Esta negación de lo obvio, este presentar una humillación como una victoria, un golpe recibido como uno dado, recuerda mucho el intento del gobierno del PP de colgar la autoría del atentado del 11-M de 2004 a ETA en una delirante pretensión de que la gente no viera lo que tenía delante de las narices, sino lo que él, el gobierno, había fabulado. Y ha provocado una indignación social generalizada análoga a la de la mentira masiva de marzo de 2004. Indignación, cólera, verdadera furia. Los del 15-M han vuelto a sol a pedir la dimisión de Rajoy.
dilluns, 11 de juny del 2012
Haciendo el ridículo.
Esta negación de lo obvio, este presentar una humillación como una victoria, un golpe recibido como uno dado, recuerda mucho el intento del gobierno del PP de colgar la autoría del atentado del 11-M de 2004 a ETA en una delirante pretensión de que la gente no viera lo que tenía delante de las narices, sino lo que él, el gobierno, había fabulado. Y ha provocado una indignación social generalizada análoga a la de la mentira masiva de marzo de 2004. Indignación, cólera, verdadera furia. Los del 15-M han vuelto a sol a pedir la dimisión de Rajoy.
diumenge, 10 de juny del 2012
La rueda de prensa del polaco.
Ubú el polaco.
Ubú: no iba a subir los impuestos, no iba a recortar la sanidad ni la educación, no iba a dedicar dinero público a la banca, no iba a tocar las pensiones, jamás subiría el IVA, no dejaría caer España ni iba a tolerar un rescate porque España es una gran nación. Y él diría siempre la verdad a los españoles y llamaría al pan, pan y al vino, vino. Y la burla más insólita, hace 24 horas: quien quisiera saber algo, que le preguntara a él. Ubú.
dissabte, 9 de juny del 2012
Lo humillante no es el rescate; lo humillante es la cobardía de Rajoy.
Cuando, en la noche del 10 de mayo de 2010, los europeos obligaron a Zapatero a desdecirse de sus ilusiones socialdemócratas y reformistas y a aceptar el recetario neoliberal, el de León compareció al día siguiente ante la opinión y dio cuentas de lo que había hecho. Por cierto para cosechar, entre otras impertinencias, algunos desprecios e insultos de Rajoy. Ahora que la situación es infinitamente más grave, el mismo prepotente que aseguraba que siempre daría la cara, diría la verdad a los españoles y llamaría al pan pan y al vino, vino, está escondido, oculto, fuera de cobertura, como lo que es: un conejo en su madriguera.
El rescate o el drama de España.
Hoy es el día. Los oráculos del fondo de la selva de Teotoburgo imponen la claudicación de España, que ha de aceptar las condiciones del llamado rescate de la banca y que el FMI, en una muestra de servicial previsión, ha tenido la delicadeza de cifrar en 40.000 millones. No sé qué caso hará la germana del gentil toque parisien. Bruselas, como siempre, estará a verlas venir. Queda por saber qué dirán los auditores externos pero, en principio, la situación es clara: los plenipotenciarios tienen que firmar.
España solo manda ministros plenipotenciarios para administrar las derrotas, lo que parece un contrasentido, pero es el contrasentido que configura, al parecer, la amarga experiencia nacional de ser intervenidos. Unas veces por los alemanes, otras por los ingleses, otras, las más, por los franceses, la historia patria es una sucesión de intervenciones que han orientado los destinos nacionales mucho más de lo que lo hayan hecho las decisiones domésticas. Después de quedarse con Gibraltar, los ingleses ayudaron decisivamente a los españoles a librarse de los franceses. Es la gesta de Wellington en la llamada Peninsulan War, con muy escaso respeto a la emergente conciencia nacional española.
A su vez, los franceses estaban aquí porque en uno de los actos de cobardía más miserables que registra la historia, los dos Borbones, padre e hijo, Carlos IV y Fernando VII entregaron la corona a Napoleón, quien la puso en la cabeza de su hermano, convirtiendo España (y su imperio) en lo que podríamos llamar un fraternato. Ese Fernado VII, el Deseado, fue luego el ídolo de la derecha española que debía de ver en él un patriota.
Para qué seguir. El 98 (ut supra) provocó una sacudida tan fuerte de la citada conciencia nacional que hasta apareció un filósofo. Los filósofos surgen siempre de la perplejidad y esa perplejidad trajo la IIª República a la que puso violento fin una coalición de alemanes, italianos, moros y cristianos nativos de Santiago y cierra España.
Ignoro si en estas horas amargas Rajoy medita sobre su triste sino. Venía de salvador de la Patria y tiene que mandar plenipotenciarios a firmar las capitulaciones. La gran nación en la hora nefasta de la claudicación. Seguramente no es para tanto porque en nuestra época las guerras se libran en los parqués, en los despachos de mullidas alfombras en lo alto de rascacielos, en medio de formas corteses, compartiendo un aperitivo. Pero el zaherido orgullo nacional español lo toma por la tremenda. Resuenan los ecos de una larga historia de derrotas: la Invencible, Rocroi, Trafalgar y lo que vino después. Y Rajoy, con su huero patriotismo, así tiene que experimentarlo.
¿Podría pasarle por la cabeza alzar bandera por la resistencia, negarse al rescate, a la intervención extranjera? Podría. Numancia tiene su belleza, pero no es previsible su repetición. Oponerse a Europa, aislarse de Europa -vieja pulsión unamuniana- no es opción para la derecha y dudo de que lo sea para la izquierda. No, desde luego, para el PSOE y, con reservas, tampoco para la izquierda radical.
Así que llueve sobre muy mojado, sobre una historia de frustración permanente, de una nación que se ha hecho a fuerza de derrotas gracias a unas clases dominantes muy católicas, muy tradicionalistas, muy ineptas y nada patrióticas. Una nación que de vez en cuando es intervenida al albur de circunstancias que no controla. Por eso, todo consistirá en encontrar un nombre que disimule la cruda realidad de la subordinación a los dictados de otros, un nombre que engañe, como el de evangelización del Nuevo Mundo, por ejemplo, o el Movimiento Nacional, algo así como Refundación Financiera Española (ReFE), que daría para interesantes portadas de la prensa de derechas y dejaría a la gente tranquila, a tiempo para saborear cómo la Roja revalida su título. Es lo de los toros en 1898.
dijous, 7 de juny del 2012
El rescate no-rescate.
dijous, 31 de maig del 2012
La Gran Nación se tambalea.
dilluns, 28 de maig del 2012
El cantamañanas trata de tranquilizar los mercados
Por ahora, si acaso, las aterrorizadas comparecencias públicas de Rajoy solo sirven para que la bolsa baje y la prima de riesgo alcance los 600 puntos.
dissabte, 26 de maig del 2012
La catástrofe
dijous, 10 de maig del 2012
Bankia: la nacionalización como rescate
Bankia. La nacionalización como rescate.
Ramón Cotarelo
dimecres, 4 de maig del 2011
La muerte de Ben Laden.
Operación Gerónimo. En un audaz golpe de mano un comando de fuerzas especiales (quizá parte de la Delta Force) de los EEUU asaltó el refugio de Ben Laden en el Paquistán el domingo, mató al sumo dirigente de Al-Qaeda y una cantidad indeterminada de personas y arrojó sus cuerpos a la mar. Todo en cuarenta minutos. De ser ella es la Delta Force que ya intentó lo mismo en diciembre de 2001, a dos meses del 11-S, y sólo consiguió que se desencadenara la cruenta batalla de Tora Bora, al comienzo de la guerra del Afganistán.
La misión ha sido un éxito al estilo Rambo, muy familiar en el mundo y una prueba más del carácter espectacular de nuestra sociedad. Aún me pregunto si en la Casa Blanca estaban asistiendo al asalto en directo. En todo caso un Obama radiante podía llamar a Bush a decirle que ahora sí estaba la misión cumplida.
El hecho ha provocado una oleada de vehemente patriotismo en los EEUU y reacciones encontradas en Europa en donde unos baten palmas y otros critican la ilegalidad y la inmoralidad de la acción. Como era de esperar. La eficacia militar del asalto está fuera de dudas. Su justificación política es más difícil. Pero la crítica no puede ser una condena rotunda, sin matices, que trate de explotar el antiamericanismo tosco de una parte de la opinión.
Un poco de memoria no viene mal. El 20 de junio de 1944, en el curso de la Operación Walkiria, el coronel Conde von Stauffenberg colocó una bomba a un par de metros de Hitler en su Guarida del lobo, en Prusia oriental. La bomba estalló y Hitler salió ileso. Si hubiera muerto seguramente nadie hubiera objetado nada. El fracaso lo pagaron con la vida más de doscientas personas.
El 24 de abril de 1980 se abortó la operación Garra de Águila (uno de sus nombres) por la que una escuadrilla de ocho helicópteros gringos rescataría a 52 ciudadanos estadunidenses que las autoridades revolucionarias iraníes tenían rehenes contra todo derecho en la embajada de los EEUU en Teherán. El resultado fue un desastre, se destruyeron varios helicópteros y aviones, murió un buen puñado de soldados, los iraníes diseminaron los rehenes por todo el país para impedir otra operación de rescate, el prestigio de los EEUU cayó en picado y Reagan ganó a Carter las siguientes elecciones con las consecuencias que a la vista están.
Viene lo anterior a cuento de que las operaciones de rescate en territorio enemigo o de captura de algún reconocido asesino (porque supongo que no hay duda de que Ben Laden, como Hitler o Franco, era un asesino dispuesto a hacer cien veces lo que le han hecho a él) son muy arriesgadas y pueden tener altos costes en vidas humanas o bienes materiales y un grado elevado de riesgo. De hecho ahora se sabe que el comando de la Operación Gerónimo sólo tenía un 60 por ciento de certidumbre de acertar.
Si hubo posibilidad de detener a Ben Laden a los efectos de que tuviera un juicio justo debió actuarse así. Pero no se puede olvidar que hay una guerra contra el terrorismo y en la guerra los enemigos tienden a parecerse. No hace falta ser muy exquisito para calificar Guantánamo de terrorismo. Y, en esa situación de guerra, la rapidez con que los gringos se han deshecho de Osama Ben Laden hace sospechar que temían lo que pudiera declarar en un proceso público acerca de sus presuntas actividades de colaboración con los estadounidenses en Afganistán.
Los Estados de derecho deben actuar de acuerdo con ciertos principios, so pena de perder su legitimidad y, cuando vayan contra ellos, es preciso criticarlos, denunciarlos y exigir responsabilidades. De siempre hemos sabido que el peor enemigo de la libertad es el Estado cuya razón de ser consiste en protegerla. Pero la crítica no puede llevarnos a negar las diferencias entre el imperio de la ley y la ley del crimen y a ignorar la superioridad del primero, pese a sus errores o crímenes, sobre la segunda y que, entre otras cosas, descansa en el hecho de que esa crítica puede formularse libremente.
(La imagen es una foto de David Armano, bajo licencia de Creative Commons).
dilluns, 28 de març del 2011
ETA y Libia.
La incapacidad de cierta izquierda (esa que se considera verdadera o transformadora sin que en treinta años haya conseguido transformar algo relevante como no sea su nombre) para calibrar objetivamente el resultado de sus propuestas solo es comparable a su afición a culpar a los demás de sus propios fracasos. En el asunto impropiamente llamado de la cuestión vasca dicha izquierda se ha opuesto a todo: a la Ley de Partidos Políticos, a las sucesivas ilegalizaciones de las sucesivas siglas de la izquierda abertzale, a las instrucciones del juez Garzón, a la última ilegalización de Sortu, a la exclusiva lucha policial y judicial contra ETA..., a todo. El mismo Palinuro lo ha hecho en alguna ocasión. Y siempre con dos argumentos: a) las medidas a las que se opone son contrarias al Estado de derecho y la democracia en España y b) sólo contribuirán a prolongar la violencia, el terrorismo, el sufrimiento.
El balance, sin embargo es al revés: a) el Estado de derecho y la democracia en España no están especialmente mal o, cuando menos, no peor que si las tales medidas no se hubieran tomado; y b) jamás hemos visto tan cercano el fin de ETA. ¿Servirá esto de algo? Probablemente no porque el discurso político es voluntarista y está vacunado contra el virus de la realidad.
Ahora, con el nuevo comunicado de ETA sobre la verificación internacional del alto el fuego, volverán a alzarse voces pidiendo que se haga caso a la banda, atacando la intransigencia de las autoridades españolas y llamando "fascistas" (o poco menos) a los sociatas españoles. Pero ¿cuál es la lectura de los últimos hechos? SORTU está ilegalizado y ETA, en lugar de romper la tregua unilateral y cometer algún atentado, emite otro comunicado. Sin embargo, las cosas no están mejor que hace veinte años: Euskal Herria sigue tan sometida a los Estados español y francés como antes; Navarra, por su cuenta; la autonomía de Euskadi cabe en un estatuto; la izquierda abertzale sigue fuera de las instituciones; ella misma, ETA, no levanta cabeza; y la Comunidad Autónoma Vasca está gobernada por una coalición de hecho de los dos partidos españolistas. Hace veinte años esto hubiera sido un rosario de bombas; ahora es un rosario de comunicados a cada cual más ovejuno, con un sonido que recuerda el adagio final de la Sinfonía del adiós de Haydn. ETA se deshace y al final sólo van a quedar el que da las órdenes y el concertino.
Cuando vea que no hay comisión ni verificación internacional, ETA tendrá que soltar otro comunicado más aporético aun: uno a medio camino entre la situación del momento y la que es inevitable, esto es, la entrega de las armas. A este deseable resultado la izquierda no habrá contribuido gran cosa, por no decir nada.
Pues no importa, está dispuesta a repetir el patinazo con la guerra de Libia. El domingo desempolvó los viejos carteles del ¡No a la guerra!, se echó bravamente a la calle... y se quedó sola. Es posible que esta guerra de Libia no despierte entusiasmos, no es frecuente que las guerras lo hagan. Pero no suscita oposición. La gente tiene más sentido común y flexibilidad que la izquierda. ¿No a la guerra? Bueno, depende, hay que pararse a pensar un poco y no tomarse el enunciado como un dogma. Porque hay guerras y guerras y no todas son iguales.
Una guerra por mandato de la ONU para librar a un pueblo de la vesania de un tirano dispuesto a masacrarlo no es lo mismo que otra a espaldas de la ONU y de pillaje para apropiarse los recursos de otro país. Eso es tan obvio que hasta la izquierda lo entiende, aunque no le guste reconocerlo. Ella cree tener una crítica, una objeción más poderosa: ese tirano demente era nuestro amigo y fiel aliado hasta ayer. ¿Con qué legitimidad moral le hacemos ahora la guerra? Obviamente, con toda. Tardía pero toda. De momento, aprovechemos la ocasión para derrocar al tirano y ver si se consigue que los libios se organicen autónomamente. Luego ya llegará el momento de señalar con el dedo a quienes se daban el pico con Gadafi.
Pues no señor: es ¡No a la guerra! sin más. Con esa absurda contundencia con que en cierta ocasión escuché a un izquierdista clamando que él, en las guerras, estaba siempre del lado del perdedor. Lo cual lo ponía del lado de los nazis en la segunda guerra mundial, un sitio extraño para uno de izquierda.
Lo que sucede es que en buena medida ese tremolar del ¡No a la guerra! viene bien para alimentar el gusanillo del principio de la identidad propia: cargar contra el PSOE por traidor, neoliberal, belicista, imperialista. En estas cosas se nota quién es la verdadera izquierda; en estas y en que no la apoya prácticamente nadie, cuestión que en una democracia tiene su aquel.
(La segunda imagen es una foto de B. R. Q., bajo licencia de Creative Commons).
dilluns, 21 de març del 2011
El negocio de la guerra.
Esta guerra de Libia, como todas, tiene partidarios y detractores, así como detractores que son partidarios y partidarios que son detractores. La guerra suele confundir bastante el juicio. Los partidarios hablan de guerra justa. Los detractores dicen que no hay guerra justa alguna salvo la de legítima defensa.
La cuestión es que el terreno de las ideas es resbaladizo. Los teóricos postmodernos del derecho internacional sostienen que hay un derecho y un deber de injerencia cuando se violen derechos humanos. Es decir, cabe entender esta injerencia como un caso de legítima defensa en cierto modo ampliada. Los críticos dicen reconocer este punto de vista pero señalan que no siempre se aplica sino según los intereses de Occidente. Lo cual puede ser cierto, pero no es un argumento en contra del principio de extensión de la legítima defensa, sino en contra de quienes no lo aplican.
El juicio moral de las guerras está siempre indeciso hasta que se terminan. Luego ya se ocupa el vencedor de explicar el sentido de la contienda. Mientras esto sucede, se puede analizar el asunto desde una perspectiva más práctica como es la económica que responde a la clásica pregunta de ¿a quién beneficia? Desde luego los más obvios beneficiarios son los fabricantes de armamento. Supongo que los fabricantes de carros de combate estadounidenses, franceses, etc estarán encantados de ver cómo sus aviones y sus misiles, vendidos a los gobiernos humanitarios, revientan sus carros ya que Gadafi se los compró a ellos que ahora tendrán que sustituirlos. Un negocio.
También estarán encantados los fabricantes de todo lo demás. Una guerra no solo destruye armas, destruye todo lo que encuentra, viviendas, monumentos, infraestructuras, agricultura, ganadería y todo eso hay que reconstruirlo luego. La perversión del asunto quiere que, si se alegran los fabricantes, se alegren los que trabajan en sus fábricas porque así tienen más trabajo y ganan más, según el acreditado efecto llamado de spill over, o sea, la pedrea de los trabajadores, que también se llevan su tajada. Más negocio. El capitalismo es destrucción que no solamente atenta contra el medio ambiente sino contra sí mismo como sistema. La guerra es un concepto económico. Basta con recordar los cálculos que hacía uno de aquellos buitres de la administración de Bush sobre los negocios de la reconstrucción del país que iban a "liberar" o machacar, según se mire.
Por supuesto los occidentales van a lo suyo, a controlar el petróleo y el gas y lo disfrazan invocando principios de libertad del pueblo libio, como si el pueblo libio estuviera ahora peor que hace veinte años, sojuzgado por un déspota terrorista que, sin embargo, dejó de ser terrorista unos años después, previo pago de certificado de buena conducta, que estos tipos todo lo compran precisamente porque otros, o sea nosotros, todo lo vendemos. Hasta la limpieza de sangre civil. ¿Fuiste terrorista en tus años mozos? No importa; paga una pastuqui y cátate ahí convertido en un flamante miembro de la comunidad de naciones civilizadas.
Gadafi, obviamente, también va a lo suyo que no es expoliar sino conservar y acrecentar lo expoliado. Para él la guerra sólo será negocio si la gana. Le ha venido impuesta por haber recurrido a la violencia, incluso la militar, en contra de unos opositores que empezaron como los demás árabes pero se fueron radicalizando al ver que el poder sólo sabía reprimir. Aquí las discrepancias se dan en la motivación última de tales opositores sublevados. Para unos serán agentes pagados por las potencias occidentales y para otros genuinos representantes de la voluntad popular, el pueblo en armas. ¡Ah, no! El pueblo en armas es el de Gadafi, que las ha repartido entre la población. He aquí la prueba de su apoyo popular. Sin embargo sus tropas se retiran de Bengasi sin que la población se le haya unido, prueba de su falta de apoyo popular. Obviamente el negocio de la guerra para Gadafi y los suyos es la oportunidad de legitimar su poder.
Pero todo eso está ahora en el aire. Puede que se haya hecho lo que era preciso hacer. Pero algo es seguro, sin embargo, las guerras son negocio para todos excepto para aquellos en cuyo nombre se hacen y quienes mueren en ellas, que suelen coincidir.
(La imagen es una foto de B.R.Q., bajo licencia de Creative Commons y representa el dormitorio de la residencia de Gadafi en el aeropuerto de Bengasi).
dimarts, 1 de març del 2011
En puertas de la intervención armada.
El 18 de marzo próximo se cumplirán ciento cuarenta años de la proclamación de la Comuna de París, el primer gobierno obrero del mundo, el único que reconocen en común marxistas y anarquistas. Por eso la ilustración de cabecera del mes está dedicada a la memoria de los 30.000 communards asesinados por los versalleses, que era como se llamaban entonces los nacionales. Es un cuadro de Maximilien Luce titulado "calle de París, mayo de 1871" y pintado hacia 1902-1903.
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La sibila líbica, cuya misión era revelar todo lo que estaba oculto, vive entre congojas. Libia, la tierra que le dio el nombre, está a punto de estallar. El gigante El Gadafi tenía los pies de barro y el Estado se le desmorona, los ministros le dimiten, los embajadores arrían la bandera de la representación, los policías no le obedecen y el ejército se le ha sublevado. Se apresta a librar la última batalla parapetado en Trípoli y defendido, al parecer, por tropas mercenarias. Es un mal endémico en la zona. Ya pasaba con los cartagineses en las guerras púnicas, que sus ejércitos eran extranjeros mercenarios. Aníbal, por ejemplo, llevaba, entre otros, honderos baleares y todo tipo de celtíberos.
Da la impresión de que esa figura del coronel mirando al cielo (que es por donde le vendrá el ataque) quiere recordar la de Allende en La Moneda, con su casco, su traje de civil y su fusil ametrallador. Pero no hay color; este cuate no representa nada ni a nadie, salvo a su mafia o clan familiar. Y es el momento en que dice que hay mucha gente que le ama tanto que está dispuesta a morir por él. Debe de querer decir que él está dispuesto a matarla, para que aprenda lo que es el amor, aunque más parece que el amor de los mercenarios sea el dinero
La revolución árabe, a todo esto, continúa. Pero la amenaza de fuego en la santabárbara libia hace que no se preste atención a lo que sigue sucediendo en otros países: Jordania, Bahrein, Túnez, Egipto, Argelia, Marruecos y ahora el Sáhara. La acción, no obstante, está concentrada en Libia, porque, aunque la revolución es de toda la arabia, encarna en cada momento en un país distinto y toma formas peculiares. En éste puede pasar cualquier cosa, desde el asesinato del sacrosanto líder hasta el empleo de armas químicas.
Los medios han estado tan ocupados descubriendo las vergüenzas de las componendas occidentales con el rufián de los creyentes y criticando la pasividad de las democracias y su falta de iniciativa, que no han advertido la eficacia silenciosa con la que se ha puesto en marcha la maquinaria de intervención de eso que se llama la comunidad internacional. Han sido pasos modestos, paulatinos, graduales que han preparado el terreno: se han congelado los activos extranjeros del dictador en Suiza, Reino Unido, EEUU, etc; la ONU ha iniciado la vía penal en la Corte Penal Internacional; también ha impuesto una batería de sanciones contra el tambaleante régimen; los mandatarios lo han dejado caer, hasta su amigo de Bunga Bunga, Berlusconi; los EEUU están moviendo la flota del Meiterráneo y pidiendo medidas militares, como el bloqueo del espacio aéreo libio.
El paso siguiente es un ultimátun y la intervención militar. Se requiere la motivación adecuada, la excusa, según quién opine y la ha brindado la señora Clinton ayer en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, al decir que el apoyo a la transición en Libia no es solo una cuestión de ideales sino un imperativo estratégico. Eso suena a intervención que será inevitable porque con Gadafi se ha cometido un error que ya detectó Sun Tzu en 500 a. d. C., al decir que siempre conviene dejar una salida al enemigo. Gadafi sabe que, si no muere en Trípoli, no habrá para él refugio en la tierra porque hasta la China lo quiere ante la Corte Penal Internacional.