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divendres, 1 d’agost del 2008

En recuerdo del VP.

La semana pasada uno de los cursos de El Escorial, de la Universidad Complutense de Madrid versó sobre la figura del que fuera alcalde de Madrid, don Enrique Tierno Galván. El motivo es que está a punto de aparecer una recopilación del conjunto de su obra escrita, amorosamente recopilada por uno de sus discípulos más entusiastas, Antonio Rovira, hoy catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad Autónoma de Madrid y director asimismo del curso. En él ha participado gente de renombre que tuvo un contacto directo con don Enrique, como los profesores Raúl Morodo y Pedro de Vega.

Igualmente me invitaron a mí atendiendo sin duda al hecho de que también tuve una relación personal con el Viejo Profesor, aunque no tanta ni tan intensa como los dos colegas antecitados, sobre todo Raúl Morodo, su más fiel discípulo y mejor intérprete, a la par que maestro mío. Manuel Mella quien durante años fue la sombra misma del VP de tan inseparable, me ha pedido que cuelgue en el blog la presentación que hice, cosa que haré cuando tenga aclarado lo relativo a los derechos de autor de las imágenes porque una cosa es proyectar algo en una pantalla en una conferencia y otra distinta colgarlo en la red.

Lo que puedo hacer aquí es contar lo que dije allí que, en lo esencial, consistió en defender el punto de vista de que la obra del VP es una especie de adelantada de la posmodernidad porque no es una obra sistemática, estructurada, con pretensión omniexplicativa, sino fragmentaria, inconexa, realizada en diversos planos, con multitud de perspectivas y, ciertamente, pluridisciplinar, pues abarca la filosofía, la sociología, el derecho, la ciencia política, la historia, la crítica literaria y el género autobiográfico.

No existe una Teoría Tierno Galván acerca de algo o una escuela tiernista o galvanista que defienda una línea de pensamiento determinada. Otra cosa muy distinta pudo ser en su día el "tiernismo" como posición política práctica y que nunca estuvo tampoco del todo clara, oscilando entre un izquierdismo elitista que quería base popular y un reformismo práctico que se negaba en la teoría.

Las primeras manifestaciones del mundo intelectual de Tierno se encuentran en el estudio académico de la teoría política del barroco, singularmente del intento de creación de una ciencia política nueva, racional, antimaquiavélica, que sería el tacitismo (La influencia de Tácito en los escritores políticos españoles del Siglo de Oro), con su compleja unificación del punto de vista moral y el sentido de la razón de Estado. Alguna otra obra de la época (Los supuestos escotistas en la teoría política de Bodino, etc) testimonia del empeño del primer Tierno por abrirse camino en este compacto mundo conceptual que acabaría abandonando por preocupaciones teóricas más engarzadas en la realidad de su tiempo, como son el regeneracionismo y el funcionalismo.

La vertiente regeneracionista se da en un contexto teórico abstracto (Tradición y modernismo) que luego lo lleva a formular interpretaciones que tenían una línea crítica, muy en la de la filosofía de la sospecha y con una actitud claramente deconstructivista antes de tiempo. Por ejemplo, su visión de Costa como "prefascista" en Costa y el regeneracionismo que ponía de manifiesto la vaciedad de la interpretación acrítica del regeneracionismo español, incluida la obra de Ortega, y que daría lugar a una considerable controversia.

El funcionalismo pondría al VP en la senda de los debates filosóficos y científicosociales de la época (Introducción a la Sociología, La realidad como resultado) pero, sobre todo, sería ya el puente que le permitiría lo que siempre había buscado sin conseguirlo hasta entonces, al formularlo en el plano teórico (Federalismo y funcionalismo europeos) y en el práctico con la fundación de la Asociación para la Unidad Funcional de Europa, que tendría como función manifiesta el estudio de la unificación europea y como función latente articular la oposición al franquismo, bajo el postulado europeísta que es intrínsecamente regeneracionista.

Sus aportaciones fueron siempre pinceladas, juicios muy incisivos, cargados de erudición e ironía como las Acotaciones a la historia de la cultura occidental en la Edad Moderna. Muy significativo lo de "acotaciones", que remite a la idea de comentarios o glosas. Siempre un saber marginal al tratado, del que ya había tenido buena muestra con su traducción del Tractatus Logico-philosophicus, de Wittgenstein. Se va articulando así una actitud con ciertos toques ácratas. Y eso cuando los escritos no se adelantaban claramente a su tiempo, a modo de premoniciones, pudiendo entonces desmentir la tesis de Canguilhem de que no existen precursores. Por ejemplo, Desde el espectáculo a la trivialización es una obra que preanuncia la crítica a la "sociedad del espectáculo" de Guy Debord.

Hasta en su forma de hacerse marxista (pues ni un esprit fort como él pudo librarse del hechizo del tiempo), lo fue de modo singular y contradictorio, como si quisiera reunificar en sí la escisión socialista entre marxistas y bakuninistas. Por eso se ocupó de Graco Baboeuf (Baboeuf y Los Iguales. Un episodio del socialismo premarxista) y prologó una antología de la obra de Marx escrita en el espíritu de los Manuscritos económico-filosóficos, que permitían ver un Marx humanista y problemático por debajo del granito estructuralista. También en este itinerario anduvo Tierno un sendero peculiar, teñido de escepticismo, lo que le permitió acuñar su célebre frase de que "Dios no abandona nunca a un buen marxista", rotundo sentido del humor dado que él era agnóstico.

Incluso después de que el tiempo que le tocó vivir se acelerara y su compromiso político le obligara a concentrarse en la actividad práctica y la vida de partido, tuvo el humor de titular sus memorias dentro de ese mismo espíritu posmodernista, fragmentario y hasta contradictorio del que era muy consciente, Cabos sueltos. Su referente a contrario según él mismo gustaba de manifestar era aquel otro que decía haberlo dejado todo "atado y bien atado".

En su actividad política no resultó menos posmoderno: republicano de primera fecha, hombre a quien muchos, incluido él mismo, veían como el primer presidente de la III República, acabaría declarándose monárquico; anarquista por juvenil devoción tuvo siempre la convicción de que la acción política tenía que canalizarse en forma de agrupación o partido y, de hecho, fundó varios en su vida. Y acabó ésta con un cargo institucional, el de alcalde, el único que puede entenderse congruente con un temperamento antiautoritario, en especial en la larga tradición española de alcaldes críticos, respondones y rebeldes.

Como corresponde a una obra que no forma un único corpus teórico uno se la tropieza cuando quiere verla en su conjunto como un campo en el que hubiera varios almiares, cada uno de ellos un núcleo de preocupación de Tierno. Su huella se detecta en los soportes más variados, desde el inmarcesible al más efímero, pues aparece en forma escrita y publicada desde la noble del libro a la más modesta del panfleto ciclostilado, pasando por la autoría de una pieza sin igual por su brillantez y originalidad que son sus bandos como alcalde. Una huella que muestra que el hombre supo andar entre la serena majestad de la ley, como puede verse en el hecho de que el Preámbulo de la Constitución española vigente sea suyo, y el mundo contingente y mudable de los grafitti, como ese que todavía adorna la fachada de una casa en la madrileña calle de Tres cruces: "La paz no se consigue sin esfuerzo. Si quieres la paz, trabaja por la paz."

Quizá por ello fuera tan querido por la gente.

(Las imágenes, todas ellas escenas del parque Tierno Galván en Madrid son fotos de Alvy, de Darkomen y de losmininos, las tres bajo licencia de Creative Commons).

divendres, 6 de juliol del 2007

Querido maestro.

El Centro de Estudios Políticos y Constitucionales (CEPC) ha editado un interesantísimo libro homenaje a Elías Díaz con motivo de su jubilación en la cátedra de Filosofía del Derecho. Un acierto más de esta ya venerable institución. El CEPC es el viejo Instituto de Estudios Políticos, fundado en los años más duros del régimen de Franco, allá por 1939, con la finalidad de expandir la doctrina nacionalsindicalista y la teoría del "Estado Nuevo". El mismo Instituto que, en 1962, bajo la dirección de Manuel Fraga, editaba un curioso folleto al cuidado de González Seara, titulado El asalto al Parlamento y que era el informe que Jean Kozak, miembro del Buró Político del Partido Comunista Checo, presentaba sobre la conquista del poder en Checoslovaquia, como recuerda InSurGente, que trae unas consideraciones de Malime sobre el folleto. En aquellos años sesenta, el Instituto se convertiría en un foco de intelectuales contrarios al régimen de Franco, entre los cuales, si no ando equivocado, estaba el propio Elías. Intelectuales encriptados en el centro de fabricación ideológica del régimen pero prestos a fabricar la contraria, un maquiavelismo al que el propio Instituto había dado pábulo al publicar el informe de Kozak aduciendo que era preciso saber qué y cómo pensaba el enemigo. Andando el tiempo, ya con la democracia, Elías asumiría brevemente la dirección del Instituto, por entonces rebautizado como Centro de Estudios Constitucionales. Es la única excursión que yo conozca que haya hecho Elías al ámbito de la gestión, al que otros intelectuales son tan aficionados.

El libro en cuestión ha estado a cargo de tres de los más conocidos discípulos de Elías. Liborio Hierro, Paco Laporta y Alfonso Ruiz Miguel escriben una interesante introducción al pensamiento del maestro, dedicando su atención a los tres campos que consideran constitutivos de su obra: el del pensamiento español, el de teoría política y el de filosofía del derecho. Igualmente cuentan que, al decidir hacer un homenaje a Elías, tropezaron con la cerrada negativa de éste, opuesto a que se le tributase su "centón" y, como le caracteriza una considerable tozudez, de la que con gracia habla Raúl Morodo en el primer apartado del libro, acabó saliéndose con la suya, sustituyendo la obra homenaje clásica por un libro en el que se repasaran los trece que él ha publicado, encargando cada uno de ellos a un amigo o colega al que, por el tema o alguna otra circunstancia, más le encajara y con el añadido de tres o cuatro reseñas, recensiones o críticas que en su día se hubieran publicado sobre el libro en cuestión, también firmadas por alguien cercano a nuestro autor.

Pues nada, chapeau, Elías: has conseguido transformar un aburrido libro homenaje en una interesante monografía colectiva sobre tu obra, que reúne puntos de vista muy distintos, aportados por personas de mucha cualificación y que te conocen y aprecian. Una obra que se lee con verdadero placer.

Me gustaría hablar de todos los capítulos, pero sería petulante e imposible, porque, además, tambien yo quiero decir algo sobre Elías, al que considero maestro, aunque durante todos estos años fingiera por pudor aceptar la relación de amistad de igual a igual con que él siempre me ha distinguido.

En cuanto a los trabajos, los que más me han gustado (sin demérito de los otros, por cierto) han sido el de Raúl Morodo, sobre Sociedad democrática y estado de derecho, esa obra que leyó con entusiasmo mi generación porque abrió nuestros revolucionarios ojos a la necesidad de preservar las formas, pues por verdaderas formas y no platónicas, sino por formalismos, podíamos tener la democracia y el imperio de la ley. La de Virgilio Zapatero, que señala el empeño de Elías por conciliar el marxismo con la democracia en Legalidad-Legitimidad en el socialismo democrático, empeño nada fructífero pero de muy conveniente formulación. El de Nicolás López Calera, en defensa del Estado, de cierto tipo de Estado, al hablar de La maldad estatal y la soberanía popular. El de Luis García San Miguel, por desgracia ya desaparecido que, al comentar La transición a la democracia reivindica su actitud siempre "reformista" y se felicita de que Elías también lo sea haciendo causa de lo que éste llama la "falacia" de la identificación entre capitalismo y democracia. Por supuesto. Menudo socialista democrático sería aquel que pensará que la democracia sólo es compatible con el capitalismo. Y, por último, el de Ernesto Garzón Valdés sobre Un itinerario intelectual. De filosofía jurídica y política porque aborda el fascinante tema del deber de obediencia al derecho en Elías, cuya doble naturaleza de jurista y de filósofo se desdobla aquí, predominando la del filósofo en el momento en que habla del deber ético de desobediencia al derecho, desobediencia que en el franquismo era casi un imperativo categórico.

Tengo leídos, creo, todos o casi todos los libros de Elías y comentados varios de ellos. Incluso en cierta ocasión le hice una entrevista para Diario 16 en la que dijo cosas muy interesantes, cómodamente sentado en un salón de su casa en la zona de Ciudad Lineal. (Espero digitalizarla un día de estos y te la mando, que seguro que no la guardas).

Profeso admiración por Elías. Creo que es un gran intelectual que ha procurado siempre unir la rigurosa reflexión teórica con la praxis (de ahí esa su atención a la Sociología del Derecho que Manuel Atienza subraya en este libro), dentro de una línea de exigencia ética de fortísima raíz kantiana. A ello se añade su obra de reflexión sistemática sobre el pensamiento de su época (del que el suyo forma parte esencial) y su capacidad para vincular la tradición krausista con las cuestiones del socialismo democrático en la época del así llamado "capitalismo tardío".

Confieso que cuando en alguna de las obras de Elías me encontré la idea (que cito de memoria) de que el Estado del bienestar es la juridificación de la transición al socialismo, se me aclararon muchas cosas en la cabeza.

Me uno al homenaje que tantos discípulos y amigos tributan a Elías y agradezco a los organizadores que se acordaran de mí e incluyeran un breve comentario a una de las obras del maestro.

divendres, 23 de març del 2007

Peleas de intelectuales.

En El País del domingo pasado abrieron un debate bien interesante sobre un fenómeno muy curioso: "¿Por qué los intelectuales de izquierda se hacen de derechas?" Participan dos conocidos intelectuales, los dos de izquierda, uno más radical que el otro, Francisco Fernández Buey, con un artículo titulado El truco de la autocrítica e Ignacio Sotelo con otro titulado Fin de las oscilaciones. El de Sotelo me pareció el más flojo de los dos y, a veces, incomprensible, cuando no claramente condicionado por la experiencia del autor en Alemania en los años 60 y 70. Casi cabría pensar que cree que esto de ser de izquierda o de derechas es cosa de modas y de ahí el título del artículo.

El de Fernández Buey me pareció no solamente más interesante, sino más atingente a la cuestión que se trataba de dilucidar. Tendría dos cosas que reprocharle y nada baladíes. La una, que valore por encima de todo la perseverancia en las creencias como si ésta fuera una bendición de los cielos muy superior a la capacidad para cambiarse y adaptarse a la realidad que, al menos en el sentido político, no cesa de variar; lo que llama "transformacionismo" que no estoy seguro de que sea una elección terminológica acertada. La otra que dé la impresión de estar cien por cien seguro de saber qué sea la izquierda, concepto sobre el que, sin embargo, no reina general consenso. Por ejemplo, me atrevo a pensar que eso que se llama la "izquierda radical", comunistas y allegados, suele negar la vitola de izquierdistas a gentes como Ignacio Sotelo, socialdemócratas de toda la vida. Claro que el propio Sotelo parece darles la razón cuando habla de las "sedicentes izquierdas y derechas que en el fondo se parecen como dos gotas de agua"; justamente la teoría de "las dos orillas" o "son todos iguales" de los comunistas que, paradójicamente coincide con esa aparentemente amargada experiencia de la derecha de que, en efecto, "todos los políticos son iguales". Como me cuesta pensar que Sotelo se tenga por una gota de agua, sería cuestión de preguntarse desde dónde habla o cómo se considera a sí mismo. Por lo demás, quizá no le resulte sorprendente a Fernández Buey saber que mucha gente, incluso de izquierda, considera que los comunistas no son de izquierda.

En verdad, este lío de quién es o quién no es de izquierda es bastante estúpido pero, como decía el filósofo, la "estupidez se hace invisible cuando se generaliza" y así hay que seguir escuchando a unos u otros bobos negándose mutuamente la condición de izquierdistas. Eso raramente se ve entre los de derechas.

El caso es que, estando así las cosas, tercia en la polémica Fernando Savater con una carta de lector al día siguiente o al otro, titulada ¿Quiénes son?, en la que precisa algún punto a Sotelo, al citar tres nombres de casos de intelectuales que hicieron el trayecto contrario, esto es, de la derecha a la izquierda (Aranguren, Sacristán y París) y pone en solfa luego el argumento de Fernández Buey con bastante agresividad, viniendo a decir que esos intelectuales a los que el primero cree hay que rendir homenaje por haberse mantenido fieles a sus principios, en el fondo son más derechas que nadie... por omisión, por no haberse manifestado contra ETA desde siempre y a favor del Estado de Derecho en el País Vasco, y de las víctimas.

Parece una carta impropia de Savater por la cantidad de falacias que contiene. En primer lugar, que haya habido un puñado de intelectuales fascistas que dejaran de serlo y se pasaran a la izquierda en la España de Franco es la excepción de la regla de que, en España y fuera de España, lo abrumadoramente frecuente es lo contrario, de la izquierda a la derecha. Y la soterrada acusación de derechismo por omisión a los intelectuales de izquierda a que pudiera estar refiriéndose Fernández Buey pasa por alto algún dato muy relevante pues si de biografías se está hablando: ¿cuándo empezó a condenar a ETA el propio Savater? ¿Cuándo a ponerse del lado de las víctimas fueran del partido que fuesen como dice? Porque, que yo recuerde, muchos intelectuales de izquierda empezaron a condenar a ETA ya bien entrada la transición y a ponerse al lado de todas las víctimas bastante más tarde. Quizá no sea el caso del firmante de la carta, pero sí de algunos intelectuales que, además han seguido siendo de izquierda. En realidad, el ataque de Savater es tan desaforado que le resulta fácil a Fernández Buey defenderse en una carta posterior, titulada Respuesta a Savater citando nombres de intelectuales que se han conservado fieles a sus principios y siguen siendo de izquierda, estando enfrentados al nacionalismo y a ETA.

Por lo demás, con estos asuntos no se agota el apasionante tema propuesto a debate. Por supuesto que hay intelectuales que han pasado de la derecha a la izquierda pero lo cierto es que, salvas algunas excepciones, ese itinerario no es nada frecuente y los ejemplos y casos son poquísimos. Pienso que inexistentes entre intelectuales de prestigio internacional. Y también hay intelectuales, legiones, que han pasado de la izquierda a la derecha. Pero legiones: en el PP abundan como moscas y, mirando las columnas de El Mundo, La Razón, el ABC, Libertad Digital, etc, así como ciertas tertulias televisivas y programas de radio, se encuentra al resto. No hace falta dar nombres porque son muy conocidos. Y tampoco es preciso caer en el maniqueísmo que Savater critica. Ciertamente, habrá conversiones de la izquierda a la derecha dictadas por convicciones sinceras pero, mirando lo que se ve en los medios en España, la verdad, predominan los que parecen haber evolucionado por conveniencia personal, por despecho, por dinero o por vanidad herida que, tratándose de intelectuales, cuenta mucho.

Y eso tampoco agota el elenco. ¿Qué decir de los intelectuales que han evolucionado desde la izquierda a un puntilloso "centro"? Por ejemplo, Antonio Elorza publicaba ayer mismo también en El País un artículo titulado Sin vida política en el que equiparaba al PP y al PSOE culpándolos prácticamente por igual del mal funcionamiento del sistema y el debate políticos en el país. Cómo se pueda equiparar el comportamiento de ambos partidos en las sesiones parlamentarias o con respecto al poder judicial es algo que sólo cabe entenderse en función de "transformismo" de que habla Fernández Buey. Cierto, el articulista dirige gran parte de sus acusaciones al PP, que es quien tiene el cuasi monopolio de la desestabilización en el ámbito parlamentario, en el poder judicial y algunos otros, mientras que el PSOE apenas si puede defenderse ante esa agresividad constante. Pero luego, tomando pie en la política exterior y algún que otro caso, sitúa casi a igual nivel al PSOE, al que corresponsabiliza de la inexistencia de la vida política. Cualquiera que vea la televisión o lea la prensa sabe que eso no es cierto, que el "todos iguales" es injusto. .. y además, lo que predica la izquierda radical por un lado y pretende dar a entender el PP por el otro. ¿Qué lugar correspondería a estos intelectuales?

(En las imágenes, diversas tallas de los pueblos fang, songye y chowke).