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dilluns, 18 de novembre del 2013

El derecho de autodeterminación de los catalanes.


¡Ah, qué tiempos aquellos de la Transición, cuando no era infrecuente ver a la izquierda del PSOE y del PCE en manifestaciones callejeras pidiendo el derecho de autodeterminación (DA) para los pueblos y naciones de España! Del Estado español, como se decía, con cierto complejo. Desde entonces, las cosas han cambiado mucho. Si hoy se pregunta a la izquierda postcomunista, a IU y asimilados, se obtiene una confusa cuanto medida respuesta afirmativa a regañadientes y llena de considerandos y matices. Si la pregunta se traslada al PSOE, la respuesta es un rotundo no. Hay que visitar los grupos de la izquierda más radical para encontrar clara empatía con el DA. Pero, ya se sabe, tales grupos son testimoniales, sin ninguna incidencia en la representación parlamentaria, que es donde se corta el bacalao. ¿Diremos así que, en el fondo, el cambio de 180º de los socialistas se debe a cálculos electorales en el supuesto de que el pueblo español rechaza por abrumadora mayoría tal DA? Algo de esto hay, sin duda, pero, por no ser injustos, habremos de presumir razones sinceras y de principios. Y escucharlas con atención y buena fe. En verdad, lo que este debate en general (el enésimo sobre la cuestión nacional española) pide a gritos es capacidad para argumentar racional y respetuosamente, escuchar y ser escuchado, intervenir en un intercambio esclarecedor, que nos lleve a algún sitio por fin. Como lo tienen o han tenido otros pueblos, Inglaterra, el Canadá, Chequia/Eslovaquia. No como ha resultado en la extinta Yugoslavia. ¿Será posible?

No lo sabemos. Los síntomas no son halagüeños. La derecha se niega a hablar del asunto. A Rajoy, quien no está dispuesto, según dice, a "jugar con la soberanía nacional" y para quien la nación española (obviamente, su idea de la nación española) es indiscutida e indiscutible, el concepto le parece una blasfemia. El hecho es que en España hay mucha gente convencida de que en la existencia humana hay algo indiscutible e indiscutido. Lo cual es peligroso. A esa derecha se suman, probablemente, millones de votantes que aplauden la determinación cerrada de Rubalcaba de que del DA ni se habla. Al margen de que esta actitud provoque un problema grave en el PSC que pone en riesgo una hipotética mayoría del PSOE (para la cual siempre han sido precisos los votos y escaños catalanes), al formar bloque nacional ambos partidos dinásticos, el peligro se acentúa. Peligro de polarización y enfrentamiento. Peligro de rechazo discursivo, negación a todo diálogo, cierre de filas ideológicas.

Los nacionalistas catalanes concitan una inquina aguda como traidores a España, a la nación española, que es la única que aquí cuenta por decisión, entre otros, del Tribunal Constitucional. Traidores somos asimismo quienes defendemos el DA de los catalanes; y peores, incluso, pues somos y nos reconocemos españoles. Incluso nos reconocemos nacionalistas españoles y aun más nacionalistas que los otros, los negadores del traído y llevado derecho. A diferencia de ellos, nuestra confianza en la nación española nos lleva a verla capaz de reconocer libertad de elección a sus hijos, lo que la hace más grande y verdadera nación, merecedora de que estos sus hijos elijan en libertad formar parte de ella, libertad que solo es tal si también pueden decidir libremente lo contrario. Si tan orgullosos dicen sentirse de su nación los nacionalistas españoles, ¿cuál es el problema de ponerla a prueba?  Enteca seguridad tienen en ella quienes desconfían del resultado de un referéndum de autodeterminación.

No es cosa de aburrir al personal recurriendo al trillado debate sobre los aspectos técnicos, filosóficos, jurídicos, políticos, históricos del DA: que si los derechos colectivos, el derecho internacional, la inexistencia de ejemplos en el mundo, los problemas de delimitación del sujeto, etc., etc. Todo se ha dicho y redicho mil veces, pero la cuestión subsiste. No solo en España, también en otros lugares y eso porque, con independencia de lo que sea en otros aspectos, el DA es una forma de poder constituyente y este es originario, no dependiente de reconocimiento o autorización previos. Si este derecho no pudiera ejercitarse sino en el marco de un ordenamiento jurídico superior, los Estados Unidos no existirían. Y con ellos, muchos otros. Ciertamente, es un argumento resbaladizo porque plantea la legitimidad de un derecho en contra del derecho vigente y, no pudiendo este racionalmente admitir un derecho a la revolución, lleva la cuestión al terreno de los hechos. Así es, así se plantea, con los riesgos consiguientes y así ha de tratarse.

La cuestión está más o menos zanjada al día de hoy gracias a la famosa decisión del Tribunal Supremo canadiense en el asunto de Quebec, en la que toma pie algún reputado jurista español, como Rubio Llorente, para recomendar que, pues la situación de hecho es persistente, generalizada y concita un amplio apoyo transversal en la sociedad catalana, lo sensato es arbitrar la vía jurídica para dar cauce a esa petición del DA. Por supuesto, Rubio señala que a él le dolería la separación de Cataluña porque concibe la nación española en sus dimensiones actuales. Muchos compartimos esa actitud pero pensamos que una cosa es lo que nuestros sentimientos dicen y otra lo que la razón y la justicia demandan.

Aquí es donde el nacionalismo español toca a rebato y despliega su abanico de argumentos que, en lo esencial son tres: a) el del nacionalismo banal; b) el de la sospecha y la deslegitimación; c) el del principio de la mayoría cuando no la soberanía nacional.

a).- En un inteligente libro de Germá Bel que acaba de salir (Anatomía de un desencuentro) y del que espero hacer una reseña en los próximos días, se recuerda el concepto acuñado por Michael Billig de nacionalismo banal para identificar el español, ese que ataca ferozmente los demás nacionalismos no españoles (en España, claro) en cuanto nacionalismos, dando por supuesto que él no lo es. Es un fenómeno muy conocido pero la expresión de Billig nunca me ha convencido porque, aunque la actitud esté bien descrita (esto es, un nacionalismo que, como el sonido de las esferas celestiales de Pitágoras, no es reconocible para quienes viven en él) el nombre no es el adecuado. Banal es un espantoso galicismo que quiere decir trivial, insubstancial. Y no es el caso en absoluto. En absoluto. Si se quiere definir ese nacionalismo español indiscutido e indiscutible, la expresión correcta es nacionalismo axiomático, algo tan evidente que no precisa demostración. Por supuesto, tratar los sentimientos, las identidades colectivas, con axiomas es perfectamente absurdo, con permiso de Espinoza.

b).- Sospecha/deslegitimación. También lo señala y refuta Bel: el nacionalismo independentista catalán es un juego de gana-gana de la oligarquía y la burguesía catalanas; como si el nacionalismo español no lo fuera también. La sospecha de las motivaciones turbias, fraudulentas es hoy especialmente aguda, pero siempre ha habido un fondo de desconfianza hacia ese nacionalismo. De hecho, la crítica marxista ortodoxa del último tercio del siglo XX lo entendía como un ardid de la burguesía catalana en la lucha de clases y la competencia con la burguesía central. Todo movimiento nacionalista esconde multiplicidad de intereses, pero es una forma de la denostada teoría de la conspiración el suponer que siempre hayan de triunfar los más sórdidos. Cuesta admitir que más del ochenta o el cincuenta por ciento de los catalanes (según lo que se compute) tengan motivaciones sórdidas.

c).- El principio de la mayoría, molde sagrado en el que se funde el de soberanía que corresponde al pueblo español. Los nacionalistas españoles más progresistas piden que sea un referéndum en toda España el que decida si los catalanes pueden hacer un referéndum, esto es, ejercer el DA por su cuenta. Confían en que el resultado será abrumadoramente mayoritario en contra del DA. Lo será, seguramente. ¿Y qué más? Las decisiones en democracia se toman por mayoría. Cierto. Pero mírese el asunto destotra manera: en España, por ejemplo, el "no" gana por el noventa por ciento y en Cataluña gana el sí por el setenta u ochenta por ciento. ¿Es justo que una minoría deba aceptar una decisión que la inmensa mayoría en su seno rechaza? "Bueno", responde el demócrata nacional español, "manda la mayoría en España. Que sean mayoría". Pero los catalanes jamás podrán ser mayoría como catalanes en España. Aplicarles el rodillo de la mayoría española no es juego limpio y, además, es absurdo desde el punto de vista práctico pues hoy no es pensable sofocar por la violencia una reivindicación nacional y la conllevancia orteguiana es un fardo muy pesado, que consume muchas energías, sin duda necesarias en otros menesteres urgentes.

Es tal el desconcierto del nacionalismo español puramente represivo que aun ahí lleva el catalán la iniciativa. Es lógico, tiene un objetivo poderoso, se sabe o se cree llamado a protagonizar una palingenesia nacional, la creación de la República catalana. Por contra, el nacionalismo español (de ambas orillas ideológicas) está a la defensiva, sin estrategia alguna que no sea el enrocamiento y la preservación del statu quo. Su objetivo es evitar el desmembramiento, una crisis que supone pavorosa. 

No, por ejemplo, atreverse a reformular la nación española sobre bases nuevas, con un Estado plurinacional y ofrecerla en buena fe y en pie de igualdad frente a las peticiones de independencia en un referéndum de autodeterminación al que los catalanes tienen derecho.

De eso, no quiere ni oír hablar.

(La imagen es una foto de Wikimedia Commons, bajo licencia Creative Commons).

dissabte, 26 d’octubre del 2013

La gran nación.


Parece que el primero en emplear esta expresión en la era contemporánea, España es una gran nación, fue Jaime Mayor Oreja, como título de un libro con un contenido fácil de imaginar. La secundó luego Rajoy, cuya capacidad para el pensamiento original es como la de la chicharra, asegurándolo en diversos foros: España es una gran nación. Ayer la repetía como un papagayo -de real alcurnia, ciertamente- el príncipe Felipe en la entrega de los premios que llevan su nombre, el único discurso, según el periodista que cubría el acto en el que verdaderamente habla él. Pues si así es cuando habla por sí mismo, cómo será cuando hable por boca de ganso. España es una gran nación dice S.A.R. con las mismas palabras y el mismo sentido, seguramente, que Rajoy y Mayor Oreja grandes expertos en el tema. Se dirá que Palinuro tiene ganas de fastidiar pues esa manida expresión la han soltado decenas de personajes y personajillos en los últimos tiempos. Vale. Sin problema. La originalidad nunca podrá ser cosa de masas y si uno dice lo que dice el rebaño, por muy alto y a la cabeza de ese rebaño que esté, rebaño será.

Es igual. Mi bronca no es por pequeñeces. Es por la cosa misma. Suponiendo que consiguiéramos ponernos de acuerdo acerca de qué sea una nación, cosa que juzgo imposible pero que, por fortuna, no es imprescindible para nuestros fines, quedaría la pregunta concreta: ¿qué quiere decir ser una gran nación? ¿Qué quiere decir gran o grande? ¿Es cosa de número de nacionales? Habiendo naciones -muchas- de 50, 60, 80, 100, 300, 1.000, 1.500 millones de pertenecientes a ella, España será si acaso una mediana nación. Cierto, pero no se trata de números. ¿De qué, pues? De valores morales, intelectuales, intangibles, aunque pueden -y suelen- traducirse en realidades materiales, palpables. A eso, imagino, se refiere el Príncipe cuando dice que vale la pena luchar por ella, porque es grande espiritualmente. Así un nacionalista que juzgue grande su nación por este motivo, luchará por ella aunque esté compuesta por cuatro pelagatos.

¿Hay posibilidad de mostrar esa grandeza moral, espiritual, intelectual? Más o menos. Basta con analizar serenamente la contribución de España a las artes, las letras, el pensamiento o la ciencia en los últimos trescientos años; incluso a la llamada arte militar ya que el país no ha ganado una sola guerra internacional en serio desde los tercios de Flandes. No es preciso contar premios Nóbel, ni patentes, ni descubrimientos; basta con echar una ojeada al acervo espiritual europeo en los últimos trescientos años y discernir la aportación española.

¿Da para hablar de una gran nación como sin duda se habla de Alemania, Italia, Francia o Inglaterra? ¿A su nivel? Se me hace que no. Y lo peor es que el asunto viene de antiguo. Ya lo planteó en toda su crudeza Masson de Morvilliers en la Enciclopedia metódica en la segunda mitad del XVIII con un articulo afirmando que la contribución cultural de España al mundo en cientos de años era nula. La acusación tenía raíces. A lo largo de las principales obras de Montesquieu se especula con las causas de la decadencia de España, no con el método que empleó para hablar de la decadencia de los romanos, pero sí con su espíritu. Desde el siglo XVII España es sinónimo de decadencia y de decadencia espiritual, cultural. Cierto, a Masson contestó con airado verbo Forner y, tras él, una serie de autores y literatos en defensa de la aportación de España al acervo de la civilización que culminó en la figura señera de Marcelino Menéndez Pelayo.

Pero la cuestión, obstinada, subsiste. Hubo un tímido renacer del espíritu creativo en la IIª República y fue ahogado a sangre y fuego. Se acabó, hasta hoy en que, como siempre en España, se substituye la cosa por el nombre de la cosa. Y todos tan contentos; se substituye la gran nación por la gran nación... y a vivir. Sospecho, además, que estos defensores de la gran nación, en realidad quieren decir "gran Estado" y, seguramente, "poderoso Estado". Pero esto es un tema que nos apartaría. Quedémosnos con la "gran nación".

Una gran nación da trabajo y vida digna a sus hijos. Da amparo y refugio a los perseguidos y exiliados. Trata a todos, hijos y asimilados, por igual, con igual dignidad y respeto. No los considera mercancías y los alquila o vende en el extranjero como mano de obra barata. Garantiza la igualdad de oportunidades de todos y ampara a los más débiles. Hace justicia sin distinciones ni miramientos de caudales, posición, alcurnia o privilegios. Protege a los menores y les allana el camino, defiende a las clases trabajadoras, especialmente necesitadas por su subalternidad en la sociedad y garantiza a los mayores una vejez tranquila. No impone ninguna creencia, dogma o fe, sino que las protege, y garantiza la libertad de ejercicio y culto de todas.

Una gran nación no tiene decenas de miles de hijos asesinados por sus convicciones políticas sepultados en fosas comunes y se niega a hacerles justicia mientras otorga todo género de franquicias, honores y glorias a los otros caídos en el bando de los asesinos. No conserva el espíritu de vencedores y vencidos salido de la guerra civil y resucitado en estos días con ocasión de la sentencia del TEDH. No espera a que sean algunos elementos de la jerarquía quienes empiecen a reconocer públicamente la complicidad de la iglesia con los crímenes franquistas y a insinuar que piensan pedir perdón. Lo que nos faltaba es que apareciera un nacionalcatolicismo bueno.

España podría aspirar a ser, quizá, una gran nación, si condenara unánimemennte los crímenes de la dictadura e hiciera justicia a las víctimas. Y, a tenor de ello, si hiciera una ponderación justa y equilibrada (y no bombástica, chillona y patriotera) de las aportaciones del país al acervo común, reconociera humildemente sus tremendas carencias, identificara las causas y aceptara ser en realidad una nación menos que mediana a estos efectos.

Dados esos pasos, producida una reconciliación de los españoles que no se ha dado de verdad aún, será el momento de elaborar discursos que no se limiten a los lugares comunes y topicazos que suelta el Príncipe en cuanto abre la boca y se pone a hablar de España como proyecto sin que jamás haya explicado ni por asomo en qué consiste el tal proyecto porque no sabe ni de lo que habla.

Y, mientras esos milagros se producen, retornemos a la España real, la del Lazarillo, Frascuelo y el Dioni: en una gran nación, el tele-prompter con el que el Príncipe estaba soltando su discurso no deja de funcionar. ¿O es que aquí alguien no ha cobrado su correspondiente comisión?

dimecres, 23 d’octubre del 2013

Esta España nuestra.


El viernes, 25 y sábado, 26, dirijo un curso de extensión universitaria en la sede del Centro Asociado a UNED de Sevilla. Se titula Visión de la España contemporánea y tendrá cuatro temas monográficos: 1) la transición, sus consecuencias y el juicio que hoy nos merece; 2) la democracia española en todos sus aspectos (institucional, mediático, opinión pública); 3) los nacionalismos en España: la idea y evolución de la nación española, el nacionalismo español y los nacionalismos no españoles; 4) los aspectos de una hipotética reforma de la Constitución de 1978, especialmente en lo referente a la planta territorial del Estado y el sistema electoral.

Son muchos los rasgos que distinguen a los españoles de otros pueblos europeos, pero uno de ellos es especialmente sobresaliente: nos encanta hablar de nosotros mismos. Se dirá que eso pasa con todos los pueblos. Todos se piensan únicos, excepcionales, maravillosos y están encantados consigo mismos. Pero no es el caso español. Nos encanta hablar de nosotros mismos pero casi siempre mal. Incluso cuando hablamos bien, no podemos dejar de lanzar alguna puya a otros españoles que, cómo no, desmerecen del conjunto y, de ser algo, son malos españoles, cuando no aleves y traidores. Eso es especialmente evidente en el problema que tenemos con la nación. Hay quien dice que en España hay una única nación, la española, y las demás son invenciones; quien sostiene que hay varias: la española y algunas otras; y quien afirma que únicamente cuentan las otras y la única que no existe es la española. No está mal como punto de arranque para un interesante debate.

Y eso en cuanto a la nación. Si el objeto es la transición, las discrepancias no son menores ni menos apasionadamente defendidas. Según unos, la transición fue un proceso modélico por el que una dictadura se transmutó en democracia; según otros, fue una horrible traición en la que se abandonaron y se vendieron diversos sacrosantos principios por un lugar al sol y, finalmente, según otros fue una mezcla de ambos: genial inventiva, traición, chapuza. El genio de la raza es la controversia.

Como siempre, bienvenid@s aquell@s que quieran acercarse aunque, según leo en la página web del Centro, el cupo está agotado. 

diumenge, 13 d’octubre del 2013

El día de la Raza y el de los muertos.


El 12 de octubre es más que una fiesta. Es una catarsis colectiva. Sus muchos significados, que interactúan entre sí y con una realidad a menudo conflictiva, se prestan a grandes controversias de interpretación. Su nombre oficial, por Ley de 1987, es Fiesta nacional de España, haciendo hincapié en el nacional. La nación española está de fiesta el 12-O. Antes había sido Día de la Hispanidad y, antes, Día de la Raza.

La Fiesta nacional, ignorando la Hispanidad, pretende desvincular la idea de nación española del descubrimiento de América. Pero es un vano intento desde el momento en que se mantiene la fecha del avistamiento del nuevo mundo por Rodrigo de Triana. Tendría que haberse pasado al 2 de mayo, hipótesis que seguramente barajó el legislador pero, inexplicablemente, dejó de lado. Así que la nación sigue asociada al descubrimiento y no sin querella. El término descubrimiento despierta lógicas iras en los descubiertos y ya no se hable de una opinión muy extendida que llama genocidio a lo que otros consideran obra civilizadora de España en América; o sea, la Hispanidad. Primera bronca.

El 12 de octubre es también el día de la Virgen del Pilar, patrona del Reino de Aragón y, por ende, de España, aunque subordinada al verdadero patrón, Santiago el Mayor quien, en realidad, era su mandado, al habérsele aparecido en carne mortal en Cesaraugusta el año 40 para encargarle la evangelización de España. Patrona también de la Guardia Civil, por si hubiera alguna duda y, mira por dónde, de la Hispanidad. La Guardia Civil tiene en estas ocasiones lo que se llama "perfil bajo", pero la presencia de Santiago evoca de inmediato el Santiago Matamoros y cierra España. No es lo más adecuado para emblema de la alianza de las civilizaciones que Rajoy parece haber descubierto tras reírse de ella y a la que ahora se apunta con su habitual oportunismo y falta de dignidad. Segunda bronca.

Sigue funcionando la Hispanidad. Y la Raza. El nacionalismo español muestra su vigor. El PP y Ciutadans han movilizado sus huestes para un acto afirmación nacional Española en Barcelona. Varios miles, llegados a bordos de autobuses, han respondido a la llamada. Una manifestación por la unidad de España que diera respuesta esta vez a la cadena humana catalana del pasado septiembre. La mayoría a favor de lo catalán es abrumadora. Pero la afirmación nacional española compensa por lo vistoso lo enteco de los números. Banderas franquistas y profusión de otras enseñas con emblemas así como de tipo céltico y pendones variados pusieron una nota de colorido en la mañana barcelonesa. Luego, las escuadras fascistas recorrieron las calles de Barcelona, a ver si podían dar estopa a algún catalufo. Más o menos lo que hicieron en Madrid, esto es, merodear por el centro a dar palizas a quienes no les gustaran. Y ante la inactividad de la policía que solo interviene para apalear izquierdistas, pues esto es una democracia. Tercera bronca.

Después del desfile, que a nadie importa un pimiento, la recepción de la Corona, este año coroneta porque el titular está postrado. En realidad, de la Casa Real ya no queda casi nadie. En la foto faltan una infanta y dos yernos. La cuestión de la monarquía, cada vez más desacreditada y cuestionada. Si, por fin, la infanta ausente resulta imputada, la situación va a hacerse insostenible y es posible que, por mucho besamanos al que acuda Rubalcaba, los socialistas acaben recordando que lo suyo es la República. Cuarta bronca.

En efecto, más que una fiesta, una catarsis. Tantos significados y tan controvertidos no tendrán inconveniente en acoger otro más. El PSOE e IU presentan una moción no de ley urgiendo al gobierno a que establezca una comisión de la verdad para desenterrar a los asesinados por los franquistas y hacerles justicia. Aquel se negará a hacerlo por la misma razón por la que se niega a tipificar como delito la apología del franquismo, porque el franquismo es su principal afinidad electiva. ¡Comisión de la verdad! Franco ya la dejó atada y bien atada y los apologetas franquistas que se autotitulan historiadores la repiten sin cesar. Esa negativa será suficiente para que la oposición, llamando en su auxilio la sociedad civil, la constituya por su cuenta.

Es muy buena idea vincular la petición de justicia por los crímenes del franquismo a la fiesta nacional española. Esta petición de una comisión de la verdad es la quinta bronca, resumen de las anteriores. Porque cuestiona la fiesta. Fiesta nacional ¿de qué nación? ¿La de los vivos o la de los muertos?

(La imagen es una foto de Okokitsme, en Twitter).

dissabte, 12 d’octubre del 2013

La mancha revolucionaria.


Interesantísima la exposición sobre I Macchiaioli ("manchistas") de la Fundación Mapfre, en Recoletos. Algunos de ellos, tanto del grupo "manchista" propiamente dicho, como de los aledaños son bastante conocidos, como Silvestro Lega, Giovanni Boldini, Fattori, Zadomeneghi, Signorini y, por supuesto, Balla y Pellizza; pero otros lo son menos o a Palinuro no le sonaban. Así que es una gran ocasión verlos juntos. Son más de cien obras en total, procuradas en colaboración con el Museo d'Orsay y L'Orangerie de París, de muy distinto formato (predominantemente pequeño) y variada procedencia. Pero transmiten con toda claridad la idea de un grupo, un movimiento, un trabajo colectivo, una especie de programa de renovación de la pintura, así como de la acción social del pintor y del artista en general. Otra prueba más de lo aficionados a la cofradía que son los pintores.


Esta en concreto nace al rebufo de la revolución de 1848 que, siendo europea en su alcance, en Italia puso en marcha el Risorgimento o reunificación italiana que terminó en 1871 con la expulsión definitiva de los austriacos del Véneto y la conquista de Roma. Los manchistas querían renovar la pintura y la Nación al mismo tiempo. Varios de ellos fueron voluntarios a la guerra contra los austriacos. Los cuadros de Fattori con batallas entre austriacos y bersagliere son piezas de la conciencia nacional.

Pero la exposición se centra en la obra renovadora de la pintura que, vista con la perspectiva de grupo, es innegable y, habiéndose dado a mediados del siglo XIX, antecedente claro del impresionismo francés. El lema del grupo es el del impresionismo: luz natural (que en Italia hay mucha), pintura al aire libre, fuera academicismo e historicismo. Hay quien lo ve incluso como antecedente del grupo de Barbizon. Desde luego y también coetáneo. Y en cuanto a los impresionistas, a veces uno cree estar viendo a Monet, a Manet, al mismísimo Renoir. En los retratos pasa algo parecido. Las figuras y su contexto reflejan una época y unos personajes: las clases medias y las populares, la coyunda que hizo posible la revolución de 1848, la última vez en que la burguesía y los trabajadores fueron juntos a las barricadas. En la siguiente, estarían en lados opuestos. Los retratos de Boldini, que era un maestro indiscutible, son los de la burguesía nacional italiana, coronado por su célebre de Verdi de 1886, pura sinestesia. Lo que no aparece en la exposición es que, posteriormente, gracias a su enorme éxito, Boldini se convirtió en el retratista de las clases altas y la nobleza italiana. Y aun así mantuvo una enorme audacia de trazo.

La expo tiene un detalle espléndido. Hay una breve antología de escenas de dos de las mejores películas de Visconti, Senso (1954) y El gatopardo (1963) para mostrar cómo el cineasta se inspiró directamente en i macchiaioli. Los paisajes, las figuras de las dos turbulentas historias, la lucha contra los austriacos (Senso) y la revolución garibaldina (Gatopardo) están sacados de los manchistas. Y no es el único. El símbolo del Novecento de Bertolucci es el célebre El cuarto estado, de otro manchista, Pellizza da Volpedo.

Especial interés reviste la referencia a la huella de i macchiaioli en Mariano Fortuny, al menos para los españoles. Fortuny tuvo un éxito arrollador, fue riquísimo y, a pesar de morir joven, dejó una fortuna en bienes inmuebles. Su triunfo vino de su increíble oficio y de haber adaptado al gusto español los casacones de Meissonier. Los enriqueció con su aprendizaje de la luz del norte del África y los coronó con la estancia en Italia. Ese es el secreto de Fortuny, la luz, la mancha de luz.

Y puestos ya a fantasear, la figura del anuncio de la expo recuerda vagamente a Seurat.

dissabte, 6 de juliol del 2013

A la nación por la palabra


Es muy de celebrar el acuerdo entre el PSOE y el PSC. Sobre todo por ellos mismos. Nadie les arrendaría la ganancia si se enfrentaran. Por eso han hecho bien poniéndose de acuerdo. Los pactos suelen ser buenos; indican maneras civilizadas, voluntad de diálogo y entendimiento, aunque no todo el mundo esté conforme. Siempre hay integristas prestos a tachar de traición todo pacto.

En el caso de los socialistas, el acuerdo parece haber llegado tras algunos episodios de tensión y abarca una decisión unánime (la federalización del Estado), otra a regañadientes de la parte mayoritaria (el principio de ordinalidad) y escudándose tras las togas de los magistrados de ¡dos tribunales constitucionales, el alemán y el español! y una concesión a regañadientes (la definición de Cataluña como nación) hecha por la parte minoritaria.

La cuestión del federalismo es un típico tigre de papel. España es ya materialmente federal. Hacerla formalmente requiere llamarla por su nombre, perder al miedo a la palabra, dotar de contenido algún órgano que ahora no lo tiene como el Senado y reconfigurar algún otro, como el Tribunal Constitucional y la propia Constitución. Y ya está la flamante monarquía federal borbónica. Suena un poco raro pero la Jefa del Estado de la federación canadiense es la reina Isabel. Los británicos suelen ir por delante en esto de las libertades, como se prueba por el hecho de que el Parlamento de Westminster acabe de aprobar la ley que autoriza la celebración del referéndum de independencia de Escocia el año que viene. En España ni los federalistas más pimargallianos quieren oír hablar de semejante ley para Cataluña. Así que el parto de los montes del acuerdo es el federalismo que probablemente tenga también la anuencia de la derecha o, cuando menos, su no beligerancia, cuenta habida de que no cambia las relaciones de poder reales. Otra cosa es que empiece a hablarse de federalismo asimétrico y los gestos comiencen a torcerse solo por no pararse a pensar que las CCAA ya son asimétricas de hecho. Pero ese otro debate, aunque también sobre palabras.

El principio de ordinalidad pasa sin mayores traumas porque lo aceptan los jueces y el PSOE actúa aquí por imperativo judicial, algo parecido al imperativo legal de los independentistas vascos. Una declaración que se hace cruzando los dedos. Pero, cuando menos, se hace. Se pretende así evitar que se hable del "expolio fiscal" y de que "Espanya ens roba". Reaparece el fantasma de la balanza fiscal y ya hay para entretenerse discutiendo un quinquenio.

Pero el punto crucial del acuerdo PSOE/PSC es la renuncia del segundo al reconocimiento de Cataluña como nación. Como están las cosas, eso va a costar un disgusto a los socialistas catalanes, que se han dejado llevar al huerto por los jacobinos del PSOE. Al huerto de los olivos, el del amargo cáliz, porque ese acuerdo PSOE/PSC que ignora la realidad nacional catalana es anterior al vigente Estatuto de Autonomía que recoge el sentir mayoritario de los catalanes de ser una nación y enmendado por el Tribunal Constitucional que, en su sentencia, dejó la referencia a la nación y a la realidad nacional de Cataluña en el preámbulo si bien precisó en el fallo que ambos términos carecen de valor jurídico, para tranquilidad de los recios patriotas, abundantes en el socialismo español. Ni siquiera esa demediada nación sin efectos jurídicos pasó el tamiz del integrismo territorial. Precisamente por acercarse a los populares en este campo, los socialistas no van a ser muy populares en Cataluña en lor próximos meses.

Lo curioso del caso es esa inquina a la mera palabra que, al carecer de eficacia jurídica, podría sustituirse por "el reino de los cielos". Con el término nación se han designado tantísimas cosas a lo largo de la historia que parece manía negar a los catalanes el derecho a llamárselo. Ha habido naciones bárbaras, hay naciones a orillas del Amazonas, naciones eran Salamanca o Vasconia en la Universidad de Bolonia, naciones las que se unieron en la II Guerra Mundial bajo el nombre de Naciones Unidas como frente de guerra cristalizado después en frente paz o algo así. Pero algo tienen las naciones que las hace distintas de los Estados (otra cosa es que los Estados se llamen nacionales) y es que, al designar un sentimiento basado en costumbres, tradiciones, cultura, religión, lengua, memorias, folklore, su origen proviene del pasado más o menos remoto. El ejemplo más típico es la nación judía, que remonta sus orígenes a una declaración de Dios a Abraham que lo constituye en patriarca del pueblo elegido, algo permanente, perpetuo, que está por encima de las contingencias históricas. En cambio el Estado sí que es siempre producto de esa contingencias, a veces en los campos de batalla y a veces en las batallas de las alcobas y, de nuevo, el caso más típico es el del Estado de Israel, a raíz de la partición de Palestina por la ONU en 1947, que emergió vencedor de la subsiguiente guerra contra los árabes en 1948.

Las naciones también pueden ser producto de contingencias, como el caso de los Estados Unidos, surgidos de una declaración de independencia de la metrópoli. Pero eso no quita que los Estados lo sean siempre y las naciones, no. Al negar a un grupo humano de siete millones y medio de personas el derecho a llamarse nación a partir de un sentimiento compartido por una mayoría cada vez mayor de la población, ¿qué se quiere decir? ¿Que no se reconoce la existencia de un sentimiento? ¿Por qué? Porque en el Estado español solo puede haber una nación española, se dice. Pero ¿por qué? ¿Por qué no pueden convivir dentro del Estado español dos o más naciones? ¿Acaso no tiene la nación catalana el mismo origen que la española, esto es, un sentimiento compartido? Los sentimientos de unos ¿son superiores o mejores a los de otro? ¿En virtud de qué?

Los catalanes habían conquistado el derecho a usar la palabra nación, aunque fuera sin efectos jurídicos y los socialistas retrotraen este espinoso asunto de principios a tiempos preestatutarios. ¿Por qué? Por una consideración estratégica. Saben que la próxima batalla será sobre sin Cataluña es o no una nación y quieren escoger el terreno del debate lo más cerca posible de sus trincheras. Si empiezan por reconocer la realidad nacional catalana tendrán luego más dificil parar los pies a los soberanistas dentro de su propio partido y convencerlos de que se olviden de "delirios" autodeterministas y drets a decidir. Pero ¿han calibrado el riesgo de que sean los soberanistas los que causen baja en el partido?

dimarts, 13 de novembre del 2012

La casa o la nación.

La recién comenzada campaña electoral catalana gira en torno a dos puntos: la crisis y el nacionalismo catalán convertido al independentismo.
Entre los dos se ha colado la huelga general de mañana que tiene los ánimos bastante caldeados pero que es un hecho transitorio. El día 15 se hará recuento (diametralmente opuesto el del gobierno al de los sindicatos) y se plantearán unas medidas. Y, enseguida, de vuelta a las elecciones catalanas.
La crisis. Una de las acusaciones más frecuentes a los gobiernos español y catalán es que se han encrespado en el corral a cuenta de la independencia para ocultar ambos sus nefastas políticas de recortes, reducciones, cierres. Quizá sí. Pero no les sale. La crisis está presente en primerísimo plano a través del problema de los desahucios que son consecuencia directa de aquella. Es decir, no se habla de crisis ni se blanden términos casi extraterrestres, como prima de riesgo. Se habla -y se oye, se ve, se palpa- el drama humano concreto, en tu escalera, en tu acera, en tu barrio, en tu ciudad, familias enteras a la calle con sus enseres y sin tener a dónde ir. Es la crisis, pero la crisis en su rostro humano, de impacto directo, con suicidios. Algo que ha obligado a los dos partidos mayoritarios a hacer como que hacen algo. Obliga a la acción. Por fortuna parece que son los bancos quienes han acordado la moratoria que los señores legisladores no han tenido en valor de imponerles. Lo cual recuerda el espectáculo de los ricos pidiendo que les suban los impuestos. Una vergüenza.
Pero, además de mover a la acción, esta prueba tener un aspecto teórico que debe subrayarse. El fracaso rotundo de la ideología neoliberal. Dejado el sistema, el mercado, a sí mismo, lleva a la injusticia, a la miseria y, probablemente, a un estallido social, como el que se apunta en un país en donde el sindicato de policía ya dice a sus afiliados que no ejecuten los desahucios y vecino a otro, Portugal, en donde los militares avisan al gobierno de que no cuente con ellos para reprimir al pueblo. ¡Hasta los bancos comprenden que hay que intervenir en el mercado antes de que todo se vaya al garete! El integrismo neoliberal debiera reflexionar sobre esta cuestión en lugar de seguir arrimando la tea a la yesca.
Independentismo. Pues claro que Mas está obligado a envolverse en la cuatribarrada y a sacar a su pueblo del yugo hispánico. Ha olido que es lo que va a darle más votos. Un debate sobre su gestión en política económica no le sería beneficioso y el hombre se presenta a ganar las elecciones, no a perderlas. La invocación a la nación tiene siempre algo profundo, casi telúrico, muy simbólico y tiende a hacer tabla rasa de las otras diferencias que separan a las gentes en ricos y pobres, creyentes y no creyentes, de izquierdas y de derechas. !Catalans -diría el Marqués de Sade- encore un effort si vous voulez être républicains!. Aunque me temo que, si los catalanes se sacuden la Corona, la sombra del altar seguirá siendo muy larga. En todo caso, Mas tiene que aunar los tonos mesiánicos con el posibilismo más práctico y ramplón. Que no lo acusen solo de loco incendiario. Además, piénsese bien, los trémolos nacionalistas del president estarán justificados tanto si gana, para exigir lo más como si pierde, para exigir lo menos. Pero siempre para exigir. Se acabó el tiempo de la Cataluña dócil.
Los nacionalistas españoles, el PP y el PSOE coinciden en tirar contra Mas por inoportuno, boicoteador, iluso, visionario, Moisés, caudillo, hipernacionalista y qué sé yo. Van al ataque frontal, entran al trapo, exactamente lo que Mas quiere para presentarse como el San Sebastián que recibe los flechazos con que las huestes castellanas pretenden sojuzgar el orgulloso principado. Ninguno de los dos habla de autodeterminación. No parecen haber escuchado siquiera el término. Si acaso se especula con que un hipotético referéndum sería referido al Tribunal Constitucional y aquí paz y después gloria.
Por fortuna en Cataluña está el PSC que, con bastante más juicio que la dirección federal, quiere ser el puente de unión entre los dos nacionalismos. Postula el referéndum de autodeterminación y (es de suponer) respetará su resultado, pero se declara partidario del mantenimiento de España. Esa es exactamente la posición de Palinuro que es un nacionalista español demócrata pues reconoce el derecho de autodeterminación de las demás naciones, pero aboga decididamente por el mantenimiento de la nación española en su actual configuración. Palinuro entiende que es mejor pertenecer a una nación a la que todos sus componentes son leales que a una que obliga a otras naciones a aceptar su dominio.
Una actitud tan abierta, moderada y sensata debiera garantizar un fuerte apoyo electoral al PSC. Pero las cosas son como son y se le pronostica poco menos que el hundimiento. Parece como si se diera una polarización social, bloque catalanista contra bloque españolista. A esta situación de enfrentamiento se llega gracias a las actitudes intransigentes de la derecha española que suele llevar en el furgón de cola al PSOE, temeroso de enemistarse al electorado españolista. Esta hostilidad provoca la natural reacción defensiva de cerrar filas en torno al portaseñera. Si se quiere un ejemplo de lo mal que se pueden hacer las cosas, tómese el reciente propósito del ministro de Cultura de españolizar a los niños catalanes y mírese con ojos catalanes leales a España: Ostis, tú, que dice el ministro que no somos españoles. ¿Pues qué somos?

dijous, 25 d’octubre del 2012

Dos discursos

España tiene un lío territorial fenomenal. Y no de ahora. De hace años. Siglos, quizá. Un lío que unas generaciones pasan a otras como un deber cívico-religioso, como la peregrinación a La Meca. Un lío que todas las generaciones tienen que desenredar, les guste o no les guste porque es muy de ver cómo una de la formas propuestas para desenredar el lío consiste en decir que no hay lío pues no es sino una invención del nacionalismo, como si el nacionalismo fuera un ente alienígeno que invadiera un territorio parte de la Patria, al modo como lo hace la langosta o las termitas, cuando el lío es precisamente el nacionalismo y no solo el sedicentemente periférico sino todo él; el español, el primero.
El discurso de Aznar en la entrega del premio FAES a la Libertad a Vargas Llosa ha sido un ejercicio de nacionalismo español en pie de guerra. Se acabaron las contemplaciones. Aquí no se independiza nadie y quien lo intente, que se atenga a las consecuencias, una de las cuales será la fragmentación de su territorio. No es frecuente esta aseveración tratándose de Cataluña, pero se hace muy visible en el País Vasco en una hipotética situación en que Guipúzcoa y Vizcaya se declararan independientes pero Álava no. Situación interesante pero no ahora pues Aznar ni considera la posibilidad. De independencia, nada. El nacionalismo es aleve, desleal, traidor y, por tanto, corresponde una reforma del Estado para desnacionalizarlo catalán y renacionalizarlo español. La españolización de los niños catalanes de Wert con algo más de fanfarria.
El deseo de Aznar es legítimo, desde luego, pero no necesariamente aceptable, ni siquiera racional. Su base es negar el derecho de los nacionalismos a alcanzar su objetivo último, en el fondo, a existir. Y eso es injusto, como lo sería que alguien negara al muy obvio nacionalismo español de Aznar el derecho a existir, lo cual no debe confundirse con el derecho a imponerse, que no es lo mismo, aunque la derecha de Aznar así lo piense.
Sé que no es grato tener la nación de uno perpetuamente cuestionada en su legitimidad y entiendo la irritación de la derecha al comprobar que parte de la izquierda no secunda su discurso nacionalista español. Sería bueno que la derecha entendiera la razón de la actitud de la izquierda. Es muy sencilla. Se basa en la definición de nación que hace el fundador del conservadurismo, Edmund Burke: una nación es un pacto entre los muertos, los vivos y los que están por nacer. De acuerdo. El problema es que parte importante de los muertos españoles no pueden pactar nada porque nadie sabe en dónde yacen, enterrados en fosas comunes por sus asesinos que a continuación impusieron su concepto de nación mancada -y siguen haciéndolo- a los vencidos y asesinados. Y mientras esto sea así y no se reconozca el derecho de los cientos de miles de compatriotas asesinados a la rehabilitación plena, la nación española estará tarada por un sesgo de partido inaceptable para muchísima gente.


A su vez, mucha de esa muchísima gente está en la izquierda. No toda. También hay gente que lucha por la memoria histórica y no es de izquierda y gente de izquierda, incluso en el PSOE, que no es partidaria de la memoria histórica. Da la impresión, a juzgar por el giro conservador que ha dado el socialismo desde la elección de Rubalcaba, de que hasta se opone a ella. Son los mismos -y es lógico pues lo hacen con el Secretario General a la cabeza- que han convertido por la vía de hecho el PSOE en un partido dinástico con dejación de la reivindicación republicana. Por si fuera poco, el lío territorial quiebra la unidad del PSC en un sector catalanista y otro españolista. Ello prueba que el nacionalismo no es una invención o un capricho de algunos desalmados para fastidiar a Aznar, sino un sentimiento profundo que anida en el espíritu de muchos catalanes con el mismo, exactamente el mismo, derecho con que otro similar anida en el pecho de muchos españoles pero hacia otra nación.
Esa indeterminación del PSOE en relación al lío territorial es uno de sus handicaps en su juego electoral. Tiene razón Aznar cuando desprecia las ofertas federales sosteniendo que ni quienes las proponen saben definirlas. Es justamente el caso de la propuesta federalista del PSOE, tan concreta en su diseño como el Reino del Preste Juan. El otro handicap es el de su aún muy reciente tarea de gobierno según pautas neoliberales en poco distintas de las de la derecha, lo cual resta a su candidato todo el crédito ya que fue ministro de aquellos gobiernos, como también lo había sido en los del ya mítico Felipe González.
Comparece, pues, a regañadientes, el secretario general Pérez Rubalcaba, en busca del crédito perdido, como Katharina Blum buscaba su honor también perdido, y formula un discurso perfectamente legítimo, como el de Aznar en lo suyo. Hace ocho meses sus compañeros le confiaron un mandato de cuatro años y piensa cumplirlo pues es partidario de que los mandatos se cumplan. Y es sincero. Pero que sea sincero no quiere decir que sea racional, quizá ni siquiera ético.  
Veamos. No es solamente del descalabro electoral del PSOE en Galicia y el País Vasco de lo que debe hablar Rubalcaba  ya que este no es causa en sí mismo sino efecto de otras causas. El dicho descalabro es un indicador de hasta dónde llega de momento el hundimiento del PSOE en el aprecio público, cosa perfectamente conocida a fuer de medida en encuestas, sondeos y barómetros. El personal no confía en Rubalcaba en una proporción del 85% y la intención de voto del PSOE sigue a la baja espectacularmente. Son esos ocho meses de oposición "responsable", muy parecida a una ausencia de oposición los que dan los resultados gallegos y vascos. En esas condiciones medio partido le pide -muy en abstracto, que la disciplina es un punto, sobre todo cuando ha de significarse uno criticando al jefe- que "haga algo", "algo contundente", "un giro substancial" y otros eufemismos. Y lo que hace es salir diciendo que va a agotar los cuatro años haciendo lo mismo.
Dentro de un mes hay elecciones en Cataluña. Si los resultados del PSC son tan desastrosos como estos dos redoblará la presión sobre el hombre tranquilo para que haga algo más y volverá a negarse sosteniendo que las cosas van bien, que las cosechas llevan su tiempo. ¿Y si no es así? ¿Si la mies cae en tierra pedregosa, si el tumulto político agosta las plantas al germinar? Pues entonces habrá que convocar un congreso, unas primarias y elegir un candidato a la presidencia del gobierno a quien quizá no conozca nadie (como casi nadie conocía a Zapatero) y poquísimo tiempo para fajarse en  la lucha. Una fórmula fantástica para perder las elecciones.

dilluns, 15 d’octubre del 2012

España (católica) se rompe.

La religión ha tenido y tiene habitualmente mucha influencia en los procesos de formación de las naciones, entre ellas España. Aquí la influencia es tan determinante que, para muchos, el catolicismo constituye la esencia, la razón de ser de la nación española. Es meritorio y digno de mejor suerte el esfuerzo de los historiadores e ideólogos liberales por encontrar un punto de arranque de la nación española al margen del catolicismo. Pero no resulta convincente. Sobre todo porque localizan el tal punto en la Constitución de 1812, cuyo artículo 12 reza: La religión de la Nación española es y será perpetuamente la católica, apostólica, romana, única verdadera. La Nación la protege por leyes sabias y justas, y prohíbe el ejercicio de cualquiera otra. ¿Está claro? A más, esa Constitución se había acordado en el nombre de Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, autor y supremo legislador de la sociedad.
La nación española ha resultado ser hasta la fecha bastante incierta, por haber sido puesta en jaque repetidas veces desde dentro o haberse impuesto ella por la violencia también hacia dentro. Parte de ese infortunio viene precisamente del hecho de haberse vinculado substancialmente con una confesión religiosa universalista, por encima de las naciones, incluso de las que ampara. Porque el catolicismo es eso, universalismo, transnacionalización. El nacionalcatolicismo solo podía ser una aberración. Lo que es. Tanto desde el punto de vista de la nación como del del catolicismo.
Hace poco la Conferencia Episcopal española se pronunció públicamente en pro de la nación española integral y en contra del independentismo catalán. Ayer el episcopado catalán sacaba la cuatribarrada y afirmaba respaldar la independencia de Cataluña, caso de que esta se produzca.
El catolicismo español se ha roto. En consecuencia, se rompe España. La rompen los católicos.
El conflicto interno de los curas tiene difícil solución porque no es una discrepancia dogmática sino que afecta a las cosas del siglo, en el que todos los gatos son pardos como sabe muy bien la iglesia católica cuya principal habilidad consiste en poner siempre una vela a Dios y otra al diablo.¿Bajo qué regla que no sea la obediencia ciega a las decisiones de la superioridad puede el episcopado español obligar al catalán a desdecirse? ¿Y por qué habría de hacerlo? Nunca fue tan vigente el mandato de Cristo de dar al César lo que es del César, incluso aunque se interprete torcidamente.
Por lo demás, el clero catalán, igual que el vasco, ha tenido siempre un fuerte acento nacionalista. Franco fusiló curas vascos por nacionalistas y todavía no hace mucho, en tiempos de ETA, la derecha insultaba a voz en grito a algún obispo vasco con tendencias también nacionalistas.  Solo Roma, a la que todos los católicos deben obediencia, puede zanjar este contencioso español. Pero no se ve cuál sea el interés del Vaticano por mantener la unidad de España, país en el que de vez en cuando gobierna la izquierda, frente a una posible independencia de Cataluña y el País Vasco, dos territorios con arraigados partidos democráta-cristianos.
Si la iglesia católica entra en un proceso de enfrentamiento nacionalista (y quizá a tres bandas) ¿qué puede hacer el nacionalismo español? ¿Enviar la Guardia Civil? ¿Españolizar?

dissabte, 13 d’octubre del 2012

Asuntos de Estado.

Extraordinaria foto la que publica hoy ,la web de La Moncloa. Grandísimo su valor simbólico. Se reúnen tres estamentos decisivos: a) el ejército, representado en el uniforme del Rey supongo que de Capitán General y la presencia del ministro de Defensa; b) la nobleza, de nuevo porque el del uniforme es Rey y el ministro, noble, segundo hijo de un vizconde y nieto de un Grande de España; c) el poder político, en cierto modo, el estado llano, por cuanto representa casi once millones de ciudadanos. Un poder político, como se ha comprobado, intensamente nacionalista. Falta el clero, el estamento eclesiástico, que en España es decisivo. De encontrarse un obispo entre los presentes, la foto hubiera sido para enmarcarla. En fin puede darse por presente porque en España siempre lo está. Detrás del Rey un guión de alguna unidad militar y detrás de Morenés, un alabardero en uniforme de granadero que probablemente está pensando que se ha quedado sin paga de Navidad.
Los tres semblantes reflejan una historia. El Rey parece estar diciendo "esas cosas no se dicen, Mariano, no fastidiéis, que está esto que arde". Rajoy desvía la mirada y, sin duda, asegura que no le consta que las declaraciones de Wert sean de Wert, ni siquiera le consta si Wert es Wert. Morenés lo mira como si pensara: "Mariano que te pierdes, que nos perdéis a todos."
Asegura El País que el Rey afeó a Rajoy el españolizar wertiano. El diario contrató, al parecer, esos especialistas en interpretación de movimiento de labios a distancia, que son como micrófonos abiertos de control remoto y saben lo que el Monarca dijo al pie de la letra. Pues como si nada. La Zarzuela, ente prodigioso, encargado de moldear (iba a escribir "modular") la realidad a la medida de la dinastía, afirma solemnemente que el Rey no habló palabra sobre Cataluña con Rajoy. Pues estarían hablando del tiempo, pero los caretos dicen otra cosa bien clara.
Y no solo los caretos; la mera realidad. A la misión arbitral y moderadora que el Rey se ha impuesto añade su hijo el Príncipe de Asturias un desafortunado "Cataluña no es un problema" porque no parece darse cuenta de que el solo hecho de decirlo ya prueba que es falso y que Cataluña es un problema. Pero, en fin, el chaval está aprendiendo.
El problema de Cataluña es también el del País Vasco y, en menor medida, el de Galicia. Es decir, es el problema de España, por otro nombre, Estado español, un Estado caracterizado por su planta austracista que nunca consiguió integrarse completamente pues nunca contó con la lealtad incuestionada de todos sus territorios. Ni durante la República, cosa que conviene recordar a la hora de aquilatar esa idea tan frecuente de que una hipotética IIIª República española haría justicia a las demandas particularistas de las regiones/naciones  que las invocan.
La cuestión pura y simple es que quienes acusaban a Zapatero de procurar la ruptura de España aparecen ahora como verdaderos zapadores, dispuestos a imponer su visión apostólica de la nación -de su nación- con ese espíritu de cruzados que ha llevado siempre a España a sus peores delirios, a impedir que la gente se exprese en su lengua, tenga su propia religión o quiera decidir libremente sobre su destino colectivo.
¿Cómo no va a ser cuestión de Estado un volver a las andadas españolas? Los 6.000 asistentes (65.000, según la Delegación del Gobierno español en Barcelona) a la manifa de la Plaza de Cataluña contra la independencia y las docenas de energúmenos con bates de beisbol en Bilbao prueban que ruge la Raza, esa que se celebraba ayer, en las entrañas del Estado. Falta tantico así para que se funde un Amanecer dorado.
Mientras tanto, García Margallo, ministro de Asuntos Exteriores de un gobierno tan intensamente nacionalista que pretende españolizar a quienes no lo estén suficientemente, García Margallo, digo, impartía una teórica en sede parlamentaria equiparando comunismo con nazismo y con ¡nacionalismo! 
(La imagen es una foto de La Moncloa en el dominio público).

divendres, 12 d’octubre del 2012

El 12 de octubre es la Fiesta Nacional de España, el día de España por excelencia. Cosa que se nota por la bronca que tenemos montada.

Al comienzo del 18 Brumario, en un arranque brillantísimo, Marx dictamina que en la historia la tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos. Y en algún lugar dice Kant de España que es tierra de antepasados. En ningún momento del año cobra esta condición tanta fuerza como el 12 de octubre. Es una fiesta de turbulenta celebración, por decirlo suavemente y que, a pesar de haber ido cambiando de nombre, Día de la Raza, Día de la Hispanidad y hoy, por ley de 1987, Fiesta Nacional de España, nunca se conmemora pacíficamente sino que siempre hay bronca a cuenta de los muertos, de los antepasados.
"Nada que celebrar" dicen algunas escuelas catalanas que abren hoy sus puertas a los alumnos, esos a los que Wert quiere "españolizar". "Nada que celebrar" es expresión que ya se había acuñado cuando lo que se celebraba era la Hispanidad y se simbolizaba en el llamado descubrimiento de América, considerado como el inicio de un genocidio que duró siglos. Y sigue. Una contestación creciente a la acaramelada doctrina oficial del descubrimiento se plantaba con el "nada que celebrar". Pero también lo hacía el 12 de octubre. Nadie es neutral. Fueron los curas y la derecha quienes pusieron en boga el concepto de Hispanidad para substituir el de Raza que a nadie suena bien.
Durante el franquismo se osciló al principio entre la Raza (al fin y al cabo, Franco era autor de una novela así titulada, Raza) y la Hispanidad. Pero finalmente, con el giro de los años 50, se decantó por la Hispanidad.
Como todo lo que tocaba Franco lo contaminaba, al final la Hispanidad se ha quedado en la curiosa Comunidad Hispánica de Naciones (una especie de Commonwealth o Francophonie de trapillo) y el 12 de octubre es la Fiesta Nacional de España. Y, en efecto, es muy española porque al festejo civil se une otro religioso especialmente señalado ya que es el día de la Virgen del Pilar, patrona de Aragón y también de la Hispanidad, así como de algunos cuerpos del Estado, singularmente la Guardia Civil. Con estos atributos no es de extrañar que se la tenga también por patrona de España, no siéndolo. Añade también a la confusión la leyenda de la aparición de la Virgen a Santiago el Mayor en carne mortal o sea, antes de ser asunta a los cielos, en el año 40.
Así que fiesta reciamente española, fiesta del Pilar, de la Guardia Civil, del Cuerpo de Correos, de la Hispanidad, de la Raza (en varios países latinoamericanos), Columbus Day en los EEUU, del respeto a la diversidad cultural (la Argentina). La Fiesta Nacional de España es la fiesta del Nuevo Mundo y de la muy reñida batalla ideológica acerca del significado y consecuencias de la efeméride.
Es absurdo negar que esa nación, España, es una nación problemática. Casi tan absurdo como el propósito del ministro Wert de españolizar españoles. Y este carácter problemático no es de ahora sino de siempre. Pocas naciones habrá en el mundo que consuman tanta energía intelectual en preguntarse angustiadamente, generación tras generación (que ya es un poco tedioso), si son o no naciones solo para encontrar que sus respuestas nunca gozan de general consenso.
La Fiesta Nacional de España se celebra hoy en un clima de evidente discordia, al borde de tres elecciones autonómicas precisamente en los tres territorios de tendencias separatistas (ya, ya, en distinta proporción), en mitad de una furiosa crisis económica que como un vendaval, afecta a todas las instituciones políticas, incluida la Monarquía. El desafío catalán (a la espera de cómo quede el Parlamento vasco) sostenido probablemente por una mayoría considerable de fuerzas políticas plantea una situación nueva en la que ya se ha materializado una resquebrajadura importante en el PSC-PSOE con la salida de Ernest Maragall para fundar un partido soberanista.
Los partidos dinásticos más UPyD y diversas instituciones del Estado se han manifestado en un sentido rotundamente negativo. Desde el Rey hasta los mandos de la Guardia Civil pasando por los curas el discurso es el mismo: la integridad territorial de España no se toca.
Entre tanto, los británicos se han puesto de acuerdo para dirimir el contencioso escocés mediante un referéndum de autodeterminación que se celebrará en 2014 con una pregunta simple y clara: "Independencia ¿sí o no?". Y se celebrará en Escocia; no en el Reino Unido.
¿Por qué en Escocia sí y en Cataluña no?
Hay quien dice que porque no son lo mismo, como si esto fuera una razón. ¿Por qué no son lo mismo? ¿En qué no lo son? Observaciones como que lo escoceses fueron independientes anteriormente y los catalanes nunca son irrelevantes salvo como peso de las generaciones muertas.
No existen razones en contra del referéndum de autodeterminación en Cataluña, especialmente en una situación en que el 74% de los catalanes quiere que lo haya. ¿Con qué derecho nos negamos los demás españoles a que las tres cuartas partes de los habitantes de un territorio puedan ejercer lo que consideran que es el suyo a decidir?
Tarde o temprano ese referéndum se celebrará. Las previsiones actuales respecto al resultado del escocés es que un 28% de los votantes pedirá la independencia y el resto por abrumadora mayoría la situación actual. ¿Cuáles serían las proyecciones hoy en un referéndum en Cataluña? Ahí es donde verdaderamente está el problema. El nacionalismo español (que, en el fondo, no cree en la nación española) teme que haya un resultado mayoritario a favor de la independencia. Actúa el miedo. El miedo a la desintegración de la Patria. Si ese referéndum se hubiera celebrado hace 25 años, el resultado hubiera sido una abrumadora mayoría a favor de España. Si se celebra hoy, el resultado es incierto, pero no habrá abrumadora mayoría en ningún sentido. Si España sigue obstaculizando la autodeterminación, cuando el referéndum se celebre, que se celebrará, la abrumadora mayoría puede ser a favor de la independencia.

dimecres, 12 de setembre del 2012

¿Cómo se encauza esto?

El país quedó ayer pasmado ante la insospechada fuerza del independentismo catalán. Rápidamente la habitual guerra de cifras para sembrar confusión, si hubo millón y medio o "solo" seiscientos mil. La prensa extranjera seria da la cifra del millón y medio. Pero, aunque hubieran sido los 600.000 de que habla la derecha española (la madrileña lo reduce a 100.000 y la del Km. 0 a tres o cuatro docenas) son muchísimos para un total de población de Cataluña de siete millones.
Al margen de las cifras, hay un salto cualitativo importante en la visibilidad, la presencia pública del independentismo, la conciencia de su legitimidad y factibilidad, su simbolismo. Cosa que ha sorprendido a todos, incluido al gobierno autonómico, cuyo presidente quizá hubiera preferido ponerse al frente de la manifa de haber sabido que iba a ser tal muestra de unidad patriótica. La cuestión es, ¿y cómo hemos llegado hasta aquí?
Básicamente a través de una historia reciente de agravios al nacionalismo catalán de toda índole, con episodios culminantes y muy conflictivos como las campañas del PP de boicot a los productos catalanes, la sentencia del Constitucional sobre el Estatuto y, desde luego, el actual agravio comparativo que los catalanistas creen detectar en el modo en que el gobierno central está haciendo pagar injustamente la crisis a Cataluña, razón por la cual pide un pacto fiscal que es la extensión al principado del concierto económico del País Vasco y Navarra. En ese clima de conflicto, dos recientes episodios han contribuido a subir la temperatura del horno independentista. De un lado, un coronel del ejército, ya jubilado, ha recordado que el ejército tiene encomendada la unidad de la Patria y que estará encantado de invadir Cataluña si los catalanes se propasan. De otro, el presidente del gobierno, en RTVE1 el domingo, se permitió despreciar la movilización de la Diada y la reivindicación independentista tildándola de ruidoalgarabía.
Consecuencia: un millón y medio de independentistas en la calle. La pregunta que ahora se hace todo el mundo es: y esto ¿cómo sigue?
Los independentistas de la Asamblea Nacional Catalana instan a la Generalitat a iniciar el proceso de secesión, lo cual es más fácil de decir que de hacer porque no está previsto. Habría que inventarlo sobre la marcha, algo así como una declaración unilateral de independencia (DUI), que pondría en marcha a su vez un proceso constituyente de futuro incierto.
El extranjero, como Pilatos, se lava las manos. Los eurócratas de Bruselas se han limitado a decir que, si Cataluña se separa de España, quedará fuera de la UE y tendrá que pedir la adhesión ex-novo. Los conservadores ya avanzan que, si se diera tan absurda situación, España vetaría la adhesión de Cataluña. Pero eso está por ver.
Por sí misma, la derecha no se dará por enterada de la exigencia independentista. Hay términos en una longitud de onda que su oído no capta. En todo caso, si hubiera una DUI, seguramente el Coronel mencionado o algún otro montaría algún espectáculo. De no ser así, la derecha calcula desactivar la petición independentista conspirando con la Generalitat para llegar a algún acuerdo que la beneficie en un sentido material pues es firme creencia de la derecha que el independentismo es un espantajo que esgrimen los nacionalistas para chantajear al Estado.
Y algo de eso hay. Por ello, la reacción de la izquierda socialdemócrata es muy parecida a la de la derecha: no existe el derecho de autodeterminación (aunque el PSOE de inicios de la transición lo incluía en su programa) y la independencia unilateral es inaceptable. En último término, también se echaría mano de la milicia aunque antes se intentaría desactivar la reivindicación con algún tipo de concesión de unos u otros privilegios.
A su vez, la otra izquierda, esto es, IU y más allá tiene una actitud curiosa por lo ambigua. Profesa, en teoría, el principio del derecho de autodeterminación de los pueblos pero, al mismo tiempo, tilda el nacionalismo que lo reclama de cortina de humo. El nacionalismo, una ideología burguesa, cumple la función diversionista de distraer a las masas de los problemas reales de la explotación, la crisis/estafa a otros ficticios o irrelevantes como el de la patria o la bandera. La izquierda no es nacionalista, vaya. Son razonamientos brillantes, de un marxismo depurado, pero que no responden la pregunta esencial: se acepta el derecho de autodeterminación de las catalanes, los vascos, los gallegos, ¿sí o no? Y, si se acepta, ¿por qué no arbitrar los medios para ejercerlo mediante un referéndum, por ejemplo, en condiciones previamente acordadas entre las partes?
Porque, en el fondo, no se acepta, aunque se disimula muy bien. Por ejemplo, hay quien dice que, una vez constituida España en fraterna unión republicana de pueblos, no será preciso ejercer ese derecho. Otros fían esta virtud a un término casi milagroso: la federación. Sea república, sea federación, ¿se reconoce o no el derecho de los pueblos que la componen a separarse de ella libremente?

dijous, 28 de juny del 2012

La ilusión y la realidad.

En los años 80 del siglo pasado, cuando ya empezaba a considerarse en serio la posibilidad de la reunificación de Alemania, dividida primeramente en cuatro y luego en dos durante la guerra fría, circulaba uno de aquellos sarcásticos chistes de los países comunistas. Se decía: Alemania se reunifica todos los días a partir de las 7 de la tarde frente al televisor. Todos los días, a partir de las siete de la tarde los alemanes del Este y los del Oeste sintonizaban los canales de TV del Oeste. Algo parecido podría decirse de España, entroncando con una vieja leyenda: las dos Españas se unifican ante el televisor siempre que juega la selección española de fútbol.
El Kaiser Guillermo arengaba a las tropas alemanas preparadas para ir a los frentes en la Iª Guerra Mundial diciendo: Ya no conozco izquierdas ni derechas. Solo conozco alemanes. Es la fuerza de la nación; al fin y al cabo, una idea. Por las ideas mueren y matan los hombres. Y también hacen otras cosas pues las ideas son proteicas, toman muchas formas, encarnan en figuras distintas. El Rey de España podría igualmente arengar a quienes vayan a competir por la Eurocopa y quienes los apoyan viajando junto a ellos o palpitando con ellos frente al televisor, diciendo: Ya no conozco dos Españas. Solo conozco españoles apoyando la Roja. Es la misma idea nacional pasada de lo militar a lo deportivo/espectacular. Importante aquí es lo nacional.
¿Seguro? Desde luego. El nacionalismo es una idea fortísima y muy absorbente. Los nacionales llevan como un plus de legitimidad en su nombre. Por eso quienes puedan ser considerados no nacionales tratan siempre de mostrar su propensión al nacionalismo y el deporte, en concreto el fútbol, les ofrece una buena oportunidad. El fútbol es el encauzamiento del nacionalismo español porque en todos los demás ha fracasado estrepitosamente y donde más estrepitosamente justo en el fútbol cuando se juega de puertas para adentro, es decir, no compite la selección nacional sino los distintos equipos españoles. Los pitidos a la bandera y al himno hace escasa fechas son la prueba palpable.
El fútbol es quintaesencia del nacionalismo español y los otros nacionalismos no españoles. Pero tampoco son originales en esto. También lo es del resto de Europa y del mundo. El fútbol debe de ser el deporte más seguido del planeta. La razón estará, supongo, en las virtudes intrínsecas del juego que desconozco, porque en todo lo demás, es como otros. Por qué es el fútbol el rey y no el baloncesto, el balón volea o las regatas tendrá muchas respuestas. Para algunos será un deporte que pueden practicar las gentes sin medios; para otros su origen se pierde en la noche de los tiempos, pues ya los mayas, etc. Por lo que sea, es el fútbol.
Pero del fútbol se ha dicho siempre que es un medio de desviar la atención de la gente de los problemas graves, una maniobra de distracción, en definitiva, una evasión. En tiempos de Franco era artículo de fe. La derrota de la Unión Soviética en la final de la Eurocopa frente a España en 1964, justo cuando esta celebraba los 25 años de Paz del Caudillo, se leyó como el colofón de la derrota del comunismo, primero en el campo de batalla en 1939 y luego en el deportivo. Probablemente los comunistas de la época aplaudían a España, aunque no se atrevieran a hacerlo ante sus camaradas ya que la derrotada era la patria de su credo. Hoy, las dos Españas jalean a la Roja.
Y se olvidan de todo lo demás. Se evaden de una situación angustiosa, en mitad de una crisis como no se ha conocido otra en décadas, una crisis de empobrecimiento, de incertidumbre, que tiene el ánimo del país literalmente por los suelos. Uno de los datos incontrovertibles de esa crisis es la responsabilidad que en ella cabe a Alemania, con su negativa cerrada a transferir los préstamos directamente a los bancos españoles, como quiere Rajoy y a autorizar los eurobonos como quieren Hollande y Rajoy a pesar de ser de partidos opuestos. Esa situación plantea un conflicto entre España y Alemania alimentado a base de prejuicios de los unos respecto a los otros. Si los dioses, con esa tendencia suya a burlarse de los humanos, hacen hoy perder las semifinales a Italia, la final del domingo será entre España y Alemania y ahí se oirá de todo. Media hora después de la derrota de Portugal la red rebosaba de insultos a los portugueses (gitanos, vendedores de toallas, mujeres bigotudas). No quiero pensar a la media del posible partido con Alemania. De nazis no baja la cosa.
Pero, además del fútbol, España se la juega hoy en un terreno mucho más importante y de consecuencias infinitamente más graves. Realmente el titular de Público hablando de cita con la historia es hiperbólico en lo deportivo pero no en lo económico. En eso, es realista. Además de la Eurocopa, en estos días se decide el destino de Europa, la conservación del euro, el mantenimiento de España dentro de él, las dimensiones del rescate español que puede hipotecar el país por generaciones. Y no es broma. Cuando el eurogrupo dijo aprestar 130.000 millones de euros, las gentes del común, siempre ingenuas, hablaron de un Plan Marshall europeo, hasta que alguien les explicó que 130.000 millones eran calderilla, la tercera parte del monto total del rescate a la banca española. No volvió a hablarse de Plan Marshall.
Cunde el desánimo porque es opinión compartida que España va a esa cumbre con el eurogrupo a perder de fijo el partido. Por eso es comprensible que las dos Españas se evadan y se concentren en la final del domingo en donde España puede ganar. El fútbol es un ersatz, un sucedáneo, un placebo, reuna ilusión. Pero la izquierda debe saberlo pues el combate de España no es el fútbol sino las escuelas, los hospitales, la igualdad, el empleo, la estabilidad, algo de lo que no es posible evadirse ni distraerse. Porque, mientras uno se distrae, se da una batalla campal en Oviedo por evitar un desahucio, el gobierno nacionaliza Bankia en donde hay un agujero de más de 13.000 millones de € y retira la subvención de 426 medicamentos, lo cual supone un ahorro doble: en medicinas y en años de vida de los pacientes.

dissabte, 2 de juny del 2012

La unión nacional.

Es un tema recurrente en Rubalcaba, que tiene un punto de vista nacional, del conjunto del país y quiere ser de estadista. No ha mucho pedía a Rajoy que ambos hablaran con una sola voz en Europa; es decir, unión nacional hacia el exterior por entender que, en época de tribulaciones, conviene estar unidos para hacer frente a la común adversidad. No interesa la cacofonía que el PP había practicado durante el mandato socialista, descalificando el gobierno de España en todos los foros internacionales. Poco podía sospechar Rubalcaba que ahora la cacofonía se produce dentro del propio gobierno en el que unos ministros contradicen a otros.
Plantea el político socialista también una unidad nacional hacia el interior. Reclama públicamente de Rajoy que se avenga a establecer amplios acuerdos de gobernación del Estado. Queda excluida toda posibilidad de "gran coalición" porque, por un lado, el PP no la necesita dada su mayoría y, por otro,Rajoy no tiene el temperamento de un Churchill al que tanto admiraba su maestro, Fraga Iribarne. Su idea de la nación no es churchilliana, esto es, por encima de la religión, sino tridentina, por debajo de la religión. Si por él fuera, nombraría ministro a algún cura.
Esa obsesión por alcanzar grandes acuerdos nacionales  habla mucho, sin duda, acerca del sentido de la responsabilidad de Estado del PSOE que se resume siempre en el respeto a las instituciones. No hace mucho, con motivo del lamentablñe incidente del Rey con un proboscídeo, la dirección del PSOE puso empeño en dejar claro que el partido es leal a la Corona, esto es, que se trata de un partido dinástico. Un pacto típico sería el que se diera en defensa de la Monarquía. Ahí es donde ya queda claro que el PSOE quiere ser un partido de orden. Lo que sucede es que esta actitud choca frontalmente con la autoconciencia de sectores importantes del socialismo con visión más de izquierda. Y no está nada claro que la insistencia en lo dinástico y la defensa del orden vayan a recuperar para el PSOE una parte importante del voto que se fue, según parece, por no simpatizar con la deriva institucional del partido.
El Partido Socialista de Navarra ha roto la coalición de gobierno con UPN a cuenta de los recortes. Eso está bien y conviene al PSOE juntarlo a la política de la Unión Nacional a fin de que el voto más a la izquierda vea compatible ser de izquierda con reclamaciones de alcance patriótico. A su vez se alzan las voces de quienes niegan la unión nacional en el PP pues dicen que carece de sentido formar unión alguna con quien en la calle se vuelve contra las políticas aprobadas en esa misma unión.
Uno de los datos más significativos de esta situación de falta de entendimiento es que ambas fuerzas mayoritarias, PP y PSOE se acusan mutuamente de haber roto uno o varios consensos de la transición. Sea como sea, la visión de laa transición como consenso ha muerto. La cuestión está en con qué se la reemplaza y cómo. La verdad es que la unión nacional podría llenarse de contenido de hacerse algo parecido a los Pactos de La Moncloa de 1977, algo así como un Pacto Anticrisis de todas las fuerzas políticas, consistente en deponer el debate político momentáneamente mientras se aplican políticas contra la crisis y, en cuanto se haya salido de ella, se abre un proceso de reforma constitucional (que puede ser "total", recuérdese) para reconstituir el espíritu de consenso de la transición en las nuevas condiciones subjetivas, ideológicas.
Lo que se hace así es posponer la batalla final en el seno de la izquierda, aquella que, según predecía Koestler a Crosman a mediados de los cincuenta, sería entre comunistas y excomunistas.
(La imagen es una foto de psoe extremadura, bajo licencia de Creative Commons).