante, que decir. No tanto Kurtz, ya que la psicología y el psicoanálisis tienen poco que ver con las colectividades. Sin duda hay una psicología de masas (Le Bon, Reich, etc), pero es poco más que metafórica. De las masas y colectividades se ocupa más la Sociología. No tiene mucho sentido hablar de una psique grupal (p. 93), aunque esta sea la base misma de una próspera ocupación mercantil llamada "relaciones públicas."

Como nativo de Sudáfrica que vivió el Apartheid, y habiendo vivido experiencias asimismo de Australia y el Canadá, Coetzee tiene una preocupación especial con un problema contemporáneo muy extendido, poco reconocido, con mucha carga emocional y que -aunque el autor no menciona nuestro caso- tiene mucho que ver con los españoles. Este problema es el de las sociedades de colonos y sus pasados colectivos racistas y/o genocidas (p. 81). Los australianos blancos hoy día siguen siendo herederos y beneficiarios de un gran crimen cometido en el pasado con los maoríes (p. 76). Y los mismo pasa con los canadienses y, desde luego, los estadounidenses y los indios: son sociedades escindidas en lucha con su propio pasado. Esto de las reacciones escindidas le recuerda a Coetzee lo que decía D. H. Lawrence a propósito de James Fenimore Cooper, el de El último mohicano: una vez exterminados los indios hay que convivir con el pasado de culpabilidad. Será así, sin duda y, poco a poco va abriéndose camino la idea de que hay que compensar a los aborígenes por el expolio y el genocidio a que los sometimos. Sin embargo, hoy no vemos que los estadunidenses se sientan culpables por pisar una tierra robada (p. 90). En realidad, estos yanquees, como los australianos, en la medida en que se hacen cargo de este drama, lo encajan recurriendo al Zeitgeist (p. 83). Sí, nuestros antepasados fueron esclavistas, asesinos, ladrones, genocidas y ese recuerdo nos atormenta; pero no nos obliga (mucho) porque eran los usos, ideas y creencias de aquella época.

No hay duda: el demonio-fantasma del aborigen exterminado se introduce en la psique colonial, que se escinde y empieza a pelearse consigo misma, que busca sistemas internos de defensa (p.91). Pero la pregunta que planteábamos más arriba respecto a los españoles se mantiene: nadie pretende embellecer el carácter inhumano, cruel, sanguinario, genocida, de la conquista española de las Indias y, como se prueba con la obra de Fray Bartolomé de las Casas, la famosa "conciencia escindida" del colono empezó a funcionar rápidamente a través del Zeitgeist. ¿Por qué, sin embargo, se admite en el caso de los esquimales canadienses, los pueblos de la pradera en los EEUU, los maoríes en Australia pero no en el de los aztecas o los incas de hispanoamérica? No pretendo embellecer unos u otros casos, pero me gustaría conocer alguna razón que justificara esta diferencia de trato.

Del pasado y la memoria colectivos, a las experiencias grupales en el presente. El diálogo se hace aquí más intenso, aunque también más obvio. Lo primero pareciera ser la legitmidad y el alcance del concepto de "grupo". Determinadas experiencias y resultados nos permiten hablar del trabajo en equipo: el fútbol o el sistema Windows (pp. 100, 112). Aparece, cómo no, el "grupo" por excelencia, que es la nación y el nacionalismo (p. 100). Las observaciones de ambos son inteligentes, sin duda pero, como en España hemos hecho un supermáster en la materia, las dejaremos de lado porque estamos al cabo de la calle. Véase, por ejemplo: pertenecer a un grupo da seguridad. El niño que no pertenece a un grupo es infeliz (p. 115). Está bien, pero es algo soso.

Kurtz está segura de que una familia es un grupo (p. 116). Desde un punto de vista psicológico eso es razonable; desde uno sociológico, requiere algún matiz. La familia es un grupo, sí, pero ¿se rige por las mismas pautas, los mismos valores que los otros grupos? El reparto de roles en ella, ¿es similar a los demás grupos? La familia socializa, "constituye" a la persona, al niño. ¿Puede decirse lo mismo de otros grupos, muchas veces determinantes, como el ejército, por ejemplo, o la iglesia? La función que la figura del otro (p. 122) ejerce en las relaciones del individuo con el grupo, es análoga en la familia y en el ejercito?  Una ojeada a los obras de Erwin Goffman nos convencerá de que no.
 
Coetzee recuerda que Donald Winnicot escribió mucho sobre el "falso yo", cuando un niño acepta demasiada verdad ajena a expensas de su incipiente capacidad de conocerse a sí mismo en el seno de la familia (p. 129). En las relaciones con los demás funciona la proyección (p. 130), algo que si es evidente en los círculos más restringidos familiares resulta apabullante en la vida pública, especialmente en la política. El descaro con que unos políticos acusan a los adversarios de hacer lo que ellos mismos hacen quizá no tenga parangón en el ámbito de la hipocresía y el cinismo, dos vicios que parecen tan inherentes a la acción política como la lucha por el poder. De ahí que, siguiendo a Bion y, sobre todo, Menzies Lyth, el novelista sudafricano sostenga que, en cuanto se forma un grupo, parece producirse una regresión (p. 133) . La finalidad del grupo es tener enemigos-víctimas a quienes se pueda atacar para defender el grupo (p. 135). Quizá por eso sea por lo que ambos parecen coincidir en una amarga conclusión: hoy es imposible establecer una "psicología grupal" (p. 157)

Se aprende mucho sobre la forma de razonar de un escritor de ficción, un novelista, cuando expone sus problemas en el manejo de su oficio.

dissabte, 12 de setembre del 2015

Nuevo libro de Palinuro.

Es un texto introductorio a la materia, hasta cierto punto, divulgativo. Pensado para acceso a la Universidad en esta procelosa materia y también para el público interesado en general. No todo han de ser novelas históricas. Consiste en un ensayo, espero que ágilmente escrito, casi sin notas y con aparato bibliográfico mínimo (aunque con una bibliografía de profundización para uien desee mayor información sobre unos u otros temas) acerca de  los puntos cruciales de la política contemporánea desde una perspectiva teórico/empírica y sin olvidar la necesaria consideración histórica. Tiene 286 páginas de amena lectura. Sus capítulos son:
 
1º) La naturaleza de la política.-
2º) Las formas de gobierno.-
3º) La democracia: teoría y práctica.-
4º) Ideas e ideologías políticas.-
5º) Comunicación, opinión pública y comportamiento político.-
6º) El comparativismo y el orden internacional.
 
Quien desee hacerse con él puede pedirlo a la editorial, Tirant Lo Blanch  porque si espera a verlo en las librerías quizá tenga que aguardar a esos tiempos utópicos que preveían Marx y Engels, cuando el Estado quedará arrinconado en el museo de antigüedades, junto a la rueca y el huso, y la política, consiguientemente, haya desaparecido.
 
También hay edición en e-book.

diumenge, 2 d’agost del 2015

El mítico Franco.

Julián Casanova (Comp.) (2015) 40 años con Franco. Barcelona: Crítica. 403 págs.
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Hace aproximadamente un mes, Palinuro dio cuenta de una exposición sobre el franquismo que, comisariada por Julián Casanova, podía visitarse en Zaragoza. En la exposición cabía adquirir también el libro ahora en comentario, lo que quizá sea un catálogo bien original. Compilado por el comisario, en él colabora un grupo de especialistas en diversos campos del saber para dar una visión cruzada del franquismo. Paso a comentar las aportaciones:

Abre un ensayo de Paul Preston titulado Franco: mitos, mentiras y manipulaciones. Cuando se ha escrito lo que muchos consideran la biografía canónica del personaje, puede resultar difícil condensar tanto saber en unas cuarenta de páginas. Sobre todo si, como da la impresión, están escritas un poco a vuelapluma y con cierto descuido. La intención del trabajo es clara: trazar un cuadro, a modo de resumen, del conjunto de la persona de Franco y su obra. Desde la insistencia en la ignorancia científica (especiamente en economía) y la credulidad del caudillo, hasta el altísimo concepto que tenía de sí mismo como enviado providencial, el ensayo traza los episodios más conocidos de su vida: la autarquía; el sistema educativo como "una especie de lavado de cerebro nacional" (p. 21); el control férreo de la prensa; los ditirambos imperiales de los intelectuales del régimen; la corrupción de este, que fue una de sus garantías de pervivencia; el desembarco de los tecnócratas del Opus en el plan de estabilización; la transición y el "exorbitante precio que España pagó por los 'triunfos' de Franco" (p. 49). Es una visión de conjunto muy crítica, si bien da la impresión de estar matizada por una especie de leve síndrome de Estocolmo. Tantos años conviviendo con el objeto de estudio hacen que Preston atribuya a Franco algunas habilidades y cualidades que no suelen reconocérsele y, en principio, con razón.

Julián Casanova, La dictadura que salió de la guerra. Fue de hecho una dictadura de la "victoria". Lo fue hasta el final, y todavía hoy el arco del triunfo que se yergue en La Moncloa se llama oficialmente "Arco de la victoria". La Iglesia se encargó de fabricar el mito de la cruzada, Franco enviado providencial que salvó a España en una leyenda que se cultiva en el NO-DO (p. 58). Esa exaltación contrastaba con la represión que se vivió en el día a día. Entre fines de 1939 y comienzos de 1940 había 270.719 presos de los que 23.232 eran mujeres (p. 63). Toda la vida del país estuvo marcada por la "causa general", una monstruosidad jurídica que sirvió para alimentar el clima de odio, venganzas y rencor que se había impuesto (p. 66). Un Estado policial fascistizado en el que se había organizado la División azul, con el pleno dominio de la Iglesia. Esta forma parte de la triada que, con el ejército y la Falange, constituyó la base del régimen de Franco (p. 75).

Ángel Viñas, Años de gloria, años de sombra, tiempos de crisis. Viñas, un reconocido especialista, dedica su trabajo a revelar los contenidos de la politica exterior de Franco en sus diversas etapas: la autarquía, el fracaso de las fantasías imperiales (p. 86) y el comienzo de la "estabilidad" para el que algunos apologetas acuñaron el término más suave de "dictadura desarrollista" (p. 88). El "contubernio de Múnich" de 1962 y, por supuesto, las relaciones más importantes y humillantes para España con los Estados Unidos, acostumbrados a tratar a los militares españoles como "cipayos" (p. 97), porque, en realidad, España no podía aportar nada de interés para los estadounidenses fuera de su posición geoestratégica, mientras que estaba muy necesitada del reconocimiento internacional que los yanquies proporcionaban. En Europa, la política exterior española de Franco solo tenía límites (p. 100)  y era la única posible. Las otras políticas de apertura al Este y similares era un puro Ersatz, en expresión que Viñas toma prestada a Fernando Morán (p. 101). En realidad, toda la hagiografía que presenta a Franco como caudillo sapientísimo que supo dirigir siempre la nave del Estado por las procelosas aguas internacionales era la consabida mitología franquista (p. 111).

Borja de Riquer, La crisis de la dictadura. El ensayo se concentra en los años de 1973 a 1974, parte del llamado "tardofranquismo", la época de Carrero Blanco y Arias Navarro. Menciona al comienzo algunos puntos de interés, como los nerviosos debates en Consejo Nacional del Movimiento entre 1971 y 1973, muy ilustrativos de la mentalidad de la clase franquista y poco aprovechados hasta el momento (p. 117). Da importancia a la Asamblea Conjunta de Obispos y Sacerdotes que, bajo la dirección del Cardenal Tarancón, aprobó por gran mayoría (217 votos a favor y 26 en contra) una declaración sobre la independencia entre la Iglesia y el Estado. Otra declaración que pedía perdón por el comportamiento de la Iglesia en la guerra civil no prosperó (p. 119), lo cual debe tomarse en cuenta a la hora de aceptar la tesis de la oposición democrática católica sobrevenida en el tardofranquismo. El resto del capítulo se mantiene en los limites de la interpretación mainstream de la época, con una referencia (hoy de amargo recuerdo para sus protagonistas) de cómo el PCE y el PSOE propugnaban por entonces el derecho de autodeterminación de las naciones "periféricas" (p. 139). Se añade un interesante colofón: a pesar de los esfuerzos de la dictadura por "educar"  a la población, fracasó en el intento. Los sondeos del tardofranquismo muestran una cultura política democrática (p. 147). De Riquer no indaga en qué razones explican esta disonancia cognitiva y no ha lugar aquí a preguntar por ellas. Pero sí parece evidente hoy día que la afirmación final del autor de que la agonía de Franco fue la de su régimen "que ya era considerado anacrónico por una mayoría pasiva, pero esperanzada, de españoles" (p. 148) es aguda, pero quizá puede matizarse a la vista del apoyo que tiene el partido neofranquista PP.

Carlos Gil Andrés, Los actores, es un trabajo poco frecuente en estos libros, pero muy conveniente: una serie de breves semblanzas de algunos protagonistas del franquismo, especialmente el tardío y la transición. Se lee con gusto y se obtienen enseñanzas de las biografías de Arias Navarro, Carrero Blanco, Carrillo, Fraga, López Rodó, Muñoz Grandes, Pla y Deniel (con su pastoral sobre las dos ciudades, no las de Dickens, sino la celestial y la terrenal, con la que daba apoyo a la doctrina de la sublevación fascista como una cruzada), Pilar Primo de Rivera, Dionisio Ridruejo y Serrano Suñer.

Mary Nash, Vencidas, represaliadas y resistentes: las mujeres bajo el orden patriarcal franquista,  aporta la imprescindible perspectiva de género en este asunto. La represión franquista se cebó con las mujeres, las rojas, porque rompían la falsa imagen que pretendía acuñar de la función que les correspondía. El adoctrinamiento (la "fiel esposa", sierva del marido, recluida en el hogar para garantizar la reproducción) corría a cargo de la Sección Femenina de la Falange (p. 196). Por supuesto, la represión de las rojas (tanto las que se suponía lo eran por sí mismas como las que pagaban por el mero hecho de ser parientes de rojos) mostraba la hipocresía de esta ideología franquista y nacionalcatólica. Todavía era más patente la contradicción en el terreno laboral: la doctrina franquista de la mujer en el hogar, concentrada en la maternidad que trataba de sacar a las mujeres del mercado laboral tropezaba con el hecho de que, con pocos hombres disponibles (muertos en la guerra, exiliados o presos), los empresarios contrataban mano de obra femenina que, además, tenía la ventaja de percibir salarios inferiores a los de los hombres y no respetaban siquiera las normas franquistas de fomento del matrimonio y excedencia obligada de las casadas (p. 214).

José-Carlos Mainer, Letras e ideas bajo (y contra) el franquismo es un documentado trabajo sobre la producción literaria y ensayística bajo el franquismo, desde los primeros tiempos de lealtad imperial de Escorial, pasando por la literatura del "tiempo de silencio" hasta las obras ya claramente opositoras a partir de los años sesenta. Pero no hay nada sustancialmente nuevo en relación con el resto de la obra de Mainer en este campo. Es interesante, con todo, la rápida mirada lanzada a la literatura y cultura populares las revistas gráficas (de donde surgiría Triunfo), los tebeos y, cómo no, los seriales radiofónicos, especialmente de Guillermo Sautier Casaseca y Luisa Alberca, que están pidiendo a gritos un estudio semiológico (p. 244).

Agustín Sánchez Vidal, El cine español durante el franquismo tambien un ambicioso proyecto que queda algo desbordado por el alcance del tema. Desde el cine de la inmediata postguerra (y la Raza del caudillo) hasta las últimas películas de los años setenta, se pasa por muy diversas épocas, géneros  e intencionalidades nada fáciles de resumir. Filmes aparentemente realistas, abundante cine histórico ("de cartón piedra), temas intrascendentes (p. 282). Tratamiento especial reserva el autor a un espíritu incipientemente crítico, en concreto la obra de Berlanga (pp. 286 ss.), hasta el nuevo cine de los años sesenta (dentro del cual hay que contar el Franco, ese hombre, de José Luis Sáenz de Heredia, para festejar los "XXV años de paz")  y el destape. Lo que está claro es que la industria cinematográfica vencería los angostos límites de la organización institucional de la censura. Otra cosa sería la calidad de los productos, sobre todo si, como no suele hacerse en la bibliografía sobre cine español, se comparan sus producciones con las extranjeras.

Enrique Moradiellos, Franco y el franquismo en tinta sobre papel: narrativas sobre el régimen y su caudillo, es un trabajo en el que se encara el muy peculiar y a veces bizantino asunto de la naturaleza del régimen. El autor lo aborda tras recordar que el conocimiento científico depende de las tipologías y las clasificaciones y por eso es imprescindible tipificar correctamente el fenómeno en cuestión. No seré yo quien niegue esta resplandeciente verdad, pero sí me permitiré cuestionar su pertinencia para una perspectiva histórica ya que la historia, como ciencia, es el reino indiscutible de lo único, incomparable, irrepetible. Las tipologías y clasificaciones son sin duda imprescindibles para las ciencias sociales, que son "idiográficas", según los neokantianos, pero tienen menos importancia para la más idiográfica de todas, precisamente, la historia. De hecho, el autor no tarda en dar vueltas a la ya bastante vista cuestión de la tipificación del franquismo como totalitarismo o régimen autoritario (Linz) (p. 329), tras pasar en volandas por las caracterizaciones bonapartistas. Es como el asunto del elefante descrito por diez ciegos: cada uno de ellos toma la parte que palpa por el elefante entero. Algo similar cabe decir de un régimen tan longevo, tan proteico, oportunista y pragmático, capaz de contradecirse en 24 horas si lo creía necesario: el franquismo fue bonapartista, totalitario, autoritario, nacionalcatólico, seudoimperial, corporativo, militarista, etc, según el momento y el fondo de la cuestión. Y lo mismo cabe decir del propio Francisco Franco en persona, del que se ocupa una serie de biografías de un lado y del otro y de las que Moradiellos da cumplida cuenta. Sin olvidar que el de la biografía es un género interminable.

Hay al final una especie de epílogo a cargo de Ignacio Martínez de Pisón bajo el título Cuarenta años sin Franco, un texto interesante, en estilo de autobiografía y recuerdo, inteligente y con acierto. Recojo una última exclamación del escrito especialmente significativa, aunque no me parezca cierta: "El fracaso de la socialdemocracia es también (¡ay!) el fracaso de mi generación..." (p. 360). Habría bastante que hablar sobre qué se entienda por "fracaso", de qué "socialdemocracia" se hable y en cuanto a si afecta a su generación, eso ya es asunto de ella misma, si se reconoce como tal.

En resumen, un buen libro y actual sobre el franquismo, con las virtudes y los defectos de las obras compiladas, estén o no escritos los trabajos a propósito para la obra. Lo que se busca es analizar el mito (o los mitos) del caudillo por la gracia de Dios. Ese término de mito quizá sea el que más suena en todas las investigaciones sobre Franco. Aparece aquí, está en el título del capítulo de Preston, lo emplean otros autores de esta obra. Y no es casual: ya estaba en una de las más famosas, la de Herbert Routledge Southworth, El mito de la cruzada de Franco y también en otra más reciente de Alberto Reig Tapia, Franco caudillo: mito y realidad. Todo en el franquismo es mito. No es este lugar para ahondar en el asunto pero habrá que hacerlo algún día, aunque solo sea para librar ese hermoso concepto de mito de cualquier afinidad con esa basura espiritual que fue el franquismo en todos sus aspectos, militar, jurídico, civil, intelectual, religioso, etc. Esa vergüenza colectiva que arrastramos los españoles como un baldón por la historia: la de haber sido (y, en buena medida, seguir siendo) un pueblo al que se negó la libertad y se humilló, haciéndolo pasar por la indignidad de tratarlo como menor de edad. Como lo pretende hoy un gobierno de franquistas.

dilluns, 27 de juliol del 2015

El viaje no ha terminado.


Geoffrey O'Brien (2015) Tiempo de soñar. Episodios de los sesenta. Barcelona: Alpha-Decay. Traducción de Albert Fuentes.
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En 1988, para celebrar el vigésimo aniversario del 68, el poeta, ensayista, literato O'Brien publicaba esta original obra, especie de explicación del espíritu y la contracultura de los sesenta desde dentro. Se edita ahora en castellano, a más de un cuarto de siglo de su aparición, lo que demuestra que tiene vigencia. Es un conjunto de impresiones, mejor o peor agrupadas en cuadros, escritas en un lenguaje poético, a veces alambicado y con un ritmo muy rápido. Muy en el espíritu de la literatura on the road, con toques de H. Miller, Ginsberg o Hoffman. Realmente, el traductor ha hecho un trabajo encomiable dada la gran dificultad del texto.

Lo lei a poco de su publicación y creo que lo tomé como una especie de canto del cisne de aquellos años tumultuosos que, sin embargo,  venía a ser la prueba de la pervivencia del espíritu hippy: la carretera, el símbolo de un proceso espiritual consiste en una serie de encuentros ocultos, mensajes escondidos, rituales prohibitivos pero necesarios. El tiempo de soñar se prolongaba. Me he acercado de nuevo a él, otros veinte años más tarde con la curiosidad acrecida de qué quedaría vivo.  Todo.

Guy Debord lo había dicho: es la sociedad del espectáculo. Los políticos eran entonces, como hoy, perfectamente intercambiables y previsibles. Los únicos que sucitaban algo de interés por ofrecer innovación y originalidad eran las estrellas de cine. Al respecto John F. Kennedy tenía cabeza de Jano. Siendo político, era un espectáculo coronado con el de su muerte. No deja de ser irónico que, cuando O'Brien publica su obra estaba ya en su segundo mandato Ronald Reagan, un político que era actor. Tan mal actor como político. De todas formas, es cierto, el asesinato de Kennedy es la sombra, o la luz, según se quiera, que acompaña los años sesenta. Yo añadiría el también asesinato, aunque mucho más previsible, de Patricio Lumumba.
 
Esto es lo que alimentaba la idea muy generalizada de haber nacido en el seno de potentes aparatos de destrucción. Se originaban en ella dos líneas de pensamiento que llevaban, cuando llevaban, a acciones políticas distintas y que aun hoy están separadoas. De un lado, la de que siglos de auto-odio, de represión sexual, de odio a la naturaleza amenazaban ya con la destrucción del planeta, en el que no parecía haber más realidad que el genocidio, la guerra, el crimen. De otro lado, esa sociedad, a la que la razón, la ética y la estética mandaban combatir era la que proporcionaba la conciencia a los de los sesenta de ser los adolescentes y jóvenes más felices de la historia. los privilegiados hijos de la burguesía, los hijos de Marx y la Coca-Cola. 
 
Hay dos elementos esenciales en la constitución de la contracultura hippy, que es de lo que el libro trata y desde una perspectiva exclusivamente estadounidense: la liberación sexual y las drogas. La primera fue casi un estallido provocado por la píldora y se afianzó con las lecturas apropiadas que solían contener fuertes dosis de Wilhelm Reich, aunque sospecho que el Reich del continente no incluía el Reich último, el de la etapa norteamericana, el de El asesinato de Cristo y cosas similares. Pero a ambos lados del Atlántico, la píldora significó que la contraposición entre hacer el amor o la guerra dejaba de ser una opción ilusoria entre un deseo y una realidad posible para convertirse en otra entre dos realidades posibles.
 
 A su vez, las drogas, más que aparecer, reaparecían de la mano de una tradición literaria con una constelación de autores que iban de Coleridge y De Quincey a Leary, pasando por Baudelaire, Rimbaud, Cocteau, Huxley, etc. Una de las aficiones del personal era bucear en la tradición literaria en busca de afinidades electivas: San Juan de la Cruz, Teresa de Jesús y algún que otro místico. Los que habían derivado hacia otro misticismo de raíz oriental, budista, buscaban su alimento en Hermann Hesse o se aventuraban por los jardines hindúes o se iban directos al Libro de los muertos del Bardo Todol. 
 
Pero la liberación sexual o, cuando menos, la ruptura de las pautas morales sexuales burguesas, heredadas de la revolución industrial y la sociedad victoriana y la popularización del consumo de drogas, por sí solos, no llevarían a los hippies a ningún tipo de acción colectiva digna de mención. De buscar alguna inspiración irían a las doctrinas anarquistas de la acción directa y la propaganda por el hecho. Si acaso, algún happening que, por las razones que fueran, tuvo especial resonancia, como el festival de Woodstock. No siendo eso, lo más colectivo que llegaron a hacer fueron comunas. De esas, sí, hubo y hay muchas.
 
De las drogas convencionales, tradicionales, los hippies pasaron a las químicas y se abrió la experiencia psicodélica, cuyos gurús fueron Timothy Leary y Abbie Hoffman, de quienes hay mucha huella en el libro. La reflexión de O'Brien está muy en su punto. La experiencia psicodélica es un umbral de iniciación cuya esencia es incomunicable e indescriptible. Lo cual no obsta para que sean frecuentes los deseos de comunicarla y describirla, cosa que también intenta O'Brien cuando dice algo muy común en la época, esto es, que nada tiene sentido hasta que se toma ácido.  Hay un eco de esta cuestión en términos trascendentales en la famosa pregunta que lanzaba el East Village Other ¿puede considerarse ser humano a quien no tenga experiencia psicodélica?

Gracias a esta iniciación, el rebelde sin causa, el  aficionado al chicken run, lleva su audacia a dotarse de su propia religión, como recomendaba Allen Ginsberg y, como buena religión, provista de un catálogo de observancias y mandamientos. Recojo varios que me parecen  decisivos de los años sesenta, de hoy y, quién sabe, para siempre: mirar el reloj es un acto de destruye la vida. Tienes miedo de la verdad. No vamos a llegar a ningún sitio. No hay destino. Este tránsito perpetuo es nuestra morada. No intentes ocultarte. Quizá me parezcan decisivos porque ya me lo parecieron entonces.
 
No habrá destino, pero el viaje no ha terminado. 

dissabte, 2 de maig del 2015

Quedarse en tierra.


José Ignacio Torreblanca (2015) Asaltar los cielos. Podemos o la política después de la crisis. Barcelona: Debate. ( 217 págs.)
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Tengo la convicción de que los libros de ensayo y divulgación y también los académicos, debieran traer información personal sobre el autor o autores. Hay infinidad de textos que se leerían y comprenderían mejor si los lectores supieran algo más de la vida y peripecia personal de quienes los han  redactado.

En paralelo, sostengo igualmente que todo crítico debiera siempre aclarar cuáles son sus relaciones personales con el autor del libro o del material criticado. El lector tiene derecho a saber si entre el autor y el crítico hay relaciones que pudieran condicionar el juicio de este para bien o para mal. Debe saber si el crítico es amigo o enemigo del criticado. Más que nada para que no haya engaño porque, así como se dan afectos que llevan a algunos a hablar bien de sus colegas, hay odios que explican por qué a veces alguien se toma el trabajo de escribir una diatriba contra alguien.

Por eso, cumplo con mi deber avisando de que soy amigo del autor de esta obra. Amigo y colega. Amigo, colega y compañero de pasillo en la Universidad. Vamos, que no somos parientes pero debemos estar en un grado cuatro o así de la cadena de Watts. Todo eso no obnubilará mi juicio de forma que del autor podré decir lo que, según parece, dijo Aristóteles alguna vez de Platón. Salvando todas las casi infinitas distancias, especialmente en mi caso.
 
Torreblanca se ha atrevido con un asunto de obvia actualidad, de los que atraen la atención de los periodistas, pero mucho menos de los académicos a quienes no agrada gran cosa hablar de conflictos y de gentes vivas. Al contrario, como a los historiadores, les gusta que lleven muertas mucho tiempo; cuanto más, mejor. Así no hay problema de que los desmientan. Con este tipo de ensayos, sin embargo, de política contemporánea y una perspectiva que los historiadores franceses llaman événementielle, la posibilidad de que, según se seca la tinta del manuscrito, uno de tus objetos de estudio decida cambiar de actitud, de opinión política y hasta de confesión religiosa, y se ponga a hacer lo contrario de lo que hacía es alta. Y se ha dado. Cuando comencé a leer el libro de Torreblanca, Podemos estaba dirigido por el triunvirato de Iglesias, Errejón y Monedero. Al terminarlo, tres días después, Monedero había causado baja. Por la misma razón, al comenzar esta crónica, Podemos tiene una determinada expectativa de apoyo electoral. Al terminarla, puede tener otra.

A cambio de la contingencia del objeto, Torreblanca aporta oficio, categoría, distanciamiento y preparación más que suficiente para abordarlo. Añadamos que este comparte con el autor datos esenciales vitales: los creadores de Podemos son politólogos, como el autor y son profesores también como el autor y, como el autor, son jóvenes, están en la treintena y comparten condición generacional, asunto ese muy importante en la autoimagen de Podemos que, en buena medida, se ve como un relevo generacional de la vieja casta política. Quizá por ello haya saltado Monedero: él no es de esa generación, sino de otra anterior. En todo caso, quien lea el libro estará leyendo uno de los mejores análisis que se han escrito sobre el asunto.

El origen de Podemos es el movimiento indignado del 15M, nace en medio de la crisis, tiene un componente generacional ya mencionado y moviliza un voto abstencionista y desafecto (p.38). Su lucha es contra el bipartidismo heredado de la Transición (p. 43). Cierto. Hoy todo el mundo habla del bipartidismo. Ganas me entran de sacarme la espina de los años 80 y 90 cuando, al definir el sistema español de partidos hablé de bipartidismo, ganándome la oposición de la inmensa mayoría de mis colegas que veían muchos partidos, al parecer, en donde yo solo veía dos y medio. No merece la pena.

Torreblanca sitúa los afanes teóricos de nuestros protagonistas en el universo comunista ("los buenos bolcheviques" los llama) y analiza con acierto los meandros por los que han conseguido (o creído conseguir, diría yo) una oferta teórica hecha con retales de Gramsci, el eurocomunismo, Negri, Laclau el inmarcesible ejemplo del compañero Chávez, para retornar al Gramsci de lo "nacional-popular" (p. 77).

El grupo del que surge Podemos, Contrapoder, es un producto de la actividad y la reflexión del citado triunvirato basado a su vez en otros tres puntos de apoyo: la Facultad de Políticas de la Complutense, Latinoamérica y los platós televisivos (p. 84). Tiene su enjundia esta topología. Andando (poco) tiempo Podemos se dotaría de un endoesqueleto a partir de Izquierda Anticapitalista, más o menos dirigida por Jaime Pastor, profesor a su vez de la Facultad de Políticas de la UNED,  también compañero mío de pasillo, con lo cual la cosa iba a de facultad a facultad, pero quedaba bastante en casa.

Sobre Latinoamérica tendría este crítico mucho que decir, pero no es el lugar. Periódicamente, la mala conciencia de los europeos, especialmente los españoles, con el Nuevo Mundo, los hace imitar como si fueran hallazgos, movimientos y/o ideas de marchamo latinoamericano sin percatarse de que no suelen ser sino reelaboraciones de otras europeas. Y, claro, al importarlas en el viejo continente, fracasan por revenidas. Sucedió en los años 70/80 de siglo XX cuando algunos quisieron importar en Europa movimientos armados al estilo de los Tupamaros en Alemania, Italia, España. Un fracaso. Como fracaso garantizado es el chavismo, el castrismo, el bolivarianismo y resto de los populismos latinoamericanos. Por mucho Laclau que se invoque, Europa ya tiene sus propios populismos para fracasar a su modo

Los platós televisivos son aquí especialmente importantes y así lo señala Torreblanca. Podemos sabe lo que un amargado Monedero confesaría luego de escrito el libro: vale más un minuto de la TV que los debates de los círculos o el programa o lo que sea. Pues sí, así es. Tampoco hace falta ser un lince para ver que la TV es el soma huxleyano. En eso estamos de acuerdo todos y Podemos no es especialmente original. La explicación de su fulminante éxito no es el asalto a la TV (el único cielo que los de Podemos han asaltado) sino el carisma del asaltador. Ese es el núcleo de a cuestión: Podemos es Pablo Iglesias en la tele. Nada más. El resto es aleatorio.

Con lo que gusta el cine a Iglesias, es extraño que nadie haya señalado algo obvio. Podemos es el nombre de un nuevo producto del star system a lo Hollywood que, en el viejo continente, siempre más circunspecto, llamamos "hiperliderazgo" (Torreblanca lo hace) o, más dentro de la tradición comunista en la que el movimiento se inscribe, "culto a la personalidad" (lo hace Ekaizer en un artículo de El País) o un poco más a lo Palinuro o sea, a la pata la llana, caudillismo. Lo que mueve la simpatía, la ilusión, el voto de la gente (que es lo que importa) es la telegenia de Iglesias, su gancho personal, su tirón. Y, cuando le han puesto enfrente otro igual que él o quizá mejor parecido, Rivera, el tirón de Podemos se ha visto demediado. Al galán le ha salido un contragalán.

El libro trata los orígenes ideológicos del triunvirato, sobre todo de Iglesias, que se encuentran en el mentado comunismo (p. 129), y expone con elegancia las difíciles relaciones entre los neocomunistas de Podemos y la vieja IU, a la que dejó tiritando (p. 113). Ciertamente, se considera la indiferencia de Podemos hacia el cleavage tradicional de izquierda y derecha (p. 121) y la elegancia expositiva se convierte en un acto de caridad pues el autor renuncia a sacar punta el cómico hecho de que el discurso sobre la inutilidad de la izquierda y la derecha se haga desde una organización, Podemos, cuya columna vertebral se llamaba mirabile dictu "Izquierda anticapitalista" (p. 130).

Dedica el autor un capítulo a dos asuntos conexos y centrales en la oferta de Podemos: el populismo y el nacionalismo. Respecto al primero, el intento de clarificarlo tropieza con la endemoniada maraña de un concepto que no es otra cosa que un cajón de sastre de restos de otras tipologías y que, en consecuencia, no sirve para nada, excepto para lucir conocimientos historiográficos sobre oscuros conflictos en tierras lejanas y quizá para insultar a los contertulios en las cercanas. Torreblanca, aséptico, concede a Podemos el beneficio de la duda y admite que quizá se trate de un "populismo 3.0" (p. 145). Espero que el libro tenga posteriores ediciones actualizadas para ver cómo llegamos al populismo 7.0 con el mismo grado de eficacia.

Lo de la nación es otro asunto. Hay en Podemos un anhelo de nacionalismo español soberanista al estilo de los sanos caudillos latinoamericanos. Pero en España ese nacionalismo tropieza con dos inconvenientes: 1º) el monopolio franquista y derechista de la tendencia que hace todo nacionalismo español sospechoso de fascismo y con razón; 2º) la existencia de nacionalismos periféricos no españoles con los que Podemos no se siente nada cómodo porque, en el fondo, le gustaría unir a todos los íberos en un común amor a la Patria gramsciana de orden "nacional popular".

Luego de dar unas pinceladas más sobre el carácter inherentemente comunista de los planteamientos de Pablo Iglesias, recuerda Torreblanca y cita ad pedem litterae al dirigente de Podemos en una expresión tradicionalmente típica de casuismo jesuítico y de la mentalidad comunista/leninista: supeditar la ética a los resultados y los medios a los fines (187). Esto explica a su vez por qué un paleocomunista como Anguita aprecia en Pablo Iglesias la condición de ser "un sabio adaptador de Lenin a las circunstancias actuales" (p. 188).  Igual que, según Stalin, Lenin había sido no menos sabio adaptador de Marx a las circunstancias actuales de otra actualidad. Vamos, que así como el leninismo era el marxismo de la época imperialista, Podemos es el leninismo de la época de la telegenia globalizada.

O sea, hay que ir a buscar la originalidad de Podemos entre los glosadores de Lenin. Para ese viaje no hacían falta alforjas. Torreblanca concluye su libro interrogándose por el futuro y planteando cuatro posibilidades: 1ª) PP y PSOE se equivocan y Podemos acierta; 2ª) PP y PSOE aciertan y Podemos fracasa; 3ª) PP y PSOE fracasan y Podemos también; 4ª) PP y PSOE se renuevan y Podemos es fuerte (pp. 196-198). Él otorga mayor verosimilitud a la tercera posibilidad (p. 200), pero no se lo tomaremos en cuenta dada la volatilidad del escenario electoral y la volubilidad en el horizonte de las decisiones de los electores. Bastante ha hecho con exponer de modo claro, imparcial y riguroso un fenómeno que a punto ha estado de alterar el sistema político español.

Pero no será así. Ni los cielos van a sufrir asalto alguno ni José Ignacio Torreblanca tendrá que escribir otros Diez días que conmovieron el mundo.

diumenge, 19 d’abril del 2015

La estatocracia española.

Josep Centelles i Portella (2014) Entender Cataluña. Por qué tantos catalanes quieren un Estado propio. Barcelona: Octaedro. (269 págs).
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De todos los libros que llevo leídos recientemente sobre la cuestión catalana, y llevo unos cuantos, este es uno de los mejores. No está escrito por alguien de los distintos gremios a quienes se nos reconoce, no siempre con razón, competencia para tratarlo, esto es, historiadores, politólogos, constitucionalistas, sociólogos, economistas, lingüistas, políticos o turistas. Su autor es, en cierto modo, un "afuereño", pues tiene formación de ingeniero, si bien es cierto que parece haberse dedicado fundamentalmente a cuestiones conexas sociales y económicas, de desarrollo local en Cataluña y en diversos países de América Latina. Aporta tres elementos de gran importancia aquí: la vision "exterior", esto es, no contaminada con los saberes convencionales y servidumbres conceptuales de aquellas disciplinas, lo que le da una gran frescura y agilidad. Añade un inmenso caudal de experiencia práctica en la gestión de problemas colectivos. Y manifiesta una actitud abierta, ponderada, equilibrada, en la que se mezcla un intenso amor nacional por su tierra con una vision de España asimismo comprensiva y no tópica ni teñida de animadversion o agresividad hacia ella.

Antes al contrario, puede decirse que su vision rezuma la melancolía producida por el fracaso de lo que podemos llamar el proyecto nacional español. Es más, si tuviera que describir brevemente el meollo de la obra lo haría en dos tiempos: diría que se trata de una exposición serena y minuciosa enhebrada con argumentos, políticos, históricos y fiscales, y vivencias personales. Y añadiría que refleja una trayectoria existencial que ha convertido a un español educado como un nacionalista cultural catalán en un catalán nacionalista politico a quien los españoles no dejan seguir sintiéndose español.

Es también un hombre sincero, llano y... valiente. Dedica su obra a Felipe González, de cuyo liderazgo se siente orgulloso. Esas no son palabras que encuentren hoy día oídos favorables en España y menos en Cataluña. Completa la dedicatoria con otra, dice él mismo, "de última hora" indirectamente a favor de Podemos. A primera vista podrían parecer excluyentes, pero no lo son: ambas son referencias españolas. España es la gran preocupación de Centelles en un libro sobre Cataluña y en el que, en realidad, se nos pide a los españoles que la entendamos. Solo para comprobar que no lo hemos hecho nunca, ni llevamos camino de hacerlo.

España. La eterna obsesion de los españoles. En el Introito, Centelles, considerando el problema catalán se pregunta con cierta retórica: ¿no será que el problema es español? Efectivamente y así lo ha reconocido mucha gente, sobre todo, los de 98, si bien en estos no se da una sinonimia de problema catalán/problema español sino que amplían el angular del problema español e incluyen en él el catalán. El problema español tiene más facetas. Un ejemplo viene aquí al dedo. Este introito de la obra es, si no me equivoco, la única voz que remite aunque sea indirectamente a la Iglesia. La ausencia de toda referencia de entidad a la cuestión religiosa, como se la llamaba en la IIª República, en un libro cuyo extenso tercer capítulo de casi 100 páginas versa sobre la historia de España desde la Reconquista no deja de ser un hándicap muy considerable para cualquier interpretación. Me refiero a una valoración a fondo de la función que la tradición católica ha tenido en la historia de España y su comportamiento, no a menciones más o menos pasajeras sobre la Inquisición o Torquemada de quien, por cierto, lo que más subraya Centelles es el hecho de que ejerciera su siniestra jurisdicción a ambos lados de la raya Castilla/Aragón.

El autor acuña el término estatocracia como resumen de las relaciones de poder y dominación de las élites del poder central frente a la(s) periferia(s), singularmente Cataluña. Se vale del concepto de élites extractivas y del paralelo de capturas de rentas, ambos referidos a César Molinas que es quien con más brillantez los ha aplicado en nuestro país. Que esos comportamientos, analizados como fallos del mercado en la teoría económica actual, tienen gloriosos antecedentes en España no lo ignora nadie que haya leído algo del Siglo de Oro y sobre el Siglo de Oro, que fue el de las bancarrotas. A veces da la impresión de reducir en exceso el foco de su análisis a las élites madrileñas (altos funcionarios, empresarios captores de rentas cuyo capital básico es el BOE, cortesanos, políticos y logreros), lo cual suele explicarse por comodidad del relato. Convertir a "Madrid" en sujeto de la acción social es intuitivo, siempre y cuando no ignoremos que ese sustantivo incluye una alianza secular con la aristocracia terrateniente del sur, el capital financiero e industrial vasco y el comercial, también industrial, catalán. En resumen, la "oligarquía" de que hablaba Costa. ¿Que queremos sustituir la oligarquía por la estatocracia? No hay problema. España ha estado gobernada de siempre (salvas las dos efímeras repúblicas) por una clase política u oligarquía incompetente, codiciosa, represiva, sin ningún verdadero espíritu nacional español. Primero bajo los Austrias, volcados a los asuntos e intrigas del Imperio y luego bajo los Borbones, entregados a la voluntad de Francia.

Con estos elementos no se construye un Estado ni una nación. No se construye nada. Pero es que, además, tanto al concepto de oligarquía como al de estatocracia les falta un ingrediente esencial, sin el cual es imposible entender la evolución de España: el enorme peso de la Iglesia católica. En España no ha habido nunca (exceptuadas las dos repúblicas otra vez) separación entre la Iglesia y el Estado. Y sigue sin haberla. El trono y el altar han ido siempre juntos y la Iglesia es tan parte del Estado como el Estado de la Iglesia. Las historias políticas dan cuenta de la serie de constituciones españolas, pero no suelen señalar que en todas el catolicismo es religión de Estado (incluida la muy liberal Pepa) y los curas, en realidad, funcionarios. Menos suelen señalar que, junto a las Constituciones, el orden social aparece regulado por los Concordatos con la Santa Sede, también constitución del Estado, al menos en sentido material. El catolicismo parece ser tan inherente a la mentalidad de los historiadores y estudiosos españoles como el agua a la del pez, tanto que no lo perciben. Pero está. Y actúa. Y cómo.  Así que admita el autor que junto a la estatocracia situemos la hierocracia o gobierno de los curas. Al día de hoy.

Admitiendo el carácter hierocrático del Estado español, algunos aspectos del libro de Centelles adquieren un significado más matizado. Por ejemplo, el citado capítulo tercero es un recorrido de la historia de las relaciones entre España y Cataluña. Es comprensible y digno de aplauso que esté vista en buena medida como una historia de buenos y malos. El propio autor honradamente se cura en salud advirtiendo que toda historiografía es interpretación y toda interpretación jerarquía de valores y que la suya es tan subjetiva y defendible como la de cualquiera. Correcto. Simplificando diremos que en esa historia, los primeros, los buenos, los catalanes, muestran ingenio, tolerancia, laboriosidad, inventiva, eficiencia, apego a sus tradiciones y costumbres y tienen muy honrosos antecedentes de gran valor para la humanidad, códigos, instituciones, prácticas, leyes, convenciones. Frente a ellos, los malos, los españoles, apenas tienen conciencia nacional efectiva, aunque blandan el nombre, y son rudos, guerreros, intolerantes, ineficaces, autoritarios, impositivos, dogmáticos y corruptos y prácticamente no han hecho nada salvo descubrir América y, es tal su ineptitud que, con ese descubrimiento, se buscaron la ruina.

Ya sé que es una simplificación grosera del relato, pero la incluyo porque la comparto. Efectivamente, yo ambién creo que las relaciones de España y Cataluña han sido más o menos así, así siguen siendo y esto es lo que ha llevado a la situación actual de una marejada humana en pro de la independencia. Pero, al mismo tiempo, creo que estos asuntos presentan muchos otros elementos que no deben olvidarse, no porque un prurito de minuciosidad historiográfica nos obligue a ello sino porque influyen y decisivamente en las opciones presentes, e ignorarlos solo puede inducir a error. Por ejemplo, el relato de la evolución del nacionalismo catalán a partir de la Renaixença, se lee como un despliegue ininterrumpido de la conciencia nacional catalana, sin mencionar aquellos factores de la realidad, incluso originariamente nacionalista, que pasaron a alimentar el nacionalismo español más agresivo, incluso delictivo, como es el caso de Cambó por no citar más que a uno. Pero hay más: la elaboración doctrinal del nacionalcatolicismo, la calificación de la sublevación fascista de 1936 como cruzada fue obra de los obispos catalanes, singularmente Pla y Deniel.

Coincido con las conclusiones del análisis político del primer capítulo y subrayo la importancia que tiene el argumento aducido por Centelles para explicar el desgobierno general del régimen autonómico del café para todos, en concreto, la carencia de responsabilidad fiscal de las CAA. Al querer amarrar en corto el Estado a las Comunidades, impidiéndoles que se autofinancien, las ha convertido en el ejemplo perfecto de lo que los teóricos de la decisión pública llaman crisis fiscal del Estado a causa del despilfarro de unas administraciones públicas que no adecúan el gasto al ingreso sino, por el contrario, el ingreso al gasto. O creen que pueden hacerlo cuando es obvio que no es así. Es un mérito grande de Centelles subrayarlo y debiera ser obligatoria su consideración en todos los análisis. La segunda parte de este capítulo analiza las circunstancias que han llevado en los últimos años a una exacerbación de las posiciones y mi coincidencia también es completa en casi todos los puntos que trata al hilo de su relato: el sistema electoral, la inutilidad del Senado, el federalismo, Europa. Sobre el Senado añado un dato de cómo a veces el derecho constitucional se da la mano con el pensamiento utópico: el Senado de la Constitución de 1978 se lo sacaron los constituyentes de la cabeza como Campanella su Ciudad del Sol de la suya, dado que en 1978 no existían las bases mismas de la realidad territorial que dicha cámara habría de representar. Los estatutos de autonomía de Cataluña y el País Vasco se aprobaron en 1979. Los de los demás, más tarde. El Senado era una cámara de representación territorial de un territorio que estaba por cartografiar.

El libro tiene un segundo capítulo de vivencias personales. Un relato autobiográfico del autor, su niñez, su formación, su adolescencia y algunos aspectos personales posteriores que ha querido incluir. Soy firme partidario de este proceder que choca con la convención de que los libros de ensayo, aunque no tengan pretensiones académicas, si son serios, deben huir de las referencias personales. Eso es un error. Nada ayuda más a comprender el discurso, el relato de un autor sobre cuestiones colectivas, que una referencia a sus vivencias personales. Es posible que el yo no pueda objetivarse, según dice Ortega hablando de las vivencias en la fenomenología, pero el lector agradece que se exponga y se relate. Lo aplaudo porque yo también lo empleé en un libro de hacer un par de años, Rompiendo amarras en el que, además de exponer mis ideas e indagaciones sobre la izquierda, incluí un capítulo con vivencias personales y ha tenido buena acogida. Lo mismo auguro a Centelles. Como lector le agradezco que me haya hecho ver el transfondo de la memoria infantil de quien, andando el tiempo, razonará como razona. Son recuerdos, gentes, paisajes, realidades al borde del industrioso río Llobregat en los años cincuenta y primeros sesenta que, sin embargo, no salía en el mapa de los ríos de su geografía nacional.

Poco que decir del capítulo sobre historia salvo que se lee con delectación, al menos con tanta como la del autor al escribirlo. Está repleto ingenio y de glosas irónicas con un ritornello: "¿A alguien le extraña que los catalanes quieran un Estado propio?" Como si él fuera el primero en querer convencerse. Obsérvese bien: hay que luchar por ser tratados como una nación y nunca lo conseguiremos del todo si no tenemos un Estado que nos la defienda. La nación necesita su estructura político-jurídica, el Estado. El nacionalismo catalán, otrora cultural, como el propio Centelles, se ha hecho político, como el propio Centelles. La industria, el comercio, la sociedad catalana quieren el poder político. Cataluña es la revolución burguesa española doscientos cincuenta años más tarde.

El cuarto capítulo, el más breve, versa sobre infraestructuras y dinero, cosas tangibles, materiales, objetivas, mesurables, como gustan a los ingenieros y no nebulosas ideológicas sobre el amor a la Patria. De hecho dedica un párrafo al comienzo con vagos ecos weberianos sobre el espíritu religioso y el capitalismo. Los españoles, católicos, que viven del dinero ajeno, afectan un desprecio y un horror frente al vil metal, mientras que los protestantes, que saben lo que cuesta ganarlo, lo tratan con más franqueza y respeto. Y, viene a decir, los catalanes son un poco protestantes. Los catalanes, es posible, pero él resulta un poco católico español ya que el capítulo tiene treinta páginas escasas en las que se pasa revista a uña de caballo a las balanzas fiscales, su polémica y resto de los obvios agravios de la política estatocrática de infraestructuras en relación a Cataluña. Es evidente que el tema no le interesa tanto como el hecho del divorcio entre España y Cataluña.

Resumo, un libro espléndido : ayuda a entender Cataluña y, sobre todo, ayuda a entender a un gran catalán, su autor.

diumenge, 15 de febrer del 2015

Palinuro en aguas procelosas.

Traigo aquí mi último libro, que acaba de aparecer, sobre la cuestión nacional española. Un tema arduo, que me ha llevado su tiempo. Es el último de los trabajos. responsables del cierre de Palinuro por unos meses. Espero el perdón de la benevolencia de l@s lector@s y asimismo comprensión si en un futuro próximo me veo obligado a hacer lo mismo. Trato de organizar mi tiempo, convencido como Ford y Taylor, de que la organización del trabajo es el secreto de la productividad pero, por desgracia para mí, con resultados económicamente mucho menos lucidos. Habiendo aprendido con la experiencia, ojalá no me vea obligado a dejar de nuevo a Palinuro en dique seco unos meses. De momento, Cronos me da holgura. La cosa se pondrá chunga hacia abril/mayo. Por nada del mundo quisiera Palinuro perderse las elecciones en el mes de María.

Y el libro, ¿de qué va? Reproduzco el texto de la contracubierta, que es bastante descriptivo, con unas gotitas de ditirambo, lo cual es lógico. Nadie publica un libro señalando en la contracubierta que es un bodrio insufrible. Además, estoy razonablemente seguro de que no es el caso. De todos modos, el único juicio que vale es el de l@s lector@s, suponiendo que l@s tenga.

"¿Es España una nación? ¿Un haz de ellas? ¿Un Estado que oprime a las naciones no castellanas? La cuestión secular, sigue siendo tema de debate preferente en la esfera pública y la privada de las gentes. La mentira franquista de la Una, Grande, Libre comenzó a deshacerse con la Transición, penúltimo intento de resolver el sempiterno contencioso territorial. El auge soberanista catalán, las propuestas de reformar la Constitución en un sentido federal o de abrir un nuevo proceso constituyente son pruebas de que se avecinan tiempos de transformaciones profundas. Este libro indaga en los orígenes y evolución de la cuestión del ser de España, hasta llegar al momento actual y sus perspectivas. Lo hace con rigor y seriedad pero en un lenguaje llano, sin falsos distanciamientos y accesible a todos pues versa sobre un asunto de importancia esencial, que afecta directamente a la vida cotidiana de todos."

Quienes quieran adquirirlo, pueden pinchar en la imagen o ir a la página de la editorial, Tirant Lo Blanch.

dissabte, 14 de febrer del 2015

Contrapodemos


Asís Tímermans (2015) ¿Podemos? Madrid: última línea. (194 págs).

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Según reza la portada, este libro va por la segunda edición. Podemos está de moda. Es negocio escribir sobre este novísimo. Y acertado hacerlo rápidamente porque, como están las cosas, quizá dure poco. Un ascenso tan vertiginoso e inesperado puede agotarse con la misma celeridad porque no se sostiene sobre bases firmes, sino sobre ilusiones muy vivas y sinceras, pero momentáneas. En otras palabras: la revelación de mayo de 2014 puede no llegar a la nueva temporada de septiembre de 2015. Se dirá que Podemos tendrá más votos que IU, UPyD, o Equo. Es posible, pero, al haber planeado una estrategia basada en la mayoría, no alcanzarla será perder. Y los sondeos empiezan a mostrar señales de inflexión en la curva. No es solamente que la intención directa de voto se haya estancado o que (sondeo de Metroscopia de hace unos días) la cantidad de quienes jamás votarían a Podemos sea ya superior a la de quienes sí lo harían, sino también que la aparición del fenómeno ha dado lugar, sin duda como fenómeno no querido, a una recuperación del PSOE. 

Pero todo esto son vaticinios. Entre tanto, las librerías hierven de ensayos sobre Podemos, la mayoría, rendidos, a favor; algunos otros en contra, generalmente infumables. Pero también hay excepciones. El de Asís Tímermans está más documentado que la media, tiene mayor trabajo de investigación, más distancia crítica y, por tanto más interés. Tiene también el tono doctrinario típico neoliberal de estar dando lecciones de mercado libre continuamente. Pasa mucho con los seguidores de esta idea. Recuerdan a los saintsimonianos, que no podían abrocharse solos los mandilones y debían ayudarse unos a otros formando círculos y no de Podemos precisamente. 

Estas narrativas neoliberales son siempre miríficas. El libre mercado es todo: panacea, elixir de la eterna juventud, néctar, ambrosía, crecepelo, bálsamo de Fierabrás y poción mágica de los druidas. Todos los bienes proceden de ella, único orden racional, humano, benéfico, equitativo, justo. Y todos los males son siempre, siempre, culpa de los demás. Si la derecha fracasa en sus políticas desreguladoras, la culpa es suya por no ser suficientemente desreguladora. Si lo hace la izquierda, se pasó de frenada en la regulación. Es un modo de razonar prepopperiano porque la cuestión no es si las hipótesis se falsan o se validan. La cuestión es que las hipótesis se convierten en conclusiones y no se pueden falsar, por lo cual la teoría prueba claramente no ser teoría sino ideología. Y funciona como tal.

Salvado ese primer escollo, sin embargo, el libro es de lectura interesante y provechosa. Está bien escrito, es ameno y, en ocasiones, tiene gracia. Su idea fundamental y reiterada a la hora de explicar el éxito de Podemos es que han rescatado y emplean conceptos necesarios, imprescindibles pero que los políticos al uso han abandonado o pervertido como "decencia", "Patria", "democracia", "libertad" y "derechos humanos" (pp. 23, 30, 88). Tímermans tiene buen olfato porque, aunque ahora es ya claro que las relaciones entre Podemos e IU son tormentosas, cuando él escribió el libro no daban esa impresión. Sus líderes habían militado en la federación y asesorado a sus grandes figuras (p. 38). No se veían como competidores y Pablo Iglesias llegó a afirmar que quienes verdaderamente le preocupaban eran los de UPyD (p. 48)

Y ¿de dónde sale esta fresca y potente corriente de renovación de la izquierda? Según Tímermans, Monedero y un grupo de profesores de Políticas parten de la idea de la Transición como traición, una derrota de la izquierda (p. 53) que ahora corresponde remediar acabando con el sistema que instauró, llamado el Régimen. Son un grupo de amigos: Ariel Jerez, Heriberto Cairo (p. 58), Cotarelo, Verstrynge (p. 61). Supongo que está en lo correcto pero, por lo que hace al caso de Cotarelo, autor de Palinuro, no puede ser más errado. Al margen de la amistad o no amistad, que es un libre sentimiento humano, Cotarelo no solo no sostiene la tesis de la Transición como traición (más bien la tiene como una componenda dictada por el miedo y la incompetencia de las partes y que ha entrado en crisis) sino que es señalado por algunos de los teóricos de la traición como el fabulador y embellecedor de esa teoría legitimatoria de la transición a los auténticos objetivos de izquierda. Y no solo eso sino que se encuentra tachado de franquista de acuerdo con la explicación de Tímermans acerca del fenómeno desde el punto de vista de los ideólogos de Podemos: la transición fue un proceso diseñado por el franquismo para perpetuarse (p. 107). No está mal el hallazgo: Palinuro/Cotarelo tachado de "franquista". Ya advertí que el libro de Tímermans tenía momentos divertidos.

Para Tímermans no hay duda de que el líder de Podemos, Pablo Iglesias, está dentro de la más acrisolada tradición comunista, pero es un comunista avanzado, neotecnológico, mediático, habitante del siglo XXI y no del XIX como sus antecesores y en nada se nota más esa diferencia que en la seguridad de que quien no tenga clara la función esencial de la TV en nuestra sociedad para los fines revolucionarios no tiene nada que hacer (p. 76). Con ese concepto nació la Tuerka (p. 79). Únicamente el asalto a los medios, la colocación del discurso a través de los medios la izquierda "verdadera", haría realidad aquella llamada a conseguir un sorpasso que solo el infeliz gutenberguiano de Anguita había pretendido a través de IU sin levantar un palmo del suelo. Había que superar el vuelo de la gallina, entrar en los bastiones de articulación ideológica de derecha, en programas como, el Gato al agua o el cascabel al gato o Intereconomía (p. 86). Para ganar.

Ganar es la gran misión histórica de esta renovación de la izquierda que, a su vez, se ve como la solución de la crisis actual del capitalismo. Ganar, ¿qué? Javier Iglesias, padre de Pablo, fue de la FUDE, relata Tímermans (p. 100) y sostiene que en Iglesias "confluye la frialdad del experto en comunicación con la emotividad del que está librando una batalla. Estrictamente hablando, una guerra: la que perdieron sus padres y sus abuelos. La que él está dispuesto a ganar" (p. 105) Sus abuelos es posible pero, si el padre era de la FUDE, organización, por cierto, a la que perteneció el franquista Cotarelo desde sus orígenes, no perdió guerra alguna porque ambos nacimos después de ella y sospecho que Javier bastante después que yo, para fortuna suya. La idea esencial, matriz, inspiradora es ganar y la bestia que tira de su carro, el pragmatismo (p. 123) que a Tímermans escandaliza sobremanera pero no tanto a este crítico que, quizá erróneamente, suele avecinar el pragmatismo no con la madurez o el cinismo de la vejez sino, contrariamente a un parecer extendido, con un impulso juvenil recocido con los años.

Tímermans presta atención a los desencuentros internos en Podemos entre el mainstream y las gentes procedentes de la antigua Liga Comunista Revolucionaria (p. 108). Esta aparece reconvertida hoy en la Izquierda Anticapitalista que Jaime Pastor, Miguel Urbán y otros (p. 160) han importado en España procedente de Francia. Les sirve para reproducir las consigna litúrgicas de estos sacerdotes de la pureza bolchevique al grito de "¡todo el poder a los círculos!"  (p. 160). Son ecos de los sucesores de los soviets, lo cual es muy posible que acabe provocando cierto conflicto en el interior de la organización.

El asalto al paraíso vendrá con un partido hegemónico (p. 170), capaz de aplicar un programa que Tímermans considera en todo similar a la estrategia del judoka (p. 119/120), consistente en dar a la gente básicamente lo que pide:  Estado del bienestar (p. 123); reparto trabajo (129); banca pública, el Estado empresario, derecho a la vivienda contra propiedad privada (p. 139); fiscalidad de los ricos (p. 141); renta para todos (p. 143); expropiaciones (p. 145); libertad de información (p. 149); control de la educación (p. 151); y derecho a decidir (p. 153). No es preciso que el autor se esfuerce mucho en demostrar el carácter quimérico, la imposibilidad de estas medidas. Le basta, a su juicio, con hacer una pregunta que considera definitiva: ¿con qué dinero va a hacerse todo eso? Imposible olvidar que Tímermans procede de una escuela de pensamiento económico que venera como dogma irrefutable el principio de TINSTAFL o There Is Not Such A Thing As A Free Lunch.

Ahí reside la verdadera discrepancia, al menos con Palinuro. Todo depende de lo que se considere "gratis". Los ricos Epulones que en el mundo han sido y son han almorzado siempre gratis a costa del trabajo de los demás. No sé si esto convierte a Palinuro en simpatizante de Podemos, pero sí muestra que no comulga con ruedas de molino. No comulga con nada.

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