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dimarts, 25 de novembre del 2014

La palinodia del PSOE.


Tarde, mal y a rastras. Sin duda tiene sus bemoles que el PSOE anuncie la voluntad de reformar la reforma del 135, o sea, de dejarlo como estaba antes de la lamentable decisión de Zapatero en 2011, de volver a la situación anterior, de revocarse a sí mismo. Sánchez sostiene que fue un error. Es caritativo en el término porque él apoyó ese "error" en 2011 cuando otros compañeros suyos, ciertamente pocos, se opusieron. Fue más que un "error"; fue una felonía. Si Zapatero no tenía fuerza o convicción suficiente para oponerse en su momento a las presiones alemanas, debió dimitir o someter a referéndum la reforma. Quizá hubiera bastado con explicar a los alemanes que reformar la Constitución no es lo mismo en España que en Alemania en donde, se ha reformado casi sesenta veces en 65 años. Pero para ello haría falta caer en la cuenta.

Era más fácil doblegarse y presentarlo como un asunto de Estado de los intereses-generales-por-encima-de-los-de-mi-partido, bla, bla. Ahí es donde está la felonía. El interés de tu partido y tus votantes es preservar el Estado del bienestar; no destruirlo. Exactamente lo que ha pasado al amparo de la reforma del 135, el primer y único acuerdo con el gobierno socialista a que llegó a la velocidad del rayo un PP entonces en una oposición sin cuartel. En una noche de verano ambos partidos dinásticos decidieron la única reforma de la Constitución no de mero trámite que se ha despachado. Con nocturnidad y alevosía. No, no fue un error.

Aun así, ¿por qué se anuncia por fin que se revocará la reforma? Por instinto de supervivencia. Los últimos sondeos, en Cataluña, en Madrid, en Navarra meten el diablo en el cuerpo socialista. El partido baja a tercera posición, pasa a convertirse en “partido bisagra”, reducido a tan lamentable condición por otro que ha fagocitado a IU y absorbe como un sifón un amplio abanico de izquierda socialdemócrata, de profesionales, cuadros medios y hasta obreros. Ya ni las encuestas propias los tranquilizan.

De ahí viene la palinodia. No, es de temer, de una revisión más profunda. De la necesidad de sobrevivir en un ambiente electoral muy negativo, incluso hostil. El PSOE se dejó atrapar en exceso en su condición de partido dinástico y fuertemente atacado del virus de la corrupción allí donde, como en Andalucia, llevaba lustros gobernando. Cuando la crisis y el gobierno depredador de la derecha suscitaron respuestas contrarias más y más generalizadas, mareas, movimientos ciudadanos, 15ms y, por último, Podemos, el PSOE quedó aislado, encadenado en la defensa de instituciones como la Monarquía también cuestionadas. Ha tardado, pero parece haberse dado cuenta a fuerza de sondeos de que tiene que reaccionar como sea por la izquierda. De ahí la contrarreforma del 135.

Pero ¿basta ya con eso? Desde la felonía de 2011, el PSOE tiene nulo crédito. Carece de respuesta a la pregunta de que, si tan federal es el fondo de su espíritu, ¿por qué no lo ha mostrado jamás en casi veinte años de gobierno? Solo la saca cuando la situación en Cataluña ha dado ya un giro casi más copernicano aun que el de Podemos en el panorama español.
Quizá no sea suficiente. El PSOE propone una reforma de la Constitución. Ese es el punto fuerte de una posición que quiere articularse como un centro entre el inmovilismo de la derecha y el aventurerismo de la izquierda. Precisamente Garzón, Monedero e Iceta acaban de pedir un proceso constituyente. El asunto vendría de perlas al PSOE en su intento de cristalizar como centro, de no ser porque Iceta es precisamente el hombre del PSOE en Cataluña, lo cual da pie a la cómica situación en que un partido tiene dos voluntades: una, la mayoritaria, quiere una reforma constitucional y otra, la minoritaria, un proceso constituyente. Pero esa minoritaria es esencial en las posibilidades de la mayoritaria de ser alguien en la política del Estado. 
Propugnar una reforma constitucional en contra del partido con el que realizó la última y de los que se han sentido dañados por ella y a ella se opusieron y se oponen, es una apuesta que, queriendo ser moderada y centrista, es en el fondo tan rígida, radical y de todo o nada como aquells. Solo puede ponerse en práctica mediante mayoría absoluta. Igual que las otras.
La cuestión es si la palinodia actual se convierte en un peán de victoria o un gorigori de difuntos. Es el quid de la política: blanco o negro. Los grises vienen después de la batalla.

dilluns, 27 d’octubre del 2014

Cien días.


Se cumplen los cien días de cortesía de Pedro Sánchez como nuevo secretario general del PSOE. Es una convención que raramente se respeta porque, en realidad, es imposible. Quienes acceden a cargos políticos representativos desean darse a conocer cuanto antes, a la par que sus propósitos; tratan de explicar las medidas para alcanzarlos. Quieren hacerse ver de inmediato y en nuestra sociedad se habla sin parar de todo lo que se ve y de lo que no se ve. Así pues ya hay mucho escrito sobre Pedro Sánchez en este periodo de carencia. Hasta Palinuro, tan conservador de tradiciones, le ha dedicado algún post.

Pero ahora cumple el plazo y es momento de volver sobre lo andado. En estos cien días Sánchez ha irrumpido en la esfera pública con ímpetu y el claro deseo de revitalizar la imagen de un PSOE abatido, desmoralizado, desconcertado. Su propia imagen, cuidadosamente construida, muestra un joven líder emergente, con carisma y audacia pero prudente, a gusto en el aparato y en la calle, hombre de partido con un  oído para la gente del común. Su consigna esencial era ocupar todo el espacio mediático que pudiera. Ahí tropezó con el hecho de que ya estaba ocupado por otro líder, el de Podemos, de características muy similares a las suyas, con una discurso que engancha a la gente y que rápidamente marcó terreno en sentido etológico retando al socialista a un debate. Sánchez no aceptó y probablemente hiciera bien, aunque no fuera muy gallardo. Un encuentro entre ambos al que seguramente acudirían con atuendos muy similares podría resultar cómico, pues cada uno parece la caricatura del otro si bien en sentidos opuestos.

El reciente secretario general ha peregrinado por innumerables platós televisivos, estudios de radios, agrupaciones del partido y actos públicos diversos. Es lógico que en esa vida frenética se le escapen a veces juicios no muy afortunados que, como ha sucedido, han obligado a los órganos pertinentes de su partido a interpretarlos en línea con su programa. Son cosas de poca monta. De mayor enjundia son algunas medidas adoptadas que dan buena espina como el volcado de todas las cuentas del PSOE en la red hasta el último ochavo. Con independencia de que ya lo hayan hecho otros o no, es un buen punto de arranque y merece aplauso. Las cuentas, claras.

Lo importante está en las cuestiones institucionales, de calado. Hay tres esenciales: la monarquía, las relaciones de la Iglesia y el Estado y el derecho de autodeterminación de los catalanes. Sobre las tres ha tomado el PSOE de hecho una actitud de partido dinástico que Palinuro no puede compartir. Con independencia de si esta actitud será electoralmente rentable o no al socialismo, lo cierto es que, aclaradas las respectivas posiciones, pueden arrinconarse por ahora las de principios para hacer frente a la urgencia del momento.

Desde el punto de vista de la izquierda, de cualquier izquierda, no hay mayor urgencia ahora que desplazar a la derecha del gobierno antes de que termine de destruir el Estado social y democrático de derecho y el Estado de derecho a secas. Es imperativo liberar el país de unos gobernantes incompetentes y corruptos que lo han esquilmado y lo llevan a la catástrofe y, lo que es más sarcástico, al tratarse de la derecha nacionalcatólica, a la desintegración. Insisto, un punto de toda la izquierda. Si por ajustar cuentas entre sí; por tú más o tú menos; por tú sí y tú no; por yo verdadero, tú traidor, la derecha gobierna otros cuatro años siendo mayoría las izquierdas, estas deberían replantearse su razón de ser en el diván del psiquiatra.

Como están las cosas es poco probable que el PSOE desplace por sí solo al PP, sobre todo porque es de temer que el resultado socialista en Cataluña ya no le garantice el gobierno en Madrid. Seguramente habrá que pensar en alianzas y fórmulas de coalición. Si, cual es hoy verosímil, Podemos desplaza a IU como tercera fuerza o, incluso, al PSOE como segunda, el panorama será de coaliciones de diverso tipo entre PP, PSOE, Podemos, IU y UPyD. Dejamos de lado los nacionalistas, entregados por ahora a otros quehaceres. Siempre que se atisban gobiernos multipartidistas o apoyados por coaliciones de partidos, se desatan pasiones. Nunca con este; jamás con aquel; de ningún modo con aquel otro. Al final los números mandarán y será lo que ellos impongan.

Preparado como ha de estar el PSOE para la mayor cantidad de coaliciones, le interesa presentar esa imagen de centro un poco magmático que quiere acuñar Sánchez, quien ha recogido de los demócratas yanquis la referencia a las socorridas clases medias, un recurso apelativo de éxito. Está bien pensado; no es muy original pero inspira seguridad; el punto medio, el centro, al tiempo que se reafirma también la vieja querencia izquierdista. El centro-izquierda, en definitiva, el mayor banco de votos según creencia general.

En todo caso, la deliberada indeterminación del público receptor del mensaje no obsta para que este sea claro conceptualmente. Es esencial que la gente sepa con exactitud cuáles son las medidas y los medios concretos que el PSOE propone para volver a encarrilar el Estado social y democrático de derecho, el Estado del bienestar y sacar al país de la crisis. Debe estar claro que derogará ipso facto todas las normas del PP que han recortado derechos de la ciudadanía en cualquier orden, laboral, educativo, asistencial sanitario, fiscal, judicial, etc. Igualmente que se abordarán medidas contundentes en contra de la corrupción con carácter de urgencia, para lo cual no es necesario aprobar otro ramillete de leyes, como quiere hacer el PP, sino aplicar con eficacia las ya existentes. Lo demás vendrá dado por añadidura.

La gente debe tener claro que se tratará de mitigar el paro mediante políticas activas de empleo y una política fiscal que las sostenga, que se reorientará el gasto público para hacerlo más redistributivo sin mermar la productividad, que se propugnará una reforma constitucional en la que se blindarán los derechos de la gente y, añadiría yo, se reconozca el derecho de autodeterminación, pero ya sé que eso produce urticaria en el nacionalismo español socialista.

En todo caso, lo más necesario es que el PSOE no aparezca de compadreo con el PP. Resulta absurdo que, por un sentido del Estado mal entenido, heredado del nefasto Rubalcaba, los socialistas legitimen las arbitrariedades de un gobierno que debiera haber dimitido hace mucho y cuya única finalidad es sobrevivir hasta las elecciones. Resulta no solo absurdo sino directamente cómplice que la oposición, en lugar de ejercer de tal, acuda en su auxilio firmando acuerdos con él que rozan lo onírico, como ese según el cual ambos partidos proponen tipificar como delito la financión ilegal que ha sido la forma ordinaria de financiación del PP. Pactar lo que sea con un partido que más parece una banda de malhechores, que lleva veinte años saqueando las arcas públicas y, a día de hoy, aborda la cuestión como si fuera algo ajeno, es una tomadura de pelo a los propios votantes.
 
El PSOE tiene que ejercer de oposición real, no de juego sucio, pero sí muy contundente. Tiene que valerse del Parlamento para controlar el gobierno y, si la mayoría absoluta de este, funcionando como una apisonadora, no lo permite, debe acudir al expediente democrático de presentar una moción de censura. Ciertamente, se perderá, pero servirá para dar a conocer la alternativa socialista. Recuérdese que la consecuencia de la apisonadora no es solamente que se imponga la voluntad del gobierno sin debate sino que la oposición no pueda exponer sus propuestas y estas se oculten a la información pública. Pasada la moción de censura y de seguir la situación igual ya se vería lo que se haría. Palinuro es partidario de una retirada al Aventino pero, por no alborotar el gallinero, de momento se conformaría con una moción de censura a un gobierno que contradice todos los usos democráticos.

dimecres, 8 d’octubre del 2014

Podemos: el parto del partido.


Ayer topé con una noticia en eldiario.es que me llamó la atención, según la cual Pablo Iglesias abandonará el liderazgo de Podemos si no prospera su idea de partido. De inmediato me vino a la cabeza que algo parecido había dicho y hecho Felipe González en similar situación allá por 1979. Se me ocurrió tuitearlo y me salieron unos cuantos interlocutores más o menos cercanos a Podemos con tipos distintos de críticas a la comparación. A diferencia de los tuiteros de otros partidos los de Podemos son gente afable, moderada en la expresión, aguda y no está siempre presuponiendo que toda observación sea un ataque a las esencias doctrinales. Es un placer discutir con ellos. Y, al mismo tiempo, me di cuenta del calado del asunto, que el periodista sintetiza de un trallazo en ese su idea de partido. Pues sí, como le pasó a González en 1979, su idea de partido.

Pero reducir esta cuestión al ejemplo citado es muy pobre, de gracianesca austeridad tuitera, y no hace justicia al alcance de la cuestión ni a los asuntos que aquí se ventilan. Podemos está en proceso constituyente, llamado "asamblea fundacional", en la que ha de definirse en qué tipo de ente se constituye, que forma de partido adopta, incluso si quiere ser un partido. Según entiendo, hay tres propuestas sometidas a debate. Una, la propugnada por Pablo Iglesias se inscribe en una tradición de partido con ecos leninistas, esto es, un partido de liderazgo que a su vez ejerce el liderazgo sobre un movimiento más amplio. Todo muy democrático, desde luego a base de empoderar a la gente, un arcaísmo que trata de resucitar reconvertido en barbarismo del inglés empowering. El partido como medio o instrumento para conseguir un fin, no un fin en sí mismo y aprovechando el hecho de que ya está constituido como partido en el pertinente registro del ministerio del Interior.
 
Otra propuesta, apadrinada por Pablo Echenique, trae cuenta de una tradición más espontaneísta, quiere dar más peso, sino todo él, a las asambleas, aquí llamadas círculos. Otro vago eco de todo el poder a los soviets. La democracia radical, revolucionaria, es consejista. O sea, de los círculos. En España repudiamos el término consejo porque, de un tiempo a esta parte, lo asociamos con una cueva de ladrones, truhanes y sinvergüenzas, pero tenemos en aprecio las decisiones colectivas, sobre todo las surgidas de la base, la calle, el barrio.
 
Hay una tercera propuesta, según mis noticias, pero no me ha dado tiempo a documentarme sobre ella. Ahora me concentro en las dos primeras, que llamaremos la leninista y la consejista porque, en buena medida, recuerdan la polémica entre los bolcheviques y los espontaneístas y consejistas, al estilo de Rosa Luxemburg o Anton Pannekoek. Estos, particularmente la primera, venían de pegarse veinte años antes con los revisionistas de Bernstein en defensa del principio de que el fin (la revolución) lo es todo y el movimiento (o sea, las reformas), nada. Y ahora se encontraban con que los soviéticos los llamaban ilusos y cosas peores porque se habían olvidado de que el fin era el poder en sí mismo. Por aquel entonces los bolcheviques habían ganado todas las batallas mediante su pragmatismo y concepción instrumental: desactivaron el potencial revolucionario de los soviets a base de absorberlos y hacerlos coincidentes con los órganos jerárquicos del partido. El resultado se llamó Unión Soviética, pero no tenía nada de soviética. Y, a la larga, ese aparente triunfo, setenta y cinco años de simulacro, fue una tremenda derrota, pues no solamente acabó con la Unión Soviética sino que desprestigió y deslegitimó el ideal comunista.

En diversas ocasiones ha dicho Pablo Iglesias que proviene de una cultura de la izquierda que no ha vivido más que la derrota; que, incluso, ha acabado resignándose a ella, en el espíritu apocado del beautiful looser. Con esta determinación se adhiere a una tradición de la izquierda e ignora otra, la socialdemócrata, que dice haber vivido tiempos de triunfo casi hasta nuestros días. Desde el punto de vista de la izquierda comunista, leninista, bolchevique, no ha habido triunfo alguno, sino traición. La socialdemocracia administró y administra, cuando le dejan, las migajas de la explotación capitalista a la que, en el fondo se ha sumado con lo que no tiene nada que ver con la verdadera izquierda; o sea, la derrotada. Esa es la tradición de derrota que Iglesias cuestiona, la que no le parece aceptable porque piensa que, dados los ideales de la izquierda, de su idea de la izquierda, esta merece ganar, triunfar, llegar al poder, implantarlos. Implantarlos ¿cómo? Sin duda alguna, de la misma forma en que se plantea hoy llegar al poder: ganando elecciones. O sea, el primer paso para ganar es ganar elecciones. Y hacerlo limpiamente. Todos los días pasan a los de Podemos por el más exigente cedazo de legalidad democrática tipos que, a su vez, tienen de demócratas lo que Palinuro de tiburón financiero.

Solo se ganan elecciones consiguiendo el favor de mayorías, lo cual plantea las condiciones de un discurso capaz de conseguirlo en una sociedad abierta en competencia con muchos otros y en la cual la única regla es que no hay reglas porque la política es la continuación de la guerra por otros medios. Y en la guerra no hay más reglas que las aplicadas por los vencedores. Incluso es peor que la guerra porque en esta suele engañarse al enemigo, pero no a las propias fuerzas, mientras que en política puede engañarse al adversario y también a los seguidores de uno, a los electores. El triunfo electoral del PP en noviembre de 2011 es un ejemplo paradigmático. Ganó las elecciones engañando a todo el mundo, incluidos sus votantes.

¿Puede la izquierda recurrir al engaño, a la falsedad, al embuste? La pregunta es incómoda porque la respuesta obvia es negativa pero va acompañada del temor de que, si no se miente algo en una sociedad tan compleja y conflictiva como la nuestra, no se ganan elecciones y, si no se ganan elecciones, no se llega al poder. De ahí la reiterada insistencia de los de Podemos en que no son los tristes continuadores de IU, sino pura voluntad de ganar. Qué discurso haya de articularse para este fin es lo que se debate ahora. 

El momento, desde luego, es óptimo. Táctica y estratégicamente. La crisis del capitalismo y la manifiesta extenuación de la socialdemocracia ofrecen una buena ocasión para el retorno del viejo programa emancipador de la izquierda. ¿En qué términos? En unos que deliberadamente evitan toda reminiscencia de la frase revolucionaria. Aquí no se habla de revolución, sino de cambio; no de clases, sino de casta; no de socialismo, sino de democracia; no de nacionalizaciones, socializaciones o confiscaciones sino de control democrático; ni siquiera se habla de izquierda y derecha, sino de arriba y abajo. Es un lenguaje medido, que trata de ocupar el frame ideológico básico de la democracia burguesa para desviarlo hacia otros fines, para "resignificarlo", como dicen algunos, y llevarlo después a justificar una realidad prevista pero no enteramente explicitada. Alguien podría sentirse defraudado y sostener que esto entra ya en el campo del engaño político, el populismo y hasta la demagogia. Es verdad que el discurso bordea la ficción, pero no incurre en ella por cuanto las cuestiones comprometidas se remiten siempre a lo que decidan unos órganos colectivos que a veces están por constituir. Nadie se extrañe. Si diez días conmovieron el mundo, más lo harán diez meses.

Ahora bien, lo cierto es que semejante discurso requiere una táctica y estrategia meditada, prevista, consecuentemente aplicada y para ello, el sentido común suele preferir una unidad de mando y jerárquico, aunque sea con todos los contrafuertes y parapetos democráticos que se quiera. Un solo centro de imputación de responsabilidad continuado en el tiempo. Un partido y jerárquico, aunque a la jerarquía la llamen archipámpanos. El partido de nuevo tipo, con el espíritu asambleario anidado en su corazón, pero partido, medio para llegar al poder que el propio poder, astutamente, se ha encargado de convertir en único instrumento válido para su conquista y ejercicio. Para eso se redactó el sorprendente artículo 6 de la Constitución. Frente a esta libertad que es necesidad, las asambleas, los círculos, los consejos o concejos, los soviets, etc., incorporan un ideal de democracia grass roots con tanto prestigio como irrelevancia. Cabría pensar que en la época de internet, la de la ciberpolítica, las nuevas tecnologías, debieran resolverse estos problemas de eficacia del asambleísmo que, en lo esencial, según se dice, son puramente logísticos. Estoy seguro de que todos nos alegraremos si lo consiguen. Pero, de momento, no es así.

Sin duda este es el debate. Los asambleístas señalan los riesgos del líder carismático y concomitantes de oligarquía, burocratización, aburguesamiento. Y los leninistas, la función del liderazgo de siempre de la vanguardia que se hace visible en el rostro de ese lider carismático. Es verdad que hay un peligro de narcisismo y culto a la personalidad. Pero, ¿en qué propuesta de acción colectiva en el mundo no hay algún riesgo? En el fondo, esta polémica recuerda a su vez también una del marxismo de primera generación, bien expuesta en la obra de Plejanov, primero maestro y luego archienemigo de Lenin, sobre el papel del individuo en la historia. Un tema perpetuo.  La izquierda, toda, presume de crítica, pero acepta el liderazgo como cada hijo de vecino. ¿Quién puede discutir de buena fe a Pablo Iglesias el mérito de haber llegado a donde ha llegado y haber hecho lo que ha hecho? Ya, ya, había condiciones, un movimiento. Pero alguien se ha puesto a la cabeza, con cabeza y con valor, que diría Napoleón. ¿Con qué razones se pretenderá que no puede ir más allá en su idea de partido?¿Con qué otras que deberá poner en práctica una idea?

Más o menos, entiende Palinuro, es lo que está discutiéndose aquí. Y no es cosa de poca monta.

(La imagen es un montaje con dos fotos de Wikimedia Commons, con licencia Creative Commons).

diumenge, 21 de setembre del 2014

El reto de Podemos.


Twitter es parte decisiva del ágora pública digital. Una corrala tecnetrónica en donde las noticias se dan simultáneas a los hechos de que informan. Anoche saltó una: Pablo Iglesias retaba en directo en la 6ª a un debate cara a cara a Pedro Sánchez. Un terremoto. Los tuiteros se enzarzaron. Los socialistas estaban enconados; unos criticando que Podemos fuera la oposición de la oposición, lo cual favorece al gobierno; otros señalando que era el PSOE quien ya había retado a Podemos infructuosamente. Ignoro si Sánchez ha recogido el guante. Supongo que sí.

Iglesias es ante todo un animal mediático. Su capacidad para hacer política a través de los medios tiene al respetable maravillado. Si Guy Debord hubiera alcanzado a ver el auge de Podemos, se sentiría vindicado en su veredicto de la sociedad del espectáculo; y Baudrillard hubiera detectado de inmediato el simulacro. La política se hace valiéndose de los medios de comunicación. En ellos está la llave del poder. No el poder mismo. Con los medios se ganan las elecciones. En ese terreno es donde Pedro Sánchez ha salido también a la reconquista del electorado perdido. El nuevo secretario general del PSOE sigue de cerca a Iglesias, lo imita, al tiempo que lo distingue con sus críticas al populismo y, siguiendo su ejemplo, se multiplica en lo medios.

Casi suena a una historia para etólogos, con dos machos marcando territorio y luchando por la jefatura de la manada. O para politólogos, con dos líderes delimitando campos y compitiendo por la hegemonía sobre el electorado. El reto de Iglesias es el desafío a combate singular de los dos jefes por ver cuál señorea el campo mediático. Eso es lo que más irrita a los socialistas, el hecho de que, como buen táctico, el de Podemos escoja el momento y el lugar de la confrontación. De nada sirve recordarle que los socialistas lo había retado antes o que el deber de la oposición es oponerse al gobierno y no a la oposición. Son consideraciones irrelevantes para el cálculo pragmático que late en el reto.

No estando en el Parlamento, Iglesias tiene escasa base para invitar a un debate televisado a Rajoy que, por otro lado solo se pone delante de una cámara cuando no hay nadie más en kilómetros a la redonda. Ese reto corresponde a Sánchez a quien, aun siendo parlamentario, no se le había ocurrido. O no lo tiene por necesario pues, en principio, ya se mide con Rajoy los miércoles en el Congreso. Aunque esto no sea en nada comparable a un debate de televisión.

El reto llega el mismo día en que, entre noticias contradictorias, parece fijo que Podemos concurrirá solo a las elecciones municipales, dejando las alianzas para después de la votación. En realidad, la organización/movimiento ha fagocitado a IU, pero no le interesa la fusión porque, procediendo de la misma cultura comunista en sentido genérico, no quiere que se la confunda con ella. Esta actitud pretende reproducir el ejemplo de la Syriza griega que, viniendo de la izquierda marxista, no es el partido comunista. Al plantear el reto al PSOE, Podemos ya da por amortizada IU, se sitúa a la par con el PSOE y le riñe el territorio. Convierte de esta forma en acción política los resultados de los últimos sondeos que dan a Podemos como segunda fuerza política en Madrid.

Así se muestra la  iniciativa política pero también se abre cierta paradoja. Iglesias aparece ahora como  el defensor de la plaza mediática frente al forastero que quiere entrar en ella. Justo lo que era él hace un par de años. Los dos están bastante nivelados en edad, formación, actividad política. Pero uno defiende las murallas y el otro las asalta. Son Eteocles y Polinices en la lucha por Tebas y por la herencia maldita de Edipo: el poder. Hay mucho de personal en este enfrentamiento. Pero discurrirá por los cauces dialécticos. Iglesias querrá dejar probado que el aparato del PSOE es pura casta, si bien no así su militancia, mientras que Sánchez probará el peligroso populismo de su adversario quien, por ganarse el favor de las mayorías, arruinará el país. 

Ese reto apunta a un debate con un significado que va mucho más allá de la circunstancia actual. Es un debate en el territorio de la ya casi ancestral división de la izquierda entre, para entendernos, socialistas y comunistas; un debate histórico, interno a la izquierda. Una pelea que los comunistas han perdido siempre cuando la competición era a través de elecciones democráticas. La tradición comunista, queriéndose pura y considerando traidora a la socialista, es la eterna derrotada. De ahí que Podemos, procedente de esa tradición pero con voluntad de triunfo y de representar algo nuevo, evite toda asociación con el comunismo; pero su objetivo principal sigue siendo la socialdemocracia. Pues la miel de la victoria solo se degusta cuando el adversario prueba la hiel de la derrota.

La diferencia entre este enésimo enfrentamiento y los anteriores es que los retadores tienen una voluntad deliberada de dar la batalla en el discurso. En lugar de enfrentarse a la socialdemocracia -a la que previamente relegan al campo de la derecha- mediante el radicalismo de la palabra, ahora se hace mediante un discurso templado, neutro, moderado, relativista para no asustar a nadie, pero con promesa de reformas de calado. Una versión actualizada del reformismo radical a que se apuntó la izquierda alemana posterior a los años sesenta. Si al poder solo se llega por vía electoral, hay que ganar el apoyo de la mayoría, cosa que se hace diciendo a esta lo que esta quiere oír; y oír a través de la televisión. Por eso es imprescindible cuidar el lenguaje, convertirlo en un telelenguaje, que no asuste, ni crispe, que invite a confiar. Un ejemplo llamativo: los marxistas de Podemos no hablan nunca de revolución, sino de cambio. El término con el que ganó las elecciones el PSOE en 1982 y el PP en 2011. La moderación y buenas formas del lenguaje tienen réditos electorales, aunque preanuncien un apocamiento de las intenciones.

Esa división de la izquierda beneficia a la derecha. Pero es inevitable. Y, además de inevitable, de consecuencias muy variadas. El reto a Sánchez se inscribe en la estrategia de lucha por la hegemonía de esta jurisdicción ideológica y trata de provocar una situación en que el enfrentamiento sea entre la derecha y Podemos, para lo cual este encaja al PSOE en el PP con el torniquete de la casta. A su vez, el PSOE puede revestirse de la autoridad que parece dar la moderación frente a los extremismos fáciles de esgrimir: el populismo de los neocomunistas, el neoliberalismo e inmovilismo de los nacionalcatólicos. La amenaza de polarización puede venir bien al PSOE, beneficiario del voto asustado por los radicalismos, para resucitar el centro de la UCD. 

De esas incertidumbres está hecha la política.

(La imagen de Pablo Iglesias es una foto de Wikimedia Commons, con licencia Creative Commons, con expresa atribución de autoría. La de Pedro Sánchez es una foto de Wikimedia Commons, con licencia Creative Commons).

dilluns, 15 de setembre del 2014

Podemos y el Golem. Apostillas a una entrevista a Pablo Iglesias.

Magnífica entrevista de Orencio Osuna a Pablo Iglesias hoy en Nueva Tribuna. Orencio, eres un crack; Pablo también, pero de él ya se sabía. Una entrevista larga, bien estructurada con preguntas pertinentes y respuestas interesantes. Será un texto decisivo para clarificar el ideario de Podemos, cosa que parece preocupar a muchos. Horas antes de morir, Emilio Botín dejó dicho que las dos cosas que más le preocupaban era Podemos y la independencia de Cataluña. No es tan oscuro como un oráculo de Delfos, pero suscita análoga temerosa reacción. De la independencia de Cataluña nadie quiere saber nada, salvo los catalanes y el resto del planeta, excluida  España. De Podemos, en cambio, todos quieren saber todo y hasta hay quien presume de saberlo; de saberlo todo.

Palinuro, que no sabe nada, está muy agradecido por un texto tan clarificador. Su lectura, muy amena por cierto, es provechosa por lo que se dice, tanto como lo que no se dice. Tiene altura y enjundia teórica, sobre todo respecto al concepto de izquierda, algo que siempre ha preocupado mucho a la izquierda. Y suscita algunas cuestiones  que aquí toman la forma de modestas apostillas.

Revolotea sobre la entrevista un ánimo fiero de lucha que se fija en dos objetivos: 1º) hay que acabar con el Régimen del 78, a base de denunciarlo, ponerlo ante sus contradicciones, criticando su carácter castizo y, por fin, venciéndolo en unas elecciones limpias, inicio de una cambio en el sistema político. De hecho, la palabra "cambio" aparece 29 veces en el discurso de Iglesias; cero veces el de "revolución". 2º) No hemos venido a perder, como ha hecho tradicionalmente la izquierda, sino a ganar. El infinitivo "ganar" también está muy presente, casi tantas como el término "poder".

Suena todo más que razonable. Es un discurso radical en tono moderado. El Régimen del 78, al que también Osuna diagnostica en crisis terminal, está agotado, no ofrece más salida que la perpetuación del bipartidismo turnista, es un régimen de "vendepatrias" (condición que comparte con los de otros países europeos) y se derrumbará dejando paso a un cambio de sistema político. Subrayo cambio así como la ausencia del concepto de revolución porque, obviamente, es muy significativo respecto al tono general del discurso.

Iglesias está harto de la historia de derrotas de la izquierda e insiste en que Podemos ha salido a ganar. No tanto a tomar por sí solo el poder político, pues el cálculo es siempre electoral y excluye las opciones leninistas, como a condicionarlo en alianza con otros. Ganar, ser eficaces, tomar el poder, al menos en parte, es el objetivo esencial. Expresamente arremete Iglesias contra la izquierda testimonial que se conforma con su ocho o diez por ciento del voto. Eso es un fracaso. Hay que ir a más. Conseguir el apoyo de la mayoría. ¿Qué mayoría?

Aquí aparece el meollo de la entrevista, en forma de una larga y elaborada consideración sobre la izquierda en pasado, presente y futuro, sobre su esencia y su existencia. A veces el asunto resulta algo galimatías. El postulado esencial es que la clave izquierda/derecha ya no sirve. Creo que es la primera vez que leo que la visión en términos de izquierda/derecha beneficia a la derecha. No digo que no; pero convendría explicarlo algo más, cuenta habida de que, hasta la fecha, quien más ha insistido en que la oposición izquierda/derecha está anticuada es, precisamente la derecha. No es fácil entender cómo refutar esta idea pueda ir en beneficio de quien la sostiene. Podemos quiere trascender la disyuntiva izquierda derecha, quizá al modo del aufheben hegeliano. Como ese proceder suele verse en la sabiduría convencional como un signo de fascismo o falangismo y, por supuesto, populismo, Iglesias hace un guiño al izquierdismo y pide a quién quiera conocer su vocación profunda que la busque en internet. Todos sus referentes culturales y políticos son de izquierda y tan profundos que afirma llevarlos tatuados en las entrañas. Enhorabuena, Luisa,  por la parte que te toca; aunque eso de que le tatúen algo a uno en las entrañas debe de ser molesto. ¿Por qué esta necesidad de afirmación de genuina y vieja militancia? Para que no haya duda: somos nosotros, los de siempre, aunque parezca que no, a juzgar por lo que decimos, aunque parezcamos otros por el discurso. Exigencias de la eficacia.

Esto es lo que también el saber convencional llama pragmatismo. Salir a ganar a toda costa, tiene sus sacrificios. Por ejemplo, es posible que uno se crea obligado a decir, como hace el entrevistado: Cometeríamos un error -esto es mi opinión, aunque tendremos que discutirlo en la asamblea- si antepusiésemos el interés de Podemos como marca política exitosa a las necesidades de la transformación política de nuestro país. Lenguaje políticamente correcto; lo dicen todos los políticos, castizos o no. Primero la Patria y luego nuestros intereses. Esto de la Patria tiene su telendengue en Podemos. El asunto está claro, pero con sus riesgos. A la hora de diferenciarse de esa izquierda tradicionalmente derrotada, Podemos se niega a identificar un destinatario específico de su discurso, un auditorio, un target, como dicen los comunicólogos. El destinatario será todo el pueblo. Hablar a una parte es un error funesto. Y por eso, en gran medida, se niegan los "frentes" y la "unidad de la izquierda" y se prefiere la llamada "unidad popular", que trae evidentes reminiscencias a cualquiera versado en la historia del movimiento obrero y las izquierdas europeas. El pueblo, con su aroma rousseauniano. La idea básica es si respetamos un poco más a nuestro pueblo, ese pueblo español que no tiene problema con la bandera rojigualda, que le gusta la selección de fútbol, que no se emociona con la bandera republicana y con la guerra civil, si respetamos un poco más a ese pueblo español que es el nuestro y que, sin embargo, está contra la corrupción, está contra la injusticia, está a favor de los derechos sociales, entonces podemos ganar. Dicho queda para admiración y pasmo de quienes quieran aprender cómo se lucha contra el Régimen del 78 porque ¿acaso no fue la aceptación de la bandera rojigualda y la monarquía (falta de emoción con la bandera republicana) los dos factores que convirtieron a Carrillo, sus seguidores y colaboradores, en traidores, badulaques, trujimanes de la fementida transición? Suena esto un poco a "quítate tú que me ponga yo para decir lo mismo que tú".

Por supuesto, hacer política en las instituciones tiene sus complejidades. El propio Iglesias las menciona reiteradamente cuando se le pregunta por las posibles coaliciones en gobiernos locales. Una de ellas es respetar los símbolos. Lo hizo Carrillo, lo hicieron los comunistas en 1978 y Podemos propone hacerlo igual aunque, bien lo sabe el cielo, con diferente justificación: hay que llevarse de calle al pueblo sencillo para ganar las elecciones y dejar de perder de una vez.

En el ajuste de cuentas con la izquierda, el entrevistado habla con claridad meridiana: lo de IU es un fracaso y lo del PSOE, la socialdemocracia, ya ni te cuento. De nuevo se repasa aquí una parte importante de la cultura política de la izquierda. Pero el diagnóstico es definitivo: la socialdemocracia ha fracasado al someterse al Diktat neoliberal y el comunismo al tratar de suplantar a la socialdemocracia. Frente a tanto desastre, Podemos propone: una reforma fiscal justa que haga que las rentas más altas paguen más, proponemos una auditoría y una quita de la deuda pública, proponemos proteger los servicios públicos, proponemos combatir la corrupción, proponemos una política exterior respetuosa con los derechos humanos. Pero él mismo admite que, en definitiva lo que estamos proponiendo nosotros lo hubiera aceptado la socialdemócrata reformista. Es decir las condiciones políticas que permitían establecer esa diferencia entre reformistas y revolucionarios han desaparecido con el fin de la guerra fría. Con la guerra fría han desaparecido muchas cosas. Por ejemplo, el ataque que los partidos comunistas occidentales dirigieron a los Estados del bienestar que luego han pasado a defender con ahínco aunque originariamente los consideraban prueba de la traición socialdemócrata al movimiento obrero. Porque obra de la socialdemocracia fueron, aunque no solo de ella.  Lo interesante aquí es que Iglesias admite que las propuestas de Podemos podrían ser las de la antigua socialdemocracia. Dada su juventud, el entrevistado sitúa ese lejano estadio de lucidez pasada de la socialdemocracia hace 30 o 40 años, que le parecen muchísimos. Pero, por entonces (1974/1984), los socialdemócratas ya eran unos traidores a ojos de la verdadera izquierda.

Estas apostillas deben concluir señalando un apecto inefable en el ideario de Podemos cuando el entrevistado afirma que no están planteando cuestiones maximalistas. No estamos planteando que la tierra sea el paraíso, patria de la humanidad, estamos plateando que haya instituciones al servicio de la colectividad que garanticen las condiciones materiales mínimas para que los seres humanos puedan ser felices. Esta dicho en tono menor y prudente, pero está dicho: poner las bases para hacer felices a los seres humanos. Nada menos. Algo que recuerda lejanamente la consigna del Partido Laborista británico en 1945: Seguridad de la cuna a la tumba

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¿Y qué pinta aquí el Golem? me pregunta un lector. No lo sé. Fue la idea que me vino a la mente al leer las consideraciones de Iglesias sobre cómo dar forma, cómo estructurar Podemos para que sea políticamente eficaz. El Golem, la vieja leyenda judía, es el ser creado pero que no tiene forma; la forma sin forma. Hay muchas variantes. Prueba de que esto de la forma no es cosa fácil.

dimarts, 11 de febrer del 2014

A Europa con ardor.

El PSOE tiene ya cabeza de lista para las  europeas. La Comisión Ejecutiva Federal ha respaldado por unanimidad a Elena Valenciano, la segunda a bordo. La interesada lo ha anunciado en la sede del PSOE, exultante, por cierto. En el mes de marzo, un Comité Federal decidirá el resto de la candidatura. Quizá también por unanimidad. Es un procedimiento estatutario, correcto, legal. Pero en los tiempos que corren de inquietud, desánimo, desconcierto y exigencias de mayor apertura y participación, chirría. Parece de antes, de cuando las decisiones se tomaban en los cenáculos del poder y se anunciaban luego al pueblo llano para su regocijo. Es la costumbre. Ni las formas se guardan.

Beatriz Talegón protesta en El Plural y habla de decisiones a dedo. Probablemente su queja de que "la dirección" del partido no haya consultado con la militancia carece de substancia. Si la "dirección" está para algo, será para dirigir y si cada vez que ha de decidir tiene que consultar, no es dirección sino seguidora. Pero la protesta traslada al interior del PSOE algo del descontento general en la ciudadanía. Talegón invoca el decálogo enunciado por el Foro ético (un grupo de socialistas con tintes regeneracionistas), los diez requisitos que debe cumplir una candidatura socialista al Parlamento europeo. Seguramente Valenciano reúne muchos de ellos y añade experiencia directa de dos legislaturas en Estrasburgo/Bruselas. Por eso mismo, tiene razón la joven socialista, ¿por qué no anunciarse un poco antes en lugar de aparecer como un hecho consumado? Porque estaba ya apalabrado con los barones. Procedimientos del aparato, de circulación interna que diría un teórico de las élites, de reacomodo de mandarines.

Tiene uno la impresión de asistir a una doble representación de escenarios alternativos. De un lado vivimos en un país agitado, casi convulso, con infantas ante los tribunales, una insurrección nacional catalana, inmigrantes muertos por docenas, ministros abucheados, represión policial, manifestantes apaleados, ciudadanos desahuciados, estadísticas de espanto, corrupciones diarias, incompetencia gubernativa, protestas de todos los estamentos, intervencionismo y autoritarismo de los poderes públicos, control agobiante de los medios, prepotencia de los políticos, ruina de los servicios públicos y desafección popular lindando en la insubordinación general. Esa es la realidad.

De otro lado aparecen estos personajes bien vestidos, casi atildados, en tranquila rueda de prensa con todos los emblemas del partido -en suya sede se producen- arropándolos. Por cierto, ojo a la imagen y la comunicación. Ojo a las combinaciones de colores. Parecía un acto de la Coca-Cola. La rutina. Hay unas elecciones, se presenta una candidatura, se hace una campaña y se coloca a veinte o veinticinco conmilitones en el Parlamento europeo a defender una política que son incapaces de explicar a sus electores porque ni ellos la tienen clara. Así lo prueban las manifestaciones de Valenciano en la impoluta rueda de prensa: las derechas llevan diez años haciendo y deshaciendo en Europa. Ahora nos toca a nosotros hacer y deshacer. ¿Quiénes? Los socialdemócratas. Y de ahí no sale. Propone presidente de la Comisión al alemán Martin Schulz, un socialdemócrata de la socialdemocracia que gobierna en Alemania en coalición con la derecha.

Y conste que me parece una ventaja. Entre ser gobernado por la derecha a secas a serlo por una alianza de derecha e izquierda socialdemácrata prefiero lo segundo. Pero ¿es posible en España? Dos circunstancias, una objetiva y otra subjetiva la impiden. La objetiva: la derecha tiene una sólida mayoría absoluta, lo que no es el caso con la CDU/CSU alemana. La subjetiva: ya quisieran los socialistas españoles tener tan claras las cosas como los socialdemócratas alemanes quienes, en menos de un mes de gobierno han impuesto varias medida reformistas de izquierda, entre ellas, la fijación del salario mínimo y el adelanto de la edad de jubilación. 

El único significado de estas elecciones europeas es ser preparativo de las del año próximo. Pero no parece concentrarse mucho en ellas quien de antemano prescinde de su mano derecha enviándola a lejanas tierras.

dijous, 30 de gener del 2014

La unidad o suspiros de la izquierda.

La democracia se mueve a base de elecciones, está en permanente campaña electoral. El año 2012, primero de la actual legislatura del PP, vio cuatro elecciones en cuatro comunidades especialmente relevantes: Andalucía, Cataluña, Galicia y el País Vasco. 2013 fue insólitamente átono en lo electoral pero 2014 trae las europeas y 2015 autonómicas, municipales y generales. Como estamos ya en campaña electoral, cabe decir que, para ciertos asuntos, la legislatura se ha terminado. Los movimientos en los partidos y en los medios así lo indican. Todo el mundo preparando las europeas y, pasadas estas, las siguientes.

La izquierda también. El PSOE está volcado pero solo a medias. Tiene pendiente su problema catalán y las primarias. Sigue siendo el partido con mayor intención de voto, diez puntos por delante de IU, la fuerza siguiente. De las otras posibles opciones de la izquierda solo hay conjeturas, pero no datos, al menos a escala estatal. Hablar de unidad de la izquierda e ignorar al PSOE no es una actitud tácticamente muy avispada, aunque se justifique por fidelidad a los principios si se consigue averiguar cuáles sean estos. El PSOE es una izquierda socialdemócrata de corte europeo. Como el SPD alemán, que forma coalición con la derecha en su país. ¿Lo veis? ¿Qué izquierda ni izquierda? Son lo mismo. Sí y no. La decisión del gobierno alemán de rebajar la edad de jubilación a los 63 años es un resultado concreto, práctico, beneficioso para los trabajadores, una transformación real, o sea, de izquierda. ¿O no? Es, además, una medida de extraordinario calado que deja a los demás europeos que han prolongado la edad de retiro con la retambufa a la intemperie. Lo menos que puede hacer Rajoy es telefonear a Merkel y preguntarle si ese beneficio es solo para los alemanes, por ser un Herrenvolk, o vale también para las tribus de la periferia.

Esté como esté, la UE es muy importante. Es de esperar que el PSOE haga una campaña hablando de Europa, para variar. Aunque muchos analistas tienen las elecciones europeas por una especie de romería de pueblo, la gente sabe que las decisiones importantes para nosotros se toman en Bruselas. Los sondeos delatan una falta de confianza e interés en Europa; pero puede deberse a la ausencia total de pedagogia de los partidos al respecto. Existe un Partido Socialista Europeo y el PSOE debe hacerlo valer y formular propuestas programáticas socialistas en el marco de la Unión, que para algo está.

IU y el resto de opciones de izquierda siguen presentando un panorama poco alentador. Es cierto que hay mucho debate, efervescencia y movimiento. Pero es muy fragmentario. Los intelectuales, más abundantes y visibles que en la derecha, tienen un discurso coincidente, casi un coro, en pro de la unidad con todo tipo de argumentos. Pero no es infrecuente que estén adscritos a opciones, plataformas, foros o grupos muy distintos, en complejas relaciones entre sí. Y a veces dan la impresión de que los obstáculos a la unidad anhelada son cuestiones personalistas. Por lo demás, nada desdeñables. Esta izquierda tiene una intención de voto moderada y las expectativas de cantidad de escaños son reducidas. Es muy difícil acomodar a tanto solicitante. 

Palinuro es tozudo. Lo ideal sería un programa mínimo común de la izquierda. Eso que la derecha pretende demonizar de inmediato llamándolo Frente Popular, en donde lo demoníaco debe ser lo de "frente" porque el partido de la derecha se llama "popular". ¿No suscribiría toda la izquierda (y hasta una parte del centro y el centro derecha) una rebaja de la edad de jubilación a la alemana? Y, como esa, perfectamente factible, cuatro o cinco más: salario mínimo a un nivel digno, garantía de servicios públicos de sanidad y educación, protección a los derechos de las mujeres, políticas activas de empleo y lucha contra el paro, especialmente el juvenil,  y blindaje de las pensiones. 

Ese es un programa de mínimos que la izquierda toda podría suscribir con independencia de quién vaya en las listas. Al margen de ello, que cada cual pida después lo que quiera. Esto es lo mínimo pero, como están las cosas, parece un máximo.

(La imagen es una foto de Izquierda Unida, con licencia Creative Commons).

dilluns, 20 de gener del 2014

Los discursos de la izquierda.

En la entrada de ayer, titulada seísmo en la izquierda decía que, en caso de darse un diálogo sobre la unidad de esta, habría de ser sobre propuestas concretas. Eso es lo interesante y aplazaba a hoy una consideración de los discursos. Porque el impacto, la agitación, la efervescencia de declaraciones, contradeclaraciones, etc son evidentes: presentación de Podemos, debate sobre primarias en IU; también Equo está en proceso de este tipo de elecciones, que presenta como ejemplar y hasta el portaaviones del PSOE se agita con zafarrancho de primarias. Nadie para quieto, todo se mueve, los medios no dan abasto, los tertulianos necesitarían otra boca suplementaria.

Lo que no está claro es que ese frenesí, ese bullir material, esa agitación que se presenta ya como una forma nueva de hacer política, responda a un plan, una idea, un proyecto específico que tenga detrás un discurso. En la izquierda hay sectores leninistas. Al menos aparece el nombre del revolucionario bolchevique de vez en cuando en sus manifestaciones. Y era Lenin quien en su ¿Qué hacer? dejó dicho que sin teoría revolucionaria no puede haber movimiento revolucionario. Olvídemosnos del dichoso adjetivo. Muy poca gente propugna hoy una revolución. El substantivo ha desaparecido del discurso político habitual, excepto sectores marginales. Queda la cuestión de la teoría. Y queda la pregunta: ¿hay teoría? ¿Hay teoría para ese movimiento que no se puede llamar revolucionario, aunque ganas no faltan? ¿Hay teoría o hay retórica?

Las diferentes fuerzas de la izquierda tienen sus discursos también de naturaleza y consistencia diferentes. Equo posee una teoría clara, definida pero especializada, lo cual redunda en perjuicio de sus expectativas. Pedir el voto para unas medidas específicas equivale a reducir su valor pues el votante se manifiesta en una multiplicidad de frentes, no solo el ecológico. Para resolverlo, la organización se ve obligada a pronunciarse en una variedad de asuntos coincidentemente con otros partidos de la izquierda lo que abre la cuestión de por qué no se suma a alguno. Equo no augura mucho espíritu unitario por razón de supervivencia.

Podemos acaba de irrumpir como la cabalgata de las Valkirias, despertando asombro. Ya están escribiéndose tratados sobre el liderazgo mediático, el carisma digital, la fuerza de las redes. Pocas veces se ha visto tan claro cómo una multitud (50.000 son multitud), dispersa, anónima, de pronto, adquiere un rostro. Seguro que también están desempolvándose viejos debates sobre la relación entre la masa y el individuo. Podemos, dicen los críticos, es un fenómeno mediático. Sí, claro; en una época mediática. Bien, la presentación de Podemos ha sido una representación, sin duda; un espectáculo, una escenificación cuidadosamente preparada. Perfectamente razonable. Lo que corresponde ahora es conocer el texto. La frase, los gestos, la iconografía son un hallazgo. Pero el discurso suena retórico, ambiguo, impreciso. "Otra forma de hacer política", dicen, en clara reminiscencia del alterglobalizador "otro mundo es posible". De acuerdo, ¿cuál mundo? ¿cuál política? Los viejos partidos ya no sirven. Hay que buscar nuevas formas de acción. Perfecto. ¿Cuáles?

En IU el discurso es algo más abundante, pero no está mejor organizado ni es muy coherente. Lo cual es lógico. El alma de IU es el Partido Comunista y, desde la caída de la Unión Soviética el comunismo arrastra un déficit de legitimidad tan profundo que no puede articular teoría alguna. La crítica al capitalismo y su manifestación visible en el mercado ya no se acompaña con propuestas alternativas acerca de con qué substituir a aquellos. Nadie propone, al menos claramente, la socialización de los medios de producción, la abolición del mercado y su substitución por un sistema de planificación centralizada. En esas condiciones es muy difícil elaborar una teoría crítica de la socialdemocracia tradicional porque no tiene en dónde apoyarse. Es un discurso débil y confuso que no fía tanto en la elaboración de propuestas propias como en la táctica de apoderarse de las de la socialdemocracia clásica empujando a la socialdemocracia real, al menos retóricamente, al campo de la derecha.

En el PSOE, la situación es grave, casi terminal. En las turbulencias de la crisis (y en parte movido por su amarga derrota de nov. de 2011) ha optado por convertirse en partido de orden, de Estado, incluso dinástico. La teoría se encargó a la intelligentzia del partido en aquella Conferencia Política que parió un ratoncillo asustado, pero monárquico y muy español. No importa; de lo que se trata es de recuperar el apoyo electoral. La teoría puede esperar. La apuesta por el orden puede hoy parecer ajena al espíritu del tiempo y, aunque repela a los votantes radicales, atraerá al abundoso centro-izquierda. Y, como todas las apuestas, se revelará al final. No es previsible que en España suceda como en Italia y Grecia; pero tampoco es imposible. Por ello mismo y porque, por muy pragmático que se haya hecho el PSOE, tiene una vocación de izquierda que en algún sitio habrá de demostrar debe proponer ese diálogo de una unidad de la izquierda basada en un programa mínimo común.

Un programa mínino común de la izquierda sería la mejor base para un gobierno con una triple tarea: a) derogar toda la legislación de la derecha, contraria a los intereses, los derechos y las libertades de la mayoría de la gente; b) convocar un proceso de reforma constitucional con participación de todos y sin condiciones previas; c) adoptar mientras tanto medidas de ampliación y consolidación de la democracia en España de carácter progresista y redistributivo.

diumenge, 5 de gener del 2014

Deje paso.

Nunca una oposición se había enfrentado a un gobierno más desacreditado, desprestigiado, deslegitimado, con una valoración tan baja en la estima y confianza de los ciudadanos, acorralado por los escándalos de todo tipo y con un presidente bajo fuerte sospecha de ser el principal responsable (y beneficiario) de una corrupción tan generalizada como institucionalizada en su partido . Nunca a uno que hubiera tomado medidas tan impopulares y agresivas hacia el bienestar de los sectores menos favorecidos de la sociedad. Nunca tampoco a uno que hubiera tomado medidas tan radicales, autoritarias y retrógradas en cosa de derechos y libertades, como el derecho a la educación, la sanidad pública, la integridad física, o las libertades de expresión, manifestación o reunión. Nunca a uno que fuera tan torpe en la gestión del sempiterno problema nacional español o que intentara de modo tan patente un retorno a los valores del nacionalcatolicismo, al espíritu de la dictadura.
 
En estas condiciones sería de esperar que las perspectivas electorales de la oposición fueran halagüeñas. Pero no es así, sino al revés. La intención de voto de los socialistas está muy por debajo de la del PP. ¿Las causas? Se me ocurren cuatro (que no tienen por qué ser necesariamente ciertas ni únicas): 1ª) el PSOE trae una herencia desastrosa de la segunda legislatura de Zapatero; 2ª) estamos en mitad de una crisis muy destructiva que, aunque ahora es casi solo cosa nuestra, comenzó siendo inducida del exterior; 3ª) los socialistas carecen de propuestas sólidas, concretas, verosímiles; 4ª) la actual dirección está más interesada en su continuidad que en poner remedio a la situación.
 
Las dos primeras están fuera del alcance de este PSOE. Cabría hacer alguna observación de matiz en ambas, pero no merece la pena. Las dos últimas, en cambio, son plena responsabilidad de los socialistas y no pueden pasar sin comentario.
 
La falta de propuestas programáticas concretas es clamorosa. El PSOE no ha hecho un análisis del sentido de las políticas conservadoras, no tiene una interpretación de conjunto, simula creer que se trata de un gobierno normal, dentro de la alternancia democrática, y no de una auténtica involución constitucional, un asalto al sistema (o régimen) de la transición que Rubalcaba dice tener en altísima estima. No entiende el mundo en que vive; no entiende el sentido de la reconquista nacionalcatólica; no comprende el alcance del soberanismo catalán al que se incorpora a marchas forzadas el vasco; no calibra la gravedad del desmantelamiento del Estado del bienestar. En consecuencia, no hay propuestas viables alternativas. Hay, ha habido desde 2011, sucesivas propuestas de pactos "de Estado" (para sentar plaza de oposición responsable, lo cual era perfectamente absurdo y ñoño), sucesivamente rechazadas y, luego, un confuso compromiso de derogar la legislación más agresiva de la derecha, es decir, volver a la situación anterior y eso sin gran convicción, arrastrando mucho los pies, declarándose servilmente monárquico y sin hablar muy alto a la clerigalla que domina el país.
 
En lo relativo al conflicto nacional español, la posición del PSOE es coincidente con la del PP, aunque gusta cubrir sus vergüenzas con una hoja de parra federalista. En los asuntos de corrupción no solo no se marca corto al gobierno sino que se pasa de puntillas porque el PSOE tiene también mucho que rascar -guardando las distancias-, en los EREs, los tratos de favor de las cajas, la connivencia de sus representantes con los chanchullos, las puertas giratorias, etc.
 
Y de todo ello se sigue que la oposición parlamentaria es floja, desmadejada, deslavazada. El gobierno se deja controlar poco pero lo poco que se deja, no se le controla. Los socialistas llevan más de un año amenazando con una moción de censura que no se atreven a presentar. Amagar y no dar, o sea, lo más inepto que puede hacerse en todo conflicto. Ya de acciones políticas más simbólicas, prestando atención a la oposición extraparlamentaria, mostrando algún tipo de sensibilidad respecto a la movilización de la calle, ni hablamos.
 
A poco de perder las elecciones de 2011, para aplacar la tormenta que se temía en la organización, el PSOE anunció una conferencia política para octubre (luego noviembre) de 2013, de la que nacería un nuevo programa, la nueva socialdemocracia, el renovado espíritu socialista. La conferencia pasó y prácticamente no ha dejado rastro. Pero sirvió a la dirección para plantarse en mitad de la legislatura sin resolver el problema del liderazgo del partido. Controlar los tiempos es siempre esencial y Rubalcaba es maestro en la tarea. Ahora en enero el Comité Federal cumplirá su función de fijar las primarias para octubre o noviembre de este año y ya tiene el secretario general cumplidas tres cuartas partes de su objetivo, consistente en agotar su mandato. A reserva, incluso, de decidir si se presenta o no. ¡Y es Rajoy quien carga con el sambenito de procrastinar de modo sistemático!
 
Supongo que Rubalcaba se sentirá realizado en su ego y colmadas sus aspiraciones. Ha dirigido el PSOE durante tres años. El problema es hacia dónde. Y cómo deja su partido. De las primarias saldrá un líder nuevo que solo dispondrá de un año para hacer frente a unas elecciones decisivas. Si resulta elegid@ un@ de l@s candidat@s que más suenan, Chacón, López, Madina (sin descartar sorpresas), no me parecen suficentemente sólid@s, fajad@s para la tarea. Necesitan más de un año. Rubalcaba debiera dejar paso ya. Se mire como se mire es el principal obstáculo a una renovación del PSOE a todo intento de ponerlo en situación de contender con éxito en 2015.
 
Se dice que la oposición (la de izquierda) cuenta también con IU y se señala cómo algunas de las circunstancias anteriores influyen en una mejora substancial de su intención voto. Hay incluso quien, animado por el ejemplo griego, vislumbra un renacer de la vieja quimera anguitiana del sorpasso. No me parece verosímil, pero no es insensata la pretensión de conseguir un porcentaje electoral que obligue a una coalición de izquierda. Tengo mis dudas a la vista de la ejecutoria de coaliciones de ambas fuerzas políticas pero, en todo caso, guste o no guste, la posibilidad de relevar a esta derecha nacionalcatólica y revertir sus políticas radica en las fortunas electorales del PSOE.
 
Una última consideración. Aunque los dirigentes crean otra cosa, los partidos políticos han cambiado. Ya no son propiedad de sus militantes (si alguna vez lo fueron) ni de sus oligarquías dominantes, como siempre lo han sido. Ahora tienden a ser más propiedad de sus votantes. Así lo reconoce el PSOE al prever primarias abiertas. Es la imparable "americanización" de la política y si a algunos partidos no les gusta, que no pidan el voto a la ciudadanía. Esa es la línea: abrir los partidos a los votantes, cosa que cada vez es más fácil con internet, ya que, sin estos, los partidos no son nada. Y si los votantes del PSOE están hoy reducidos a su mínima expresión histórica (con la que está cayendo, como dice el Gran Wyoming, el verdadero líder de la oposición en España), será porque la dirección del PSOE ha perdido los otros y son millones. Esos millones no van a recuperarse sentándose a la puerta de Ferraz a ver pasar el cadáver del enemigo o, eventualmente, el del próximo candidato socialista a la pesidencia del gobierno.

(La imagen es una foto de Rubalcaba en Valencia, con licencia Creative Commons).

dissabte, 28 de desembre del 2013

La socialdemocracia confusa.

La derrota electoral de 2011 provocó una sacudida en la conciencia del PSOE. Se cerraban de modo humillante dos legislaturas muy distintas. La primera, la del no nos falles, la exhiben los socialistas con orgullo como ejemplo. La segunda, la del PSOE PP la misma mierda es, terminó con lo que bien podría llamarse un voto de castigo que los dejó sin saber a dónde mirar, como un boxeador noqueado. Tal fue la confusión que convocaron una conferencia política. Es una respuesta típica. Cuando en una organización no se sabe qué hacer, se nombra una comisión. Llamarla Conferencia Política, convocar expertos, intelectuales, gente interesada, indagar por las tendencias de la sociedad, pretender una renovación programática, casi un cambio de piel o de rumbo formaba más parte de escenografía. Pasó el evento y el resultado fue múrido, aunque sus partidarios sostienen que se verá cuando esté redactado el programa electoral.
 
Entre tanto, la socialdemocracia carece de discurso propio. Va a remolque de los acontecimientos y aparece casi obsesionada por sus fortunas electorales, más bien sombrías. Tampoco es una situación extraña. Sucede con la socialdemocracia europea en general. El hecho de que los socialdemócratas alemanes vayan a gobernar en alianza con la derecha que en Francia está en la oposición, pone de manifiesto las confusiones, las incertidumbres, la anfibología de una socialdemocracia confusa, carente de una teoría.
 
Curiosamente esa falta de teoría nace de su propio triunfo. El socialismo democrático semeja una sociedad que hubiera alcanzado su objetivo social. Solo le queda disolverse ... o buscarse otro objetivo. La realización es indudable. El socialismo democrático reivindicaba la democracia frente al comunismo y otras formas de socialismos autoritarios. Hoy ningún socialista, por radical que sea, cuestiona la democracia, al menos explícitamente. A su vez, frente a la derecha, el socialismo democrático erigió el Estado del bienestar, la economía social de mercado que todos dicen respetar, incluso quienes están empeñados en acabar con ellos. Basta con escuchar a Rajoy sosteniendo, con su habitual crédito, que el Estado del bienestar es un "objetivo irrenunciable".
 
La fórmula se realizó: democracia más capitalismo regulado según el Estado del bienestar. Lo que la muy profesoral Constitución española llama "Estado social y democrático de derecho". Triunfó, venía triunfando en Europa desde los años cincuenta, y a la vista está hoy que presidió sobre la más larga etapa de estabilidad política, crecimiento y desarrollo económicos, pleno empleo,  falta de crisis y mejora sustancial de las condiciones generales de vida.

El triunfo del neoliberalismo y la consiguiente crisis económica han hecho saltar por los aires aquel modelo y no parece que haya uno alternativo distinto de la propuesta de retornar al perdido, como si las condiciones socioeconómicas pudieran repetirse en la historia. Pues, lo dicho, cuando el colectivo no sepa qué hacer, nombre una comisión.

Es un momento excelente para que los socialdemócratas europeos convoquen una especie de convención europea de la izquierda, sin exclusiones (ya habrá bastantes que se autoexcluyan) que trate de ofrecer una explicación del actual estadio de desarrollo del capitalismo. La globalización es un hecho y el nombre que damos a una situación internacional de guerra económica de todos contra todos bajo la hegemonía militar occidental crecientemente cuestionada por la potencia china y un abanico de guerras locales que se usan como mecanismos de control regionales. En esas circunstancias, ¿existe un programa de mínimos de la izquierda para Europa? Debería ser, además, uno susceptible de acordarse con la derecha conservadora, tradicionalista, nacionalista, pero no neoliberal, que la hay en el continente y hasta en España. Es el fanatismo neoliberal el causante de las crisis y cualquier táctica aconseja desactivarlo aislándolo, por el peligro que, como todo extremismo, entraña.

Además de aplicarse el tratamiento europeo, la socialdemocracia española podía proponer la convocatoria de otra convención extraordinaria en España para deliberar sobre la organización territorial del Estado y su fórmula política. La Convención debería tener carácter materialmente constituyente. Podría debatir en paralelo al funcionamiento normal de las instituciones de la monarquía parlamentaria.  Pero sin exclusiones ni cuestiones indiscutibles. Las conclusiones solo podrían ser dos: a) un acuerdo sobre alguna forma de Estado que obligara a reformar la Constitución y b) una falta de acuerdo sobre la forma de Estado, con remisión a un referéndum en España sobre el reconocimiento del derecho de autodeterminación. También podría no haber conclusión alguna. Nada nuevo, pues esa es la situación en que nos encontramos.

En cuanto a las conclusiones positivas, la reforma constitucional es asunto tasado pues la propia Constitución establece procedimientos para proceder incluso con una reforma total. En cuanto al referéndum a escala española se plantea una cuestión añadida: qué hacer si, como es previsible, los resultados en Cataluña y el resto de España están invertidos. Allí, mayoría cualificada a favor de la autodeterminación; aquí, al revés, mayoría cualificada en contra. Los catalanes se habrán autodeterminado de hecho y, por eso mismo, acumulado una razón más para hacerlo de derecho.
 
Es inexcusable el pronunciamiento de la izquierda española. Pero ¿se encuentra a la altura de las circunstancias? ¿Es capaz de hacer una propuesta propia con la amplitud de miras y la viabilidad necesarias?  La crisis española es crisis de Estado y debe tratarse a nivel de Estado. De nada sirve seguir a la derecha viéndolo como un asunto de legalidad y no de legitimidad. Está cuestionado el modelo de la transición y es absurdo ocultarlo.
 
Por cierto, esa hipotética convención podía adoptar como primera medida, invitar, al menos como observador, a Portugal. Si la izquierda propugna la unión política del continente, bien puede predicar con el ejemplo.

dissabte, 21 de desembre del 2013

La ofensiva de la derecha y la miseria de la izquierda.


Ahora que los españoles hemos retrocedido treinta años en dos de gobierno de la derecha parece buen momento para una recapitulación de lo sucedido, que haré en tres breves apartados y una coda: 1º) la falsa verdadera izquierda; 2º) la verdadera falsa socialdemocracia; 3º) la antitransición; y coda: los finos analistas políticos.

1º.- La falsa verdadera izquierda. Su miseria se condensa en la fórmula "PSOE-PP la misma mierda es". Que se trata de una estupidez solo beneficiosa para el PP ya se sabía antes de las elecciones. Bastaba con ver cómo este partido no la desmentía. Ahora es patente: en dos años los españoles han perdido el derecho al aborto, a la educación pública de calidad, a la sanidad pública, a un salario y un trabajo dignos, a las pensiones, a la libertad de expresión, de manifestación y de reunion. Antes los tenían (más o menos); ahora, no. No es lo mismo, ¿verdad? La fórmula es estúpida.

Los que no son estúpidos, sin embargo, son los dirigentes e ideólogos. Ellos ya sabían que era una estupidez. Pero servía a sus fines inconfesos, consistentes en desplazar a la socialdemocracia a la derecha, desprestigiarla, segarle apoyos electorales para ocupar su sitio y enarbolar su bandera: el socialismo democrático. Eso sí, "verdadero" socialismo. Frente a una derecha unida como una piña con mayoría absoluta, esa opción, en el mejor de los casos, cosecha un 15% del voto. Insuficiente para realizar el "verdadero" socialismo desde el gobierno. Pero suficiente para que el PSOE no gane las elecciones. Seguirá gobernando la derecha porque lo que los dirigentes e ideólogos de IU y aledaños quieren es seguir como están. Siendo cabezas de ratón satisfacen su narcisismo. Es mejor, más grato, más lucido, ser jefe de uno de los bandos perdedores que grado intermedio, pieza del montón, en un bando ganador.

Por eso se sigue hablando de PPPSOE. Tengan el valor de traducirlo, buenas gentes:  tener derecho al aborto y no tenerlo es lo mismo. Díganlo, hombre, díganlo. PP y PSOE son lo mismo. El aborto como derecho y el aborto como delito son lo mismo. Díganlo de una vez. En el fondo, quizá lo piensen.

2º.-La verdadera falsa socialdemocracia. Y ¿cómo se ha llegado hasta aquí? Porque, en realidad, la fórmula PPPSOE, estúpida como es, no es enteramente falsa. La socialdemocracia española comenzó su andadura en la segunda restauración con una mayoría absoluta como la del PP; incluso superior, pues tuvo 202 diputados en 1982 frente a los 186 actuales de la derecha. Pero, si empezó con ánimo reformista, poco a poco, a lo largo de los años, se fue dejando dominar por el pragmatismo, el oportunismo, los intereses creados y la corrupción.

El exitazo primero de la socialdemocracia, tan apabullante que obligó a la derecha a hacer como que se civilizaba, atrajo al PSOE una caterva de vividores, gentes sin muchos principios, pero hábiles para dominar la política de partido. Algunos, en su afán de medrar, cruzaban la raya de lo delictivo, como los Marianos Rubios o los Roldanes. Otros, la mayoría, no. Seguían en el partido, convertido en una oligarquía de profesionales que se valían de él para sus intereses, sus carreras políticas, sus colocaciones posteriores en la vida "civil". Curiosamente son estos que hoy dominan la organización, quienes más daño le hacen.

El PSOE no quiso o no supo reelaborar una visión de la socialdemocracia que, sin ser presa de sus tradiciones, no las olvidara al extremo de convertirse en la versión liviana del neoliberalismo. No supo articular un programa socialdemócrata capaz de explicar la aceptación de ciertos postulados neoliberales como un giro táctico y de hacerlo creíble. Falto de un discurso de izquierda, como la política, al igual que la radio, no aguanta el silencio, el PSOE se ha apropiado, con tímidos matices, el de la derecha: mercados, entente cordiale con la iglesia, monarquía y unidad nacional a machamartillo. Es, dice, el espíritu de la transición.

3º.- La antitransición. La actual involución de la derecha en todos los órdenes, la colonización ideológica de las instituciones, la prevalencia de la explotación capitalista más salvaje mezclada con el nacionalcatolicismo a ultranza es la cara de la derecha de siempre. La de 1975, respaldada por cierto entonces por un ejército que era un partido político armado presto a intervenir. Como lo demostró unos años después. Una derecha sin complejos.

Es el momento de que los ideólogos de la verdadera izquierda, esos que tildan la transición de traición y la culpan de los males de hoy, demuestren cómo deben hacerse las cosas. Sin duda tienen fórmulas gracias a las cuales no solamente el PP perderá las próximas elecciones (que tampoco parece tan difícil) sino que ellos y sus programas las ganarán, formarán gobierno y harán realidad la verdad de esa verdadera verdad. Cosa tanto más sencilla cuanto que la oligarquía del PSOE, incapaz de ver más allá de sus narices, incapaz de afrontar los problemas colectivos con ideas nuevas, audaces, acordes con la tradición de la izquierda, cada vez se configura más como su propia caricatura: el otro partido dinástico.

Aquí está la segunda transición. La que todo el mundo invoca si bien con fines distintos. A ver qué sale. A ver cómo recuperamos esas futesas que habíamos conseguido con la asquerosa y traidora transición: el derecho al aborto, el Estado del bienestar, el acceso a la justicia, las libertades públicas.

Coda: los finos analistas políticos.- Premio Mariano José de Larra para todos esos analistas a quienes encandilaba la labia moderna, civilizada, moderada y centrista de Gallardón y Wert. Eso es perspicacia, sí señor.
No veo que esta entrada vaya a ganarle muchos amigos a Palinuro y así se lo he dicho. Le da igual. Dice estar acostumbrado. Este Palinuro es un ingenuo.

dimarts, 10 de desembre del 2013

El problema del PSOE.


Sí, efectivamente, tendría puñetera gracia que un tipo como Carlos Mulas llegara a ser diputado del Congreso por el PSOE. Como para no volver a votar a ese partido en la vida.

Porque el problema, señores míos, no es Carlos Mulas. El mundo está lleno de Carlos Mulas. Sobre todo en épocas de crisis y confusión en las que cualquier mangante con suficiente morro, buena facha y algo de labia (sobre todo de la llamada técnica económica o jurídica, y no digamos ya si es de marketing) puede dar el pego del new thinking siempre que encuentre papanatas para seguirle la corriente. Estuve dos veces en mi vida en la Fundación Ideas, de cuyo vicepresidente, Caldera, tengo la mejor opinión: un hombre honrado, sincero, con iniciativa, pero bastante ingenuo. Porque a Carlos Mulas se le ve venir a la legua. Basta con no dejerse embaucar por sus trucos de business school de tercera.

El problema es el PSOE, cuyo desarme moral, abandono de los principios, falta de ideas y seguidismo de los embelecos seudoacadémicos del neoliberalismo le impiden distinguir a los Carlos Mulas de cualquier persona genuinamente identificada con los valores de la izquierda democrática y le llevan a caer en la trampa de estos vendechufas de la excelencia académica y técnica (expresiones que, claro, comparten estos pillastres con gente como Wert) y la política de resultados.

Insisto: el problema está en el PSOE. Su desaforado oportunismo no le permite detectar a tiempo a los Carlos Mulas e impedir que escalen puestos de responsabilidad desde los cuales destruyen el espíritu de izquierda de la organización, siembran el ejemplo de que un partido fundado para conseguir la emancipación de los trabajadores es, en realidad, un medio idóneo para la carrera personal cuando no el enriquecimiento, desaniman a la gente movida por ideales y destruyen las esperanzas de mucha otra que vota confiando en unas siglas que ya no son lo que eran.

Sí, el problema es del PSOE, de su conversión en un partido de trepas, carreristas y gentecilla que jamás haría nada en la vida si no hubiera intrigado en los conciliábulos y pasilleos de una organización donde las apariencias, el enchufe, el engaño y el peloteo personal pesan más que la dedicación desinteresada, el trabajo,  el sentido crítico y el criterio propio.

Porque Carlos Mulas quedan bastantes en el PSOE. El gobierno de Zapatero tenía un buen puñado de ellos

dijous, 7 de novembre del 2013

¿Conectan? La conferencia política del PSOE.


Mañana inauguran los socialistas su anunciada jamboree ideológica. Viene precedida de casi dos años de deterioro de la imagen pública del partido y sus dirigentes, de algunos brotes de tensiones internas normalmente pacificadas, inquietudes, bastante runrún, declaraciones y contradeclaciones y debates mas o menos sordos sobre candidaturas y sucesiones. Es decir, ha despertado interés y levantado expectativas, además de las muy anunciadas sobre renovación ideológica. La organización ha hecho un buen trabajo colgando en la red el material por debatir en abierto. Incluso hay demasiado. Tiene un Documento marco de 143 páginas, una especie de preámbulo o declaración de principios que luego desarrolla y precisa (aunque no mucho) en una Ponencia con otras 384. En total, los asistentes al evento deberán haber embuchado 527 páginas de árida lectura más o menos programática cargada de infinitivos. Lo dudo, aunque es lo que se supone. A ese tocho han de añadirse los miles de enmiendas. Tienen para debatir y votar.

Elena Valenciano, felizmente recuperada de una neumonía, subraya el espíritu abierto del encuentro y hace especial hincapié en el debate sobre primarias también abiertas, aunque escurre el bulto al hablar de fechas, justo lo que más interesa a esos chismosos de periodistas y, con ellos, a la opinión, muy aficionada, gracias a la tele, a ver los eventos políticos como reality shows. Añade la vicesecretaria general, muy orgullosa, que está previsto una especie de estallido de creatividad en un espacio digital nuevo que actuara pari passu con la conferencia, llamado PSOE Lab en el que se fabricarán contenidos en espacios MediaLab, DataLab y KeyLab que colgarán y distribuirán, supongo, por las redes, al estilo de Basesenred (Twitter), Nuevas tecnologías sbt (Facebook), etc. Signo de los tiempos; eso está bien. Ya el uso del verbo conectar indica la voluntad de estar al día.  Conviene facilitar información a los internautas que forman una curiosa corrala.

Los contenidos son lo esencial. La lectura es indispensable. Los documentos son a veces farragosos, excesivamente prolijos, tienen lagunas y reiteraciones y despiden un aroma a generalidad y ambigüedad, propias por lo demás de este tipo de escritos de carácter tentativo, propuestos para discusión y enmienda. Extraer una idea definida de ellos es muy difícil (aunque no imposible) y, para ahorrarse esfuerzo, no está mal ver qué opinan los responsables antes de empezar. Y nada más claro que el secretario de organización, Óscar López, quien ya entra en faena asegurando que la única izquierda, la izquierda real, es el PSOE. Es una orientación. Parece incluso que el ex-ministro Sebastián se la ha tomado en serio y se ha enfadado.

En todo caso, quiere ser un documento para la izquierda. Eso se verá cuando las tropecientas páginas queden reducidas a las diez o quince de una plataforma electoral que es lo que después se difunde por los audiovisuales y lo que llega a la gente, o sea a los votantes. La conferencia se convoca para legitimar ideológicamente un programa de acción. Lo decisivo será lo que conste en ese programa. Viendo así los documentos, a Palinuro se le ocurren dos o tres observaciones.

No hay ni mención de los dos grandes asuntos, uno sobrevenido y otro heredado, esto es, Cataluña (y la cuestión de la autodeterminación) y la Monarquía. Esta se menciona en la última página de la ponencia, a modo de estrambote, para pedir que se actualice en cuestión de igualdad de género y se prevea la posibilidad de una Reina (otra vez la ley sálica y la pragmática sanción) con lo que, se supone, se da por indiscutible la institución y la República no aparece ni en pintura. En cuanto al sobrevenido (en realidad, también heredado), el problema catalán, se hace sentir en dos referencias en passant a la federalización de España. No es mucho. No compromete a nada y tampoco parece ser el bálsamo de Fierabrás.

No hay cuestionamiento alguno del modo de producción capitalista. Se habla de crecimiento, sostenibilidad y empleo, es decir, salida de la crisis dentro del marco del capitalismo, con algunos retoques generalmente imprecisos. Por supuesto, de la idea del de-crecimiento (que proponen sectores radicales de la izquierda) aquí ni se habla. Ni tampoco de nacionalización de la banca, ni de banco público y, al considerar la política fiscal, se insiste mucho en la lucha contra el fraude y se hace una lejana referencia a su carácter progresivo, sin mayores precisiones sobre la presión fiscal o el modo en que se remodelará la proporción entre fiscalidad de las rentas y la de las empresas. Todo el apartado de pensiones está, por lo menos, anticuado. Se insiste en retornar al Pacto de Toledo cuando el gobierno ya ha sacado adelante su reforma unilateral para cargarse el sistema público de jubilaciones.

La ponencia tampoco es taxativa y rotunda en el propósito que tiene más gancho electoral porque es el que entiende todo el mundo: reversión de todas las medidas de la derecha que hayan supuesto merma y restricción de los derechos de las personas. Algo así se dice con referencia específica a la sanidad y la educación. Pero debe ampliarse a todos los campos de unas políticas públicas que no es que sean solo ideológicas; es que son claramente clasistas y atentan todas contra el principio de igualdad. No dejar las cosas en el aire. Al menos las que no lo necesitan. Otras son más problemáticas. Por ejemplo, se habla de la institución de un salario mínimo universal. Será interesante ver qué sale de ello.

En las relaciones iglesia-Estado, el documento es de una prudencia exquisita. No se habla de denunciar los acuerdos con el Vaticano de 1979 pero sí de reformarlos según ello se siga de una futura ley de libertad religiosa que bien podía ser la que los mismos socialistas proyectaron en tiempos de Zapatero pero luego metieron en el cajón del olvido, asustados por las consecuencias. No es una perspectiva ilusionante. Tampoco hay una clara decisión de exigir a la iglesia católica que cumpla de una vez los tales acuerdos y se financie como su dios le dé a entender, pero no a costa de todos los españoles, incluidos los que adoran a otro dios o a ninguno.

Hay muchísimas más cosas en los documentos y seguramente muy interesantes, que darán lugar a apasionantes debates. Pero, según el conjunto del planteamiento, el PSOE aparece como un partido nacional español federalista, dinástico, acogido al marco teórico económico neoliberal con reparos y no muy específicas medidas correctoras. Por ejemplo, la única vez que se menciona el famoso artículo 135 de la Constitución no es para pedir su abolición, sino para compensarlo con el reconocimiento de algunos derechos con el mismo nivel de constitucionalidad. 

La ausencia más clamorosa es la de cualquier mención a la Ley de la Memoria Histórica. La única es tangencial, para referirse a los hijos de emigrados y exiliados, a quienes dicha Ley reconoce la nacionalidad española. Nada más. Y mucho menos un propósito de derogación de la Ley de Amnistía de 1977, es decir, de la ley de punto final, o de hacer justicia a las víctimas del franquismo, acatando los autos que dicte el tribunal argentino que instruye la causa por los crímenes de Franco.

Por decirlo de algún modo al uso: no está mal, pero es un documento de mínimos muy mínimos.