Es mostren els missatges amb l'etiqueta de comentaris Viajes.. Mostrar tots els missatges
Es mostren els missatges amb l'etiqueta de comentaris Viajes.. Mostrar tots els missatges

diumenge, 9 de novembre del 2008

Caminar sin rumbo (X).

Compañeros de viaje

A veces es grato encontrar alguien con quien hacer parte del camino. A veces. Otras maldita la gracia que tiene. Cuando un pelma a quien uno no conoce de nada se empeña en dar conversación; en un ascensor, por ejemplo. ¿De qué diablos puede hablarse en el trayecto de un ascensor, por largo que sea? Del tiempo, desde luego; del tiempo. ¿Y en un taxi? ¡Las conversaciones de los taxistas! De ahí han salido novelas y de todo, probablemente hasta asesinatos. Porque ya es insoportable la conversación de alguien que, además de imponértela, te mira a través del retrovisor a ver qué efecto causan en ti sus palabras con lo que no te queda más remedio que simular (cuando menos) que estás escuchándolas. O bien en la sala de espera de algún medio de transporte o de alguna profesión liberal (notario, dentista, etc). ¿De qué se habla en la antesala del sacamuelas? Son también conversaciones de camino porque son los momentos preparatorios para algún viaje, algún cambio en la vida. Siempre he pensado, aunque he de confesar que nunca he osado poner en práctica el pensamiento, que lo oportuno para las conversaciones impuestas por los pelmas no es enfurruñarse, meter las narices en el periódico, contestar con monosílabos como ladridos o silvar Coronel Bogley, del Puente sobre el río Kwai, sino pasar al contraataque, llevar la iniciativa y, así, ignorando cuál haya sido el enunciado del desconocido, decirle a bocajarro:

- Yo a Vd. lo conozco.

A lo que el otro, probablemente, responderá que a él no le parece que...

- Sí, sí, claro que lo conozco. ¿No ha salido Vd. por la televisión?

A estas alturas del siglo, quien no haya salido por la televisión se avergonzará de reconocerlo en público por lo que es de esperar un gesto como de satisfacción y alguna balbuceante respuesta del tipo de:

- Bueno, sí, pero...

El pero se refiere a que salió una vez en un noticiario hace diez años porque que el azar lo pilló cerca de un choque de coches y los de la tele pasaron por allí pidiendo testimonio; pero eso bastará.

- Si ya lo decía yo: Vd. es (pongamos por caso) Marifé de Triana.

Pero también vendría al pelo García Márquez o Monseñor García Gasco. Es casi seguro que el pelma se habrá percatado ya de que no hay manera de pegar hebra con el viajero y lo dejará en paz. Si se malicia uno que no ha de ser así, sin dejarlo respirar se le añade:

- Precisamente quería hablar con Vd. a propósito de un asunto delicado. Como sabe, yo soy (pongamos de nuevo por caso) el hombre del tiempo y quiero saber en dónde me van a poner en la parrilla.

Bueno, son imaginaciones. También a veces encuentra el viajero compañía grata, alguien con quien compartir un trozo de camino. No todo, por favor, que eso es muy duro. La fórmula del matrimonio, por ejemplo, al menos la que recuerda uno de las pelis: "hasta que la muerte os separe" es espantosa. Pensar que sólo la muerte pueda separarte de alguien a quien a lo mejor acabas detestando es el mejor argumento a favor del divorcio. Porque ya se sabe que el camino y la vida etc, etc. Así que alguien que viene de no se sabe dónde y se encamina a vaya Vd. a saber qué parte; alguien que camina junto a uno, a veces incluso sin hablar palabra. ¿No es grato muchas veces ir junto a alguien sin necesidad de hablar? Cada uno va a su bola y quién sabe si no es la misma bola en los dos. En todo caso lo peor para averiguarlo es eso de preguntar: "¿En qué piensas?" que es muy frecuente y para mí equivale a un casus belli porque no se me ocurre intromisión más intolerable en el libre predio de la intimidad que pretender saber qué se piensa. Es más, creo que siempre que me lo han preguntado he mentido; unas veces para agradar, otras para desagradar. Sí, ya sé que no se debe mentir; pero es claro que ese mandato no opera en situación de violencia y la preguntita de ¿en qué piensas? es violencia muy violenta. Tiendo a pensar también que eso le pasará a mucha más gente. Quizá a todo el mundo. Pero no lo sé porque no soy todo el mundo ni conozco medio alguno para saber lo que todo el mundo piensa sobre nada.

Caminar junto a otro en silencio es muy grato. Y también puede serlo hablando. Hablar con otro es entrar en un ámbito mágico en el que todo se mezcla porque todo es posible al mismo tiempo, la tierra se agiganta y las hormigas tienen el volumen de caballos, los colores se rompen en fragmentos, el cristal está lleno de voces, en un recodo del camino surge entera y verdadera la Edad Media con sus siervos, sus feudos y las Siete partidas in extenso, las palabras se subliman, se convierten en lenguas de fuego, dunas itinerantes o el galopar de la brigada ligera. Porque no es una sola palabra sino dos que surgen, se entrelazan, se encuentran y desencuentran, se aproximan, se distancian, se acarician, pelean, hacen las paces, se buscan, se pierden, se aguardan, se acoplan, juegan a desconocerse, entrechocan, se dispersan, construyen juntas y, de un tiempo a esta parte, deconstruyen juntas o por separado y se desparraman a veces en una cascada de sonidos alegres.

El juego de las palabras habladas en el diálogo es otra de las manifestaciones de la esencial condición dual del ser humano: uno mismo y el otro, con el cual el uno interactúa en una interacción que no sólo es evidencia empírica del intercambio sino elemento constitutivo del ser mismo del hombre, de la idea del yo que sólo es posible porque hay un otro del que he de suponer que también dice "yo" pero no se refiere al mismo yo que yo. La palabra es eco y únicamente como eco hace posible al hombre. Sólo porque hay otro existo a mis ojos. La idea del ser humano aislado es absurda; el hombre es un ser social y Robinson sólo puede existir primero porque empezó no siéndolo y segundo porque deja de serlo así que encuentra a Viernes. Robinson y Viernes. Tendemos a pensar en cómo cambia la vida de Robinson la aparición de Viernes y, en una prueba de eurocentrismo atroz, no nos hemos preocupado por averiguar cómo cambia la de Viernes la aparición de Robinson. Esto daría motivo para un tema literario, algo en la línea de (pero distinto) Man Friday, de Jack Gold. En todo caso esos intercambios son conflictos según como se mire porque hasta el amor es conflicto. Un conflicto incruento o no antagónico, una mutua emulación y algo que transita de la palabra a la mirada y de la mirada a la palabra.

Dialogar es una de las más maravillosas experiencias porque al hacer eso que llamamos "entendernos con otro", nos expande, nos multiplica por dos, nos deja asomarnos a otro yo que se nos ofrece con la misma curiosidad y afable entrega con que lo hacemos nosotros mismos. ¡Hablar con un semejante! ¡Y entenderse con él! Maravilloso, desde luego y dificilísimo, momento único y reñampagueante en el viajar por la vida que dura un tiempo y se destruye luego casi sin sentirlo. Y ello porque no es difícil que el otro pretenda algo que no queremos darle o nos niegue algo que nosotros deseamos. Con lo que ya está armada. Las palabras se hacen espinos y el diálogo se agría, previo a la ruptura. Por eso muchos viajeros, desconfiando de la posibilidad de encontrar alguien con quien hablar y no sintiendo especial afición, al menos de momento, por el soliloquio, se llevan algún libro. Los libros son compañeros de viaje muy cómodos porque son escogidos, no como los que nos depara el destino, no se imponen en momento alguno y están siempre dispuestos a contarnos su historia. Pero no responden salvo que el que los escribió hubiera previsto la pregunta, que hay mucho casos. El sistema FAQ no es un invento de la informática aunque ésta lo haya convertido en signo ubicuo del entendimiento universal.

¡Qué grato puede ser caminar y discurrir al tiempo! Hay cadencia entre el paso y el pensamiento. Y los objetos que nos salen al camino van también marcando el discurrir. Si uno transita por una pista forestal que atraviesa un bosque cerrado de robles no es lo mismo que cuando se cruza otro de encinas que, por sus copas, no pueden estar tan prietas como aquellos. Y en modo alguno suscitan las mismas ideas. Las encinas son árboles sagrados en muchas mitologías, simbolizan la fuerza y la justicia y eran uno de los árboles sagrados de los druidas; se siente uno protegido, espacioso, tranquilo. Los robles, en cambio, no menos sagrados, simbolizan el valor, asocia uno sus hojas lobuladas al coraje en la batalla, según la tradición germánica y se arma uno de ánimos. Y no, no es lo mismo.

Por eso, cuando se vuelve a despedir al compañero circunstancial, se hace con ánimos muy distintos. Hay gentes a las que uno pierde de vista con agrado y otras de las que es doloroso y amargo despedirse. Y eso que siendo un viaje a ninguna parte, ni siquiera está claro por qué haya que despedirse de nadie.

(La imagen es un cuadro de Giovanni Boldini, un retrato de Mrs. Colin Campbel (1894). El retrato le costó al pintor un disgusto con Mr. Colin Campbell, cosa nada difícil de imaginar pensando en el posible diálogo que pudiera haberse entablado entre el artista y la modelo).

dissabte, 8 de novembre del 2008

Caminar sin rumbo (IX).

Vueltas del camino.

Las vueltas del camino son como las del alma, que nunca sabes a dónde llevan pero siempre te devuelven no al camino sino a tu camino. Tomas una, comienzas a andarla en un estado de ánimo pero el trayecto te trae a la memoria un recuerdo. O un propósito, que no siempre el espíritu se va al pasado; al contrario, muchas veces se va hacia el futuro. Al menos es lo que se dice de los jóvenes, que como tienen más futuro que pasado, tienden hacia él por él atraídos como los incautos marineros por los cantos de las sirenas. Claro que lo mismo pasa con los viejos, que como tienen más pasado que futuro, tienden hacia él igualmente atraídos por los mismos cantos de las mismas sirenas porque si fueran más viejas sus cantos no sonarían igual, qué duda cabe y he aquí por qué los viejos pierden su capacidad de encandilar pero no de encandilarse. Hay quien dice que lo mejor es ser viejo y tener futuro, supuesto que lo mejor coincida con la idea tan general de que hay que tener más, tener más, más de lo que sea, en este caso futuro o pasado o ambas cosas a la vez. Porque puede uno pensar no sin cierto motivo que sea mejor tener menos o, incluso, no tener nada. Hay un montón de religiones y filosofías ensalzando el no tener como la condición de la plenitud y hasta de la felicidad. Y esto no solamente se presenta como cierto por el acendrado amor del hombre a lo paradójico, sino por la profunda convicción de que esa propuesta es verdadera y es buena. ¿Y por qué habría de ser así? ¿Puede haber algo indudablemente verdadero, algo indudablemente bueno? También podría decirse lo contrario pues en estos asuntos de la voluntad humana no puede haber fórmula única, excusado es ya decir del gusto que hasta tiene refrán: "en cuestión de gustos...", etc. Por supuesto que habrá quien diga que de ningún modo y que lo mejor, la felicidad, la plenitud, el contento y hasta la gloria esté en poseer, en tener, en acumular, en poder bañarse uno en las cosas o lo que sea que haya acumulado, dineros, tierras, joyas, títulos de la deuda...; y quizá no sólo cosas sino también intangibles, como penas, recuerdos, propósitos y voluntades. Por ejemplo, puede haber acumulado fama, fama de santo, de santo por haber renunciado a todo, así como Simón el estilita que se pasó más de cuarenta años sobre una columna que empezó siendo de cuatro metros de alto y terminó siendo de diecisiete; que ya son metros. Y todo para no hablar con nadie, no tener nada, carecer de todo. Claro que ahí es precisamente en donde los partidarios de la plenitud gracias a la nada anudan señalando que, en efecto, es talmente como lo ponen de ejemplo los otros: San Simón no necesita nada porque lo tiene todo, que es Dios, para adorar al cual vive cada segundo de su existencia. A mí el ejemplito me repugna un poco no por lo que supone sino por la figura en que se materializa. Desprenderse de todo para quedarse sólo con Dios me parece cosa poco apetecible porque no creo en su existencia; pero no me cuesta nada decidir que Dios significa algo distinto para cada ser humano, que Dios es el nombre que damos a todos los dioses o lo que cada cual reputa como tal: el saber, la perfección, el dominio, la piedad; formas distintas de la entrega de cada cual a las que por convención podemos considerar los dioses particulares. Y todos los dioses se funden en un único Dios en donde ancla la cuestión de los universales que no tiene salida, razón por la cual tampoco la tiene la cuestión que al planterse dio origen a esta vuelta del camino de si es mejor la juventud que la vejez. Porque hay que ver qué irritante es esa sabiduría convencional de que "todo tiene partes buenas y partes malas". Irritante supongo que por verdadera, como la del "cristal con que se mira" que también es muy cierta y ahí también se distinguen jóvenes de viejos por cuanto los primeros no llevan cristal pero dicen que lo llevan (y es como si lo llevaran) y los viejos llevan cristal pero dicen que no lo llevan (pero no es como si no lo llevaran) que tanto da lo uno como lo otro. Y si tanto da es tambien igual que a la primera vuelta del camino te salga un recuerdo o un propósito, el pasado o el futuro, todo te absorbe por igual o mejor dependiendo de cómo seas. Hasta para distraerse hacer falta tener propósito. Si te empeñas en apartar los reclamos, los cantos de sirena, si haces oídos sordos y ojos ciegos a los estímulos y te obstinas en concentrarte en cuándo se verá la salida de la vuelta, quizá lo consigas y veas la salida de la vuelta cuando los dioses sean servidos. Pero si te dejas llevar, nada tiene de extraño que pierdas de vista el camino. El pasado tiene la fuerza magnética, la capacidad de absorción que posee el Maelstrom en el relato de Poe, pertenece a la región de las sombras, de lo obscuro, del pasado, del olvido y la memoria que son en esto la pareja de guerreros que siempre da sentido al quehacer humano, ya que la vida humana, me parece, es una permanente batalla entre dos elementos, los seres humanos sólo nos entendemos como entidades binarias, bueno/malo, dentro de la cual late un combate; día/noche, un conflicto permanente; alegría/tristeza, una mutua negación; vida/muerte, la exclusión de la una por la otra; guerra/paz, la oposición de ambos; cautiverio/libertad, a imposinilidad de conciliarse; y hoy día cero/uno, la negación recíproca de la que sin embargo mana toda la información actual y venidera. La pelea a muerte es que allí donde el olvido quiere borrar el recuerdo la memoria pretende resaltarlo, fijarlo, darle luz. La memoria es un rayo de luz y el olvido la oscuridad. La pelea es desigual porque la oscuridad no esta determinada sino que mora en su reino infinito en el que el rayo de luz de la memoria se proyecta. Sólo aquí funciona éste como un San Jorge atacando al dragón. En el reino de la luz, el rayo no se ve. El rayo de luz tiene vida, es finito, mientras que la oscuridad es eterna y se sabe vencedora a largo plazo. Pero eso a la memoria no le importa y lo mismo sucede con el futuro que también tiene una vis atractiva muy fuerte, el alma tiende a lo alto porque lo intuye infinito, a diferencia de la tierra que la llevamos pegada a los pies y por eso se elevaron las catedrales góticas y esas otras catedrales del siglo XX que son los rascacielos, el impulso hacia arriba que absorbió a Elías en un carro de fuego y allí es el reino de la luz y en él penetra el propósito formulado en cualesquiera de los afanes del ser humano: la sabiduría, la felicidad, el amor, la riqueza, la venganza, la amistad, todo lo que la persona pretende alcanzar como parte de su anhelo vital. Empero el reino de la luz es tan absoluto en su elemento como el de la sombra en el suyo y en él queda uno cegado, deslumbrado, sin alcanzar a divisar aquello que anhela ni como forma ni como idea. La vuelta al fin se termina y uno comprende que sigue en el camino que había emprendido en el viaje a ninguna parte que, por su propia naturaleza, está lleno de desviaciones, atajos a los que se da vueltas, como dice el poeta, altos y bajos. Y momentos de descanso porque bien se echa de ver que el desplazamiento, el viaje, tiene su esfuerzo físico y psíquico. Pensar puede cansar, según y cómo, por eso la mayoría de nosotros nos tomamos eso del pensar como el viaje a ninguna parte. Pensamos; no sabemos por qué pensamos y tampoco para qué. Eso es un viaje a ninguna parte. Pensamos en el ahora mismo, en este trozo concreto del camino, con un recuerdo de reciente pasado, lo suficiente para no preguntarse de dónde ha salido la última notificación de correos y una previsión de un futuro inmediato, mejor o peor organizado en una agenda, lo suficiente para saber qué atuendo nos pondremos al salir a la calle. Y esto es lo que nos permite reconocer el camino cuando la vuelta termina y te ha dejado en donde esperabas que te dejara sin necesidad de cuestionarlo. Y cuando reconoces el camino, te reconoces a ti mismo y te reencuentras con tu alma que tiene vueltas, giros a veces sorprendentes, recovecos inesperados pero acaba siempre (o quizá no siempre; no sé bien cómo lo tienen los locos) por revelarse como tuya; y no sólo como tuya, sino como tú mismo, te identificas como yo, el yo que no está quieto, no para de caminar, pero no va a ninguna parte porque no hay parte alguna a la que ir ya que todas las posibles las lleva uno dentro.

(La imagen es una litografía de 1878 de título Gran globo cautivo).

dimecres, 5 de novembre del 2008

Francia e Italia en España.

Invitados por nuestros amigos Mari Pepa y José Antonio, a quienes los dioses colmen de venturas, hace un par de días fuimos de visita al Real Sitio de la Granja de San Ildefonso, para completar un recorrido que empezamos en el verano de 2007 y del que ya dejé una entrada titulada El real sitio. Por entonces prometimos volver y hacerlo en otoño, para pasear por los jardines y parques y visitar el palacio, que no tuvimos ocasión de ver la vez anterior.

Desde luego los jardines son impresionantes. Los bosquetes de castaños y tilos con sus tupidos follajes que empezaban a dorarse, dando al aire esa luz ambarina que parece mágica invitaban al paseo. Las fuentes estaban todas cerradas y los jardines en remodelación, motivo por el cual pongo una foto de la fuente de Andrómeda en momentos más felices en los que, como se ve, el dragón suelta un chorro de agua por sus horribles fauces mientras Perseo, montando sobre Pegaso, se apresta a librar de su cautiverio a la infeliz princesa de Trapisonda. Todas las fuentes del Real Sitio son de plomo con pátina de oro o bronce, de estilo francés (como obras todas ellas de escultores franceses) típico rococó.

Este Real Sitio es puro afrancesamiento. Lo mandó construir Felipe V, que se encandiló con el lugar y quiso reproducir aquí una especie de mezcla de jardines de Marly y Versalles, como lo que él había visto de niño y joven en su patria. Era hombre débil y acomodaticio, un vividor comodón, como se ve claramente en el espléndido cuadro de la derecha, obra del francés (cómo no) Louis Michel van Loo, hijo del pintor de cámara de Luis XIV y pintor de la corte de los Borbones españoles. Se aprecia el porte escasamente guerrero del Rey y su afición a rodearse de su extensa familia (una costumbre muy borbónica) en un ambiente de lujo y boato claramente italianizante, en tanto que un grupo musical interpreta una melodia en el balcón tras el drapeado rojo mientras que por el arco del fondo divisamos los jardines que tanto placían al monarca. El original del cuadro está en el Museo de El Prado; el que se ve aquí, en La Granja, es una copia. Felipe V quiso retirarse a este lugar y abdicó en su hijo Luis I, pero la temprana muerte de éste lo obligó a retomar los asuntos de Estado y, desde entonces, el palacio quedó ya como lugar de veraneo hasta la muerte del Rey en 1746. A partir de entonces fue la residencia de su segunda mujer, Isabel de Farnesio, quien continuó con la tarea de ampliación y embellecimiento del Real Lugar a cargo fundamentalmente de arquitectos italianos. Por cierto, ese monopolio cortesano de extranjeros, primero con los Austrias y luego con los Borbones, que ha durado prácticamente toda la historia de España explica en buena medida por qué en nuestro país no se desarrollaron jamás tendencias o escuelas autóctonas en artes, ciencias, profesiones u oficios. No por una especie de indolencia o ineptitud nacional, sino por una actitud básica antipatriótica de unos reyes que a veces ni siquiera hablaban la lengua del país y unos cortesanos aduladores dispuestos a seguir los gustos germánicos, afrancesados e italianizados de sus señores.

Pasear por los suntuosos salones del Palacio de San Ildefonso es como hacerlo por una mezcla de Versalles y Villa Borghese. Español en la concepción de la obra me parece que no hay más que la planta general del edificio, originariamente concebido según la del Alcázar de Segovia. La imagen de la izquierda, correspondiente a la llamada "sala de las lacas" es un ejemplo acabado del gusto imperante en el XVIII por las llamadas chinoiseries, algo realmente fascinante pero que tiene tanto que ver con el estilo castizo castellano o español en general como la coleta de Fu-Man-Chú. No obstante, no se crea, la visita merece la pena. Impresiona contemplar el lujo desmedido en que vivía la familia real, sobre todo si lo compara uno con las condiciones de miseria en que estaba la inmensa mayoría de la población en la época. Por cierto, así seguimos, más o menos: con unos reyes extranjeros que viven opíparamente a costa de una población en la que, según los datos de Cáritas hay ocho millones de pobres.

Las habitaciones reales están en la planta principal, en donde también se exhiben algunos (no todos ni mucho menos) de los preciosísimos tapices de la Real Colección. Los paños de Flances, confeccionados entre los siglos XV y XVII, muchos de ellos sobre cartones de pintores célebres, como Gossaert o Mabuse, reproducen por lo general abigarradas escenas de la Biblia y la mitología grecorromana en una alegre mezcolanza y con un sentido iconográfico libérrimo, pero todos ellos con una innegable funcionalidad moralizante cristiana. Creo no exagerar si digo que uno puede pasarse las horas muertas contemplándolos porque son muy hermosos y están llenos de lecciones. La Real Colección de Tapices de España debe de ser la mejor del mundo y si el Patrimonio Nacional, que los administra, se decidiera a unificarlos (ya que ahora se exhiben en diversos lugares y palacios) sería un punto de atracción de curiosos y expertos de primer orden.

La planta baja del palacio había de contener la rica colección de estatuas que mandó comprar Felipe V en Italia entre ellas las de la colección de Cristina de Suecia y, de hecho, aún se contemplan algunas pero la mayoría tambien ha sido trasladada a El Prado de forma que lo que puede verse en el Real Sitio son vaciados en yeso cuyo interés reside en que se hicieron antes de que se procediera a restaurar los originales para trasladarlos, con lo que nos hacemos una idea muy buena de cómo eran los que los Borbones tenían para su exclusivo disfrute. Dejo aquí una de las más curiosas y originales, obra del italiano Antonio Corradini, La fe velada que se encuentra en la sala de la Justicia.

Visitar el Real Sitio es una experiencia histórica y estética que lo conecta a uno con los lugares donde pasaron mucho tiempo las sucesivas familias reales españolas porque aunque, desde el ferrocarril, los reyes prefirieron el norte (San Sebastián y Santander), la Granja de San Ildefonso continuó en mucho uso hasta bien entrado el siglo XX. Don Juan el ninguneado, hijo de Alfonso XIII y padre del actual Borbón, nació aquí.

Me propongo volver porque todavía me quedan por visitar las múltiples dependencias anejas al palacio en donde se intalab la corte.

(Todas las imágenes proceden de la Guía del Real Sitio de La Granja de San Ildefonso y Riofrío de José Luis Sancho y Juan Ramón Aparicio y editado por el Patrimonio Nacional, de donde salen también algunas de las noticias de la entrada).

dimarts, 4 de novembre del 2008

Caminar sin rumbo (VIII).

Aforismos sobre la vida y la muerte para el camino.

Siguiendo tradición del cristianismo cultural iniciamos la jornada pensando en los novísimos, como Dios manda y siendo en consecuencia la alegría de la huerta.

Vivir es sobrevivir.




Hay quien dice que la vida vulgar tiene su poesía.




Me he pasado media vida haciendo disparates y la otra media justificándome. Pero no consecutiva, sino simultáneamente.




Peor que oponerse a lo inevitable es rendirse a ello.



La única compañía que nos dura toda la vida es la muerte.




Todo está poblado de muerte.





Muerte, tuya es la victoria; tuyo el aguijón.


(Las imágenes son, por este orden, Juan de Juanes, Calavera (Memento mori); Mabuse, Díptico Carondet; Memling, reverso panel izquierdo del díptico San Juan Bautista y la Verónica;Harmen Steenwijck, Vanitas, 1640;las dos siguientes, Van Gogh, Calavera (1887-88); y la última también Van Gogh, Calavera con cigarrillo encendido (1885-86), estos flamencos...).

diumenge, 2 de novembre del 2008

Caminar sin rumbo (VII).

LA VIDA INTERIOR.

El viaje no es una opción abierta al ser humano porque no puede no viajar en un sentido metafísico de la cuestión, el que asimila la vida al viaje. Sólo muriendo puede uno apearse de ese viaje, pero no dejar de viajar y seguir viviendo. Hasta quien está en estado de quietud completa, bien por fuerza mayor, bien por decisión propia, viaja, viaja continuamente, viaja dentro de sí mismo, pasa por las memorias como la silla de posta por las postas, descarga y recoge viajeros, anuda conversaciones en el trayecto, pasa por la misma posta por la que pasó en la jornada anterior, pero ya no es la misma posta, según aclara Heráclito, llamado el "oscuro" por razones incomprensibles porque en su visión se acumula una experiencia más, lo que permite nuevas, distintas, variadas consideraciones, como con las variaciones musicales. Qué duda cabe de que, cuando de repente se me viene a la memoria un recuerdo de niñez, arrancado de un olor, de un color, de un sonido, de cualquier tipo de asociación de ideas y le he encontrado una explicación o una interpretación, si después, en un segundo momento, me vuelve al recuerdo ya no sólo será mi recuerdo de niñez, sino el recuerdo de niñez envuelto en la interpretación que le di en el primer encuentro. Así se tejen las telas de araña de la vida interior. De la vida interior se ocupa la peli de Paul Auster, La vida interior de Martin Frost que todavía no he visto pero he de ver porque promete y, si no, véase el trailer


¿A que tiene buena pinta? (*)

La vida interior a la que me refiero es algo más genérico, supongo, el conjunto de facultades mentales, emotivas, sensitivas (si es que no son todas la misma) que forman esa madeja en que consistimos aunque muchas veces queramos dividirla con intención analítica diciendo: he aquí la inteligencia, aquí la fantasía, aquí la pasión y otros sentimientos sin estar muy seguros de que tal procedimiento sea posible.

Pero entiendo que alguien me diga que voy muy deprisa para no ir a ninguna parte y que haga el favor de moderar el paso molestándome en ilustrar, por ejemplo, cómo puede uno quedar reducido a la inmovilidad absoluta, esto es, alcanzar la quietud completa a la fuerza o de grado. De buen grado. En quietud completa queda el afectado de una parálisis total, por ejemplo, que sólo deje en funcionamiento la actividad mental. La quietud completa de grado o voluntaria la alcanzan los yoguis y diversas variantes de budismo y de otras filosofías, por ejemplo el Tao. El Tao Te King dice en el aforismo cuarenta y siete que El sabio sabe sin necesidad de viajar. Claro, siempre que no se llame viaje a lo que hace la vida interior. Pero es que es viaje. La vida interior está en perpetuo movimiento porque es vida; si no sería muerte interior y ésta sólo es posible con la muerte tal cual. O sea, que es posible.

Si tuviera que poner un ejemplo de vida interior nada me parece más propio que la historia borgiana del jardín de los senderos que se bifurcan que es lo más aproximado a lo que pienso, si bien no exactamente lo mismo porque me da que lo interesante sería preguntarse si, cada vez que uno retorna a un recuerdo en el que uno actuó del modo “A” le fuera dado rehacer y actuar ahora del modo “B”. Cuestión contrafáctica en donde las haya, ciertamente, pero cuestión muy pertinente porque en el terreno especulativo y sobre todo en el literario, lo contrafáctico carece de pegada. Toda la literatura es contrafáctica. No lo sería si no lo fuera. Y siendo así, ¿que pinta tendría una vida que estuviera rehaciéndose continuamente como sucesión de senderos que se bifurcan? Pues lo más seguro es que no pudiera vivirse, que la vida absorbería de tal modo al que la vive que acabaría por aniquilarlo. Vale, pero... es que eso es exactamente lo que pasa en la vida ordinaria, en la normal, en la no contrafáctica, esa que damos como exterior, como real y verdadera, la que protagoniza enunciados ásperos como hierros herrumbrosos del tipo de "la dureza de la vida", "las enseñanzas de la vida", "las amarguras de la vida". Claro que también hay "bellezas de la vida" y gentes que afirman ¡Qué bello es vivir!, un tipo de comedia ligera que no obsta para que lo que generalmente aparece adherido a la vida sea su dureza. ¿Hay vidas muelles o dulces? En un sentido puramente material sí pero no en uno espiritual.

Así que vida interior y vida exterior son un batiburrillo. El lugar de ese batuburrillo, allí donde vida interior y vida exterior coinciden es el rostro humano. De ese del que se dice, bien de todo él, bien de alguna de sus partes, como los ojos, que es "el espejo del alma". Somos rostro, aquello que nos trabajamos a lo largo de la existencia según nos vamos viendo en los espejos y corrigiéndonos para conseguir parecernos a la imagen que queremos proyectar y que no tiene por qué ser siempre la que pueda considerarse "objetivamente" más agradable o más hermosa, ni mucho menos. Uno puede deleitarse en componerse un rostro repulsivo. Hay gente para todo. Pero en todo caso, el rostro. Por eso, si vamos al arte, ¿qué podemos decir de los famosos retratos del Fayum que vemos en esta entrada? Pintura hecha al encausto o témpera o guache entre los siglos I y III d. d. C. en el Egipto bajo dominación romana. La concepción del dibujo es romana, sin duda alguna. Representan semblantes de mujeres y hombres ciudadanos de cualquier ciudad del Imperio, burgueses, comerciantes y se visten como tales. Son retratos además muy realistas. Pero tienen algo indudablemente egipcio: que son todos retratos póstumos; es más son retratos de personas muertas que luego se pegaban sobre las momias antes de introducirlas en los ataúdes y se llaman también "retratos de momias". Son retratos de muertos pintados como vivos. (Esta costumbre volvió a Europa en los siglos XVI y XVII y ya hablaremos de ello). Todos esos rostros que nos parecen tan vivos son de personas que en realidad están muertas ¿Puede el rostro seguir siendo espejo del alma cuando el cuerpo está muerto? ¿No es ésta la aplicación fáctica de aquella máxima que solían aducir los dramaturgos griegos de "nunca digáis de un hombre que fue feliz en tanto no haya muerto? Lo interesante de plantear preguntas en el ámbito literario es que no hay obligación de responderlas. Desde luego. Pero ¡qué idea de la vida y de la muerte tenían estos egipcios que encaraban el que llamamos "viaje del más allá" con los ojos bien abiertos!

¿Y nosotros? ¿Cómo vemos esos ojos abiertos? ¡Cuántas veces nos hemos asomado a unos en nuestro diario vivir y sólo hemos visto la muerte en ellos! ¡Cuántas miradas son de guache y cuántas palabras que acompañan a las miradas!


(*) Creo que publicaré estos textos del viaje a ninguna parte en papel. En ese soporte desaparecerán las referencias que llevan a la red por impracticable. Se quedan en el blog, que es un multimedia, pero se quedan como incrustaciones, no como líneas que deban o puedan seguirse porque en tal caso el texto en papel se haría incomprensible.

dissabte, 1 de novembre del 2008

Caminar sin rumbo (VI).

CAMINAR SIN LLEGAR.

Me gusta caminar por la ciudades y por los campos. Me gusta caminar. Por donde sea. Al borde del mar, por una calle concurrida en Manhattan (si puedo), por los bosques de la Selva Negra, por una carretera de Castilla. Por cualquier parte. Lo mío es caminar. A veces, en mi casa, me pongo a ello; voy de mi despacho al salón y del salón a mi despacho, apenas diez o quince metros pero lo suficiente para hacer un intinerario, una trayectoria que me permita concentrarme en lo que esté pensando. Al mismo tiempo, al caminar el paisaje va cambiando y reclama la atención. Cuando camino, por tanto, mantengo una oscilación curiosa, no me atrevería a llamarlo un diálogo porque los diálogos con uno mismo sólo pueden der monólogos, aunque se llamen de cualquier otro modo, un tira y afloja entre la atención que se proyecta sobre el paisaje y la que va hacia las cosas de dentro de uno mismo. Se suceden, se intercalan, se superponen de vez en cuando y hasta se mezclan.

Iba a buscar un recurso para esta jornada del viaje a ninguna parte cuando me tropecé con un anuncio de la editorial Anthropos que me entra por el e-mail, avisando de la reciente publicación de un libro del filósofo Ernesto Grassi que lleva por título Viajar sin llegar. ¡Toma!, me digo un título más o menos como el mío. Sólo que el suyo es anterior y por tanto tiene mejor derecho. Mira que es difícil innovar allí donde no hay nada nuevo bajo el sol. Porque el Viajar sin llegar tiene algo de Viaje a ninguna parte aunque no sea lo mismo. Viajar a ninguna parte no implica no llegar ya que, además de ser eso, un viaje a una meta que no existe, por ejemplo, viajar a la nada, permite viajar sin una meta predefinida pero abierto a la posibilidad de llegar a alguna. Mientras que quien viaja sin llegar puede saber a dónde va, pero lo que le sucede es que no llega. Una segunda ojeada al libro de Grassi anunciado que tendré que leer, claro, indica que tiene un subtítulo, Un encuentro filosófico con Iberoamérica. Por cierto, en algún momento dedicaré alguna reflexión a ese curioso problema que se plantea con los nombres de América, de toda aunque aquí se trate en especial de Iberoamérica, también llamada Hispanoamérica, Latinoamérica, América Latina, según la connotación. Lo que me interesa ahora es eso de viajar sin llegar. Me hace pensar en la Sinfonía 45 en fa sostenido menor de Haydn, llamada del adiós porque el último tiempo termina con un adagio en que los distintos instrumentos van callándose y abandonando el escenario hasta que sólo quedan dos violines. Una sinfonía que no llegó y podía llamarse Inacabada con mayor razón que la octava de Schubert a la que fuera más lógico llamar "interrumpida", que no es lo mismo porque no es lo mismo agotarse en el camino que dejar de pisarlo porque se dedica uno a algo distinto.

Pues lo dominante en todo viajar es el camino. Y si uno es de buen conformar como yo que me gustan todos, el del salón de mi casa y la desierta y brumosa playa del norte, tanto mejor. Y cuando digo que el del salón de mi casa es un camino y da para un viaje, permítaseme recordar uno de los libros más curiosos que conozco, el Viaje alrededor de mi cuarto, de Xavier de Maistre, el hermano del de San Petersburgo. Y si un cuarto, una miserable chambre da para más de cien páginas, el salón de mi casa puede dar para una entrada en el blog. Y más. Sobre todo porque, como digo, alterno los caminos y el salón se troca en una carretera de ínfimo grado perdida en la sierra de la zona de Ayllón. Iba ayer en coche por una de ellas y me salió un corzo al paso que la cruzó de un salto y se perdió como una centella entre los robles que ya tienen las hojas marrones. No ignoro que es completamente desmesurado en nuestro tiempo y lugar atravesado por una miriada de carreteras de alquitrán por las que circulan millones de automóviles, con gasolineras cada cierto trecho y "áreas de descanso" decir que esas apariciones repentinas de animales silvestres en la zona por la que me muevo en Castilla es lo más cerca que he conseguido estar a la experiencia de viajar por lugares recónditos, sin civilizar en los últimos tiempos. En otras épocas me he movido en alguna ocasión más cerca del wild fringe en el África, por ejemplo aunque no hace aquí al caso. El caso es precisamente la pervivencia de lo salvaje entre los pliegues de la civilización. Un corzo entrevisto en la carretera es una llamada de atención a la especie, algo así como si se dijera: "oye, todo lo que tanto os preocupa estar destruyendo sigue aquí, oculto, a la espera" y equivale a esa higuera que brota de la juntura de dos piedras del brocal de un pozo que hace decenios que no se usa o a esas hierbas que asoman en las grietas del asfalto de las carreteras, la esperanza de la regeneración. La posibilidad de que no tuviéramos razón en nuestra forma de relacionarnos con la naturaleza y de que pudiera enderazarse el camino de modo que el futuro no presentara tintes tan oscuros. Buscar en otras latitudes normas culturales distintas. Eso sí que son viajes.

Por eso Grassi en el libro de Anthropos fija la búsqueda en Iberoamérica y se ve clara su intención al considerar sus enunciados: El encuentro. I. La disolución de la historia y de las categorías históricas. II. Primer encuentro con la naturaleza. III. Vestigios de una vida inactual y la naturaleza ahistórica. IV. Vestigios de una historia olvidada. V. El mundo apocalíptico y la objetividad. VI. La carencia de mundo. VII. La sociedad alienada. VIII. Conclusión. Filosofía y paisaje. Suena mucho aquí lo del multiculturalismo y el eurocentrismo. Asunto que me parece bastante baladí. No porque no sea cierto que lo es y un montón, sino porque su planteamiento encierra una petición de principio, que es el nombre culto del puñetero círculo vicioso. Que el eurocentrismo (aquella idea según la cual los europeos van por ahí pensando que todo lo suyo lo entienden y comparten los demás con ciertas variantes, claro es, pero con una coincidencia general) es cierto se echa de ver en un dato muy sencillo: el eurocentrismo consiste en convencer al mundo de que Europa es un continente cuando es obvio que no lo es de acuerdo con la propia definición de continente elaborada en Europa. El círculo vicioso o petición de principio se observa en el hecho de que el eurocentrismo es un concepto eurocentrista. Una de las características de ese mundo en donde se habla de eurocentrismo es el ensalzamiento de los valores y las culturas indígenas, cuya protección y adelantamiento se consideran cosa buena y equitativa. Supongo que sí, pero no sé en qué grado o en qué sentido puede hablarse de bondad y equidad. He visto un par de reservas indias en Nuevo México, en los Estados Unidos y son reservas de verdad: allí rige la ley india y el gobierno indio y los indios viven del turismo, de cobrar a la gente por hacer fotos del paisaje. Si eso es lo que quieren, bendito sea, pero no tiene nada que ver con la intención de ver en estas culturas un fondo salvífico no ya para los demás sino siquiera para sí mismos. Quizá en otros lugares donde la cultura indígena sea más consistente o robusta peda decirse algo distinto.

Las imágenes son sendos cuadros de Jean François Millet, Le départ pour le travail 1851 y Hombre con azada (1860-62).

dimarts, 28 d’octubre del 2008

Caminar sin rumbo (V)

NOSOTROS MISMOS

Cuando uno emprende un viaje, íbame diciendo para mi santiguada, es que uno quiere encontrar algo. Viajar es buscar. Quien tiene todo lo que quiere, ¿para qué va a viajar? ¿Para encontrarse lo que no quiere? Hace muy bien quedándose en casa o donde sea que esté (digo porque Boecio no estaba propiamente hablando en su casa pero le daba igual y no necesitaba nada más para ser feliz) y no poner en peligro su beatífica quietud. Pero es que se me hace cuesta arriba creer que alguien pueda decir que tiene todo cuando pudiera desear. Es más, no creo haber oído a nadie hablar en tales términos, por eso seguimos siendo una especie viajera. Vean ese millonetis ruso que ha pagado no sé cuántos millones de dólares por darse un rulo de ocho o dez días por el espacio exterior del planeta. Ese sí que es un viaje desinteresado puesto que no produce ningún beneficio material y, al contrario, cuesta una pasta.

Pero todos envidiamos al millonetis. Yo cuando menos. Me gustaría ver el planeta desde el espacio exterior y ver el espacio exterior y lo que por allí se vea. Así que he aquí ya un anhelo suficientemente fuerte para poner a uno en camino pues siempre hay algo que buscar, que ver, que encontrar y conocer.

Lo que más claramente buscamos las gentes me parece es a nosotros mismos. Cierto que uno va admirando paisajes nuevos, otros tipos de árboles, de arbustos al borde de los caminos, de edificaciones. Depende de por dónde vaya uno y en qué. Por ejemplo, yendo en coche, ¿han reparado en que en muchos pueblos de Los Monegros los edificios están hechos con la piedra del lugar y tienen el color de ceniza cárdena de la zona? O bien va uno pendiente de uno mismo, de lo que lo ocupa y hasta preocupa y entonces no ve árboles ni matorrales ni edificaciones. Sólo ve aquello en lo que va pensando que a su vez puede ser un paisaje en el que él aparezca no como pensador, sino como pensado. Buscándose uno consigue verse a sí mismo desde fuera, como lo ven los demás, como si fuera un personaje.

Ese es el intríngulis de ese extraño territorio del arte que es el autorretrato, género en el que sobresale la pintura, que es el arte más apropiada para él; no hay autorretratos en música, muy escasos en escultura y tampoco muchos en literatura. Porque en literatura los autorretratos son las memorias, los recuerdos, las autobiografías. Todas ellas formas del autorretrato narrativo, en las que el autorretratado se considera como producto del paso del tiempo mientras que en la pintura el autorretrato es una visión simultánea, no hay narración ni paso del tiempo, salvo en la comparación de dos autorretratos en momentos distintos. Rembrandt tiene muchos de estos

¿Qué es el autorretrato? La imagen que el artista quiere dar de sí mismo avalada por el hecho de que es él mismo el que la ha pintado o grabado. Esta visión subjetiva tiene crédito porque se supone que uno de los que mejor conocen a alguien es ese alguien mismo y si él se ha pintado así o asá, será porque ve las cosas así o asá. O quizá no. No nos importa ya que como creyentes en la idea de que la verdad es producto de subjetividades acordadas en algo, lo esencial es que haya una imagen nuestra vista por nosotros. Luego cada cual ve a su manera y según sus reglas.

El autorretrato de Jean Fouquet, un grabado en cobre dorado y esmalte negro de 1450, una miniatura con forma de medallón que se encuentra en el Museo del Louvre en París nos revela el rostro del pintor más importante de la época como él se veía a sí mismo o, cuando menos, quería que los demás lo vieran. El hombre nos mira y desvía la mirada al mismo tiempo, lo suficiente para que se vea que ha sido pintado por otro que lo veía desde fuera de él que es el que le permite hacer su obra mirando después a las sucesivas generaciones de visitantes que pasaron y pasarán ante el autorretrato de Velázquez en Las meninas.

Este hombre que mira de esa manera pintó también el díptico titulado La Virgen y el niño cuyo fascinante panel derecho vemos aquí. Que vaya Virgen. El díptico estuvo originariamente en el convento de Melun pero hoy, ya desmembrado, la tabla derecha está en el Museo Real de Bellas Artes de Amberes. La Virgen es en realidad un retrato de la amante del Rey Carlos VII (el de Juana de Arco) Agnès Sorel. ¿Hay alguna relación entre el hombre que nos mira desde el medallón en miniatura y el díptico de Melun? Supongo que sí pero no sé cuál. Hay que tener algo en la cabeza para pintar así a la Virgen en un país católico a mitad del siglo XV. Y hacerlo además con la riqueza de colores y limpieza de formas de las ilustraciones de libros de la época. Es el caso, además, que en el panel izquierdo del díptico (que está ahora en Berlín) el retratado no es Carlos VII sino Etienne Chevalier, tesorero de Carlos VII. Me gusta especular sobre la relación entre estos dos que debía de ser algo más que mercantil por cuanto el tesorero de Carlos VII está venerando a la Virgen. Quizá fue un díptico que Chevalier encargó para su consumo privado. T´ngase en cuenta que el retrato de Agnès Sorel es póstumo cosa a la que parece aludirse con el blanco marfil y la posición del óvalo de la cara de la Virgen. Aun así, según leo en el museo en la Web que es la Ciudad de la Pintura Johan Huizinga decía en El otoño de la Edad Media que hay una mezcla de religiosidad y sensualidad en la tabla muy turbadora. Bien cierto y por eso tiene uno deseos de ver al artista que pintó esta Virgen y, si es posible, verlo con sus ojos, como nos aparece en el medallón. Ahora sí intuye uno que este hombre podía pintar aquella Virgen. Consciente de su fuerza, el hombre pretendió transmitírnosla a través de su presencia física. El autorretrato de Fouquet, además del interés de las figuras (considérese el tocado de la Virgen así como su vestido y corpiño) es uno de los primeros autorretratos de la historia del Arte.

Preveo que esto del autorretrato me va a llevar algún tiempo lo que no supone sin embargo que tenga que ser necesariamente seguido, como si dijéramos que la autorretratística haya de ocuparnos durante una etapa del viaje. Y no será ello porque no lo merezca. Los autorretratos son descripciones a instancia de parte. Los literarios son de otro tipo. Los escritores se autorretratan según van escribiendo, pero no como resultado de un propósito sino de un despropósito. No podemos dejar de revelar lo que somos cuando escribimos si quiera lo hagamos sobre algo aparentemente alejado y ajeno. El autorretrato literario es por defecto. El viajero lo sabe; sabe que cuando sale de viaje va en busca de sí mismo, perdido ahí fuera en el ruido del mundo. El viajero es un narcisista insatisfecho o, si se quiere, permanentemente frustrado pues toda superficie de agua a que se acerca le devuelve una imagen en la que todavía no se reconoce. Es una mezcla de Narciso y Sísifo, un Narsifo, un extraño ser mitológico perpetuamente cargado con su imagen que se le va deshaciendo segun camina hacia el espejo acuático que le devuelve un vacío en lugar de imagen para que vuelva a empezar. ¿Qué aliciente tiene echarse al camino si uno está convencido del eterno retorno de las cosas? Claro que, si no lo está, y cree que para encontrar algo nuevo basta con saber mirarlo, lo lógico es ponerse en marcha. La sociedad es una jungla, un zoo de cristal, una feria de las vanidades, una comedia humana, una corte de los milagros, un viaje a ninguna parte.

diumenge, 26 d’octubre del 2008

Caminar sin rumbo (IV).

UTOPÍA

Salgo, cierro la puerta, doy dos vueltas de llave pues no sé cuándo volveré; ni siquiera sé si volveré. Bajo las escaleras, me echo a la calle con destino a ninguna parte y de pronto empiezo a pensar en que me he metido en el asunto de la máquina del tiempo y me he trasladado a otro que no es el mío. La gente tiene un aspecto extraño; es ella, si duda, la gente del lugar pero tiene algo raro. No estoy seguro de si es en la mirada, en la forma de caminar, quizá en el atuendo. Son y no son mis vecinos. Me da la impresión de que viven en otro tiempo, como cuando decide la autoridad que hemos de adelantar o atrasar una hora los relojes ajustarnos a los planes de ahorro energético. Esa es una medida que se puso en práctica con motivo del primer shock del petróleo allá por 1973 con motivo de la guerra de Yom Kippur. Los árabes se pasaron de listos: atacaron a Israel el día de la expiación pensando que lo sorprenderían desprevenido. Grave error: Israel está siempre en guardia; es un pueblo guerrero, convencido de que su misión es conquistar la tierra prometida. El caso es que, derrotados los árabes, como controlaban la OPEP (que se creó en 1960) hicieron que ésta multiplicara el precio del crudo, provocando una crisis europea y de alcance mundial porque pusieron fin al modelo de crecimiento sostenido con materias primas y energía baratas, tiradas de precio. Había que pasar a un modelo de crecimiento con energía cara, lo que obligó a reconvertir la industria en pleno. Y de todo ello queda como recuerdo la práctica de adelantar o atrasar una hora los relojes. Es todo lo que puede hacerse con el tiempo, adelantar o atrasar los relojes; el tiempo sigue incólume.

Bueno, esté a una hora, un mes o un siglo de distancia, me siento muy alejado de mis vecinos. No exactamente eso pero algo parecido le pasa a William Morris en sus News from Nowhere (Noticias de ninguna parte cuando se despierta en un Londres que no es su Londres sino otro un par de siglos después del suyo. No se dirá que no es un tanto un viaje en el tiempo. En el fondo muy cómodo porque viajas sentado, sin necesidad de desplazarte; el trabajo empieza cuando llegas, que no paras, queriendo saberlo todo y por qué ahora la gente es cultísima pero no sabe qué es un colegio. En todo caso yo no voy a la "Ninguna Parte" de Morris que era un tipo muy agradable, pintor, crítico literario, esteta, escritor, socialista, un hombre muy versátil. No sé si fue por eso por lo que su mujer lo dejó no recuerdo si por Everett Millais o Ford Madox Brown pues a los dos había encargado que terminaran el retrato de ella como reina Ginebra. Era una clara invitación a que uno fuera un Lanzarote del Lago, el que "fuera de damas tan bien servido cuando de Bretaña vino". En fin que eso es estilo y clase hasta en el adulterio. Y luego dicen que los artistas no son distintos. Véase a la derecha el ideal de mujer de los prerafaelistas. Es un poco relamido pero está muy bien. Mi "ninguna parte" no es figurado sino expresión muy real; quiere decir que no se encuentra, halla, ubica, que no finca en lugar alguno del territorio. O sea, la utopía. Con razón me resultan extraños mis convecinos; no son mis convecinos, sino los habitantes de Utopía, ahí en donde mucha gente dice que hay que estar. O no, no creo que digan que quieran estar porque, en el fondo, la utopía es algo por lo que se lucha en el entendimiento de que nunca se alcanzará. Ya que si se alcanzara estaría en algún sitio y dejaría de estar en ninguno es decir, dejaría de ser utopía- Esa conclusión más breve y contundente: el presente nunca es deseable; sólo es deseable lo ausente. Lo cual no quiere decir que uno haya de encontrar siempre el presente detestable, sea cierto o no y no es nada de eso: hay gente para la que el presente es el mismo cielo; lo que no puede hacer es desearlo porque ya lo tiene. Por eso la utopía ha de andar siempre una distancia por delante, como los trompetistas, anunciando el paso de la comitiva imperial. La utopía es la mejor atalaya del futuro, a donde puedes asomarte a ver los tiempos venideros. Algo que siempre me ha fascinado, supongo que como a todo el mundo.

Un viaje a ninguna parte es un viaje a una utopía, incluso una que tiene existencia cuando menos libresca, un lugar en donde los mayores pueden andar con los niños en su trajín diario sin que se alteren los fundamentos mismos de la civilización que, de todas las cosas irrealizables e imposibles que se me ocurren es la más imposible e irrealizable. Ningún orden social por abierto, humano, racional (¡especialmente!) que sea soportará estar, digamos, administrado por niños. Es curioso lo poquísimo que sabemos de los niños a pesar de que todos lo hemos sido. Tengo la impresión de que no hay memorias de la niñez. Los recuerdos de la infancia se construyen posteriormente con lo que nos cuentan y lo que deducimos nosotros después. No puede haber recuerdos propios porque no hay yo, no hay eso que se llama "conciencia del yo" y, por lo tanto, no hay memoria que recuerde nada. Luego, cuando tenemos hijos, tampoco nos enteramos de nada, me parece, porque nos sorprenden siempre, nunca estamos a la altura de lo que necesitan. Me doy cuenta ahora que vuelvo a ser padre y me sucede lo mismo; que no me entero, que llego tarde a los desarrollos. Apenas te descuidas veinte días (que no es nada para la gente de la pluma y pluma en el sentido de la pluma de ganso de escritor) y el niño ya habla y si tiene vicios de dicción, a ver cómo se los corriges.

Viene muy a mano lo del niño, el libro y el árbol. No están los tres juntos por casualidad como si se estuviera diciendo: mira en el mundo tienes que clavar un clavo, dibujar un puente y enterrar a un muerto. Ni hablar. Tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro tienen muchas cosas en común. La más evidente e importante es que las tres son actividades de seguimiento, que requieren tesón y perseverancia. No basta con engendrar un hijo, hay que educarlo; no basta con plantar un árbol, hay que conseguir que crezca como uno quiere; yo, por ejemplo, quiero que crezca recto; no basta con escribir un libro, hay que escuchar lo que se dice de él, cosa normalmente desconcertante.

Desde luego, si el viaje me llevara a un lugar en que niños y adultos fueran iguales en el trato y responsabilidad social, pienso que me quedaría a vivir y perdería el ninguna parte. Habría encontrado mi parte. Pero ese es el asunto, que es una parte imposible. El mundo está hecho, regido, organizado, definido por los adultos. Los adultos y los carcamales porque de viejo no hay límites, como sí los hay con los niños. En fin, no es cosa que vayamos a resolver en una jornada de viaje. Pero se entiende que mis vecinos me parezcan raros. Vamos, para ser sinceros y podía haberlo dicho antes, me parecen marcianos. Muy probablemente yo a ellos también así que por ahí vamos equiparados.

(La primera imagen es un cuadro de Friedrich, Dos hombres contemplando la luna (1819-1820) Gemäldegalerie Neue Meister, Dresde, Alemania- La segunda es un cuadro de William Morris, Reina Ginebra (1858) Tate Gallery, Londres).

dissabte, 25 d’octubre del 2008

Caminar sin rumbo (III).

Pensamientos, para lo que sirven.

Me quedé diciendo que para la salida (pues este es un viaje que tiene sus tiempos) aprestaba sólo un sombrero y algún pensamiento que se cobijase bajo él. Y dejé el de "¡Qué más hubiera querido que no haber sido!" que no requiere mayor comentario porque es obvio. Tampoco creo necesario de momento cambiar de ilustraciones. Los cuadros de Friedrich que es verdaderamente melancólico acompañan muy bien el momento de le despedida. Porque siempre que se parte de viaje se despide uno de alguien y, si no hay alguien de quién despedirse o no se lo considera digno de despedida, puede uno hacerlo de las cosas, como Rosalía de Castro: "Adiós, ríos; adios, fontes;/adiós, regatos pequenos;/adiós, vista dos meus ollos:/non sei cando nos veremos."

Así que pensamientos. Y decía que tengo un puñado. Cierto es. Dicen que todos los españoles tienen una novela en el cajón. Yo tengo aforismos. Y novelas, claro, a fuer de español. Y alguna publicada. Pero para los viajes los buenos son los aforismos. Dan que pensar, si merecen la pena, y sirven como acicate para la marcha; algo como lo que parece que hacen los indios que van mascando coca para que el camino sea más llevadero, incluso quizá para engañar la hambre, quién sabe. Aquí se masca chicle para mantenerse despierto. Viene a ser siempre lo mismo: mantenerse despierto, no perder el contacto con la realidad (ya verán las vueltas que pienso darme en este viaje por los sueños), mantenerse en el camino. Ahí, ahí es donde el viaje, todo viaje, cobra su significado, cuando Cristo enuncia las tres uves: "Yo soy la vía, la verdad y la vida." (Juan, 14, 6). Solemos decir "camino" pero podemos decir vía. Lo que sucede es que los tres entes, vía, verdad y vida no son iguales, Cristo no dice que sea la vía, la vía y la vía, sino que es tres cosas distintas; juntas pero distintas. Muy distintas. La vida es la vía, desde luego, el camino, pero no es un camino dado que, cuando nos ponemos de viaje elegimos un camino entre varios. En la vida no se permite elegir: el que vive no ha elegido vivir. En cuanto a la verdad es un término tan carente de sentido que no puede encajar en ninguna de las dos porque ¿cuál es la verdad del camino o qué quiere decir un "camino verdadero"? Al propio tiempo: ¿cuál es la verdad de la vida o qué quiere decir "vida verdadera"? Y no digo que nadie pueda encontrar la verdad de su vida; digo que no hay una verdad de la vida. Siendo todo eso así, ¿no está muy puesto en razón hacer un viaje a ninguna parte?

Las despedidas son tránsitos; uno se despide de alguien o de algo y echa a andar, inicia un camino nuevo. Lo lógico será trocar melancolía por alegría pues damos la cara a lo nuevo, a lo inesperado, a lo que nos salga al encuentro. Cuando uno se pone de viaje, se pone de viaje con el espíritu abierto; no sólo los ojos del cuerpo sino los del alma, que son y no son los mismos. Mi espíritu está abierto si no rechazo lo que no conozco, lo que no me es familiar. Los ojos del cuerpo son los que me dicen que algo es distinto o desconocido para mí; los del espíritu los que me dicen si lo rechazo o no. Que nunca se aprende tanto como poniéndose en camino. Esa es la razón por la que se dice que el nacionalismo es una enfermedad que se cura viajando aunque, por supuesto, no siempre. Hay nacionalistas muy viajados que, cuanto más viajan, más nacionalistas se hacen y retornan a su tierra dispuestos a abrir la cabeza a todos los extranjeros que en ella encuentren. Pero son excepciones. La mayoría de los nacionalistas se modera mucho e incluso abandona la pulsión nacionalista al viajar. Esa es una de las razones por las que tanto me disgusta que los españoles sean tan poco viajeros fuera de España. No viajan y como no viajan suelen ser insoportablemente nacionalistas, tanto como los otros aunque ellos piensen que no.

Los viajes son motivo de contento. Por supuesto, no siempre. Nada hay en la condición humana que sea de siempre o para siempre o hasta siempre o desde siempre o por siempre, ya se sabe. Los viajes a los campos de exterminio no daban contento alguno. Uno se niega incluso a llamar viaje a algo tan monstruoso e inhumano tanto que cabría calificarlos de "último viaje" con el agravante de que el viajero está vivo, es un vivo muriente y ni siquiera un muerto viviente. También hay viajes que empiezan dando contento y terminan en lamento. La Grand Armée de Napoleón iba a conquistar Rusia y regresó derrotado, arrastrando las escarapelas y el orgullo de las águilas imperiales.

Las águilas. "Las águilas", decía Lenin hablando de Rosa Luxemburgo, "pueden volar tan bajo como las gallinas pero las gallinas no pueden volar tan alto como las águilas y Rosa era un águila." Bonito epitafio para una mujer. Al menos en español porque en alemán "águila" es masculino y "gallina" neutro. Que a los hombres los ponen poéticos muchas cosas, especialmente las mujeres. Hay que ver qué cosas les decimos. Y todo para conseguirlas, para "gozarlas" que se decía en el castellano del Siglo de Oro, un verbo fascinante al que no puede hacer ni sombra este uso que se estila ahora del verbo disfrutar como transitivo, cuando te mandan no a disfrutar "de" la carretera sino a disfrutar la carretera o un niño, como si fueras a comértelos. Gozar de las mujeres que admite varios sentidos aunque el habitual del Siglo de Oro, francamente lascivo, era el consabido, equivale a tomarlas a ellas mismas como camino. Hay muchas veces que la relación amorosa (y ya siento hablar de forma tan cursi) es un viaje de uno en otro y viceversa aunque no por obligación. Eso de ir descubriéndose mutuamente de forma que una de las manifestaciones más contundentes del amor que suelen oírse (sean o no verdad, están dichas para agradar) esa de "Fulano/a y yo llevamos cincuenta años juntos y cada día me sorprende con algo nuevo." Nunca se sabe. Josué detuvo el sol a las puertas de Jericó. Bueno él, no; pero el sol se detuvo.

De todas formas, cómo no voy a estar alegre en el momento de iniciar el viaje a ninguna parte, cuando siento el viento soplar de frente, lo que me dice que estoy a la intemperie, allí donde los elementos de la naturaleza, los que sólo se ven en el cine y en la tele, se hacen patentes, la luna, la lluvia, el viento, los montes, las fontes y los regatos pequenos. Volvemos a "Miña terra, miña terra,/terra donde me eu criei," donde sabemos cómo se llaman los árboles, qué colores y cuantas hojas tienen en según qué épocas, por dónde se va al río, cual es la poza más extensa, en dónde es más fácil pescar truchas, cómo suenan las esquilas al atardecer cuando se recogen los rebaños y cómo huele la tahona cuando acaban de hacerse el pan y los bollos del lugar. Alegre como unas castañuelas. ¡Lo que nos gusta el campo a los de la ciudad! La famosa alabanza de aldea. Pero luego vivimos todos en laberintos de hormigón y farolas en donde estamos atrapados como en ratoneras. Es verdad que la vida es muy cómoda porque lo encuentras todo hecho. Sólo hay que pagarlo. Si andas mal de dinero lo tienes crudo; pero eso te pasará también en el campo. En la ciudad está todo a mano, dispuesto y sólo hay que servirse. Todas esas comodidades son cadenas; de oro, de plata o de bronce, pero cadenas. El personal no viaja porque, a diferencia de Darío, no puede llevarse a su cocinero, su carpintero, su músico, su masajista, su médico, etc Por lo cual se quedan, atados por las cadenas de sus complacencias. Viajamos los que presumimos de llevar con nosotros todo lo que necesitamos. El asunto depende de qué alcance tenga el "todo". Seguro que cabe en un pen drive medianejo.

La alegría de la partida la tenía en forma de aforismo, diciendo: "La vida es un salto de la patafísica a la metafísica, pasando por la física" cosa también evidente en sí misma pues la ciencia es lo que nos lleva desde el nacimiento a la muerte. Que esa es una perspectiva muy típica del viajero pues la ciencia hace posibles los viajes y los viajes llevan a la ciencia más y más lejos. La ciencia dice en dónde está la estrella polar y la estrella polar dice en dónde está el norte. A su vez, Darwin se llevó a la ciencia de compañera en su viaje del Beagle. El viaje es saber, conocer, averiguar, descubrir. Nada tiene de extraño que, cuando se sale de viaje, a uno le agrade la idea de llevarse a un hijo de acompañante, como Darwin con la ciencia. ¡Cuánto aprenden lo niños en los viajes! Todo lo que aprenden los adultos que se empeñan en contárselo en cualquier caso y lo que aprenden por sí mismos. Así que, en la alegría y el optimismo del comienzo de la jornada, pensé en llevarme a un hijo a un viaje a ninguna parte. Entre otras cosas sospecho que los niños entienden perfectamente el sentido de emprender un viaje a ninguna parte. El mundo de los niños está lleno de "ningunas partes", de países de "nuncajamás". Y el de los adultos, pero estos, como siempre, han clasificado sus "ningunas partes" y las han llamado "utopías". Aquí me quedo en un viaje a ninguna parte que empieza en una utopía.

(Las imágenes son sendos cuadros de Friedrich, Dos hombres al atardecer (1830-35), Museo de L'Hermitage, San Petersburgo y Mujer con vela (1825) Ciudad de la pintura).

dimarts, 21 d’octubre del 2008

Caminar sin rumbo (II).

LAS ALFORJAS.


Con idea de ponerme en camino pensé que tendría que prepararme, que habría de aprestar lo necesario. Y ahí me quedé pensando en qué sería lo necesario para un viaje a ninguna parte. Pensando, pensando, di en ir a ver qué había considerado necesario don Quijote en su primera gloriosa salida que tan mal acabó en muy breve tiempo a manos de aquel mozo de mulas de los mercaderes que lo molió como cibera. Y vide que en aquella primera salida don Quijote se proveyó de lo siguiente: unas armas herrumbrosas de sus bisabuelos que llevaban arrumbadas luengos siglos. Luengos siglos. Por favor. ¿Quién puede echar mano de algo que haya en torno suyo que tenga "luengos siglos"? Si son cosas (de armas no hablo) ya sienta uno plaza de excéntrico si lleva algo que tenga, pongamos, quince años. ¿Un móvil?, ¿un ordenata?, ¿un coche?, ¿la cocina? Si son personas, no sé. Convivir quince años seguidos se me hace algo duro. Y, además, las cosas que pueda uno tener a mano de "luengos siglos" ¿sirven para llevárselas de viaje? Pongamos que uno tiene un arado romano en casa (no es absolutamente insólito); bien, ¿a dónde va uno con un arado romano? Claro me dirán que, al fin y al cabo, para ir a ninguna parte tan útil es un arado romano como un misil intercontinental. Aceptado, uno puede llevarse un arado romano. Pero será sobrevenido. Si me pongo a pensar en qué me llevo, solamente divagando de este modo se me puede ocurrir llevarme un arado romano. Estas son cosas de la literatura. En la literatura uno anda por ahí con cosas de luengos siglos atrás. En la literatura y en casa de Alonso Quijano, hidalgo, quien bien podría tener un juego de armas forjadas doscientos años antes y doscientos años son ya "luengos siglos". ¿Qué podría yo llevarme de, digamos, 1809? ¿El bicornio del general Palafox en el cuadro de Goya?

Héte aquí que la segunda cosa que don Quijote apresta es para cubrirse la cabeza. Y como no tiene celada de fino encaje sino simple morrión se fabrica una de cartón con unas barras de hierro tan contento. Menester es decir que tener morrión no es parva cosa. Véase el golpe que con la espada de plano da don Quijote al gallardo vizcaíno en el cap. IX que se protegía ¡con una almohada! De haber tenido morrión como el caballero manchego no le manara luego sangre por la nariz. Ya sé que diréis que previamente el vizcaíno le había largado un tajo al de la triste figura que le desarmó el lado izquierdo y le llevó "gran parte de la celada con la mitad de la oreja". Si eso fue así hay que suponer que el golpe iba de filo y resbaló sobre el morrión produciendo el estropicio que narra Cervantes. Pero si en vez de morrión hubiera llevado una almohada como el infeliz vizcaíno (que no sólo hablaba mal sino que actuaba peor) don Quijote se queda en el noveno capítulo de su historia y su viaje no lo hubiera llevado muy lejos. Así que morrión. O sea, cubrirse la cabeza. Mira por donde es algo que me agrada. Gasto sombrero y encuentro difícil salir a la calle a cabeza descubierta. Pero no haya temor que no me pondré ahora a dar la lata con los tipos de sombreros que hay. Eso es como el que entiende de pipas de fumar o de chaquetas de hombre o de modelos de moto o de tipos de mujer; o sea, algo insoportable. Hablaré de sombreros pero en su debido momento que será cuando el destino lo diga. En eso de la cabeza cubierta me gusta recordar una historia que contaba mi abuela según la cual mi tatarabuelo Pedro, herrero y contratista de la Armada, era caballero cubierto por privilegio del Rey o de la Reina que es más probable. Bien, cubrirse la cabeza para ir de viaje no es del todo disparatado. Pensaré en qué me pondría y decidiré al final.

El hidalgo manchego se provee de un rocín que es un medio de locomoción muy apropiado al tiempo en que todo se hacía a lomos de cabalgadura y eso sí que desde luengos siglos. Tanto que la orden, profesión, vocación, ambición a las que don Alonso Quijano se entrega es la caballería. La caballería andante para ser más exactos, que casi parece una contradicción con el uso vulgar de "andar". Uno entiende que se trata de la "caballería errante", idea que nos es muy cercana por el holandés errante, el judío errante, que es el Wanderer alemán, el del Viaje al Harz de Heine, el de Schubert. Andante quiere decir también, según el DRAE, "aventurero". La caballería andante es caballería aventurera; la que va en busca de aventuras y también de la ventura. Pero, vamos, que lo importante no es que don Quijote se pille un rocín (muy conveniente para aquellas veredas en que no había muertos de fin de semana) sino que le pone nombre, lo nombra y, siendo así, en cierto modo, lo crea. Como corresponde a su condición humana, de don Quijote, quiero decir porque Dios, al crear al hombre, le dio el privilegio (o la odiosa tarea, según se mire) de poner nombre a las cosas y a los animales, de continuar con la tarea de la creación, en definitiva. Y he aquí que, de un pepla que daba pena mirarlo, Alonso Quijano hizo un ser misterioso, mítico, casi un centauro, un caballo humanizado que se llamó y se llamará hasta el fin de los tiempos "Rocinante"; porque si él, Quijano, era caballero andante, su rocín sería un rocín andante que, aunque enteco, siempre estuvo dos palmos morales por encima del burro de Sancho que no tenía ni nombre porque los villanos no son caballeros, no dan nombre a sus animales ni cosas.

Claro que Alonso Quijano tenía muchos humos en la cabeza y, puesto a proveerse, también se proveyó de un nombre, se puso nombre a sí mismo, esto es, tambén se creó. Don Quijote es una forma de Prometeo. ¿Y por qué le hacía falta un nuevo nombre a Alonso Quijano el hidalgo? Que las armas, el casco y el rocín le fueran imprescindibles es de entender pero, ¿un nombre? Salía para ganar fama y gloria imperecederas, dejar huella en el mundo, dar que hablar a las futuras generaciones. Como Aquiles. Y a fe que los dos lo han conseguido. Aquiles con su nombre, Alonso Quijano con uno de su hechura, don Quijote de La Mancha. Que no están orgullosos ni nada los manchegos con esa vecindad. En todo caso, me inspira poco. Yo no me cambiaría de nombre. Pensé en hacerlo una temporada pero lo dejé porque no encontré uno que me gustara más. Sí me cambié el orden de los apellidos y me puse el García detrás. Llevarlo delante me quitaba el nombre porque todo el mundo me llamaba García Cotarelo y con razón porque García es de los pocos apellidos que, además, es nombre, como Martín, Tomás y algún otro.

Lo último de que se pertrecha Alonso Quijano, ya a punto de salir, es de una amada. El amor, fuerza todopoderosa en la naturaleza. Una amada a la que también pone nombre, para que vayamos enterándonos de que así es el caballero, que va rebautizándolo todo, cambiándole el nombre porque vive en otro mundo en el que las cosas no son como son en éste o etsé ne nos omoc nos on. Honores sean dados al sabio párroco Sterne. De Aldonza Lorenzo, Dios mío, a Dulcinea del Toboso, Virgen santa. Esto de la amada es problemático, como siempre pasa en los amores del hombre, que lo distraen. Se trata de ir imponiendo como verdad al mundo entero las convicciones estéticas, el puro gusto, de don Quijote. Podría decirse que el caballero está en la eterna demanda de la verdad, cosa noble, cosa buena pero no en el terreno de la estética, el gusto o el placer donde la verdad y la mentira son las dos caras de la moneda y tanto se necesitan la una a la otra que acaban contagiándose la una de la otra. Así que eso de la amada es cosa de cada cual y que se queda para lo íntimo de cada uno.

Resumiendo, ¿qué se lleva don Quijote? Armas, una celada, un rocín, un nombre y una amada ideal. ¿Y a dónde iba? A ninguna parte, vaya por Dios, a donde lo llevaran los caminos o el instinto/juicio de Rocinante. Yo lo reduciré todo al sombrero. Voy cubierto para protegerme las ideas. Llevo ideas. Aunque, si lo pienso, creo que no porque no sé en qué consisten. Preguntarse qué sea una idea es algo terriblemente fatigoso. Traten de hacerlo. El conocimiento de la idea es puramente intuitivo. No hay una idea de una idea. ¿O sí? Confieso que encuentro el asunto confuso y si me voy a la etimología y la tomo por la forma platónica no mejora. Bueno, pero no quiero decir ideas, que al fin y al cabo es una forma de hablar; quiero decir pensamientos. Pienso que me interesa proveerme de pensamientos, esto es, enunciados que tienen sentido. Ah, sí, de esos tengo un puñado. Tampoco es que sepa de dónde han salido pero están y cuando uno los "ve" o piensa en ellos, algo se mueve. Sirven para hacer camino; acompañan, se puede dialogar con ellos como cuando se dice de alguien que está "sumido en sus pensamientos" o "a solas con sus pensamientos". Nadie dice que otro esté "sumido en sus ideas" o se quede "a solas con sus ideas".

¿Qué cuáles son? No haya cuidado, tengo un puñado, pero la jornada toca aquí a su fin. Otro día la continúo y ya cuento algunos. De momento me voy rumiando que

¡Qué más hubiera querido que no haber sido!

(Las imágenes son sendos cuadros de Caspar David Friedrich: (1818-1820) A bordo de un velero (1818-1820, Museo del Hermitage, San Petersburgo) y Caminante sobre un mar de niebla (1818, Hamburger Kunsthalle, Hamburgo).

diumenge, 19 d’octubre del 2008

Caminar sin rumbo (I).

INICIO.

Me dispongo a emprender un viaje que no sé a dónde me llevará ni cuánto durará pues no tiene rumbo ni itinerario ni objetivo concreto alguno. Es un viaje interior o, mejor dicho, la exteriorización del viaje interior en que consiste la vida, la cuenta de eso que se llama el vivir y está hecho de la materia de los sueños como se sabe. Ignoro qué forma tendrá aunque imagino que habrá estados de ánimo, paisajes, tiempos pasados y memorias, encuentros fortuitos con vivos y muertos, con gentes reales y ficciones, sobresaltos, proyectos, amoríos, pesadillas, reflexiones; habrá ocasiones, coloquios, despedidas, ámbitos para disentir, orden y desorden, desafíos al cosmos, ganas de morirse, angustia de recién nacido; habrá hombres, dioses, mujeres, niños, bestias, fantasmas y colegas de la oficina.

Tropezaré con el tiempo, trataré de engañarlo, me engañará, me engañaré, le confesaré que pasa sin sentir y cuando es acordado, ya se sabe, da dolor, lo perseguiré con saña y huiré de él buscando la nada en la que nadie quiere morar y es nuestro último refugio. Querré departir con los poderosos de este mundo y del otro, ocupar sus casas, disponer sus aperos y encontrarme con los miserables para encenderme de enojo. Resumiré todas las causas en una sola con una única pregunta que iré a depositar a los pies del principio de todas las cosas. Me volveré contra mí mismo por haberme perdido tantas veces y no querré soltarme sin acabar de confesarme en toda mi indignidad.

Sé que el itinerario pasará de lo posible a lo imposible como el ser se hace nada sin habérselo propuesto siquiera. Preguntaré a los que saben hasta encontrar la fuente de su ignorancia y me orientaré en cualquier dirección que se me ocurra, incluida la que me indiquen, pero no siempre porque un viaje a ninguna parte no puede tener un fin conocido ni dejar de tenerlo. Iré mirando las estrellas y pulsando la ley moral en mi corazón para que las unas y la otra puedan tener una conversación muda, hecha de infinita indiferencia y rendida admiración. Pienso moverme en el torbellino de la vida buscando una pauta de silencio que sé que sólo se puede encontrar si no se busca. Pero ¿por qué no voy a reconocer que si he de soportarme hasta el fin de mis días, bien puedo tratar de cambiarme por otro? ¿Y a dónde iré a buscarlo?

A ninguna parte.

La vida, el arte, el pensamiento, la acción, los cuentos y las cuentas de la vieja, querré registrarlo todo, observar su impacto en mi ánimo y traducirlo de alguna forma para que pueda entenderlo cuando menos yo. Quiero descubrir qué me lleva a escribir cuando se está tan a gusto paseando al atardecer; qué me induce a pelearme con las palabras cuando me rodean como ristras de chorizos que salen de la televisión o del susurro de la amante; qué puñetas me lleva a imaginar que lo que me ocurre o se me ocurre pueda tener interés para alguien más que no sea yo mismo de quien, por no saber, no sé si me intereso: o sí lo sé y sé que no y por eso ando disimulando con lo de que voy a hacer un viaje a ninguna parte, a salva sea la parte, a la parte de los infieles, a la parte del que reparte y a la del que la comparte.

Me las prometo felices deambulando en todas las dimensiones, cuarta, quinta y sexta incluidas pues sé que de la virtud haré necesidad e iré dando noticias de mi periplo según vaya teniéndolas yo, no necesariamente de modo regular. Palinuro me cede un hueco gentilmente pero no quiero abusar de su hospitalidad.

Así que aquí lo dejo, agarrado a la enésima taza de café en cuyos posos del fondo creo ver cómo titila la promesa de una o muchas aventuras. Al fin y al cabo, ¿no sería cuestión de ponerme en camino ya? Y eso es lo que he hecho: aprestar un lápiz y papel, abrir los ojos, mirar por encima de mis prejuicios, ver el mundo, el demonio y la carne y declararme rendido admirador de los tres que en el fondo son uno solo, exactamente lo que hay ahí fuera, majestuoso e ignorante de mis afanes con la misma razón con la que yo lo estoy de los suyos. ¿No he reiterado en los posts la experiencia del blog como un cuaderno de libertad en el que no hay que atender a respetos humanos? Con todo no olvido que el ejercicio de la libertad propia puede ser una peste para el vecino y como mi convicción me lleva siempre a pensar en los demás cuando me propongo algo, váyase mi libertad de escribir por la libertad de los demás de no leer.

Me pongo en camino en mi primera jornada con el ánimo henchido de expectativas. No es poca cosa haber llegado hasta aquí en esta explicación, releerla y dejarla estar como ejercicio de virtuosismo a la hora de explicar lo que encuentro inexplicable, ese impulso que me lleva a intentar caminos, a mirar por las ventanas, a preguntar por dónde voy a donde no quiero ir, a querer saber sin ignorar que tanto más se sabe cuanto más se olvida. Porque el saber que se sabe suele ser profesoral, aburrido y estar muerto ya que sólo es saber el que no se sabe sabiendo. Lo demás es impostación o deseos de que lo nombren a uno asesor de cualquier idiota. En la primera jornada el viajero tiene una tarea grata: ha de hacerse camino, luz, distancia y perderse por los huecos de la nada, jugando con alegría exaltada a mirarse en vida, en vida que inquiere qué se hace de las demás y busca encontrarse con ellas para sumar y seguir.

Como si eso, vano iluso, fuera posible; como si comunicarse directamente fuera posible y sin olvidar que indirectamente tampoco lo es. La primera jornada, como el momento en que el nadador friolero se acerca al agua, sólo puede resolverse tirándose de cabeza a ver qué pasa y lo que pasa es lo que te pasa por la cabeza, ni más ni menos. Lo horrible de la vida cotidiana y lo que fuerza a buscarla fuera de ella misma, quizá en otro continente u otro tiempo u otra clase, religión, cultura, lengua es que está inventariada y cronometrada.

Si quieres vivir libre de la tiranía del orden tienes quie ir para atrás hasta alcanzar la edad de la inocencia y como por definición, ésta no se impone una vez que se ha perdido sólo queda el recurso de ser inocente.

Ya veremos qué sucede.

(Las imágenes son sendos cuadros de Caspar David Friedrich, uno de 1822, titulado Mujer a la ventana que se encuentra en la Nationalgallerie de Berlín y el otro de 1818 Mujer frente al sol poniente, en el Museo Folkwang, Essen).