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divendres, 20 de juliol del 2018

Una justicia Nacional

Llarena lo ha conseguido. La justicia española no gozaba de gran prestigio en el continente. Su última decisión la deja literalmente por los suelos. Es ya patente a ojos de todo el mundo que se trata de un proceso político disfrazado de judicial. Para los magistrados del Supremo, como para su presidente, Lesmes, como para muchos jueces españoles, aquí está en juego "el orden constitucional español", entendido a su manera, claro está. Un bien de naturaleza claramente política ante cuya urgencia y primacía debe hacerse la vista gorda frente a las minucias jurídicas de si las euroórdenes están motivadas, si los delitos invocados están debidamente justificados, si se tienen pruebas, si se cumplen los requisitos, etc. El juez Llarena, además de retirar las euroórdenes, lee la cartilla a los jueces belgas y alemanes y se queja amargamente de que falten a los deberes de colaboración judicial y mutua confianza. Como si la justicia española inspirara alguna confianza y menos que lo hará admitiendo abiertamente que no se guía por criterios jurídicos sino políticos, de razón de Estado.

El desbarajuste organizado por el juez es monumental. Jurídica y procesalmente, la situación creada será muy lógica. Desde el punto de vista del sentido común es un perfecto disparate, casi como de Groucho Marx. Resulta que en las cárceles de Catalunya hay nueve presas y presos políticos, algunos de los cuales acusados de un delito de rebelión que, al parecer, cometieron bajo la dirección de otro al que, sin embargo, no se le puede acusar de lo mismo. Eso sin contar con que hay otros presos acusados de un delito de malversación del que el propio Llarena confiesa no tener pruebas.

Es esperpéntico. 

Parece ya irrefutable que es una farsa para perseguir el independentismo. A los intelectuales (a unos pocos), habitualmente críticos les ha costado ocho meses de denso silencio enterarse. Muchos otros siguen hablando de "políticos presos" y justificando su encarcelamiento. Pero por fin comienzan a oírse tímidas voces pidiendo su liberación. Incluso se ha firmado un manifiesto abogando por ella, aunque aceptando como legal y justo su procesamiento, lo cual es una vergüenza. El amigo Wyoming salía ayer en su programa en TV con una corbata amarilla en solidaridad. A lo mejor así se consigue ir por la calle en Barcelona o Madrid con un lazo amarillo sin que te parta la cara algún policía nacional o guardia civil. 

En tuiter se decía que, en el futuro, el "yo pedí desde el principio la libertad de los presos políticos"  será el equivalente al "yo corrí delante de los grises cuando Franco". Más o menos. Ahora todos creen que la judicialización de la cuestión independentista fue un error. Évole aconseja paternalista a Llarena que "lo deje".  Sánchez también parecía pensar así hace meses y, según ha llegado, ha proseguido la vía judicial y ya ha hecho su parte de ridículo tratando de intervenir en el proceso judicial belga por medio de sus ministros.

Cómo estará la cosa que en España se ha puesto en marcha una campaña en favor del referéndum (todo se pega) entre Monarquía y República que Palinuro ya ha firmado. Pero manteniendo las distancias. Es genial que los españoles espabilen; pero la República Catalana no depende de la española.

La pólvora mojada de Llarena es la de toda la causa "judicial". Ahora ya no hay excusa alguna para no entender que la liberación de los presos políticos es un requisito de cualquier negociación. Mientras los presos y presas no estén en libertad, el independentismo no puede prestar colaboración parlamentaria al gobierno de Sánchez, cuyo fiscal se niega en redondo a dejar en libertad a estas personas inocentes. Cuanto antes se vuelva al terreno político, mejor para todos. ¿Que cómo se hace? Igual que se inició en un primer momento: una decisión política  activó un proceso judicial literalmente plagado de anomalías, abuso de poder, atropellos a los derechos de los acusados, etc. Una decisión política tiene que poner fin a este dislate teniendo en cuenta que el ordenamiento jurídico y el Estado de derecho no padecerán más de lo que lo vienen haciendo.

No hay otra salida si Sánchez quiere que alguien se tome en serio su oferta de un nuevo estatuto. Y en el entendimiento de que el tiempo apremia. No se puede contar en años. Ha de ser en semanas; todo lo más, meses.  El nuevo estatuto que tendría que estar redactado en un plazo brevísimo, habrá de incluir el derecho de autodeterminación de los catalanes y ser propuesto a refrendo de estos en un referéndum en el que la otra opción sea la independencia. Referéndum vinculante. 

En este momento y los que se avecinan es esencial que el independentismo siga siendo una piña.

dijous, 17 de maig del 2018

Sí, hay rebelión contra la dictadura neofranquista

Día luminoso el de ayer en que la Justicia belga devolvió a la gente la confianza en el derecho dando un soplamocos a los comisarios políticos togados del PP en el Tribunal Supremo. Es bueno ahora recapitular en dónde nos encontramos en este conflicto entre la democracia catalana y el fascismo español. Sobre eso va mi artículo de ayer en elMón.cat, titulado Contra la dictadura espanyola. El Tribunal Supremo  está indignado con la justicia belga y le reprocha desconocer nuestro ordenamiento jurídico. No se percata de que no habla a españoles, que se lo tragan todo, sino a extranjeros para los cuales el concepto "justicia española" es un oxímoron.

Por cierto, va siendo hora de avanzar algo más en la comprensión en las postrimerías de este Estado fascista. Es correcto decir que está sostenido por todos los partidos dinásticos, PP, PSOE, C's y Podemos. Pero es justo matizar que el PSOE ha ido mucho más allá en su proceso de fascistización que Podemos: Rubalcaba, un franquista sin complejos, colaboró con Aznar para impedir un referéndum en España entre monarquía y república. ¡Como para que admitiera un referéndum en Catalunya! El sucesor, otro franquista, aunque con menos luces, Pedro Sánchez, ya propone directamente "reformar" el Código Penal para criminalizar a su gusto a los independentistas. Es la dictadura española sobre Catalunya.

Y al decir dictadura española, quisiera precisar algo. El otro día, un contertulio en el programa 3/24 de TV3 me pidió "respeto" para los siete millones de votantes del PP. Hube de contestarle -y aquí lo reitero- que no falto al respeto a nadie al decir que siete millones de españoles votan por una asociación de malhechores, de delincuentes. Porque es lo que hacen, incluso cuando los escándalos  muestran de qué tipo de granujas se trata, como se comprobó claramente en Valencia en donde, cuanto más robaba el PP más votos recibía. 

Añado ahora algo. Suele hacerse una distinción entre el PP y otros ladrones de la oligaquía y "el pueblo" y decirse que son los primeros los responsables del expolio de Catalunya y que el pueblo no lo es. Falso. El pueblo español es tan responsable de la dictadura en Catalunya como los gobernantes a los que vota. Es más, los vota para que traten de machacar (o bombardear, como desea un psicópata armado con un micrófono) a Catalunya. La dictadura española no es obra solo de la oligarquía, sino del conjunto de los españoles, profundamente anticatalanes. 

La idea de los republicanos españoles de que cabe apoyar la lucha catalana porque redundará en beneficio de España es una falacia por mucha buena intención que tenga. Los españoles están dispuestos a tragar una dictadura y las que hagan falta con tal de impedir que los catalanes sean libres.

Y ese es el problema.


Aquí la versión castellana:

Contra la dictadura española

Elegido presidente el MH Sr. Quim Torra con los votos independentistas a favor, la abstención de la CUP y los votos unionistas en contra, alguna precisiones.

Los de la CUP hacen bien, pues juegan a un juego de apariencias. El voto en contra que aparecía como otra opción estaba descartado de antemano por mera supervivencia política. La abstención quiere ser una espada de Damocles sobre el govern y no pasa de ser una advertencia ociosa. Pretende visualizar el compromiso de votar en contra del ejecutivo si este abandona el procés republicano. No hacía falta recordarlo. Nadie lo duda. La CUP podía haberse ahorrado la abstención pero quiso subrayar su posibilidad, su capacidad rectificación y la de mantener el suspense generalizado con una alegría algo infantil.

Los Comunes, en cambio, votaron en contra, con el bloque nacional español del socialismo cañí, el PP de la Gürtel y la alegre muchachada de los luceros falangistas. No se abstuvieron, como los debiluchos cupaires, sino que votaron “no” sin que les temblara el pulso porque, en el fondo, son tan de la España “una, grande, libre” como los del “¡a por ellos!” ¡Qué más querría el PSOE que ser visto por el electorado como un partido tan monárquico y nacionalcatólico como el PP! No lo consigue del todo, en parte por su ya lejano pasado de partido democrático y hasta revolucionario. Por eso se niega hoy, como el PP, a hacer justicia a las víctimas del franquismo. Para que el pasado se olvide cuanto antes y él pueda recabar el voto de la gente bien de toda la vida de la Villa y Corte y desprenderse de la mugre obrera

Durante toda la jornada se acumularon las invectivas, insultos e improperios que la carcundia española vomita todos los días en periódicos, radio y televisiones muchas veces subvencionados por los dineros públicos que sus jefes roban a la gente. Las provocaciones en las redes, la demagogia sobre las opiniones de Torra. El mensaje es siempre el mismo: odio y rabia hacia la democracia, los derechos de los ciudadanos y las aspiraciones nacionales de Catalunya.

Finalmente, elegido Torra, los dirigentes de los tres partidos dinásticos se reúnen de urgencia –PP y PSOE ayer; PP y C’s- a fin de coordinar sus políticas frente a Cataluña. No llaman a Podemos porque los tres están interesados en debilitarlo electoralmente, cosa que conseguirán presentándolo como un aliado objetivo del independentismo. De aquí que la formación morada haga trabajosos equilibrios para sacar partido a su ambigüedad, haciendo creer a los más ingenuos independentistas que está por el derecho de autodeterminación y a los unionistas más obtusos que está en contra de la desmembración de la Patria, pero sabiendo en el fondo de su corazón que lo suyo es Santiago y cierra España.

Las fuerzas del nacionalismo hispano, Albiol, Arrimadas, Iceta y los periodistas y mandos de los medios más reaccionarios se reunieron luego desolados en un ataque de pánico para proponer una acción colectiva que los resarza de la última derrota. Esa conspiración en contra del independentismo es la base de la que produjo ayer mismo entre M. Rajoy y Pedro Sánchez en La Moncloa a fin de consensuar una posición común. Nada más sencillo: habiendo perdido todo pundonor democrático, los dos líderes avisan de que no permitirán “estructuras republicanas paralelas” ni dejarán que Torra lleve adelante su programa de gobierno si este se aparta de lo que ambos entienden por “legalidad” y no es otra cosa que la arbitrariedad despótica de M. Rajoy que solo necesita al PSOE para justificarse.

Su propósito, declarado por ambos, es el establecimiento descarado de la dictadura personal en Catalunya ya que, esta vez, el 155 intensificado (que incluye cerrar TV3 e intervenir la escola catalana) no vendrá compañado de elecciones: gobierno arbitrario y despótico sin límite de tiempo ni de contenido material. En otros términos: medidas represivas de la metrópoli en la colonia.

A su vez, los dos principales mandatarios de la República Catalana, Puigdemont y Torra se reunían en Berlín con una doble finalidad: una, poner en funcionamiento la estructura gaullista de poder dual de la República Catalana y presentarla a los medios internacionales; la otra, hacer públicamente la enésima propuesta de negociación a España. La primera ha sido un éxito. Todo el mundo ha visto que Cataluña tiene un gobierno presidido por una persona que lo primero que ofrece es diálogo. La segunda está por ver. Rajoy afirma ahora estar dispuesto al diálogo, cosa que no tenía otro remedio que hacer, luego de afirmar que lo haría con un presidente “limpio”. Tanto si esta promesa es sincera (sería la primera vez que este embustero compulsivo dijera una verdad) como si no, el problema es que ni él, ni Sánchez, ni el gobierno, ni la oposición, ni el conjunto del país tienen nada que negociar con Catalunya porque carecen de margen de maniobra y no tienen nada que ofrecer. Así que la promesa de negociar con Cataluna está tan vacía como las cabezas de los dos dirigentes dinásticos. Y eso sin contar conque, obviamente, las otras dieciséis Comunidades Autónomas se negarán a reconocer valor alguno a esas negociaciones bilaterales. En la situación actual, España carece de arreglo porque el Estado, epítome de la corrupción y la ineptitud, no es reformable.

La oferta de España a Cataluña es más 155, más intervención, más negación de derechos, más opresión y más cárcel.

La respuesta de Catalunya solo puede ser resistencia, desobediencia y, de implantarse la dictadura, la huelga general.

dissabte, 23 de desembre del 2017

Deconstruyendo la rebelión

La mayoría de los medios ha ido en busca de las declaraciones de M. Rajoy al 21D. Grave error por distracción.

En realidad, la declaración que importa sobre el 21D la ha hecho la Cancillera Merkel poniendo nuevos deberes al presidente de la Gürtel. Mientras se los traducían, el hombre ha declarado las habituales sinsorgadas del tenor de reunirse con Arrimadas, que ha ganado las elecciones y que el gobierno entrante habrá de cumplir la ley. No como lo hace él, sino de verdad. Advertencia dirigida a los indepes, los únicos en situación de componer gobierno, no a Arrimadas, quien no tendrá ocasión de cumplir ni incumplir nada. Los deberes son: a) que se constituya el govern salido de las elecciones, lo que significa, retirada del 155, vuelta libre de los exiliados y liberación de los presos; b) que España y Cataluña lleguen a un acuerdo dentro del marco de la Constitución de 1978. Me atrevo a decir que la a) es obligada y condición indispensable para la b). En cuanto a la b), dependerá de la voluntad y los actos de las partes.

Este desgobierno caótico (judicialización inquisitorial, euro-órdenes de quita y pon, indicios de formación de una causa general contra el independentismo) ha superado el nebuloso orden de las declaraciones para entrar en el de las decisiones de envergadura. Quien de verdad ha dado respuesta al 21D ha sido el Tribunal Supremo. Parece dispuesto a imputar, de momento, a cincuenta personas por el delito de rebelión. Ayer, a Mas (por otro lado, embargado), a Rovira y a Gabriel. Da la impresión de que la dinámica también escapa al control de este gobierno de ineptos. Empezaron controlando a los jueces y ahora los jueces los controlan a ellos. El sistema se comporta autónomamente, se independiza, es autopoyético, según la teoría de Maturana y Varela, pasada luego a lo sociopolítico por Luhmann. Y la dirección de la autopoiesis es de creciente fascistización o, si se prefiere un término menos agresivo, desdemocratización o lo que antes se llamaba involución o reacción. Cómo encaje eso en la posibilidad de llegar a acuerdo alguno es un misterio que ni Sant Ramon de Penyafort puede desvelar.

El delito de rebelión está clarameente tipificado en el CP : "Son reos del delito de rebelión los que se alzaren violenta y públicamente para cualquiera de los fines siguientes:" y los enumera también taxativamente. Si olvidamos las dos condiciones de violencia y publicidad, algunos de los fines son los de los posibles imputados. Otros, en cambio, podrían atribuirse al gobierno a quien también cabría imputar por rebelión si se cumplieran las dos condiciones previas, violencia y publicidad.

Porque aquí está el meollo o quid de la cuestión. La publicidad es evidente. ¿Y la violencia? Es evidente que no. El movimiento indepe es radicalmente no-violento y lo ha demostrado y hay carretadas de pruebas de todo tipo. Fue necesario tergiversar el contenido de unos vídeos para justificar el encarcelamiento de los dos Jordis. Para los demás, ya bastó con una cuestión de convicciones políticas, como en los buenos tiempos de los autos de fe.

Entonces, si no hay violencia, no puede haber rebelión. Bueno, contestan los jueces, todo dependerá de lo que se entienda por violencia. Y ya la hemos liado. La lógica jurídica abandona su objetivo pedestal y se mezcla con la turba sociológica, esa según la cual la realidad social no existe sino que es el producto de la construcción colectiva; un constructo, vamos. Y, por ahí, los de la "construcción social de la realidad" abrieron el camino a la iconoclasia de la postmodernidad que se autodevoró con la teoría de la postverdad. ¿Qué es violencia? Lo que los jueces digan que es violencia. Y punto. ¿Por qué se imagina el personal que el gobierno vive más atento a las promociones, remociones, sustituciones, turnos de jueces que a las preguntas de la oposición? Para que los jueces digan que hubo violencia donde tenía que haberla habido pero no la hubo. De nada importa que en el desarrollo del artículo se hable de estragos, de armas, de combates. Es igual, los límites de la violencia los fijarán los jueces, si es necesario mediante tropos retóricos como los que usaba el finado fiscal Maza cuando hablaba de las turbas, con prosa digna dee Joaquín Arrarás.

Por cierto, en la actuación policial del 1/10 hubo violencia, estragos, heridos, armas, fue pública y se hizo por dos de los fines previstos en el artículo 472 CP: "disolver (...) cualquier Asamblea Legislativa de una Comunidad Autónoma; sustituir por otro el Gobierno (...) de una Comunidad Autónoma". Decir que el gobierno está facultado para ello por el 155 no es válido a fuer de falso pues no autoriza a hacer lo que se ha hecho. Está claro que el concepto de violencia responde a la postverdad: donde no hay violencia, la hay y donde no la hay, la hay. Orwell era un ingenuo. Creía que la inversión de los opuestos era consecutiva; puede ser simultánea. También se llama ley del embudo en lenguaje de zapatilla.

Aquí debiera concluir este comentario pero la ampliación, flexibilización y manoseo de la violencia puede conseguir algo insólito, como convertir una democracia en una dictadura. Prueba, dicen los escépticos, de que no era una democracia. Por supuesto, pero eso es ocioso. Lo interesante es que extendiendo postverdaderamente el concepto de violencia y administrándolo con la teoría aristotélica de las causas, tenemos razones suficientes para prohibir los partidos independentistas. Todo el que postule la independencia de Catalunya está fuera de la ley. Así, las elecciones son más fáciles. Hasta se prescindiría de ellas. Los partidos dinásticos podían repartirse los escaños a la bono-loto, más o menos como lo hacía el ilustre prócer, entre las familias del régimen que tanto se parecía a este. El problema: definir como democracia un lugar en que se prohíben partidos por razones ideológicas es complicado. Creo que imposible.

Aquí no hay rebelión alguna, como no hay unilateralidad alguna, salvo las del bloque del 155. Lo que hay es un problema político-constitucional en el que los tribunales y la represión están de más, pues se trata de algo que debe resolverse en una mesa de negociaciones. Y al nivel más alto y más representativo posible. Lo ha formulado con toda crudeza el presidente Puigdemont al decir que el 21D ha sido la victoria de la República Catalana sobre la Monarquía del 155. Ahora debe implementarse. Si este gobierno es incapaz de encontrar una solución civilizada a este conflicto, que dimita y dé paso a otro. Si esto no sucede, la oposición debe plantear una moción de censura, echar al PP y tantear un gobierno capaz de negociar con los independentistas o convocar nuevas elecciones en España.

La constitución del govern , o primer deber de Rajoy, implica la vuelta de los exiliados y la salida de los presos. Sin actuaciones de ningún tipo. Ese es el camino preparatorio de un encuentro: descriminalización de todas las actividades relacionadas con el procés y restitución a todo el mundo en sus derechos, títulos y propiedades. Aquí es donde se ha de ver si el sistema entra en una dinámica enloquecida y se suicida o retorna a un estado de equilibrio.

Por una curiosa hipocresía de la historia, nuestra cultura reserva un lugar venerando a los rebeldes, los que rompieron moldes y, con su ímpetu (aunque lo pagaran muy caro a veces), nos han traído hasta aquí, cúspide del desarrollo humano. Rebeldes fueron Espartaco, Cristo, Prisciliano, Bruno, Lutero, etc. La rebeldía de la juventud es un icono romántico de las vanguardias. Hasta que nos toca a nosotros. Hasta que hemos de habérnoslas con un rebelde, uno que no atiende a nuestras razones ni comparte nuestros principios. Ahí nos sale la Raza. La de siempre. La que nos ha traído a las susodichas altas cúspides en que nos encontramos.

Lo del delito de rebelión con violencia conceptualmente contrahecha debe meditarse más. No es que la rebelión y la violencia sean distintos sino que se repelen como los polos del mismo signo. Solo puede haber rebelión si hay violencia como causa de fuerza mayor, no construida.