dilluns, 8 d’abril del 2013
Maggie y Sarita.
dijous, 14 de març del 2013
Humilde y mínimo.
dissabte, 9 de març del 2013
Cospedal y la reducción al absurdo.
divendres, 8 de març del 2013
Felicidades a todas.
dijous, 14 de febrer del 2013
Contra las mujeres.
Raquel Osborne (ed.) (2012) Mujeres bajo sospecha. Memoria y sexualidad, 1930-1980. Madrid: Fundamentos. 419 págs.
diumenge, 3 de febrer del 2013
Las siervas de Satán.
diumenge, 13 de gener del 2013
Mundos aparte y un poco de vinagre.
divendres, 28 de desembre del 2012
Palinura.
dijous, 27 de desembre del 2012
Machismo.
dimarts, 21 d’agost del 2012
El odio a las mujeres.
dimecres, 14 de març del 2012
Argumentos contra las mujeres.
El lector atento sabrá ya que el de Palinuro es un blog francamente feminista. El autor está convencido de que la feminista es la revolución más importante desde la francesa. Más aun, es la verdadera consecuencia de la Revolución francesa, sin demérito de las individualidades señeras anteriores, desde Hipatia hasta Mary Wollstonecraft. La revolución proletaria (en especial en su manifestación histórica, la bolchevique) que se presentaba como la continuación y superación de la Revolución francesa, también llamada con cierta condescendencia burguesa, ha sido un fracaso colosal y de ella no queda prácticamente nada.
La revolución feminista, la lucha por la emancipación de las mujeres, no es un golpe de Estado fulminante sino, como se ve, un proceso largo, secular, de desarrollo histórico. E ininterrumpido. No es el único producto de la Revolución francesa pues esta también alumbró la liberación de los esclavos y, de hecho, el sufragismo y el abolicionismo recorrieron juntos gran parte del siglo XIX. Como era de esperar, los negros consiguieron la abolición de la esclavitud (con todas las reservas del mundo) mucho antes que las mujeres el derecho de sufragio. Por eso su movimiento siguió hasta el día de hoy.
Un movimiento típicamente hijo de la Revolución francesa, incluso en el terreno declamatorio. La ciudadana Olympe de Gouges publica en 1791 (dos años después de la Declaración Universal de Derechos del Hombre y del Ciudadano) una Declaración de Derechos de la Mujer y de la Ciudadana, lo que la llevaría a la guillotina dos años más tarde. La asesinaron sus compañeros revolucionarios que debían de ser más hombres que revolucionarios. La Revolución francesa es producto de la Ilustración y eso explica que las mujeres hayan enfocado su emancipación a través del acceso a la educación, por el que llevan siglos luchando. En muchos países europeos, España por ejemplo, las mujeres no han accedido a los estudios universitarios hasta el siglo XX, con algunas exepciones.
La necesidad de que ese movimiento prosiga se hace a veces perentoria cuando suceden verdaderas monstruosidades como el de esa niña marroquí que se ha suicidado porque la han casado con su violador. Estas barbaridades inhumanas revelan cómo están las cosas para las mujeres en unas u otras partes del mundo. También ayer se supo que los argentinos legalizan el aborto de las violadas, lo que quiere decir que antes era ilegal. ¿Qué ley humana ni divina puede obligar a una mujer a tener un hijo producto de una violación? Muchas, desde luego, pero no son leyes justas sino inicuas.
En estas circunstancias el Parlamento Europeo urge a establecer cuotas femeninas en las empresas pues están las cosas muy feas. Justo en ese momento se materializa Ana Botella y suelta la doctrina antifeminista y machista con la que se pretende mantener a las mujeres en situación de subalternidad. No le gustan las cuotas a Ana Botella, le parecen atajos a la larga contraproducentes y defiende la primacía del mérito, de la preparación para que las mujeres vayan ascendiendo por su propio valor en condiciones de igualdad. Tanta osadía y falta de sentido del ridículo maravilla y suspende el ánimo. Porque, obviamente, esos requisitos no se le aplican a ella que está en donde está por el enchufe de su marido. Y cuando pides a los demás algo que tú no haces entras en la zona viscosa de la hipocresía.
Pero, debe admitirse, este es un argumento ad hominem no válido por cuanto no contesta al razonamiento de la otra parte, ese que comparten casi todos los hombres y un buen puñado de mujeres. Este razonamiento dice que las cuotas y otras formas de discriminación positiva son eso, discriminaciones, favoritismos que en realidad perjudican a las mujeres, sobre todo a las que valen y no es, por tanto, un buen ni justo procedimiento de selección. ¡Abajo las cuotas, "atajos peligrosos"! Pero este razonamiento es patentemente falso en sí mismo puesto que, aun reconociendo de boquilla -como hace Botella- la necesidad de avanzar en la mejora de la situación de las mujeres, da por supuesto que el orden social es igualitario y que en él tienen iguales oportunidades hombre y mujeres. Lo cual es un embuste. Las mujeres están en situación estructural (¡incluso lingüísticamente!) de inferioridad y subalternidad. Un mínimo sentido de la equidad manda compensar esa inferioridad situacional de las mujeres con medidas especiales que establezcan la igualdad de oportunidades. Son cosas tan patentes que negarlas no puede ser solo producto del error o la ignorancia sino de la mala fe.
Como ese otro argumento también muy socorrido que se horroriza del ataque al principio de igualdad ante la ley que supone el que ciertas normas sean más gravosas para los hombres por el hecho de ser hombres. El ataque al principio de igualdad ante la ley, dicen, es un ataque al Estado de derecho. Es posible pero, sin duda, puede aguantarlo. ¿O no es este el Estado de derecho que se gloriaba de ser tal al tiempo que llamaba sufragio universal al sufragio masculino, solo para los hombres y no para todos sino únicamente para los más ricos?
(La imagen es una foto de PP Madrid, bajo licencia de Creative Commons).
dimarts, 13 de març del 2012
Violación.
¡Cómo avanza la civilización! En la Argentina ya se permite que las mujeres violadas aborten. ¡Vaya por dios! Hasta ahora estaba prohibido, como en todos los demás lugares en que rige la moral (y la ley) patriarcal/machista que privilegia al hombre e ignora a la mujer, la trata casi como un semoviente y no tiene una pizca de compasión por las manifestaciones concretas de un sufrimiento y una humillación que duran siglos. Es necesario ser realmente un granuja, un ruin granuja, para no entender la tortura que acarrea el gestar un ser producto de la brutalidad de una violación pues la elección es siempre agónica: o se aborta (y, encima, con la penalización de una ley injusta) o se tiene el hijo del enemigo y, haciendo de tripas corazón, se es una madre para él, en bastantes ocasiones, además, arrostrando la hostilidad de los allegados.
Porque muchas veces la violación es un crimen aislado, esporádico, individualizado; pero muchas otras es una política deliberada del mando que ordena a las tropas vencedoras en una guerra que, tras exterminar a los vencidos, violen en masa a sus mujeres para implantar en sus senos la semilla de la etnia, la raza, el color de los violadores. Política deliberada de destrozo desde tiempos inmemoriales y que recientemente se ha visto aplicar en el Congo o en la antigua Yugoslavia.
Si este aborto por violación está aun prohibido en muchos sitios es porque sigue pesando el repugnante parecer de esos curas de tres papadas, orondos eunucos sobaniños que predican cómo la mujer violada, es decir, la mujer atropellada en lo más íntimo de su ser, debe sobrellevar su infortunio con resignación y parir y criar al inocente fruto de su vida destrozada. Y estos son los caritativos curas occidentales o sus devotos doctrinos al estilo de Gallardón. En el mundo musulmán, en donde los curas son todavía más brutales e imbéciles que los cristianos, la violación se echa en cargo de la víctima y esta no solo queda deshonrada sino en peligro de perder la vida.
Quizá haya cosas tan odiosas, crueles e inhumanas como una violación pero, desde luego, no más. El forzamiento deja siempre secuelas terribles en quien lo sufre, físicas y psíquicas. Y solamente desalmados y descerebrados, como esos policías que -ya no tanto, afortunadamente- solían reírse de las mujeres que se atrevían a denunciar una violación diciéndoles que eso sería lo que ellas quisieran. ¡Cuánto canalla ha vestido y sigue vistiendo uniforme de policía, bata de médico, toga de juez! La solidaridad machista presenta siempre un frente cerrado para obligar a las mujeres a hincar la cerviz y aguantar los atropellos, desde el chulo de discoteca hasta el intelectual semiculto y pedante, de vuelta de todo, que describe en su columna periodística cuán harto está ya de la tiranía feminista, de la queja continua de las mujeres, de la sobreprotección de que gozan, de la falsa igualdad de que se aprovechan, frente al sufrido varón al que, a priori, se hace culpable de todo. Luminarias de la estupidez que confunden el ruido de sus tripas con el sonido del ingenio.
La falta de sensibilidad del machismo dominante en nuestra sociedad es abrumador y, en buena medida está sostenido por mujeres, enajenadas por los curas y sus propias frustraciones que defienden la causa que las oprime. Por ejemplo, esa inefable alcaldesa de Madrid que prefiere que la igualdad tarde más a que haya "atajos" porque no se atreve a decir que no quiere que haya igualdad en absoluto ya que, si la hubiera, ella no habría llegado a donde ha llegado pues lo ha hecho gracias a su marido y no a los méritos personales que sin embargo pide a las demás.
Realmente, la hipocresía social que rodea al patriarcado es repugnante y para removerla no basta ese terrible caso de la adolescente marroquí que se ha suicidado porque los criminales que la rodeaban bajo el nombre de familia (sacrosanta, desde luego) la obligaron a casarse con el otro criminal que la había violado, una niña en la flor de la vida a la que el machismo brutal sobre el que se permiten hacer bromas los señoritos de la derecha (y muchos de la izquierda), prefiere ignorar pues no puede ridiculizar directamente a la víctima que es lo que les pide el cuerpo castrado con la "contracorrección política" que les imbuyeron de niños. Esa noticia que subleva el ánimo, enciende la sangre y clama al cielo debiera ser primera en todos los periódicos y telediarios. Pero no, ni siquiera aparecerá. Al fin y al cabo, una injusticia cometida con una menor, marroquí, africana, mujer..., nada. Lo importante es lo que dice esa enchufada, engreída e hipócrita, Ana Botella.
(La imagen es un grabado de Castelao de 1937, titulado Atila en Galicia y refleja uno de los muchos crímenes que los fascistas cometieron con la población civil y que sus herederos ideológicos no quieren que se investiguen. La base del terror franquista, que llega hasta hoy).
divendres, 9 de març del 2012
Mujeres.
Tremendo el cuadro de Gustave Courbet, el origen del mundo (1866), en el Museo d'Orsay, París, ¿verdad? Hágase un interesante ejercicio: pregúntese cada cual por qué resulta chocante un cuadro tan normal como realista/naturalista. Las respuestas se relacionan de mil modos con el problema que plantea la lucha por la emancipación de las mujeres, probablemente el conflicto social más antiguo y más profundo.
Ayer se celebró el día internacional de la mujer trabajadora. Los 364 restantes son "normales". "Normales" quiere decir ordinarios en nuestras sociedades patriarcales en las que la desigualdad y la discriminación por razón de sexo son permanentes y universales y se agudizan con la plaga de violencia de género por la que mueren decenas de mujeres todos los años en España, miles en el mundo entero. 364 días en que las mujeres tienen que soportar una condición social de subalternidad y eso en las sociedades avanzadas; en las otras, en muchas otras, su condición es de humillación, de esclavitud, inhumana.
Una condición muy difícil de remediar porque, aunque las mujeres plantean la lucha como solidaria entre los dos sexos, la verdad es que el masculino tiende a desentenderse, cuando no a oponerse. Mientras las injusticias de trato golpean directamente a las mujeres, a cada mujer, en su vida cotidiana, en su autoestima como persona, los hombres se enfrentan a ellas como no directamente afectados, por solidaridad y su compromiso es mucho menor. Cuando es. Véase qué sorprendente solidaridad de género hay entre la izquierda y la derecha a la hora de tratar este problema en sus justas dimensiones y no darle la prioridad absoluta que de hecho tiene.
La emancipación de las mujeres no es solamente un problema legal. Si lo fuera, ya estaría resuelto. Es mucho más profundo. Afecta a la autoestima de los hombres igual que a la de las mujeres, pero estos no gustan de reconocerlo. Sin embargo es obvio que todo cuanto atañe a las mujeres plantea problemas morales en los que los hombres, con razón o sin ella, se sienten concernidos y sobre los cuales tienen opiniones tajantes y pretenden imponerlas: el aborto, la prostitución, la violencia de género, el feminicido, la trata. Todo ello levanta una gran polémica y origina legislaciones muchas veces contradictorias, prueba de que no hay un criterio único como sí lo hay, por ejemplo, con la esclavitud. Ningún país la tolera legalmente; otra cosa es la práctica.
Y eso que no se ha mencionado aún el problema más profundo que es el de la imagen, el concepto, la idea de la mujer, que vienen condicionadas por el hecho de que prácticamente todas las civilizaciones son misóginas. Hay varias explicaciones para este fenómeno, también discrepantes y que no hacen aquí al caso. En la civilización occidental la misoginia es abrumadora. La religión católica, puntal civilizatorio, es misógina, como todas las religiones; las instituciones, culturas y tradiciones, también lo son, como los códigos legales, las tradiciones artísticas, la literatura y hasta el lenguaje. Esos académicos que salen al paso de las guías de lenguaje no sexista dan por supuesto que la lengua es una especie de fenómeno natural, sempiterno, inamovible en su estadio actual en el que no es otra cosa que el reflejo lingüístico de la forma de dominación patriarcal. Una imagen de inferioridad que comparten muchos hombres y, lo más grave, han interiorizado muchas mujeres. Esas, por ejemplo, que piensan que la discriminación léxica está en la naturaleza de las cosas y no es la cristalización relaciones sociales de dominación que se pueden cambiar.
Un movimiento que pretende romper estructuras autoritarias tan antiguas no lo tiene fácil. La conciencia de que esto es así ha llevado al feminismo históricamente a aliarse con otras minorías reprimidas. La primera con la que hizo frente común en el siglo XIX fue la de los esclavos hasta el punto de que el movimiento sufragista y el abolicionista llegaron a fusionarse. Posteriormente el feminismo ha hecho causa común con otras minorías discriminadas o perseguidas como las sexuales, en concreto las de homosexuales (gays y lesbianas), las de bisexuales y transexuales. En este terreno nos movemos casi en el inicio de los tiempos. En los países occidentales sigue sin estar admitida la plena igualdad de derechos entre homosexuales y heterosexuales. Pero en otros es peor. Los 56 países de la Organización de la Conferencia Islámica han boicoteado una reunión del Consejo de Derechos Humanos de la ONU sobre los homosexuales porque en muchos de ellos la homosexualidad no es un derecho sino un delito que en algunos se paga con la muerte. Ese rechazo no augura nada bueno para el avance del feminismo cuya suerte está vinculada a la de las demás minorías discriminadas.
La emancipación de las mujeres es un proceso duro, difícil, con altibajos, que no se coronará en una generación, ni en dos; que no se sabe cuándo se coronará y si se coronará. Porque no depende de las modas, sino de quienes las imponen; no de las instituciones, sino de quienes las hacen; no de las leyes, sino de los legisladores; de lo que estos tienen en la cabeza y en el corazón, de lo que piensan, sienten y hablan. Todo eso que se resume en el cuadro de Courbet y que les hace ocultar o prohibir aquello que más les importa y, en muchos casos, lo único que les importa.
divendres, 3 de febrer del 2012
La revolución es cosa de mujeres.
Juan Sisinio Pérez Garzón (2011) Historia del feminismo. Madrid: libros de la catarata, 255 págs.
Juan Sisinio ha escrito un libro ameno, de agradable lectura, sobre uno de los temas de nuestro tiempo. No es una obra académica, carece de aparato crítico, está concebida más en ánimo divulgativo pero con bastante rigor y trae una orientación bibliográfica final muy útil.
Inicia el autor el estudio en los tiempos más remotos y no de la realidad histórica sino del mito, con mención a los de Eva y Pandora para fijar la idea de que desde el origen de los tiempos en la humanidad ha predominado la misoginia. Este proceder caracteriza todo el libro que es una historia intelectual del feminismo y sólo en el último siglo esa historia intelectual se convierte en real en la medida en que los debates teóricos prenden en la sociedad con instituciones y políticas concretas.
Misógino es el cristianismo y, desde luego, la iglesia católica en mayor medida que el cristianismo reformado. En todo ese tiempo no hay feminismo y la excepciones (Christine de Pisan, Poulain de la Barre) son eso, excepciones. El feminismo arranca en realidad con la Ilustración, la revolución francesa y el liberalismo posterior. El liberalismo, que postulaba la libertad del individuo será la puerta por la que entre el feminismo de igual forma que entra el abolicionismo. Juan Sisinio recuerda con mucha razón que ya a mediados del siglo XIX, luego de la revolución de 1848, el feminismo toma la forma de sufragismo en cuanto emancipación política de las mujeres que estas vinculan expresamente a la abolición de la esclavitud (p. 93) .
Sin duda en el liberalismo se encuentra el núcleo del feminismo y del abolicionismo pero no lo parece en un primer momento. Jefferson, que firmó la declaración de independencia de los EEUU, en la que se proclamaba verdad evidente en sí misma que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad, Jefferson, digo, era propietario de cientos de esclavos. Una disonancia cognitiva típica. La misma que lleva a los revolucionarios franceses a guillotinar a Olympia de Gouges que postulaba una Declaración de derechos de la mujer y la ciudadana.
Productos de la Ilustración, aunque en diferente medida y con distinta repercusión son la Vindicación de los derechos de la mujer, de Mary Wollstonecraft y el caso de Flora Tristán. La obra de la primera responde a Burke pero es, en realidad, una especie de Antiemilio que rompe el dominio absoluto de la pedagogía de Rousseau al afirmar el derecho y la necesidad de la educación de las mujeres. La segunda dejó fórmulas que harían luego fortuna, como la de "proletarios del mundo, uníos" o la concepción de la mujer como "proletaria del proletario" (p. 80); más o menos lo que hoy se considera como "feminización de la pobreza".
Como buen historiador, el autor estudia el contexto en que se da esta historia intelectual y subraya tres aspectos decisivos: la importancia del paulatino acceso femenino a los estudios; el impacto de las dos guerras mundiales, que obligaron a incorporar a las mujeres al trabajo en la retaguardia, lo que asimismo forzó que se les reconociera el derecho de voto; y, por último, el desarrollo del capitalismo, con la expansión de los electrodomáticos, que posibilitó una mayor libertad de aquellas.
El libro pasa demasiado deprisa pòr el episodio del feminismo y la revolución soviética. Hace buena valoración de la obra de Alejandra Kollontai durante el bolchevismo y de Clara Zetkin (quien aun siendo alemana, actuó sobre todo al final en el ámbito soviético y en el de la IIIª Internacional (p. 127). Pero estaría bien prestar algo más de atención a la involución estalinista en materia de emancipación femenina.
Hay un buen tratamiento del llamado "feminismo de la segunda ola" en las figuras de Simone de Beauvoir ("no se nace mujer; se llega a serlo") (p. 192) y de Betty Friedan, cuya Mística de la feminidad fue el aldabonazo que necesitaba el feminismo para echar a andar de nuevo en los años sesenta del siglo XX (p. 197). También son interesantes los análisis de las relaciones del feminismo con las concepciones revolucionarias de los sesenta y el nacimiento de un feminismo "radical" en cuyo campo se tratan las obras de Kate Millet (Política sexual) y Sulamith Firestone (Dialéctica de la sexualidad), que son asimismo las que más influencia ejercieron en España. Es curioso que no haya sido en otros casos en que hubo obras tanto o más radicales, como En contra de nuestra voluntad, de Susan Brownmiller y El eunuco femenino, de Germaine Greer.
El feminismo de la segunda ola es, en cierto modo, producto del Estado del bienestar. Se ha conseguido la igualdad jurídica de las mujeres pero no su igualdad real, impedida por la supervivencia del patriarcado. Y en ello es preciso concentrarse. En realidad es un espíritu análogo al que lleva a T. H. Marshall a formular su teoría de los derechos al amparo de ese mismo estado del bienestar, haciendo hincapié en los derechos económicos y sociales.
La tercera ola, la actual, aparece con la reivindicación del feminismo de la diferencia, cuya autora principal es Luce Irigaray (228). Los debates actuales se dan en este último ámbito, la acción positiva, la discriminación positiva, el ecofeminismo o el ciberfeminismo (p. 232). estaría uno tentado a considerar que se trata de un feminismo postmoderno.
En resumen, una obra de síntesis, clara y relevante. Da una idea completa del nacimiento y desarrollo de una revolución de extraordinaria importancia en la historia de la humanidad y que se diferencia de las anteriores (la estadounidense, la francesa, la bolchevique) en que no es de raíz nacional alguna y no se manifiesta como un hecho histórico único y concreto sino como un proceso paulatino y prolongado cuyas consecuencias, sin embargo, son tan importantes como las de las dos primeras y mucho más que la tercera, la bolchevique, de la que no queda gran cosa.
Una última consideración meramente terminológica. Acepta el autor la versión latinoamericana de empowerment como "empoderamiento" (p. 247). Probablemente será inevitable pero no hay que rendirse demasiado pronto. El término es espantoso y, si no quiere usarse "apoderamiento", intentémoslo con el castizo "habilitación", aunque suene un poco burocrático.
divendres, 25 de novembre del 2011
La violencia contra las mujeres
Hoy, 25 de noviembre, se celebra el día en contra de la violencia machista. En lo que va de año en España han muerto 54 mujeres asesinadas por sus parejas o ex-parejas. En el resto del mundo la situación no es mejor; en otras partes, en México, en Colombia, en la China, en los países árabes es muchísimo peor. Está bien que se haga cuanto se pueda por elevar la sensibilidad de la sociedad frente a esta lacra que, a pesar de las leyes y las medidas de todo tipo de las autoridades para prevenirla y castigarla, no parece remitir.
Y ¿por qué no remite? Porque no es un delito o un vicio social que haya aparecido en nuestra época, como el tabaquismo, por ejemplo, contra el que es relativamente fácil luchar. Al contrario, es en nuestra época cuando ha comenzado a manifestarse la conciencia de que se trata de un crimen sistemático que nos degrada a todos y desmiente la idea de que la civilización avance. Es importante ahondar en esa conciencia y afrontar el problema en su pavorosa magnitud.
La civilización occidental, la que presume de sintetizar el judeocristianismo, la filosofía griega y el derecho romano, está basada en la violencia contra la mujeres. No me atrevo a hablar de las otras por falta de conocimiento bastante, aunque, por lo que sé, no andan muy a la zaga. En la nuestra esa violencia no sólo esta tradicionalmente admitida, sino glorificada, enaltecida, consagrada; desde siempre. Muchos filósofos, de Aristóteles en adelante, no ha hecho sino racionalizar los prejuicios en contra de la mujeres. Un mero repaso al conjunto de imbecilidades misóginas de Schopenauer debiera bastar para cuestionar la mera racionalidad del inventor de la Eudemonología.
Y no son únicamente los filósofos; los poetas, los literatos, los dramaturgos, los músicos, los pintores rivalizan en una misoginia agresiva que traza una imagen tradicional de las mujeres como seres inferiores, despreciables, odiosos, lo que justifica que se las maltrate. La celebrada figura de la doma de la bravía, un tema muy tratado en el Siglo de Oro, en Cervantes, en Lope y también en Shakespeare, etc., tiene eco en todas las culturas. A la mujer hay que "domarla", como se doma a las caballerías. Y nos se hable ya del llamado crimen pasional que todo lo justifica y que abunda en la literatura del siglo XIX. Mujeres atacadas "por amor", como El rojo y el negro, empujadas al suicidio, como en Ana Karenina o en Madame Bovary. La mujer es siempre la víctima.
El desprecio a las mujeres y su consideración como vasos del diablo y perdición de los hombres (compatible, por cierto con su imagen ideal en la tradición caballeresca) es inherente a las religiones, al cristianismo, desde luego. Que hay que violentar a las mujeres de todas las formas posibles es recomendación que se encuentra en la llamada sabiduría popular secular, en el refranero y en las políticas de los Estados; ejemplo universalmente conocido, las tres K del nazismo como destino de las mujeres: Kinder, Kirche, Küche (niños, iglesia y cocina).
La misoginia ha impregnado las leyes civiles y penales de todos los países hasta hace muy poco y, en muchos sitios, por ejemplo en el islam, se sigue haciendo. Está embebida en las instituciones y hasta en el lenguaje mismo, como las feministas han señalado repetidamente.
Corregir esta tradición implica reevaluar toda la tradición filosófica, religiosa, artística, jurídica de occidente. No es fácil y por ello se requiere una actitud combativa e intransigente con las infinitas formas de complacencia que se dan diariamente y son como una bruma que desnaturaliza los esfuerzos de la sociedad para acabar con él. A quienes propugnan esta lucha se los trata de exagerados. ¿Que tiene de malo la simpática costumbre del piropo, los concursos de belleza, la denigración de las mujeres en la publicidad comercial? Pues que todas estas prácticas son la antesala de la mentalidad feminicida.
En efecto, puede parecer una exageración. Pero lo que verdaderamente es una exageración es que sólo en este año haya habido 54 mujeres víctimas de asesinatos machistas. La dominación de los hombres sobre la mujeres desde el origen de los tiempos al día de hoy se basa en la amenaza de la violación y en su práctica individual o colectiva, muchas veces política de guerra, como dice Susan Brownmiller en En contra de nuestra voluntad . De lo que se trata es de someterlas por ese miedo difuso a ser agredidas, violadas, mutiladas, desfiguradas, asesinadas. Y el mejor modo de mantenerlo vivo es seguir recurriendo a esas prácticas.
Queda muchísimo por hacer. Apenas hemos comenzado, y nos enfrentamos a grandes resistencias, en no pocas ocasiones ofrecidas por las mismas mujeres, y eso es terrible.
(La primera imagen es un dibujo de Max Klinger titulado Asesinato y rapto. La segunda, un óleo de Degas, La violación (h. 1868). La tercera, otro de Frida Kahlo, titulado Unos cuantos piquetitos (1935)).
dissabte, 9 d’abril del 2011
El macho normal.
Hay una cuestión que me inquieta en estos casos en que periodistas o políticos de la derecha (casi siempre son de la derecha) dicen barbaridades de corte machista. Puede tratarse de ese Sostres que excusa un asesinato de género, el alcalde de Valladolid que se pone bravo con los morritos de una ministra o el otro de la televisión que no sabe si un transexual es chico, chica o chique. Tales propósitos basura, de los que es faro y guía el bolígrafo de Aznar por el escote de una reportera, dan por supuesto que quienes los formulan tienen sobrada experiencia en lances galantes. ¿Por qué, sin embargo, suenan a baladronadas de machos ibéricos de sobremesa, hartos de vino y ganas?
Sobre todo, ganas. La pregunta es si estos tres citados, que no son los únicos ni mucho menos, se han mirado en un espejo. Y qué han visto. Porque aquí puede estar la clave de la cuestión que mencionaba al principio. Con esas pintas, por favor, y aunque haya gente para todo, está claro que hablan de lo que oyen y lo que imaginan. Así dicen lo que dicen y en lo que dicen hay tal fondo de odio a las mujeres que se entiende que lo dicen porque no hacen.
dimecres, 30 de març del 2011
Duke vs. Wal Mart.
Los Estados Unidos son un foco de civilización. El mayor hoy día. Eso de la civilización, sin embargo, hay que matizarlo porque sabido es que se han cometido crímenes monstruosos y genocidios en su nombre; pero también gestas inmortales en beneficio de la humanidad. Dado que por lo general van mezclados es necesario pararse a discernir. Por ejemplo, los EEUU han creado, consentido y glorificado uno de los movimientos más odiosos del mundo, el Ku Klux Klan. Pero lo han hecho a través, entre otros medios, de una de las películas más fascinantes de todos los tiempos, la epopeya del cine, el origen de esta arte contemporánea, el Nacimiento de una nación (1915), de David W. Griffith que lo hace, además, con esa intención explícita de vincular el Klan con el nacimiento de la nación gringa.
Así que la actitud razonable hacia los EEUU no puede ser una elección maniquea de totalmente a favor o totalmente en contra. Tendrá que ser mestiza, como todo en la vida. De los EEUU vienen y han venido noticias e influencias nefastas y también otras benéficas. Así como las matanzas de indios en el Oeste fueron un horror, la revolución que llevó a la independencia ha sido el faro que ha guiado muchas aventuras posteriores, como se visualiza al llegar a Nueva York y ver la estatua de la Libertad, regalo/tributo de Francia que también hizo una revolución que, como la gringa, es patrimonio de la humanidad.
Algunas de las mayores barbaridades imperialistas en los últimos cincuenta años han venido de los EEUU; pero también las mayores oleadas de luchas por los derechos civiles, contra la discriminación de los mujeres, los negros o los homosexuales. La sentencia en el famoso caso Roe vs. Wade, recaída en 1973, definía el aborto como un derecho fundamental de las mujeres al amparo del derecho a la intimidad de la cuarta y la novena enmiendas y según el cual, la decisión sobre la interrupción del embarazo es cosa que compete a la propia mujer. Esa sentencia influyó en el mundo entero, abrió esperanzas a millones de mujeres y, de paso, una polémica a veces violenta con los "pro vida" en el interior del país que reclaman que se revierta Roe, igual que en España el PP quiere derogar o, al menos, recortar la ley del aborto.
Pues bien, la demanda que han presentado Betty Duke y otras cinco mujeres en representación de un millón y medio más contra Wal Mart por discriminación es también también un asunto histórico que va a influir en todas partes. Por un lado el carácter masivo del hecho, muy gringo, como las producciones de Cecil B. de Mille. Los mismos gringos se ríen de esto cuando dicen que todo lo americano es grande, ruidoso y no funciona. Y, por otro, la importancia del fondo de la cuestión. El Tribunal Supremo tiene ahora que decidir si admite a trámite una demanda por discriminación una de cuyas pruebas es la diferencia salarial sistemática y persistente en el tiempo entre hombres y mujeres en contra de estas. Es claro que el gigante Wal Mart, uno de los símbolos de EEUU, va a movilizarse a tope para evitar una decisión del Tribunal porque supondrá indemnizaciones siderales pero que no son otra cosa que la contabilización a precios de hoy de la sobretasa de explotación a que están sometidas las mujeres. El valor del ejemplo para los europeos es que estos comprendan que la discriminación salarial a que están sometidas las mujeres en Europa y en todas partes es denunciable en los tribunales; al menos en el viejo continente. Y que ya es hora de que se empiece a hacer.
Por eso hay que ser cauto en el juicio sobre los EEUU, país del que proviene mucha propaganda nacionalista pero también las películas de Michael Moore, dedicadas a denunciar el funcionamiento no democrático de la democracia. Lo que Duke vs. Wal Mart va a dirimir, igual que antaño lo hizo Roe vs. Wade es una cuestión que afecta a toda la sociedad porque se plantea en el campo de los derechos fundamentales. Y se plantea también para todas las mujeres que trabajan en Europa y en el resto del mundo, aunque aquí las necesidades puedan ser más apremiantes. Exactamente, ¿con qué razonamiento puede justificarse que a trabajo igual no haya salario igual? ¿Con el de la intrínseca superioridad de los hombres? ¿El de sus más sublimes necesidades?
No en balde los países occidentales, a pesar del antiamericanismo que hay en ellos, copian cuanto pueden de los EEUU. Entre ellos España que les copió la Constitución de la Iª República, aquella que era federal, cosa a la que la vigente ni se ha atrevido.
(La imagen es una foto de sashafatcat, bajo licencia de Creative Commons).