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dissabte, 21 de maig del 2016

Las razones del independentismo

Roger Buch (2015) 100 motius per ser independentista. Barcelona: Cossetània edicions. (191 págs)
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Un curioso libro del politólogo Roger Buch, especializado en temas de voluntariado y trabajo social, pero también implicado directamente en la actividad política independentista. La obra responde  a su título, esto es, las 100 razones que Buch esgrime para pedir la independencia de Cataluña. El número redondo, obviamente, quiere decir que el autor ha funcionado con ellas como Procusto con sus huéspedes: si hubiera encontrado más las hubiera recortado y si menos, hubiera añadido alguna, como Procusto añadía algunos centímetros a la estatura de sus víctimas. En consecuencia, el texto, escrito con gracia y con sentido del humor salvo algunas ocasiones en que el autor se deja llevar por cierta indignación, se lee fácilmente y como una especie de diccionario, glosario o vademécum. Y, dado que la razones del independentismo no parecen estar agrupadas por ningún criterio salvo el que la pluma de Buch haya ido encontrando, el lector puede recorrerlas saltando de una otra, de delante hacia atrás o de atrás hacia delante, según esté de humor o le atraigan los títulos. No es menuda esta libertad y se agradece que, por una vez, no esté uno obligado a seguir más o menos al pie de la letra el curso del relato que señala el índice. Y eso mismo haré yo en el comentario, escoger algunas razones que me parecen más interesantes por diversos motivos y comentarlas. Fuera desmesura hacerlo con todas, así que bastantes habrán de quedarse sin exponer.

Creo tener, por lo demás, cierta complicidad con el autor de forma que le ofrezco una sugerencia para una tercera edición ya que el libro va por la segunda: elevar el número de razones a 101. La añadida tiene un peso nada desdeñable puesto que es el ejercicio de un derecho, el de autodeterminación, con la advertencia de que los derechos, como los músculos, si no se ejercitan, se atrofian.

Voy a ir entresacando algunas de las razones que me parecen más relevantes, con una pequeña glosa personal:  

El Estado de las autonomías es inviable (p. 91). Coincido, aunque no por las razones que Buch expone que, en lo esencial, residen en decir que la fórmula del "café para todos" desvirtúa el tinglado. No; el Estado de las autonomías es inviable porque está mal concebido financieramente, reparte las cargas de forma injusta, drena recursos en partes productivas y los invierte en partes improductivas, sin duda con los mejores y más equitativos criterios pero sin justificación de orden general. Es inviable porque contiene dos autonomías privilegiadas, País Vasco y Navarra,con un régimen que, de extenderse a las demás, impediría el funcionamiento del todo en el que otras cuatro son excedentarias y financian a las otras once. Y eso no es sostenible sin una revisión muy a fondo que en ese mismo fondo, nadie se atreve a hacer. Ni siquiera a mencionarlo.

Cataluña es una nación (p. 92). Es tan obvio que no me detendría en la observación de no ser porque Buch aprovecha para refutar el famoso argumento contrario mediante la reducción al absurdo por abajo ("¿si Tortosa quisiera decidir..?") y lo hace con tino. Añada también la idea de que igualmente cabe refutar el argumento de reducción al absurdo por arriba: "Si Europa quisiera autodeterminarse..., etc).

El Estado español jamás ha asumido el catalán como lengua propia (P. 80). Ni el gallego, euskera, ni nada; ni sus culturas, instituciones o derechos. El Estado español ha sido siempre Castilla y así sigue siéndolo hasta el punto de que el actual presidente del gobierno, el Sr. Rajoy de los sobresueldos, siendo gallego, no habla la lengua de su país. Hay quien dice que tampoco el castellano, pero ese es otro problema.

Para pagar los peajes en su justa medida (p. 95). Hábil planteamiento, sin duda, para no molestar a nadie, pero lo cierto es que la diferencia de trato en las autopistas en el Estado es muy irritante. Lo que sucede es que este es uno de los efectos de que el Estado autonómico no funcione.

Para acabar con el franquismo de una vez (p. 97). Loable propósito y muy puesto en razón y viable. Cuarenta años después de su muerte, Franco, como Drácula, vive. A su modo, pero vive. Vive en los franquistas que son millones en España (probablemente casi todos los votantes del PP), pero no en Cataluña, en donde el PP es un partido casi testimonial aunque, para desconsuelo de Buch, conviene no perder de vista a la gente de Ciudadanos a donde ha ido a parar el franquismo reciclado y que tiene un porcentaje apreciable del voto en Cataluña. No obstante, es claro, los españoles no conseguirán suprimir el franquismo por sus solas fuerzas. La transición pareció haber sido su muerte. Incluso podría decirse que había un pacto de silencio por el que el franquismo no reaparecería y ahí está de nuevo en el gobierno del PP desde 2011 en estado químicamente puro: nacionalcatólicos, corruptos, opusdeístas, reaccionarios, caciques, oligarcas y simples estúpidos de prosapia. Una colección que en estos días ha dado uno de sus más típicos frutos en la prohibición de la estelada por decisión de la delegada del gobierno en Madrid, la falangista Dancausa, y una semana después de que ese mismo gobierno de misa y olla envíe a otra franquista, Cristina Ysasi Ysasmendi Pemán, a explicar una Constitución en la que no creen a Europa para contrarrestar, dicen, el relato de la Generalitat.

Porque la democracia prevalece sobre la ley (p. 101). Asunto de calado teórico, sucintamente expuesto y dialécticamente inteligible para que lo entiendan hasta los franquistas: sin ley -como ellos dicen siempre- no hay democracia; pero sin democracia, tampoco hay ley. Eso ya lo entienden menos porque se les exige el esfuerzo de comprender que todo lo que ellos y sus padres llamaron "ley" durante los cuarenta años del franquismo no era tal sino pura tiranía y arbitrariedad.

Porque el Estado vació el estatuto votado por los catalanes (p. 78). Y en sucesivas vegades: primero lo cepilló en el Congreso según desgraciada expresión de Alfonso Guerra, que maldita la gracia que tenía, y luego mediante la inenarrable sentencia 31/2010 del Tribunal Constitucional en la que este, actuando manifiestamente ultra vires se arroga competencia para decidir si los catalanes son o no una nación. No entiendo por qué no siguió decidiendo si, además, son o no buenas personas. Tan absurdo lo uno como lo otro.

Para terminar de una vez el corredor mediterráneo (p. 70). Sí porque es dudoso que ningún gobierno español lo haga, ya que tiene otras prioridades como llevar el AVE de Burgos a Palencia, igual que los socialistas inauguraron ese ferrocarril en su día en el trayecto Madrid-Sevilla por no otra razón, supongo que porque el presidente del gobierno de entonces era sevillano, cosa que incide mucho sobre la productividad del país.

Para tener un sistema educativo del siglo XXI (p. 109). Es típico deseo de fastidiar de los catalanes. Ahora que el ministro Wert, bajo orientación de la conferencia episcopal lo había retrotraido al siglo XIX, como mandan los cánones, se empeñan en dar un salto típicamente satánico de dos siglos. Ya veréis cómo los castiga Dios.

Porque no hay tercera vía ni se la espera (p. 112). Gente de poca fe estos catalanes. Por eso les haría bien ajustarse al sistema educativo del ministro Wert; así la recuperarían. Porque hace falta mucha fe para creer que las fórmulas federales que cocina el PSOE, entre otros, vayan a tener alguna efectividad.

Porque es un movimiento pacífico (p. 122) Ciertamente. Los catalanes son de una flema británica. Claro que si uno recuerda -como señala el propio Buch unas páginas antes- que han perdido tres guerras (la dels segadors, la de Sucesión y la civil española), está claro que la vía beligerante no es productiva. Sin duda es la que el Estado prefiere porque, entre otras cosas, estas guerras contra su propia población son las únicas que el ejército español gana. Por eso, la paz es la vía.

Porque es un movimiento que va de abajo arriba (p. 63). Sí, es así, doy fe. De abajo arriba, cívico, transversal. El 15M no tenía nada que enseñar a los catalanes. Sí, en cambio, a los españoles. Pero no parece que estos lo hayan aprendido, aunque están dispuestos a instrumentalizarlo.

Porque no se trata de un problema étnico (p. 57). Los sucesores ideológicos y biológicos de Franco suelen acusar a los indepes catalanes de nazis. Dado que los nazis fueron quienes pusieron a Franco en el poder, los franquistas debieran saber un poco más de lo que hablan, pero no lo parece. Y no es un problema de inteligencia o memoria sino de simple sentido del ridículo. A un país plagado de recuerdos a los nazis de la legión Condor, que envió aviones nazis a bombardear Gernika se le supone competencia para emplear el término nazi con conocimiento de causa, ¡pero no como insulto! Y si no es cómo insulto, a nadie se le alcanza qué tienen que ver los catalanistas con los nazis.

Para tener pensiones dignas (p. 126) Esto no interesa decirlo muy alto, no vaya a ser que se dé un fenómeno de refugiados españoles de la tercera edad en la muga catalana.

Porque hace 300 años que están ocupados (p. 132) El señor de los hilillos y los sobresueldos cree que este modo de hablar es inadmisible ya que España, dice con harta y machacona reiteración, "es una gran nación", pero ninguna nación que ocupe a otra en contra de su voluntad puede ser grande; ni siquiera nación. Puede ser imperio o resto de imperio, o andrajo de imperio, pero no nación en el sentido de una convicción subjetiva favorable de todos los nacidos en su territorio.

Para fundar una República y echar a los Borbones (p. 56). ¿En dónde hay que firmar? La dinastía borbónica ha sido restaurada en España tres veces, aunque los historiadores dinásticos solo consideren dos, ya que se niegan a ver la vuelta de Fernando VII El Deseado como una primera restauración. Pero lo fue y muy clara pues tanto Carlos IV como su hijo Fernando habían entregado la corona de España a Napoleón, como dos buenos felones. Y, si se me apura, acabaría llamando también restauración a la reposición en el trono absoluto del felón Fernando VII por el Duque de Angulema, al frente de los 100.000 hijos de San Luis. No lo hago por no herir más susceptibilidades pero, si lo hiciera, los Borbones habrían tenido cuatro restauraciones.

Para que la lengua de los juicios la decidan los ciudadanos y no los jueces (p. 50). Es uno de los signos coloniales más evidentes, que ataca un derecho fundamental de cualquier ciudadano en cualquier país del mundo: el derecho a un juicio justo que solo puede estar garantizado por el juez natural del justiciable y la "naturalidad" del juez comienza con la lengua.

Para no aguantar la "Marcha Real" (p. 147) Una de las razones más poderosas que probablemente convertiría en independentistas catalanes a millones de españoles por razones obvias.

Para librarnos de los insultos de la caverna mediática (p. 45). Lo veo dudoso. La caverna seguirá insultando porque es su forma natural de expresarse, pero lo que ya no podrá hacer será amenazar, que parece cosa más interesante.

Para que el catalán sea lengua oficial en Europa (37). Con ello, los traductores e intérpretes catalanes en la Unión tendrán ventaja onsiderable sobre los españoles porque podrán presentarse a oposiciones de dos lenguas.

Para decidir si quieren tener un ejército o no (p. 152). La decisión será interesante porque no creo que los Estados Unidos dejen pasar la oportunidad de abastecer a las fuerzas armads de un nuevo país europeo. Muy fuerte habrá de ser el pacifismo de los catalanes.

Para gestionar mejor las infraestructuras (p. 179). Al menos con un criterio de rentabilidad y productividad distinto a los que han presidido la construcción de los aeropuertos de Castellón y Ciudad Real, las autopistas radiales de Madrid, la ciudad de la Justicia también en Madrid, la Fórmula 1 y otras edificaciones cesaristas en Valencia y resto de los disparates españoles producidos a medias por la corrupción y la vanidad.

Para apoyar sus entidades con el 0,7% del IRPF (p. 35). Es un cálculo hábil el que hace Buch, porque no se concentra en el momento de la recaudación del 0,7% en la declaración de la renta sino en el del reparto de lo recaudado, que perjudica claramente a Cataluña.

Faltan 77 razones más. El lector sabrá sacar punta a muchas de ellas. El libro es una mina.

Innecesario añadir que muchas, muchísimas de estas razones las suscribirían muchos, muchísimos españoles. Lo que pasa es que es harto difícil que los españoles puedan independizarse de España. Y ahí está parte del drama.

diumenge, 8 de maig del 2016

¿Qué es España?

Juan Romero y Antoni Furió (Eds.)(2015) Historia de las Españas. Una aproximación crítica. Introducción de Josep Fontana. Valencia: Tirant Lo Blanch.451 págs.
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Otro libro sobre la sempiterna cuestión del ser de España, esa que, según ideólogos de derecha e izquierda, no existe. Escrito por historiadores académicos, se organiza, como era de esperar, por un criterio cronológico, desde los mismos orígenes de la peliaguda cuestión de qué sea España y cuántas haya hasta el momento actual en que queda claro que nadie puede contestar a las dos preguntas a gusto de todos. Es un trabajo sólido, concienzudo, denso, con rigor, pero no exento de tintes ideológicos. Que el autor de esta reseña simpatice más con unos que con otros no le oculta que ideológicos son los dos.

La intención de la obra está clara en su título y subtítulo y el prólogo de Josep Fontana que, muy preocupado por los usos públicos de la historia, hace una advertencia cuya problemática equidad da que pensar. Sostiene el ilustre historiador algo de cajón, esto es, que "el conocimiento del pasado suele ser manipulado por los políticos" con la finalidad de controlar "el uso público de la historia" (p. 15). Tal cual, ciertamente y sus colegas han escrito este libro con el fin de enderezar dicho uso público. Pero no llegaremos muy lejos si no reconocemos que no son solo los políticos quienen manipulan el conocimiento del pasado. No se quedan atrás los historiadores que de manipulación pueden dar cumplidas muestras desde antiguo entre otras cosas porque suelen llevar  más cargas ideológicas (muchas veces disfrazada de ciencia) que los infelices políticos. Y fuegos fatuos de esas ideologías se vislumbran ocasionalmente a lo largo de estas páginas. Y eso es lo que convierte esta aproximación crítica a la historia de las Españas en una obra fascinante que se lee como la novela río de un país. ¿O de más países?

Pedro Ruiz Torres, en "los usos de la historia en las distintas maneras de concebir España" arranca del momento constituyente de la II República. Por entonces era dominante la visión ideológica e idealizada acuñada en la Historia General de España, de Modesto Lafuente, símbolo de la visión liberal conservadora de la época (p. 39). Azaña tenía una idea de patriotismo y de nación como organismo social propio, independiente de partidos y religiones: España había dejado de ser católica (p. 44). En paralelo, Bosch Gimpera en una conferencia en 1937 revisa el concepto de España,  vertebrada por Castilla y la muda en "las Españas" con sus diversas culturas (p. 49), tuvo tiempo de rumiar su idea en el exilio al que le arrojó la España una de Franco. A la muerte de este volvió el debate entre una idea monolítica de la nación española (Ortega) y quienes son sensibles a la diversidad (Azaña) (p. 56). Ejemplo del nuevo tiempo es la controversia sobre si España es país "normal". El libro de Juan Pablo Fusi y Jordi Palafox, España, 1808-1996. El desafío de la modernidad, celebrado oficialmente, niega que España sea un fracaso. En España. La evolución de la identidad nacional Fusi sostiene que España es una nación desde principios del siglo XVI (p. 57). Borja de Riquer,  cuestiona con poderosas razones la tesis de la "normalidad" (p. 59). El autor, por último, detecta tres posiciones: 1ª) España, Estado-nación "normal"; 2ª) el nacionalismo catalán excluye también la cuestión pues no está interesado en la nación española; 3ª) posición sincrética de "España, nación de naciones" (p. 61). Y, para hablar de normalidad, interviene la Real Academia de la Historia en una posición ideológica alucinante que Ruiz Torres con elegancia no califica pero que este crítico se atreve a considerar cavernícola, con su libro Reflexiones sobre el ser de España. Por supuesto, Premio Nacional de Historia (p. 66). ¿Qué tal ese ejemplo de una obra de historiadores que no son sino lacayos de una mentalidad horripilante? El Institut d'Estudis Catalans y el Centre d'Història Contemporània de Catalunya publicarían la respuesta: España contra Catalunya: una mirada histórica (1714-2014) cuya conclusión es que si España hubiese ido a favor de Cataluña, el soberanismo sería hoy otro (p. 70). Sí, es un moderado understatement.

Antoni Furió en "La Españas medievales" plantea el uso ideológico de la historia medieval del país. Es difícil dar por buena la historicidad de don Pelayo y, por ende, la leyenda de la Reconquista (p. 86). En tiempos del Imperio carolingio, Cataluña se reserva el término Gothia como patria de los godos sometidos al imperio e Yspania, Spania a la parte de la península dominada por los musulmanes (p. 90). Con la independencia de hecho de Borrell II, Conde de Barcelona, ha querido verse el nacimiento de facto de Cataluña, pero esta no se independizará jurídicamente de Francia hasta el siglo XIII con Jaime I (p. 92). Desmenuza luego la cuestión de la especificidad de la España medieval sometiendo a crítica la posición de Sánchez Albornoz que encuentra legitimatoria de una visión ideológica sostenida en dos pilares: el relato de la Reconquista y la idea de los habitantes de Al-Andalus eran esencialmente españoles (p. 101). La Reconquista es una leyenda forjada muy post festum y hay suficiente prueba documental de que durante siglos, el nombre de Yspania quedaba reservado precisamente para la parte musulmana del territorio (p.107). Un buen ejemplo del daño que hace esta interpretación ideológica de la historia son las estupideces de Aznar en Georgetown al decir que el enfrentamiento de España con Al Qaeda comienza con la conquista del país por los musulamanes (p. 113). Tiene el autor una visión modernizada de las taifas, pero su punto de vista tampoco está libre de ideología. Asegura que las taifas tienen mala prensa porque en "un país de fuerte tradición unitarista y centralista, cualquier forma de descentralización" la tiene (p. 119). Pero no sé qué tradición podía haber cuando se dieron las taifas. Esa es otra construcción post facto. Seguramente correcta, pero posterior. Cuestiona igualmente la visión edulcorada de Al Andalus como un lugar de tolerancia (p. 125). En la salida de la crisis bajo medieval, España aparece ya identificada con Castilla, un reino de tendencias absolutistas y centralizadoras que tenía dentro la corona de Aragón como un freno y un cuerpo extraño (p. 132).

Antoni Simón i Tarrés, "La crisis de 1640 y la quiebra del primer proyecto nacional español" es un ensayo de oro. El autor contrapone el intento de construir una "nación política" española en los teóricos del siglo de oro (Álamos de Barrientos, Quevedo y otros tacitistas), López Madera, Pedro de Valencia, etc (p. 150), con el respaldo de Juan de Mariana, etc como modelo absolutista y unitarista castellano al del modelo constitucionlista y "confederal" de la Corona de Aragón con pie en las doctrinas políticas bajomedievales del origen popular del poder político (Juan de París, Marsilio de Padua, etc) que estarán en la base de la revolución catalana de 1640, respuesta al proyecto de creación de un Estado español uniforme ínsita en el famoso "Gran Memorial" del Conde Duque de Olivares a Felipe IV en 1624 (p.. 162). La doble crisis peninsular (Cataluña/Portugal) fue la quiebra del proyecto unificador español del barroco (p. 169). Correcto, nada que objetar. Pero ¿por qué los tacitistas y los autores de la Monarchia hispanica no atinaron en su objetivo de crear la "nación española"?

Joaquim Albareda, en "Del tiempo de las libertades al triunfo del dominio absoluto borbónico" aporta una interpretación aguda del impacto de la Nueva Planta en la Corona de Aragón. La tradición confederal del austracismo había dado lugar en Cataluña a lo que llama un republicanismo monárquico (p. 181) en el que echa sus raíces el patriotismo catalán (p. 183) que la Nueva Planta trata de extirpar, aunque no puede evitar la persistencia del austracismo (p. 190). Ello explica la disidencia de Cataluña a lo largo del siglo XVIII (p. 193). Termina con tres conclusiones en donde se mezclan hechos con algún juicio de valor, que son tres clavos en ataud del drácula unionista: 1ª) Durante el siglo XVIII se mantiene en la Corona de Aragón la idea de que el régimen abolido por la Nueva Planta era mejor que esta; 2ª) es falso que la uniformación fuera mejora o modernización; 3ª) no es admisible justificar la dominación y represión ejercida por los Borbones mediante el "derecho de conquista". Magistral su respuesta a la observación de García Cárcel de que en Cataluña se haya "sublimado hasta el éxtasis" el austracismo al decir sencillamente que quizá se deba a que fuera mejor que la Nueva Planta (p. 200).

Antonio Miguel Bernal, "Colonias, Imperio y Estado nacional" aborda una cuestión nuclear en el problema de la nacionalización de España o cómo esta no consiguió lo que sí consiguieron otros imperios, esto es, convertirse en nación. Las Indias se incorporaron a la Corona de Castilla en 1518, pero la Corona de Aragón, no (p. 216), lo cual explica por qué, con altibajos y muchos matices, esta estuvo excluida del trato con las Indias que fue cuestión pública directa de la Monarquía con el desastre hacendístico que ya se remonta a los tiempos de Felipe II y causó una sucesión de quiebras y suspensión de pagos de España (p. 223). La crisis del Imperio dejó un Estado nacional inacabado (p. 228).

Juan Sisinio Pérez Garzón, "La nación de los españoles: las juntas soberanas y la Constitución de 1812", es un curioso intento de justificar el conocido punto de vista del nacimiento de la conciencia de la nación española en la Constitución de 1812 que al autor le parece "sólidamente liberal" (p. 241). La argumentación es muy elaborada, trata con rigor y objetividad académicas las objeciones que suelen plantearse (la ironía del afrancesamiento del concepto "nación", las diferentes versiones de la idea de nación entre los diputados de Cádiz, la cuestión de España en América, etc) y con un relato apoyado en las exposiciones teóricas de las intervenciones en las Cortes de Cádiz y la actividad práctica de las juntas soberanas y la Junta Central, concluye que allí nace una nación española, aunque hace la concesión de que nace "en plural" (p. 255) pues de "pueblos españoles" habla el famoso decreto de igualdad de derechos entre "españoles europeos y americanos" (p. 152). De forma que en Cádiz nace la conciencia de la nación española y, desde entonces, las formas disgregadoras han  fracasado: el federalismo (p. 259) y la idea de confederación con América (p. 264). El nuevo empuje a la idea muy generalizada de 1812 como la génesis de la nación española presenta deficultades de claro perfil ideológico. En todo el trabajo de Pérez Garzón no se menciona ni una vez el papel de la Iglesia católica en ese proceso. Como si un tercio de los diputados en Cádiz no hubieran sido curas. Ni se habla del artículo 12, que consagra el catolicismo como única religión oficial de la nación española. Llamar "sólidamente liberal" a una Constitución que consagra la unión del trono y el altar (pues la Constitución también es monárquica) solo es admisible con una idea muy elástica del liberalismo. Por supuesto, esa idea es moneda común. Lo que ya no me parece admisible es que también se considere liberal la intolerancia religiosa, proclamada en el mismo artículo en el que se prohíbe el ejercicio de las demás religiones. Con esto en mente cabe preguntarse que entendían los "liberales" españoles de 1812 por igualdad de derechos cuando firman un documento que niega el derecho a la libertad de culto y qué idea tiene el propio autor que no hace notar algo tan evidente.

Borja de Riquer Permanyer, en "De Imperio arruinado a nación cuestionada" hace un análisis de la peculiar evolución política de España en el siglo XIX en cuyo inicio detecta una "excesiva influencia política" del ejército y de la Iglesia católica (p. 275). Por fin aparece la que a nuestro juicio es la principal responsable (no la única) del fracaso de España como nación: la Iglesia católica que está siempre escandalosamente ausente de todos los análisis criticos de la historia de España. Sigue Borja de Riquer: un siglo de oportunidades perdidas, régimen oligárquico con una Restauración que era también un fracaso producto de un pacto entre conservadores, la Iglesia y el ejército (p. 285). El resultado es una nacionalización de los españoles "frágil y superficial y poco covincente" (p. 286). Un país aislado, incapaz de reconstruir su imperio colonial, lleno de analfabetos y con una deficiente escolarización. Las elites liberales, a pesar de todo, dieron por supuesta la existencia de la nación española sin que fuera preciso hacer algo por consolidarla (p. 304) cuando en realidad estaba todo por hacer. Será en el 98 cuando los intelectuales descubran que "no hay nación". (p. 306).

Ramón Villares, "Exilio, democracia y autonomías: entre Galeuzka y las Españas" es un buen y original trabajo ya que no se encuentra mucho ensayo sobre Galeuzka, probablemente porque fue una idea que nunca terminó de arrancar y a la que el autor sigue en las cuatro partes de su trabajo: 1) experiencia republicana y guerra civil; 2) exilio republicano; 3) reelaboración del nacionalismo republicano en el exilio, sobre todo en México; 4) la posición de los nacionalismos en los años 60; (p. 313). Después de analizar la evolución en todo ese tiempo, concluye que ya en los años 80 quedan consolidados los dos modelos que se habían perfilado: el de las cuatro naciones (que se iban reduciendo a dos) de Galeuzka y el de la federalización igualitaria que se defendió entre 1953 y 1962 en la revista editada en México Las Españas y Diálogo de las Españas (p. 362).

Juan Romero y Manuel Alcaraz, "Estado, naciones y regiones en la España democrática" es un extenso trabajo sobre las peripecias de la nunca reconocida plurinacionalidad del Estado desde la transición. Parten los autores del supuesto de que no fue la Constitución (que tuvo éxito en el Estado de los autonomías) sino la práctica política lo que lo ha impedido (p. 372). La transición fue una especie de sucesión de pactos: a) por la Monarquía; b) pacto de "gestión de la historia" (que es el que me parece más dudoso y no lo llamaría "pacto" sino imposición y engaño; c) pacto democrático; y d) pacto social (pp. 376-77). Coincido con la imagen de la transición como una serie de consensos, aunque no les daría el valor que los autores les conceden. Pero eso no es importante. Más importante es el juicio que merece el Estado de las autonomías, resultado del proceso constituyente de facto de 1978 que los autores recorren en un espíritu bastante respetuoso con el saber convencional sobre esta circunstancia para entender que aquel Estado, que en un principio se concibió como asimétrico acabó siendo simétrico y uniformador, con lo que se abona la tesis de que no fue el texto sino los encargados de aplicarlo y vivirlo quienes fracasaron (p. 400). Discrepo: el Estado de las autonomías es un fracaso en su ejercicio y también lo era en su planteamiento sin que lo uno sea causa de lo otro sino que es una simple acumulación de fracasos: el título VIII en su conjunto es un dislate pensado para un país que aún no existía y los años de práctica solo han demostrado que aquel dislate era impracticable porque seguía sin coincidir con el país real. Solo la magnífica cita de un trozo de uno de esos inenarrables alegatos de Rajoy en 1993 sobre la nación española en el que se repiten las habituales majaderías del personaje (España, el proyecto de vida en común más antiguo de Europa. el sentimiento antiespañol, etc) deja claro este extremo. Si la nacionalización de España en el XIX fue un fracaso según señalaba antes Borja de Riquer, también lo ha sido la "renacionalización" de la derecha española a partir del año 2000 (p. 407). Y yo añadiría más: lo ha sido porque la derecha ultrarreaccionaria y nacionalcatólica española no concibe ni admite ninguna otra forma de organizar el país que no sea el disparate del mantenella y no enmendalla de su obstinado propósito. Son, entiendo, optimistas las autores cuando proponen iniciar un proceso político de cambio del Estado en clave federal y no simpatizan con las tesis secesionistas (p. 414) y no es más realista que acudan a las propuestas de federalización del PSOE (p. 421) que, a mi juicio, son puras instrumentalizaciones. La esperanza es lo último que quedó en la caja de Pandora y ese es el sentido del mito y de nuestra realidad: ahí se quedó.

Alain G. Gagnon, "Nuevos retos para los estados plurinacionales en el siglo XXI. El caso español en contexto" es un trabajo circunstancial a mi juicio que trata de apuntalar la tesis de la salida federal al contumaz laberinto español. De las cuatro posibles opciones que el politólogo franco-canadiense considera  (mantenimiento del statu quo; recentralización; reactualización y ampliación de las autonomías; y secesión) (p. 434) la que goza de sus simpatías es la tercera, revestida de federalismo expuesto con tantas precauciones que más que una forma de organización del Estado parece que esté diseñando un mecanismo de exquisito arbitraje de conflictos (p. 441) lo que quizá debiera hacerle pensar que proponer una estructura federal en donde hay una ausencia radical de cualquier Bundestreue es un ejercicio académico tan vano como melancólico.

En fin: un buen libro que pone en sus términos la encrucijada de España hoy, investigando en sus raíces históricas.

dijous, 14 d’abril del 2016

Aporías jurídicas

Jorge Cagiao y Conde y Gennaro Ferraiuolo (Coords.) (2016) El encaje constitucional del derecho a decidir. Un enfoque polémico. Madrid: La catarata. (270 págs.)

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Un libro muy interesante y muy oportuno. Hace justicia a su subtítulo, pues es polémico y, a pesar de estar escrito por académicos, siempre moderados y bonancibles, tiene garra y nervio. Probablemente porque los autores son jóvenes y, además de su probada competencia profesional, parecen tener una causa por la que luchar, aunque no todos lo hagan desde la misma perspectiva: el derecho a decidir de los catalanes. Quizá les convendría repasar algo más los textos que escriben. No para enfriarlos, por cierto, pero sí para mejorarlos gramaticalmente. En algunos casos, la pasión va en detrimento de la elegancia y el afán clarificador resulta excesivamente repetitivo.

Desde el punto de vista del contenido, hay un punto central y es el decidido propósito de limitar el tratamiento del espinoso asunto a la perspectiva jurídica. Los demás enfoques se tienen muy escasamente en cuenta (aunque asoman a veces la oreja) y hasta son tratados con cierto desdén. Los politólogos no salimos especialmente bien parados. Y es curioso porque, al poner en marcha su prístina intención y no poder llevarla a cabo, algunos participantes contradicen a otros y no solo en aspectos conceptuales sino en la recepción de enfoques complementarios. De esta forma, un libro que comienza con el trabajo de Boix poco menos que excluyendo del horizonte cognitivo a politólogos y políticos (tampoco se invierte mucho tiempo en hacer distingos) termina en el de Bastida haciendo justamente lo contrario, esto es,  sosteniendo que, dadas las circunstancias, los  juristas deben enmudecer porque es es " el momento del político" (p. 268).

Con una pizca de sano humor, el título pudiera ser el encaje de bolillos constitucional del derecho a decidir. En principio, se trata de fundamentar y legitimar este supuesto derecho, del que se reconoce que es nuevo, de difícil precisión conceptual y equivalente, cuando no sinónimo, según algunos de los participantes al derecho de autodeterminación, lo cual contradice esa deseable unidad doctrinal en la que el saber académico suele depositar sus esperanzas. Con todo, la complicada pasamanería no vendría de la citada distinción entre dos derechos que se parecen como dos gotas de agua, sino del empeño, a veces francamente trabajoso, de ahormarlo en el contexto constitucional español .

En el capítulo 1, de Andrés Boix Palop, (La rigidez del marco constitucional español respecto del reparto territorial del poder y el proceso catalán de "desconexión") parte de una reconsideración crítica de la transición ("transaccionada") se ilustra el objeto de forma poco al uso en los textos de dogmática jurídica con una referencia a dos de las más conocidas novelas del recientemente fallecido Rafael Chirbes,  valenciano, como el autor del trabajo. Se trata de Los viejos amigos y La caída de Madrid y se agradece a Boix que haya escogido esta vía literaria e indirecta para trasmitir al lector su criticismo a la transición, si bien, siendo justos con la literatura de Chirbes, no se trata tanto de una visión de la transición como de lo que la traidora vida ha hecho después con quienes la vivieron. En todo caso, el "genio" (diríamos, un poco a lo Chateaubriand) de la transición española viene de la frase "de la ley a la ley", de aquel remedo de príncipe florentino que fue Torcuato Fernández Miranda (p. 14) El modelo que salió fue muy rígido y a mediados de los 70 se condensaron varias líneas de fractura (p. 23). De aquellos polvos, estos lodos.  Procès en fase Beta: reforma estatutaria catalana de 2006 y famosa sentencia del Tribunal Constitucional 31/2010 desmochándola; sentencia que viene a ser como el payaso que recibe las bofetadas de los autores del libro, pretendiendo ser moderada sin serlo (p. 38). La sentencia ciega toda pretensión de innovar y hacer evolucionar nuestro ordenamiento jurídico, que se había logrado mediante una interpretacion flexible y sin que en esto haya gran diferencia entre la izquierda y la derecha (p. 41). Considera Boix con razón esperpéntico que el TC niegue valor jurídico a la idea de Cataluña como nación en el preámbulo cuando su propia jurisprudencia ya rechaza que los preámbulos tengan validez jurídica y queotros artículos anulados sigan en vigor en otros estatutos (p. 43). Es imposible un referéndum pactado. Por tanto, procès 2.0 vía a la consulta no pactada, convertida en proceso participativo ciudadano (p. 49), elecciones plebiscitarias y estado actual de la hoja de ruta para la desconexión (p. 53). Resumen ceñudo del autor: la insólita rigidez constitucional es uno de los incentivos para la ruptura y la independencia (p. 59).

Mercè Corretja Torrens (El fundamento democrático del derecho de los catalanes a decidir), parte de las elecciones de 27 de septiembre de 2015 y juzga que en ellas, los catalanes y catalanas "han podido ejercer su derecho a decidir, de forma pacífica y democrática, y manifestar su apoyo mayoritario a favor de la independencia". (p. 63) Pero, ¿es cierto que han ejercido el derecho a decidir? Sostiene la autora que este derecho, que empezó siendo una mera reivindicación política, "se ha ido configurando como un nuevo derecho democrático a partir de la práctica seguida en otros Estados y de elementos presentes tanto en el derecho constitucional como en el derecho internacional y ha ido adquiriendo unas características propias que lo distinguen frente al derecho de autodeterminación de los pueblos" (p. 65). Será verdad, pero hay que creerla bajo palabra, porque no lo demuestra conceptualmente. Sí lo muestra citando los ejemplos de creación de Estados en Europa en el siglo XX (Islandia, Noruega, Estonia, Letonia, Lituania, Eslovenia, Croacia, Montenegro, etc) que no encajan en el derecho de autodeterminación porque no son excolonias ni pueblos oprimidos (p. 69). Este crítico no tiene inconveniente en ver en ellos la realización del derecho de autodeterminación o, si se quiere, del derecho a decidir. Pero se trata de pruebas empíricas, no teóricas y, por tanto carecen de fuerza de refutación de la aporía jurídica, igual que el hecho de que Diógenes caminara de un extremo al otro de una sala dejaba frío a Zenón de Elea. Lo mismo sucede con el caso de Quebec, muy bien interpretado por Corretja como resultado de la aplicación de tres principios: 1) el federal; 2) el democrático y 3) el constitucional (p. 71). En el Canadá la gente es de espíritu libre. A su vez el derecho a decidir de los catalanes dependería de que se hiciera un interpretación ponderada y evolutiva de los principios constitucionales (p. 73), algo muy en la línea de lo que en otras partes ha defendido Josep María Vilajosana, voluntarioso adalid del derecho a decidir como distinto del de autodeterminación.  Este viene a recogerse en la STC 42/2014 (por la que se anula la Declaración de soberanía y derecho a decidir del pueblo de Cataluña) (p. 74). Otros autores, sin embargo, la contradirán en otros trabajos esgrimiendo otras decisiones posteriores del mismo órgano. Ella lo ve relativamente  fácil, pero no lo es tanto. Cierto, el "demos" son los catalanes y el procedimiento, el art. 92.1 de la CE, pero, ya se sabe, el gobierno, que algo tiene que decir al respecto, está cerrado en banda. Verdad es, para terminar, y muy prometedora sin duda, que el derecho internacional ante un proceso de secesión unilateral (caso de Kosovo) facilita mucho las cosas pues, como dice la Corte Internacional de Justicia, se trata de un asunto fáctico (p. 80). Los puristas del integrismo soberanista verán en esta decisión la sombra del taimado Poncio Pilatos, pero la autora hace bien en señalarla. Puede que sea decisiva para Cataluña en un no lejano futuro.

Laura Carpuccio, (Los modelos de articulación territorial de los poderes públicos. Reconstrucciones (teóricas) y tendencias (concretas) en la jurisprudencia de los jueces constitucionales: el caso del Tribunal Constitucional español) estudia el origen y evolución del concepto de soberanía que entiende como un "concepto difícil de definir, ambiguo y sin duda huidizo" (p. 93). El tribunal constitucional sostiene que la autonomía no es soberanía, cosa archisabida, y que la soberanía popular (nacional, dice la Constitución) se funda para justificar la superioridad de ella misma (p. 99). Reflorecen en el trabajo las ilusiones de la STC 42/2014 (p. 102) y se conectan con la propuesta de la función de los tribunales constitucionales como tribunales in-políticos según la teoría de Gustavo Zagrebelsky, para quien lo "in político" significa tanto la no-política como el interior de la política (p. 105), cuestión que convendría matizar más para no sacar la conclusión de que quizá se trate de algo tan vagaroso como la in-mortalidad del alma.

Gennaro Ferraiuolo, en un encendido y escueto trabajo (Tribunal Constitucional y cuestión nacional catalana. El papel del juez Constitucional español entre la teoría y la práctica), alancea ferozmente el moro muerto de la STC 31/2010 por considerar (como ya hicieron dues vegades los juristas catalanistas de la Revista de Dret Públic) que el alto tribunal: 1º) interviene a lo bestia sobre un texto aprobado con mayorías reforzadas en el Parlamento de Cataluña y aprobado también en referéndum por el pueblo; 2º) sigue un tortuoso y no convincente camino para dictar su sentencia al final; 3º) pierde de vista su condición de "poder constituido" y se erige en "poder constituyente o sobrevenido", es decir, actúa ultra vires; 4º) recurre en exceso y muchas veces forzadamente a la interpretación conforme (p. 117). Nuevo repaso a la STC 42/2014 que, tras considerar la resolución 5/X del parlamento catalán y anular su referencia a la soberanía, hacía un tímido reconocimiento del derecho a decidir (p. 128). Ferraiuolo reproduce el sabio cuanto resignado texto de Rubio Llorente que preside todo el libro para justificar su pretensión que, en el fondo, es la de la mayoría de los autores aquí presentes: el derecho a decidir es "una aspiración política susceptible de ser defendida en el marco de la Constitución" (p. 129) ¡Ah, pero esta puerta de ilusión se cerró enseguida! La STC 31/2015 que anulaba Ley 10/2014 de "consultas populares no referendarias y otras formas de participación ciudadana" y el Decreto del Presidente de la Generalitat 129/2014, ambos impugnados ipso facto por el gobierno, vuelve a negar el derecho a decidir y retorna a la posición intransigente de la STC 103/2008 sobre el llamado "Plan Ibarretxe" (p. 131). Así se llega al nuevo 9-N (p. 132). Ferraiuolo trae su indignación al momento presente  y mira torvamente la Ley orgánica 15/2015 que reforma las facultades del TC con aviesas intenciones (p. 139).

Jorge Cagiao y Conde (¿Es posible un referéndum de independencia en el actual ordenamiento juridico español? El derecho explicado en la prensa) hace una aportación muy brillante al debate y de amplio vuelo.  Basándose en Kelsen distingue entre interpretación científica del derecho, que corresponde a los constitucionalistas y la "auténtica", que corresponde a lo jueces. Habrá que ver qué sucede si discrepan. Sin mencionarlo más que de pasada entra en el fascinante asunto de la crítica de la ideología y, más allá de este, se asoma a un ejemplo práctico de la pragmática de la comunicación dialógica que haría las delicias de Habermas. La mayoría de los constitucionalistas españoles considera inconstitucional la posibilidad de un referéndum de independencia en Cataluña por varias razones. Dicen que la Constitución y los estatutos no prevén un referéndum pactado (aunque sí la hay en los arts. 92 y 149.1.32 que admiten un referéndum consultivo (p. 157)). Coincide aquella mayoría con la STC 103/2008 fulminando la Ley Vasca 9/2008 ya referida como "Plan Ibarretxe", que concentra la competencia referendaria exclusivamente en el Estado y deja fuera a los legisladores autonómicos (p. 159). Para Cagiao el enfoque de los constitucionalistas es más ideológico que político (p. 161). No le falta razón. Lo que sucede es que, en el fondo, y dado su planteamiento originario, al suyo le pasa lo mismo. A su juicio se puede defender un referéndum pactado. Así lo intentó la Ley catalana 10/2014 de Consultas no referendarias, distinta de la vasca (p. 165). La STC que la anuló podía haber encontrado otros argumentos. Entiende que cabe defender la constitucionalidad de un referéndum consultivo o de una consulta no referendaria  con buenos argumentos jurídicos (p. 174). Cita algunos:  la presunción de constitucionalidad (p. 177); su carencia de efectos jurídicos por ser consultivos; la preservación por ello mismo de la titularidad de la soberanía en el pueblo español (p. 178); la posibilidad de una reforma de la constitución para admitir el referéndum (p. 179). Todo muy justo y este crítico lo suscribe. Pero opinable e interpretable y, si acepto que los requisitos de la comunicación habermasiana de normatividad y de validez frente a facticidad se cumplen con la interpretación auténtica del Tribunal, me queda poco que decir. Puedo consolarme, como hace Cagiao, sosteniendo que esa interpretación no resta fuerza a mi razonamiento (p. 181), pero hay poca diferencia entre esta actitud y la del autor de un voto particular. Es lo que podría llamarse la conversión del derecho a decidir en "derecho a discrepar".

Lucía Payero López (¿Por qué Cataluña no puede autodeterminarse? Las razones del Estado español) se mueve en un territorio más abiertamente político e, incluso, de comunicación política. Gran parte de lo que argumenta podría encajarla en las teorías cognitivas del encuadre (o frame theories) y quedaría bastante bien caracterizada. Los fundamentos teóricos de la estrategia del "No" residen en una concepción unitaria de la nación española del art. 2 con una concepción muy estricta jurídico-política de "nación" (p. 189). Pues sí, es cierto. Absurdamente monolítica. Payero afirma a continuación con cierta solución de continuidad que algunos autores distinguen el derecho a decidir como un derecho individual y el de autodeterminación que es colectivo (p. 191), pero se trata de una pura digresión. Repasa de nuevo el discurso político de la estrategia del "No", basada en la primacía de la ley (p. 194) y la argucia retórica de identificar democracia y Constitución como está, sin tocarla y sin que quien la propugna, esto es, básicamente Rajoy y la derecha española, haga referencia a la posibilidad de entenderla de otra manera (p. 200). Estaría bueno. No va el neofranquismo que se ha encontrado una Constitución como un deus ex machina militar, a ponerla en peligro con ilusiones hermenéuticas. La reforma constitucional es imposible (p. 203). Si alguien tiene dudas, que recuerde que esta "gran nación" descansa sobre una gloriosa historia centenaria en común como pináculo de otros valores suprapositivos (p. 211).

Xacobe Bastida Freixedo (El derecho de autodeterminación como derecho moral: una apología de la libertad y del deber político) elabora un texto brillante y feliz, elegante, culto y, en cierto modo, gótico. Se apoya en Weber (político y científico) para distinguir dos enfoques, el del político y el del jurista (p. 219). Por eso decíamos al principio que el libro terminaba como empezaba, pero, en cierto modo, upside down. Según Bastida, la vía del jurista (ese ser que solo emerge donde hay una norma previa) consiste en que la cuestión nacional no se cuestiona. Pero hete aquí que la construcción nacional española "es la historia de un fracaso" y por eso surgen hoy las reclamaciones del derecho a decidir o derecho de autodeterminación (p. 226). El autor, por cierto, no los distingue, pero eso es, a estas alturas, poco relevante. Frente a ello, la vía del político, el que se lanza in media res y luego busca una norma para legitimar sus barrabasadas sí cuestiona la cuestión nacional (p. 233). El derecho a decidir que reclama el Parlamento catalán puede encontrar acomodo por la vía de la interpretación (p. 241). No estoy muy seguro de que la conclusión provisional de que "un derecho a decidir si otro puede puede disfrutar de la autodeterminación ridiculizaría el concepto" (p. 244) . Es brillante, pero, lo siento, no absurdo jurídicamente. Él mismo invoca a Sir Ivor Jennings y no se ve qué haya en contra de que todo el pueblo decida cual es la parte del pueblo que puede decidir. Concluye Bastida, y coincido, en que el derecho de autodeterminación puede justificarse en el terreno moral apelando al respeto a la libertad individual (p. 255). Todo el universo kantiano aplaude. Pero si este enfoque fracasa, habrá que dar paso a la vía de hecho, al reconocimiento del hecho revolucionario (p. 261). "Es el momento del político" (p. 268). Q.E.D.

dimarts, 5 d’abril del 2016

Con las filas. No desde las filas

David Fernández/Julià de Jòdar (2016) CUP. Viaje a las raíces y razones de las Candidaturas de Unidad Popular. Madrid: Capitán Swing.
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Este libro, como algunas partituras para piano, es a cuatro manos, a veces a seis, a ocho y tiene partes corales en las entrevistas. Así que, aunque los autores principales sean los dos de la portada, es una visión bastante representativa de su tema porque en él hay un montón de gent donant la seva. En conjunto viene a ser una especie de guía de viaje por el territorio de la protesta y la radicalidad, una suerte de Baedeker de un movimiento típico de grass-roots, muy pegado a la vida cotidiana de la gente , asambleario, de raíces anarquistas, no jerárquico y que hubiera hecho las delicias de J. J. Rousseau entre los muertos, y refleja la envidia de muchos otros en el Estado español que les gustaría haber puesto en pie algo semejante. Un libro sobre un objeto de estudio que es en parte el sujeto que lo escribe. 
El sempiterno debate sobre el anarquismo y el radicalismo político de base es el de su viabilidad o factibilidad. Recuerda mucho un famoso ensayo de Kant titulado "acerca del dicho frecuente 'eso está muy bien en la teoría pero no funciona en la práctica'". Es una experiencia que todos hemos tenido, que contribuye decisivamente a configurar nuestra idea del mundo, sobre todo cuando nos las damos precisamente de eso, de "gente de mundo", y probablemente acompañará a la humanidad hasta el fin de los tiempos porque hasta el fin de los tiempos habrá gente que no esté de acuerdo con el modo en que la mayoría hace las cosas y proponga hacerlas de otra manera, gente a la que, a veces, según la época que le haya tocado vivir y otras circunstancias, quizá se le ofrezca la oportunidad de poner en práctica sus ideas o quizá algo aun más innovador. Lo primero, la posibilidad de llevar a cabo lo que propugnas no es tan estrafalario ni insólito como parece a primera vista. Basta con reunir ciertas condiciones objetivas y subjetivas: instituciones flexibles, voluntad de cambiar la realidad y claridad de ideas para saber hacia dónde. En la Inglaterra del siglo XVII, los diggers pusieron en marcha experimentos de comunas igualitarias; en el siglo XVIII, muchos inconformistas, mormones y cuáqueros establecieron colonias en el Nuevo Mundo; en el XIX hubo falansterios, diferentes formas de cooperativas, organizaciones icarianas, comunidades saintsimonistas, talleres nacionales al socaire de la revolución de 1848 y hasta un primer bosquejo de gobierno de obreros en la Comuna de París de 1871. Otra cosa, por supuesto, es la duración o perdurabilidad de estas innovaciones. Se trata igualmente de una experiencia que admite muy diferentes ejemplos. La perdurabilidad en sí  misma es escasa, pero otra cosa es la huella que dejan en el devenir de las sociedades, tanto en el orden especulativo como en el facticio.
Labor interminable fuera hacer una enumeración de los ejemplos de movimientos ácratas, asamblearios, consejistas, de los experimentos en colonias educativas antiautoritarias, de comunas y formas espontáneas de organización de todo tipo en los ámbitos de distritos, municipales, urbanos, laborales, etc en Europa y América en los años treinta del siglo XX. Luego del paréntesis de los totalitarismos, la guerra y la guerra fría, los años sesenta presenciaron un resurgimiento de las formas revolucionarias, populares de organización que entroncaban con tradiciones del movimiento obrero, con las vanguardias artísticas (el dadaísmo y el surrealismo, que fueron  decisivos en el situacionismo y el 68) y con nuevas formas de organización fabril y productiva de tipo cooperativo, autogestionario, etc. Los sesenta y los setenta fueron años de experimentación de formas nuevas de organización, comunas y otras vías alternativas de organizar la vida cotidiana.
El deseo de la gente de liberarse de las relaciones autoritarias y/o explotación, de controlar sus propios destinos, de compartir la existencia y democratizarla, tomando decisiones directamente sobre las cuestiones que afectan a la vida cotidiana revive en todas las épocas y ciurcunstancias probablemente porque es consubstancial al propio ser humano.

Las CUP son una manifestación de esa corriente que atraviesa todas las formas de organización social, las culturas y los modos de producción. Un intento de organizar la política primeramente en el orden municipal con criterios de democracia directa, participativa y asamblearia para trasladarlos luego al nivel del mesogobierno

Un primer capítulo, a cargo de Gabriel de Jòdar, Raíces: hurgando en la historia ya nos pone en antecedentes acerca de cómo las CUP son en el fondo una especie de precipitado en el que coinciden numerosas experiencias organizativas de todo tipo en el ámbito local con dos elementos esenciales de carácter municipalista radical:  el asamblearismo y el independentismo. En él se trata la transición como una "renuncia" y se repasan los precedentes de las luchas municipalistas, caldo de cultivo de esta iniciativa, el movimiento independentista en los 80 y el nacimiento de las CUP a partir del Moviment de Defensa de la Terra. Elecciones municipales de 1987 y primer mandato de la CUP a la sombra de la designación de Barcelona para sede de los JJOO 1992 con los movimientos especulativos urbanos. Ayudó mucho la crisis de la izquierda independentista y la renovación de ERC, dispuesta a explorar la "vía parlamentaria a la independencia" de Ángel Colom y Josep-Lluís Carod-Rovira (p. 61). Posteriormente y a raíz de las elecciones municipales de 1991 y la liquidación del "independentismo de combate" (1991-1992) se da la operación Baltasar Garzón de detención de cantidad de independentistas catalanes. Importancia también tuvo el ingreso de Catalunya Lliure y Terra Lliure (próximas al Front Patriotic) en ERC (p. 64). El relanzamiento y expansión de las CUP (1999-2011). "Trabajo riguroso y paciencia: -dice el autor- una CUP no es un colectivo de espontáneos ni un Ayuntamiento ni un Casal Independentista o un Ateneo" (p 72). Crecimiento entre 2003 y 2007 que culminó con la Asamblea Nacional Extraordinaria de en abril de 2005. El estallido de 2011 y las consultas independentistas Arenys de Munt (2009). Asamblea nacional de Reus (2012). Suma y sigue.

Los autores se esfuerzan por exponer la esencia misma de la CUP como una realidad in fieri. Hay en su prosa, sobresaltada y con acelerones, una especie de alegría y fascinación por saber que se está poniendo en pie algo nuevo, que promete y no surge de ningún modelo, patrón o blueprint propio. El momento decisivo o pistoletazo de salida es el resultado de las elecciones municipales de 22M de 2012. Ahí está el giro y lo que, con algo de entusiasmo y de exageración, sostienen los autores, permite dar respuesta a los recortes de 2011, la crisis y el directorio europeo Merkel-Sarkozy (p. 90)

Cartografía/s: la CUP sobre el mapa municipal. El voto municipal de la CUP el 22-M se concentraba en la región metropolitana de Barcelona (p. 103). Comarca a comarca, paso a paso y convertida entre 4ª y 6ª fuerza (p. 104) y con esto ya se puede hablar de hacer hervir la olla: cuando la práctica libera. La CUP surge del agotamiento del proyecto socialdemócrata (p. 135) y la derrota de las izquierdas oficiales (p. 136). Puede entenderse como un campo próximo a los "nuevos movimientos sociales que por entonces eran objeto de estudio por Claus Offe e Inmanuel Wallerstein.
Fascinados con la originalidad de lo que está poniéndose en marcha, los autores envían una encuesta a todos los concejales de la CUP elegidos el 12 de mayo de 2012. Responden 63 de 101 y, aunque las respuestas masculinas triplican a las femeninas, ello nos permite considerar que el  universo: de las CUP son jóvenes, formación elevada, de izquierda, independentistas y redes sociales. O sea, "catalanes de izquierda heterodoxa" (p. 185). Para afirmar esta primera impresión, los autores añaden veinte entrevistas en profundidad a veinte cupaires señalados que se encuentran en http://blocs.mesvilaweb.cat/copdecup (p.191).
En un afán casi perfeccionista por dibujar la esencia de la CUP con pelos y señales, entre abril, mayo y junio de 2012 los autores enviaron un cuestionario a personalidades de los Països catalans con 7 preguntas. Las respuestas que vienen a ser como las de el conjunto de la sociedad civil catalana en toda su abigarrado pronunciamiento. En esencia, la bateria de preguntas y sus respuestas demuestran lo que ya sabemos, que la CUP tiene muy buena prensa en Cataluña por su carácter genuino, auténtico, representativo y eficaz a la hora de la acción representativa y con una notable fibra moral. En la CUP no hay corrupción. (pp. 195-320).
Cierra el resumen de la obra las conclusiones de la mesa redonda del 13 de enero de 2012 en CIEMEN, con Anna Maria Gabriel, Marc Sallas, Joan Teran, Blanca Serra, Eva Serra, Ricard Vilaregut, Julià de Jòdar y David Fernández: diversos aspectos sobre que la CUP no tiene un discurso sobre el poder o está confusa ante el frente institucional (p. 333)
El libro se publicó originariamente en catalán en 2012 y se traduce ahora al castellano. Viene acompañado de un epílogo con una pregunta de ahora, 2016: ¿qué izquierda para el siglo XXI en el sur de Europa? (p. 356) y nos pone finalmente sobre la pista de cuál sea la intención de esta guía. Es un repaso al origen, desarrollo y situación actual de un movimiento participativo, de democracia directa, asambleario, que comenzó en el orden de la representación municipal y que en la actualidad ha posibilitado la formación de un gobierno en Cataluña cuyo mandato e inequívoco: conseguir la independencia de España, tomar su destino en sus propias manos.

dimarts, 29 de març del 2016

Hamelin está en la otra dirección

Javier López (2015) Más allá de Podemos. Veinte cartas de un inconformista frente a los cantos de sirena del populismo Sekotia: Madrid.
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El mejor modo de resistir la tentación de escribir un libro sobre Podemos es leer los que escriben los demás. Que son muchos, voto a tal. No sé si habrá algún otro fenómeno social comparable que haya hecho correr más tinta o acumular más bits. Quien más, quien menos se ha sentido obligado a dar su opinión sobre la formación morada y con un porcentaje amplísimo de visiones críticas y/o negativas. Dado, además, el eclecticismo que se adjudica a sus promotores en cuanto a su querencia por la izquierda o la derecha, los ataques les vienen por la derecha o la izquierda con admirable simetría. He leído repasos más o menos duros desde enfoques anarquistas, espontaneístas, marxistas, comunistas, socialistas, liberales (genuinos), liberales (de pacotilla neo) y conservadores. Me faltaba leer uno también conservador desde una perspectiva próxima al falangismo y este es un buen ejemplo, por cierto escrito en el acrisolado estilo epistolar. 

Resulta curioso porque el ensayo de Javier López parte de dos juicios negativos de Podemos que no sé si dicen tanto sobre el fenómeno en análisis como sobre el analista. Sostiene este ya desde el comienzo que Podemos es una pseudorrevolución propia de una "izquierda fascistizada" (p. 23). Cuando se dice de alguien que es "pseudo"algo viene a decirse que el algo (en este caso la revolución) es bueno y que lo malo es que sea "pseudo", o sea, falsificado. La calificación de "izquierda fascistizada" se entiende, pero más bien intuitivamente. Ignoro qué relación guarde el sintagma con la idea poulantziana de la "fascistización" del capitalismo tardío, pero alguna tendrá.

Desde una perspectiva conservadora inclusiva que parece admitir postulados tradicionales con criterios innovadores, cierto nacionalcatoliocismo con un neoliberalismo al uso, Javier López señala lo que a su juicio son las insuficiencias de Podemos y, al paso, contrapone sus propuestas.

La democracia podemista es insuficiente y, si hay que regenerar esta  "monarquía republicana, sin pompa ni corte y especialmente amable con el socialismo emergente" (p. 32), lo oportuno es reformar el sistema electoral e implantar la circunscripción uninominal (p. 43), lo cual saneará el sistema político a base de debilitar a los partidos políticos que deben quedar reducidos a meros instrumentos del "sentir popular, nada más" (p. 45). Simpatizo poco con la idea de achicar y/o reprimir y/o suprimir los partidos políticos. Detrás suele haber un intento de menoscabar la democracia que, lo siento, pero sin partidos políticos no existe. Ignoro de donde saca el autor la idea de que la circunscripción uninominal rompe la disciplina de voto (p. 44). En unos casos (EEUU), sí; en otros (Gran Bretaña), no. Igualmente, la idea de incluir en el Congreso a los representantes de las regiones, que ahora están en el Senado (p. 46) resulta sorprendente porque ya están (eso son las minorías nacionalistas catalana, vasca, valencian, gallega, canaria) y porque, además, en principio, no debieran estar según la teoría ya que el Congreso es una cámara de representación personal frente al Senado que lo es territorial.

En el ámbito económico, López parece propugnar un sindicalismo "genuino" (p. 56) que suena a falangismo y por tanto algo todavía más visto y manoseado que las tendencias que atribuye a Podemos. Por si hubiera alguna duda, acude al bueno de Salvador de Madariaga para hacer aceptable una sociedad ordenada de forma "orgánica" (p. 62). Madariaga traía su liberalismo de la tradición inglesa, en donde estas bromas no levantan suspicacias. Por estos pagos, cuando alguien habla de la concepción "orgánica" de la sociedad es imposible no recordar la democracia orgánica del Caudillo. A propósito de este, López -que cuestiona el paralelismo capitalismo = derechas y anticapitalismo = izquierdas, con el fin obvio de dar una colleja a Podemos- incurre en ese curioso calembour, al que tan aficionados son los discípulos de Pedro Schwarzt (por ejemplo, Esperanza Aguirre) de acusar a Franco de socialista porque diz que era muy intervencionista (p. 69). En fin...

En un terreno filosófico, López consigue relacionar el personalismo de un anarquista singular como Heleno Saña con el pensamiento de  Primo de Rivera (p. 85). Desde luego la Falange y el anarcosindicalismo compartieron algo más que los colores de la bandera, pero no sé si tanto. Se entiende su crítica al psedurrevolucionarismo de Podemos al contraponer el valor de la persona a las proclamas a favor del consumismo, pues la mortadela no es revolucionaria, lo cual tiene gracia. Pero enseguida se vuelve a lo trascendental y se aplaude a un izquierdista como Correa, de Ecuador (p. 91) y otros caudillos latinamericanos por su brava defensa de la vida frente al aborto.  Lo que no sé es si interpreta correctamente a los de Podemos que, en este espinoso asunto, son más escurridizos que de costumbre, como sabe todo el que escuchó decir a Carolina Bescansa que el aborto "no es una prioridad en nuestra sociedad". Este crítico, que es un correoso feminista, sí cree que es una prioridad absoluta porque están en juego los derechos de las mujeres.

Aunque Podemos no lo sepa, entiendo que señala López, querer a España también es de izquierdas (p. 101). En esto el autor se da la mano con mi amigo Miguel Candelas, autor de un  apreciable libro con el provocador título de Cómo gritar ¡viva España! desde la izquierda. No tengo opinión definida sobre este asunto. En mi ya larga experiencia he escuchado a tanto sinvergüenza vendepatrias gritar ¡viva España! mientras la humilla que me tomo la sugerencia a beneficio de inventario.

López cree que hay un más allá de Podemos. Yo también. Estos muchachos le parecen muy intervencionistas (p. 116). No sé si tanto como Franco. A mí me parecen la ambigüedad personificada. Para él la "izquierda fascistizada" es un híbrido entre el fascismo y el comunismo (p. 120) y hasta una "socialdemocracia fascistizada" (p. 132). Regreso al comienzo. No estoy muy seguro de si ese "fascistizado" tiene que ver con la "fascistización" que los poulantzianos creían descubrir en nuestro tiempo. Supongo que algo habría ayudado a esclarecer el concepto un análisis del populismo del que se habla en la portada del libro. 

La pena es que solo aparece en la portada.

dilluns, 7 de març del 2016

La teoría política de hoy

Gary S. Schaal y Felix Heindereich (2009) Einführung in die Politischen Theorien der Moderne Colonia, Weimar, Viena: Barbara Budrich UTB (323 págs.)
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Es el último libro que he traducido y que estará en la calle dentro de unos meses con el título Introducción a las teorías políticas de la modernidad. Los autores son dos profesores alemanes, uno de ellos, Schaal, profesor en la Universidad Helmut Schmidt, la Universidad del ejército, en Hamburgo, y el otro, Heidenreich, en la universidad de Stuttgart. Es un texto sistemático, ordenado, muy pedagógico y todo lo exhaustivo que se puede ser en este proceloso campo de la teoría y la filosofía políticas. Nos servirá de manual el año que viene en la Universidad.

Los autores sientan el principio de que la modernidad es el origen de la teoría política contemporánea y entienden que esta se caracteriza por unos rasgos decisivos, aunque de distinto alcance: la Reforma, el conflicto entre el poder espiritual y el secular (en contraposición a la idea del Ordo medieval), los descubrimientos geográficos, el poder subversivo de las utopías, las nuevas estructuras económicas y el ascenso de la burguesía, el humanismo, el racionalismo y el escepticismo metodológico. De todo ello surge una teoría política que, a diferencia de la dominante en la Edad Media, se plantea nuevas estrategias de legitimación del poder, una concepción  distinta de este en la dialéctica entre el individuo y la colectividad, el origen de la Ilustración como autoconciencia del ser humano, con un espíritu del tiempo orientado a la emancipación aquí y ahora. No hace falta que señale, pues ya lo he hecho en alguna obra mía anterior, que la circunstancia de que España tomara posición contra la Reforma y fuera la abanderada de la Contrarreforma, selló nuestro destino como país extraño a Europa, al margen de su desarrollo espiritual. Situación que se agravó y se convirtió ya en irremediable cuando también se opuso al siglo de las luces, la Revolución francesa y los derechos humanos, pues siguió siendo adalid del oscurantismo católico hasta el día de hoy. El regreso a Europa que se inició con las generaciones del 98 y del 27 quedó sangrientamente truncado con la guerra civil y la dictadura genocida posterior; el regreso que se reinició mal que bien con la Transición, muy probablemente esté frustrándose otra vez. Es el destino. 

Lo anterior es una digresión que me permito como crítico. El libro no trata de España ni de autores españoles, como casi todos los libros que se publican en Europa y América hace ya unos doscientos años. Nos guste o no, llevamos una temporada fuera del mainstream del pensamiento contemporáneo mundial.

Los autores hacen cuatro grandes grupos de teorías políticas. De dos de ellos afirman que se trata de paradigmas, en concreto el paradigma liberal y el republicano-comunitarista. Añaden otros dos grupos que llegan hasta nuestros días y no se dejan clasificar en los paradigmas: las teorías deliberativas y las postmodernas. Aunque el tratamiento de escuelas y autores es muy minucioso, muy germánicamente minucioso, es siempre muy claro y, lo más importante, vinculan todas las teorías a los contextos histórico-políticos en que se han dado y nos ayudan a entender su eficacia e impacto.

Los dos grupos paradigmáticos se abren con un examen de sus respectivos autores clásicos. Para el liberalismo, Hobbes, Locke y Kant. Para el republicanismo/comunitarismo, Rousseau, Marx y Arendt. El primer trío puede parecer un poco extraño, sobre todo por la presencia de Kant, pero no lo es tanto si se ve que lo que de él se analiza es la crítica de la razón práctica y sus ideas sobre la paz perpetua. Igualmente en el otro trío, el vínculo entre Rousseau y Marx, que no suele subrayarse, tiene aquí oportuna relevancia y la presencia de Arendt, una alemana nacionalizada estadounidense, se explica por su concepción de la vida en la esfera pública como participación, frente a los elementos totalitarios.

El bloque liberal tiene un extraordinario tratamiento de las dos principales obras de John Rawls (Teoría de la justicia y Liberalismo político), que fue el gran centro de referencia mundial de la teoría política en el último tercio del siglo XX y en buena medida sigue siéndolo. Aquel exitazo de vincular el ideario liberal con el programa socialdemócrata que casi parece una síntesis del Zeitgeist finisecular, ha sufrido desde entonces fuertes andanadas desde las baterías neoliberales, pero la nave, aunque muy dañada, sigue navegando, en espera de que alguien restaure los elementos de una justicia distributiva y redistributiva que vuelva a ser hegemónica; en definitiva, de alguien que restablezca el discurso político a partir de una nueva concepción del contrato social en unas condiciones de contexto muy cambiadas.

Los capítulos sobre los libertarianos y los teóricos de la elección racional esclarecen los tiempos que vivimos bastante mejor que los pastiches propagandísticos de los poderosos think tanks en los que medran sus epígonos.

En el territorio republicano/comunitarista es muy de agradecer que los autores no se queden en la consideración de aquellos teóricos que agotan sus energías en una crítica razonable, sí, pero inane, al estilo de Pateman y Bachrach. Su exposición de las aportaciones de Benjamin Barber (un estadounidense poco conocido en Europa) y Michael Walzer, son muy de agradecer. La propuesta de Barber de instaurar una "democracia fuerte" a base de posibilidad de participación y debate universales es de sumo interés, como lo es la de Walzer de configurar una teoría de la justicia vinculada a las peculiaridades culturales de cada civilización. Un territorio sumamente peligroso en el que sin embargo es preciso entrar si queremos que la cosmópolis multicultural en la que estamos embarcados tenga algún sentido.

Los dos grupos últimos de teorías son muy desiguales. El de las teorías deliberativas está casi en su totalidad dedicado a la exposición de la de la acción comunicativa de Habermas. Es lógico: es alemán y es el imperator de la teoría política y social contemporánea. Su importancia como padre de la Patria alemana (unser Kritik) es indudable, pero también lo es su enorme influjo en muy diversos ámbitos académicos en todo el mundo. Se echa en falta, sin embargo, una contrastación de la teoría de la democracia dialógica con su hincapié en la comunicación y el enorme desarrollo que, desde la implantación de internet, está teniendo todo lo relativo a la comunicación humana.

El último grupo, dedicado a las teorías postmodernas es una especie de cajón de sastre en el que, desde luego, por derecho propio, entran todas las formulaciones que se han hecho después de los enunciados iniciáticos del padre de la criatura, Jean-François Lyotard. Encuentro especialmente brillantes  los capítulos dedicados a Foucault y a Luhmann. De Foucault porque profundiza en la vinculación con Nietzsche y reflexiona acertadamente sobre su visión sobre la Ilustración y de Luhmann porque por fin unos autores más inclinados a la vertiente crítica, hacen justicia a un pensador realmente brillante, capaz de rescatar la teoría general de sistemas de las simplezas pragmáticas y darle un contenido explicativo y predictivo en la época de la cibernética avanzada y la inteligencia artificial. 

Traducir la obra ha sido una interesante experiencia. Espero que también lo sea su lectura.

(En el momento de publicarse la obra, en septiembre siguiente, publiqué una segunda crítica que en complementa esta: Teorías y conflictos). 

divendres, 26 de febrer del 2016

Hacerse visible es peligroso

Judith Butler (2015) Notes Toward a Performative Theory of Assembly Londres: Harvard University Press. (248 págs.)
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Un libro nuevo de Judith Butler se agradece siempre porque siempre trae juicios interesantes, puntos de vista originales, visiones personales que se integran en la tradición del mejor pensamiento crítico. De señalar es que no solo se integran en ella, sino que en buena medida, la cuestionan, la subvierten y, por tanto, la fortalecen. Porque ese es un privilegio del pensamiento avanzado, progresista, no conservador: que vive negándose. Butler se inserta en la línea del feminismo, pero no es feminista en un sentido habitual. Al contrario, expresamente lo niega porque cuestiona algunos de los postulados feministas clásicos. Y también se inserta en la tradición del pensamiento radical, revolucionario, aunque al mismo tiempo lo contraría por su casi total ausencia de dogmatismo y referencias conceptuales de escuelas, de esas que lo esquilman todo, como plagas de langostas.

Este libro es una recopilación de trabajos con un tema común: las nuevas formas de manifestación y movilización, las asambleas espontáneas y las ocupaciones de los espacios públicos en los casos de ls movimientos de los indignados, por ejemplo y sus consecuencias. Sigue habiendo en sus consideraciones puntos de vista de su feminismo postfeminista (por decirlo así), que se había desarrollado en algunas de sus obras anteriores, especialmente la esencial distinción entre "sexo" y "género" (en El género en disputa) y las consideraciones sobre el sentido actual de la condición humana y las situaciones de precariedad y vulnerabilidad de los espacios acotados por la biopolítica de los señores de la guerra actuales (en Marcos de guerra) . Ahora da un paso más: la vida de precariedad que llevamos no se debe a nuestra frágil condición sino a los fallos y desigualdades de las instituciones socioeconómicas y políticas, puesto que las cuestiones económicas vienen siempre acompañadas de otras éticas (p. 23).

En "Política de género y el derecho de aparecer" (o sea de ser visible y de manifestarme), se parte de la idea de que la precariedad es hoy una condición casi universal, pero adquiere un carácter más agudo en relación con el género porque, quienes no viven su género de forma socialmente aceptada, están sujetos a persecución. (p. 34). Obsérvese que ya no se trata de la sola visión femenina tradicional, sino que se apunta también a todos los fenómenos "trans", incluso, a los casos asexuados. En Marcos de guerra sostenía que, aunque ella no fuera a la guerra ni muriera en ella, el hecho de que los otros lo hagan viene a ser algo parecido porque algo de su vida se destruye cuando se destruyen las de los demás (p. 43). Este tema, al que podríamos llamar ética trascendental en un sentido inmediato, no kantiano, reaparece en los otros trabajos de este libro y su importancia para la orientación moral del pensamiento crítico contemporáneo es difícil de exagerar.  Crítica la división que hace Hannah Arendt entre la esfera privada y la pública y exige que estemos en situación de optar todos por la esfera pública, y hablando de los desposeídos recuerda de nuevo a Arendt en "The Decline of the Nation-State and the End of the Rights of Man", reclamando el derecho de los apátridas a tener derechos (pp. 48-49) El derecho a aparecer en el espacio público debe afectar también y sobre todo a los transexuales y, aquí, Butler rinde tributo al avance que mostró en su día el gobierno español de Rodríguez Zapatero en el reconocimiento de estos derechos (p. 54) y que contrasta agudamente, añadimos nosotros, con el siniestro secuestro del ámbito público organizado por la derecha franquista gobernante desde 2011, así como las actividades de apropiación cuasifascista de los espacios públicos por la policía a las órdenes de la actual presidenta de la Comunidad de Madrid, por entonces delegada del gobierno, es decir, en lo esencial, la encargada de reprimir el ejercicio público las libertades. Hacer que la cuestión del género y su manifestación sea cosa de la policía es algo criminal en sí mismo en lo que el criminal es la propia policía. (p. 56) y, por supuesto, el derecho a la sexualidad como cada cual quiera es performativo (p. 57)

En "Cuerpos en alianza y la política de la calle", parte del supuesto, reelaborado a partir de la obra de Gilles Deleuze, de que cada uno de nosotros es una alianza, un conjunto, un "ensamblaje" y queremos acceso al espacio público como ámbito de manifestación que está muy disputado (p. 71). El estudio se refiere ahora no ya a los manifestantes en la vía pública sino a otro fenómeno que está conmoviendo los cimientos de nuestra satisfecha autoconciencia europea y occidental, esto es, los refugiados. La condición de estos pareciera ajustarse a la definición que Agamben destila de biopolítica de Foucault, es decir, los refugiados aparecen reducidos a la "nuda vida". Las ocupaciones de los espacios públicos por estos vienen a ser manifestaciones contra el capitalismo y el neoliberalismo, con ayuda de los medios, que ya no son informantes, sino parte de la noticia misma que reflejan (p. 91).  Es obvio y, aunque Butler no lo mencione en su obra, basta con pensar en los asesinatos de periodistas en muchas partes del mundo, de forma que la profesión de los medios es hoy una de riesgo dentro de un conflicto entre la democracia y la opresión, que toma nuevas formas. Y en donde los periodistas no son asesinados, son perseguidos, multados y apaleados, como en España por una policía empleada como la guardia pretoriana de la oligarquía reaccionaria gobernante.

En "Vida precaria y la ética de la cohabitación", Butler desarrolla de forma muy convincente la idea que señalábamos más arriba de nuestra preocupación de carácter trascendental. Partiendo de la afirmación de Hannah Arendt (a la que, por otro lado critica reiteradamente por su muy insatisfactoria distinción entre la esfera privada y la pública, reservando esta a los hombres) de que estamos condenados a cohabitar, o sea, convivir con quienes no hemos escogido, tira de Lévinas y su concepción del "otro", a partir de la cual se afirma mi obligación moral no solamente frente a quienes forman mi comunidad, sino también a quienes se encuentran fuera de ella. No hace falta señalar que la relación entre esta elaboración y la realidad cotidiana de Israel es fuente de contradicción latente y manifiesta. Para Lévinas nuestro deber de preservar la vida de los demás es dominante. De Arendt destila Butler la misma convicción, aunque en un sentido, por así decirlo, más público y cosmopolita en la medida en que, como dice la filósofa estadounidense, todo lo que pasa "allí", pasa "aquí" (p. 122).

En "Vulnerabilidad del cuerpo y la política de coaliciones", la autora supera los Marcos de guerra. Reconocemos la vulnerabilidad de los cuerpos que, ciertamente, ya no se limita a los de las mujeres sino a los de todas las personas. Queremos un espacio público libre de amenazas y reconocemos la cuestión de la vulnerabilidad, que caracterizó el primer feminismo. Ahora pretendemos establecer coaliciones como búsqueda de seguridad, para que no nos maten (p. 151)
 
En "'Nosotros el Pueblo'- Ideas sobre la libertad de reunión", Butler actúa más en los cánones de la teoría y la filosofía política clásicas con uno de los temas eternos: el alcance de la libertad de reunión. Butler lo deja claro desde el principio: esta libertad no depende de que sea protegida por los gobiernos, sino de que lo esté frente a ellos, que son la verdadera amenaza al derecho de reunión, asamblea y, en último término, la libertad de expresión. Volviendo a título de ejemplo a la política de represión de las libertades aplicada por la delegada del gobierno en Madrid, Cristina Cifuentes, la finalidad de las privatizaciones por un lado y los asaltos de todo tipo de la policía a la libertad de reunión es arrebatarnos el ámbito público. Un recuerdo a la forma en que la señora Cifuentes utilizaba a la policía como matones y agresores para hostigar a la gente en uso de su derecho de manifestación y para negar ese derecho, revela claramente el talante fascista de la derecha franquista y de la neoliberal que en esto vienen a ser lo mismo. El mercado y la prisión colaboran para reducir y eliminar el ámbito público (p. 174). Todo esto viene a propósito de uno de esos análisis y estudios más complicados. Somos "nosotros", somos el pueblo quienes tenemos derecho a ocupar el ámbito público porque es nuestro, el de la soberanía popular. ¿Queda alguna duda de que, quienes coartan la libertad popular en la vía pública son derechistas más furiosos que Orlando? ¿Quién es el pueblo? Tema tratado por Derrida, Bonnie Honig, Balibar, Laclau y Jacques Rancière: todos aceptan que cualquier designación del "pueblo" tiene un límite en términos de inclusión y exclusión (p. 164) que es una forma innecesariamente oscura, en mi opinión de referirse a lo que la teoría política define con ejemplar claridad: antes de que el pueblo decida, hay que decidir quién sea el pueblo. Sin duda, pero eso es mucho menos difícil de lo que pueda parecer a primera vista.  El conjunto de cuerpos en opinión de Butler, cuando se manifiesta y como se manifieste, es un acto performativo: la soberanía popular es un acto performativo. Y, por supuesto, siempre que la gente quiere ir al ámbito público corre el peligro de que la hostiguen y repriman (p. 185), como hizo sistemáticamente la señora Cifuentes en Madrid en manifestación de su patente franquismo. En todo caso es de recordar que el ámbito público es un derecho colectivo (no individual) y debe defenderse mediante la resistencia no violenta que también es performativa.
 
Termina el libro de Butler con una pregunta muy característica: ¿Puede un@ llevar un buena vida en medio de la mala vida? La respuesta es un decidido sí. Demasiado decidido para el gusto de este crítico. Recurre la autora de nuevo a Arendt en busca de apoyo y le parece haberlo encontrado cuando la autora alemana sostiene que, para Arendt, la supervivencia no puede ser un fin en sí mismo ya que la vida no es un bien intrínseco (p. 203). Tengo la idea de que esto es fácil de decir, pero contiene poco de verdad. Por eso, quizá inconscientemente Butler, relaciona esta idea con la amarga meditación de Primo Levi y su muy revelador suicidio. Supongo que es una buena forma de poner un punto y seguido, no un punto final, en espera de una reflexión posterior.
 
Una última observación respeto al estilo de Butler. Es sencillamente detestable. Hay párrafos enteros con tales anacolutos y destrozos de la sintaxis que se queda uno pensando si habrá entendido bien lo que a duras penas ha leído. Ignoro cómo habrán resuelto los traductores las otras obras de Butler porque solo la he leído en el original, como el libro en comentario. Pero tengo el firme propósito de que la versión española, que publicaremos en la colección de pensamiento político que dirijo en Tirant Lo Blanch, esté en un castellano legible. 

dimarts, 26 de gener del 2016

Europa y el ascenso de Alemania

Matthias von Hellfeld (2015) Das lange 19. Jahrhundert. Zwischen Revolution und Krieg 1776 bis 1914Bonn: J. H. W. Dietz Nachf. (285 págs).
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De vez en cuando conviene dar un repaso a la historia para mejorar nuestro conocimiento del presente. Así se sigue de la inteligente observación de Karl Marx sobre el presente histórico. Somos el resultado de la acumulación de aciertos y errores de nuestros antepasados y nuestra época, al igual que las demás, hunde sus raíces en los siglos anteriores. Asimismo conviene refrescar nuestras ideas al respecto pues la historiografía es una ciencia y, como todas las ciencias, no se está quieta, sino que avanza, cambia de perspectivas, acumula nuevos hallazgos y nos obliga a rehacer nuestras convicciones. La obra en comentario de Matthias von Hellfeld, obra de un competente historiador con vision periodística, cumple estos requisitos y nos aporta una visión renovada del siglo XIX europeo, concebido como una unidad.

Una unidad... europea. El mundo, apenas cuenta más que como comparsa u objeto de colonialismo y explotación. Y, dentro de Europa... Alemania. El resto del continente aparece, sí, algo más, pero tampoco mucho y siempre en sus relaciones con Alemania. En realidad, la obra, muy interesante, desde luego, es una historia de Alemania en el siglo XIX. Pero como Alemania en el siglo XIX no existía como Estado unitario sino que estaba troceada entre las dos grandes unidades de Prusia y Austria y un par de centenares de pequeños entes políticos de todo tipo, las abigarradas relaciones de ese mundo germánico, verdadero corazón de Europa, con sus vecinos más característicos, Francia, Inglaterra, Rusia, Italia y, algo más lejos, Turquía, opera como una historia del continente con una clara delimitación de los términos a quo  (la revolución francesa) y ad quem  (la primera guerra mundial) y una conclusión territorial dolorosa para los españoles: en todo ese tiempo, España está ausente de Europa, no existe, nadie la tiene en cuenta sino es como un territorio con el que las potencias juegan en sus relaciones.

Von Hellfeld entiende el siglo XIX como época de sentido, caracterizada por la aparición de los derechos fundamentales universales, la separación de la iglesia y el Estado, el gobierno constitucional, y la primacía del individuo frente al Estado. Sus dos elementos esenciales fueron la industrializacion y la formación de Estados nacionales. Y el siglo fue un siglo liberal (p. 13). Coincido con el juicio, que es una buena síntesis..

El rasgo esencial, el detonante de esta evolución fue la Revolución francesa. Como buen europeo, Hellfeld reconoce que esta vino importada de los EEUU, pero se olvida pronto de este pecadillo de juventud. Le interesan sus efectos en toda Europa.  El terror. El Imperio. El fin del Sacro Imperio Romano Germánico de la nación alemana. De la revolución vienen las reformas de Prusia con Federico Guillermo III a iniciativa de los ilustrados Heinrich von Stein y August von Hardenberg: ejército popular permanente (frente a soldados pagos); supresión del Estado estamental y la servidumbre; administración estatal; reforma de la justicia; emancipación de los judíos, libre comercio y gobierno de gabinete (p. 43). Derrotada por Francia, la influencia francesa, unida a la Leistungsfähigkeit germánica, haría de Prusia una potencia. En la lucha contra Napoleón surgieron los nacionalismos europeos. Johann Gottlieb Fichte, en su Discurso a la nación alemana (p. 47), es ejemplo señero de ello.

El Congreso de Viena y la restauración de 1815 echan el péndulo hacia la derecha. Inglaterra, Francia, Rusia, Austria, Prusia son el quinteto encargado de restaurar el viejo orden de alianza del trono y el altar. Es significativo que Francia, derrotada definitivamente en Waterloo, se siente en la mesa de los vencedores con Talleyrand (p. 54), mientras que España, una de las vencedoras, no está en Viena, aunque sí padecerá luego sus  consecuencias, con los 100.000 hijos de San Luis. Hellfeld considera con tino que, después de la paz de Westfalia (1648), Viena fue la segunda conferencia de seguridad en Europa (p. 57). Insisto, con España fuera. Allí se creó la Federación Alemana (Der deutsche Bund) junto a Prusia y Austria, para poner algún concierto en el abigarrado mundo de la Deutschtum. El orden en Europa no lo decidirían los Estados ni las naciones, sino los tronos y las coronas (p. 59). De Viena sale como punta de lanza de la reacción la Santa Alianza (Rusia, Prusia, Austria, Francia), de la que la liberal Inglaterra se mantiene avisadamente al margen (p. 64). Primeros vagidos del nacionalismo alemán (que luego tendrá tan mala fama): la  reunión de Burschenschaften (esto es, asociaciones de estudiantes) en 1817 en Karlsbad en recuerdo de 300 aniversario de Martin Luther, padre de la patria alemana, y la consolidación de los colores nacionales:  negro-rojo-oro (p. 68).

La época de la restauración es el reinado del orden conservador: la esfera pública alemana reprimida y retirada a la intimidad que caracteriza el famoso estilo artístico Biedermeier  (p. 73). El centro de la vida es ahora la familia. Una de sus más felices consecuencias será la fundación del primer Kindergarten en 1841 (p. 78). En paralelo al Biedermeier, el romanticismo que Hellfeld, con escasa originalidad, pero correctamente, simboliza en la búsqueda de la "flor azul"  en el Heinrich von Ofterdingen del gran Novalis (p. 80).

En el orden material, pobreza e industrialización en típica relación causal de la época de la acumulación de capital. La mayor parte del siglo ve una epidemia de pobreza y emigración. La vida en las ciudades se compone de slums, miseria, trabajo femenino e infantil, jornadas interminables y salarios de hambre. Es la pauta de la industrialización europea. Su elemento simbólico, los ferrocarriles. Inglaterra : 1840 (1.348 km de trazado) y 1880 (29.000 kms). Alemania : 1840 (549 kms), 1880 (34.000 kms) (p. 97). Un desarrollo explosivo en todas ramas de la industria, empezando por la textil.  En 1834 se funda la  Zollverein alemana (p. 100) que, en el fondo, es el primer intento de unificación nacional. Conjuntamente con el desarrollo industrial y comercial y la acumulación de capital, como su antítesis, la organización del movimiento obrero en el que son decisivas dos figuras alemanas,  Marx y Engels.

En el ámbito ideológico, el siglo XIX es el del nacionalismo y el liberalismo. Resulta interesante que en la citada fiesta de Karlsbad (Wartburg) (1817), los estudiantes quemaran varias docenas de libros "reaccionarios", entre ellos, el Code Napolèon (esto de quemar libros no es solo cosa de la Inquisición y los nazis) y redactaran un programa nacionalista, considerado el "primer programa de partido alemán" (Huber, 1991) (p. 109). Este tiempo fue el de surgimiento del sentimiento nacional alemán. Hellfeld profundiza con delectación teutónica en el desarrollo de ese espíritu germánico: Friedrich Carl von Moser redactó en 1765 un estudio según el cual los alemanes tenían "conciencia nacional" sin ser una nación (p. 112).  Como siempre, el nacionalismo se estimula con el enfrentamiento: a raíz del conflicto con Francia, cuando Thiers quiso anexionarse la orilla izquierda del Rin,  Max Schneckerburger escribe el famoso poema Die Wacht am Rhein, (1840) y Heinrich Hoffmann von Fallersleben, en visita a Helgoland (1841), la Lied der Deutschen, cuya 3ª estrofa (Deutschland, Deutschland über alles) es hoy parte del himno nacional (p. 120). Desde la revolución francesa de 1830 hasta la de 1848/49, en Alemania hay una agitación nacionalista permanente. Se suceden la fundación de La joven Alemania, el movimiento democrático, decenas de constituciones en los pequeños estados de la Federación alemana, hasta desembocar en el espíritu del Vormärz (p. 129). 

La revolución europea de 1848/49 pone fin al período de la restauración. Luego de la revolución de Viena de 1848, se convoca la Asamblea Nacional alemana de Frankfurt el 18 de mayo de 1848 (p. 138). Por primera vez se promulga una declaración de derechos fundamentales y se plantea la "cuestión alemana" (gran-pequeña Alemania) que atenazará al país hasta la guerra austro-prusiana de 1866. Por fin, el 3 de abril de 1849, más de 30 parlamentarios de Frankfurt viajaron a Berlín, a ofrecer la corona constitucional a Federico Guillermo IV (147). Este no la reconoció y la revolución acabó por represión, con muchos alemanes prisioneros o exiliados sobre todo en los EEUU (p. 152). Un desarrollo parecido al de España en 1814-1820-1823.

Llega el tiempo de la Nation-building, en Europa, del que, como siempre, España está ausente. Es la época de Otto von Bismarck. La guerra de Crimea rompe el equilibrio de Viena. La "nueva era" con la fundación de la Deutsche Nationalverein y el trabajo conjunto de Bismarck y Guillermo I (p. 160). El Deutsches Reich nacerá en tres sobresaltos: 1º) la cuestión del ducado de Schleswig-Holstein (30 octubre 1864) en que Prusia y Austria fueron juntas contra toda previsión y se quedaron con la posesión en administración común. 2º) Guerra austro-prusiana, terminada con la batalla de Königgratz, 3 de julio de 1866. Por primera vez se usó el ferrocarril para traslado de grandes cantidades de tropas (p. 164). De esa guerra salió la Liga de Alemania del Norte y el comienzo de la emancipación de Italia. El conde Camillo Cavour fundó el periódico Il Risorgimento, que dio nombre al movimiento, con el cual avanzó mucho la unidad de Italia gracias a la ayuda de Napoleón III (p. 168). Es imposible dejar de lamentar que en España no hubiera estadista alguno con la misma conciencia nacional que Cavour en Italia. 3º) Guerra franco-prusiana de 1870 a raíz del "telegrama de Ems". De nuevo aparece España en las relaciones entre las potencias europeas como una mera presa, un territorio sin voluntad propia con el que los Estados europeos juegan en sus juegos de poder. La guerra acaba con la victoria de Sedan en la que tiene enorme importancia el uso militar de la telegrafía y los ferrocarriles y la fundación del Imperio alemán en Versalles. La contrapartida para la historia será la Comuna de París de 1871 (p. 172), considerada por Marx como el primer gobierno obrero de la historia.

La política del siglo con sus partidos, movimientos y asociaciones es muy complicada. El mundo bismarckiano está muy bien expuesto. El ascenso de los católicos provoca la Kulturkampf, que lleva a la separación Iglesia-Estado, auspiciada por Bismarck. El resultado, el Zentrum, fue contraproducente a corto plazo, pues los diputados católicos en el Reichstag aumentaron, como sucedería luego con los socialistas, si bien el asunto no quitaba el sueño al Canciller de Hierro, dado que la cámara apenas tenía competencias. Pero es muy significativa y esencial en el proceso de construcción del Estado alemán la lucha de Bismarck y Pio Nono (el del Syllabus) (p. 183). El conservadurismo estilo Junckertum de Bismarck lo lleva a promulgar la ley contra los socialistas del 21 de octubre de 1878 (p. 186). Lo pintoresco es que de ahí vino asimismo la primera formulación del Estado povidencial en su forma de Obrigkeitstaat, pionero del Estado del bienestar, con la legislación social prusiana de 1883-1889, la más avanzada del mundo: invalidez, pensiones, enfermedad, pagadas por igual por empresarios y trabajadores (p. 188). En esta época se generaliza también en Alemania (en paralelo con la Inglaterra victoriana), el movimiento feminista: (la primera mujer doctora, Ricarda Huch, se graduó en 1896) (p. 193), el movimiento juvenil, la nueva pedagogía de la mano del pedagogo checo Johann Amos Comenius (p. 198) y, a primeros de siglo, con la recepción de la  influencia de Maria Montessori (p. 200). Al final de la era bismarckiana, Alemania es un Estado autoritario pero tan avanzado como Francia o Inglaterra. La comparación con España es deprimente.

Convertida en potencia europa, Alemania ejerce. Es la época del imperialismo y el reparto del África se decide en los dos congresos de Berlín (1º, 1778, 2º, 1884), así como el trabajoso tejer y destejer de las alianzas europeas (p. 208). Después  de 1888, el "año de los tres emperadores (Guillermo I, Federico III y Guillermo II), se produce el despido de Bismarck (p. 212) quien ve cómo el joven emperador revierte toda su delicada política exterior. Avanza la industrialización y el nacionalismo agresivo alemán. Alemania no solo quiere "un lugar al sol" como en tiempos del Canciller de Hierro, sino mucho más: quiere dominar Europa; quizá el mundo. La "Asociación Pangermánica", surge con el fin de crear el III Reich. Significativo del tiempo y lo que vendría después, este espíritu es el programa de los medios de comunicación. Uno de los fundadores de la Asociación Pangermánica, Alfred Hugenberg, un magnate de los medios al estilo de William R. Hearst en los EEUU, fue el vocero del expansionismo europeo y africano de Alemania (p. 219). La conciencia de la verspätete Nation se acuñaba en un espíritu imperialista y antisemita.

El milagro alemán llevaría al país a la rivalidad industrial y marítima con Inglaterra y, en definitiva, a la guerra. Todo el sistema de alianzas en Europa, la triple entente y las potencias centrales, apuntaban a la inevitabilidad del conflicto. Los antecedentes fueron la guerra de Crimea, ("primera guerra total") (237) y los conflictos de los balkanes. El Imperio alemán se basaba en un nacionalismo agresivo que había "germanizado" sus orígenes en una lucha nietzscheana entre la Kultur y la Zivilisation (p. 246). El resto, camino del desastre, fueron puras contengencias: el atentado de Sarajevo y la crisis de julio de 1914.

Un gran resumen de la historia europea del siglo XIX desde una perspectiva germánica. escrito con una distanciada empatía hacia el surgimiento de la Alemania contemporánea.